Esos métodos –comparables a las guerras del gran mongol Gengis Kan (1162-1227) que obligaba a prisioneros enemigos a marchar al frente de la tropa para combatir contra sus propios pueblos– ensombrecen hoy día la tranquilidad de aquel país de África occidental.
Lo que al principio fueron noticias aisladas sobre personas, sobre todo hombres, inmolados en un acto terrorista o de guerra contra objetivos militares o civiles, fue evolucionando hacia un recurso cada vez más frecuente contra las mujeres, incluidas las niñas.
En la Nigeria actual son cada vez más frecuentes las llamadas “mujeres suicidas” de cualquier edad, que estallan en medio de un concurrido mercado al detonar sus fajas de explosivos ceñidas al cuerpo.
El crimen incluso es doble, si se considera que la mayoría de ellas son secuestradas y sometidas quién sabe a qué “técnicas” de preparación antes de materializarse la acción bélica dentro de la realidad homicida que vive el país.
Así, muchos especulan ahora sobre la buena suerte que tuvieron en días pasados las 1 mil 880 mujeres y menores que el Ejército rescató luego de ser raptadas por la secta Boko Haram en el norteño bosque de Sambisa, muchas de las cuales quizás se salvaron de la deflagración viviente en medio de cualquier muchedumbre.
La diversidad de modos en que transcurren los hechos y su reflejo equivalente en los correspondientes estilos y tendencias periodísticas asumió ya en el presente año una cruel integralidad con una noticiosa replicada por decenas de agencias cablegráficas y otros medios de prensa, más o menos de la forma siguiente:
“Abuja, 13 ene: Un triple atentado suicida ejecutado por igual cantidad de mujeres, una de ellas con un bebé cargado a su espalda, causó hoy nueve muertos y 14 heridos en el Noroeste de Nigeria, informó la Agencia Nacional para el Manejo de Emergencias (ANME)”.
Según la fuente, el estallido de los artefactos portados por la mujer con su hijo cargado a la espalda, únicos muertos entre los atacantes, fue uno de los peores capítulos de la escalada criminal surgida meses atrás mediante muchachas con explosivos fijados al cuerpo y detonados a distancia.
Esa forma de hacer la guerra a través del sacrificio de inocentes, que mata a ciegas, sin identificar a quién ni determinar si es o no enemigo, cobró fuerza en especial durante estos 2 años transcurridos, después del secuestro en abril de 2014 de 276 niñas escolares de una secundaria en la localidad nororiental de Chibok.
Una cifra aún por fijar de aquel grupo fue objeto de ese tipo de atentados tras su rapto, reivindicado por Boko Haram, que despertó gran conmoción dentro y fuera del país y todavía acapara la atención de la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Africana y otros organismos internacionales.
El Ejército, y también el gobierno mediante negociaciones con los captores, recuperaron hasta ahora a decenas de esas chicas del campamento madre islamista en el bosque nororiental de Sambisa, un área de 60 mil kilómetros cuadrados donde se supone que fueron escondidas tras el secuestro, pero aún quedan unas 200 cautivas de esos extremistas.
Los soldados continúan la búsqueda y hace poco encontraron a otra de ellas, Rakiya Abubkar, junto a su bebé de 6 meses, pues se estima que muchas fueron también violadas u obligadas a casarse con algunos de sus captores.
El inusual secuestro en masa de niñas, muchas de ellas ya convertidas en mujeres durante los 3 años de raptadas, conmovió tanto a la sociedad nigeriana que fundó un grupo con una campaña de protesta en las redes sociales bajo el nombre de Bring Back Our Girls (Devuélvannos a Nuestras Chicas).
¿Cómo convencen a las suicidas?
Instituciones benéficas, medios de prensa y estudiosos desconocen aún cuáles son los “argumentos” de la secta fundamentalista para persuadir a las víctimas a colocarse los letales cinturones, trasladarse a lugares de mucho público, con o sin soldados, y permitir su explosión como virtuales petardos humanos.
Algunos de los investigadores aceptan que los miembros del grupo islamista, a quienes se atribuyen unos 20 mil muertos y 2.6 millones de desplazados en sólo 7 años de acciones, usan amenazas de muerte contra familiares de las suicidas y argumentos religiosos, como la entrega ante Alá mediante ese postrero acto de sacrificio.
Otros consideran que los captores también se valen de la ignorancia de las víctimas, entre otras cosas por desconocer estas que quienes las prepararon detonan sus explosivos mediante control remoto, quién sabe desde dónde.
También es otro diseño letal de los extremistas combinar los atentados entre personas de los dos sexos, como ocurrió días atrás en la explosiva localidad noroccidental nigeriana de Maiduguri, centro de operaciones de Boko Haram, en una secuencia de acciones que causó ocho muertos.
El primer ataque fue protagonizado por tres hombres que murieron al detonar sus cinturones de explosivos en un puesto militar y ultimar también a un civil que trabajaba como voluntario, pero el segundo fue ejecutado por dos mujeres suicidas que perecieron y se llevaron consigo a otras dos personas.
Sin embargo, en estos tiempos de agresiones nigerianas parece imponerse la utilización de féminas en esos actos, y el 16 de enero pasado ocurrió otro siniestro capítulo con el protagonismo de una niña en la universidad nigeriana de Maiduguri.
El ataque, que provocó cuatro muertos y 17 heridos, comenzó cuando una adolescente de alrededor de 12 años llegó al centro con su carga mortal, según el superintendente de la Policía, Víctor Isuku, pero esta vez el modus operandi fue aún más macabro, pues el detonante fue un disparo. “Su cuerpo explotó al instante de recibir el tiro”, subrayó el oficial.
Antonio Paneque Brizuela/Prensa Latina
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