Luego de superar los 100 días, el signo de la “Cuarta Transformación” parece ser el del popular dicho mexicano Del dicho al hecho… hay mucho trecho. Las altas expectativas de quienes desde la izquierda social fincaron esperanzas en la campaña del candidato del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) hoy están, por decir lo menos, en crisis.
Los vientos transformadores que percibieron en el candidato, hoy para muchos pueblos, organizaciones y movimientos sociales se convierten en un huracán que se cierne sobre ellos. La realidad social que se está construyendo no es la que esperaban. No es que no haya cambios. Sí están ocurriendo. Muchos de ellos, imprescindibles; algunos de elemental justicia que hay que reconocer. Pero para algunos sectores y algunas regiones, lo que están viendo es un resultado bizarro de lo que tenían en mente.
Uno de los casos más escandalosos es el del Proyecto Integral Morelos. El candidato López Obrador criticó las megaobras y se solidarizó con la población. El presidente López Obrador ya en funciones organizó una “consulta” para justificar su cambio de parecer y dio línea a sus huestes para que se “aprobara” la culminación de los trabajos y el inicio de las operaciones de las termoeléctricas.
Otro es el de la imposición del Tren Maya en tierras comunales y ejidales de toda la Península de Yucatán sin consultar a los pobladores. Apenas simuló una “consulta” a la Madre Tierra que le organizaron sus seguidores. Y la Madre Tierra, asegura, le dijo que sí.
También se puede citar el caso del corredor transístmico, un proyecto que data del porfirismo y que ni liberales ni neoliberales pudieron emprender, ante la organización indígena para defender sus montes y aguas. Con menos urgencia que los otros dos casos señalados, ya trabajan conjuntamente los gobiernos federal y estatal para imponerlo a mediados del sexenio.
Y dentro de muchos otros casos, está también la reforma educativa. Profesores de todas las corrientes terminaron apoyando al candidato de Morena porque se comprometió, sin ambages, a cancelar la reforma impulsada por el alto empresariado durante el sexenio pasado. Y hoy López Obrador llama “conservadores vestidos de radicales” a esos maestros que le reclaman una derogación total de la normativa y que hicieron campaña a favor de él.
Y no se trata sólo de los maestros hoy en funciones, sino de los que están en formación; particularmente, de los estudiantes de las Escuelas Normales Rurales del país.
Sabedor del peso histórico del normalismo rural mexicano, el presidente “reabrió” la Escuela Normal Rural Luis Villarreal de El Mexe, Hidalgo, cuando apenas cumplía 15 días de haber asumido el poder. La de El Mexe es una emblemática escuela que en otros tiempos fue uno de los pilares fundamentales de la combativa organización que aglutina a todos los alumnos de las normales rurales: la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM). Había sido cerrada 10 años atrás en medio de una brutal represión.
Como decíamos, los resultados son bizarros. En realidad, la “reapertura” de El Mexe no ha sido completa. No porque las autoridades nombren “normal rural” a cualquier escuela se puede considerar que en efecto se trata del proyecto educativo del normalismo rural. La nueva escuela nació sin internado y sin los ejes formativos que caracterizan a los estudiantes de las Normales Rurales. Sobre los hombros de la FECSM recaerá el arduo trabajo político y educativo –que incluirá movilizaciones en las calles– para que El Mexe vuelva a ser realmente una Escuela Normal Rural.
El riesgo que hoy corren las normales rurales es que desaparezcan definitivamente… sin que se decrete tal desaparición ni se les cambie el nombre. Les seguirán nombrando como hasta hoy pero sufrirán tal transformación que se les extirparán las características del normalismo rural. Y sus estudiantes ya no tendrán la formación crítica-revolucionaria que tanto asustó a los gobiernos posteriores al de Lázaro Cárdenas y que hoy tal vez sea calificado por el actual presidente de “conservadora vestida de radical”.
Desde Manuel Ávila Camacho y hasta Enrique Peña Nieto el plan fue cerrarlas por la vía administrativa y de la represión. En 1968 sufrieron el cierre de la mitad de los planteles, con saldos indeterminados de muertos, heridos y detenidos. Después, la estrategia gubernamental fue irlas cerrando de una en una. Por ello la FECSM se encontraba casi en movimiento permanente: contra el recorte de presupuestos, la cancelación oficial de su modelo educativo, los condicionamientos de ingreso y egreso, la reducción de la matrícula estudiantil y hasta la desaparición física de sus alumnos (a los 43 de Ayotzinapa se deben sumar otras decenas de asesinados y desaparecidos de varias escuelas, desde la Guerra Sucia de 1970 hasta 2018).
La mayoría de las Normales Rurales hoy parece estar en tensa calma antes de la tempestad. La de Mactumactzá, Chiapas, se moviliza para reabrir su internado. Pero en la reforma educativa que se cocina en la Secretaría de Educación Pública (SEP) –a cargo de Esteban Moctezuma Barragán y con la conformidad del empresariado artífice de la reforma de Peña Nieto– no hay espacio para ellas. De aprobarse tal y como ha sido planteada, los maestros rurales no tendrán trabajo al egresar (a pesar del analfabetismo y la falta de escuelas del medio rural mexicano). Deberán “competir” por un espacio con los egresados de las demás normales, con lo que, en los hechos, se omite las particularidades formativas de los normalistas rurales.
Los ejes del normalismo rural, que los estudiantes mantienen con más vigor en unas escuelas que en otras, son: el académico (la preparación en las disciplinas señaladas por el plan de estudios oficial de la SEP); el productivo (capacitación en producción en milpas, huertas, crianza de ganado y talleres de herrería, carpintería y serigrafía); el deportivo (atletismo, natación, futbol, voleibol); el cultural (música, danza, payasística, pintura), y el político (la educación crítica marxista leninista y la participación en organizaciones sociales).
Dijo el presidente que invita a debatir a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Siempre es bienvenido el diálogo; pero que no se quiera “debatir” si se cumple o no la promesa que asumió cuando era candidato. Debe saber el titular del Ejecutivo que con los maestros no se juega.
López Obrador se dice admirador de Benito Juárez. Ojalá que al final de su mandato, la población le reconozca –con las naturales diferencias o desaciertos y francos errores humanos que cometa– una gestión honesta, transformadora y defensora del país y sus poblaciones. Porque la otra posibilidad es que termine como otro Benito, éste italiano, que gozó de amplia popularidad al inicio de su mandato y terminó rehén de intereses extranjeros y repudiado por su propio pueblo.
Zósimo Camacho
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