Durante el desfile deportivo celebrado en la ciudad de México el 20 de noviembre de 1989, se desplaza un auto convertible color amarillo en cuya parte trasera se observa a Julio César Chávez eufórico al lado de Francisco Rafael Arellano Félix y Ángel Gutiérrez, promotores del afamado boxeador. Al pasar frente el balcón presidencial, los ocupantes del vehículo saludan al presidente Carlos Salinas de Gortari, quien sonriente les devuelve el gesto con la mano derecha en alto.
Ángel Gutiérrez era entonces prófugo de la justicia estadunidense. Había escapado de una prisión de San Diego, California, en donde libraba un proceso por delitos contra la salud. También era supuesto socio de Julio César Chávez en dos condominios ubicados al lado de la villas Mediterranée, de la colonia Hipódromo, atrás del consulado americano de la ciudad de Tijuana.
Son los años de apogeo del cartel de Tijuana de los hermanos Arellano Félix, cuando Francisco, a los 45 años de edad, dirigía la banda de narcotraficantes más temidos de la época, conformada por siete hermanos, a quienes el resto de los líderes de organizaciones criminales les rendían cuentas, incluyendo a Joaquín El Chapo Guzmán Loera y a Héctor El Gûero Palma Salazar.
Hodoyán Palacios amplió su declaración ministerial el 8 de febrero de 1997 en la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la República (PGR), acusado de violación a la Ley contra la Delincuencia Organizada, delitos contra la salud y portación de arma de fuego, en complicidad con Benjamín y Ramón Arellano Félix, Jesús Labra Avilés, Gilberto e Ismael Higuera Guerrero y Omar Londoño.
Alejandro, quien estudió hasta el quinto semestre de la licenciatura en Derecho, relata pormenores de la organización delictiva de los narcojuniors, que lo mismo nutrían a sus tropas de elite del barrio Logan en San Diego, California, que mataban “por puro gusto”; “controlaban” a la Policía Federal; se reunían con el nuncio apostólico en México Girolamo Prigioni e impusieron su ley durante casi dos décadas.
Alejandro Hodoyán Palacios era considerado por la PGR como uno de los principales operadores financieros del cartel de Tijuana (otro era Jesús Chuy Labra Avilés), desde que la organización delictiva se hizo del poder absoluto del tráfico de mariguana, cocaína y heroína a Estados Unidos y desde que los hermano Arellano Félix le arrebataron el negocio a Javier Caro Payán, el doctor Caro, con quien Benjamín se inició como su secretario.
“Javier Caro proveía de droga a la ciudad de Detroit, Michigan, y de ahí la transportaba a Canadá, a donde una ocasión fue para cobrar una deuda de 1 millón de dólares a uno de sus clientes. Fue capturado y extraditado a Estados Unidos. Obtuvo su libertad en 1996 y regresó a Tijuana. Le reclamó la plaza a Benjamín Arellano sin lograr su objetivo y se vio obligado a irse a Guadalajara, Jalisco. Un grupo de sicarios del cartel, encabezados por Ramón Arellano, lo asesinó para evitar que tomara venganza”, declara Hodoyán Palacios.
En 1992, Manolo Rico, alias La Varilla, era el contacto de Ramón Arellano y encargado de bajar los aviones cargados de cocaína procedentes de Colombia, en el municipio de Acatlán de Osorio, en el estado de Puebla. “Pero en razón de que el gobernador Manuel Bartlett Díaz no quería que se ‘calentara el estado’ por esa actividad, los juniors y Manolo decidieron bajar los aviones en Tabasco y Campeche, en ranchos propiedad de José Manuel Rico Sánchez”, recuerda Hodoyán.
Para el desarrollo de esa actividad utilizaban una empresa fachada denominada Verónica Coolers, productora de vino con jugo de frutas, propiedad de Manuel Rico, hijo de Miguel Ángel Rico Urrea, asesinado a su salida del Reclusorio Oriente del Distrito Federal, donde fue procesado por delitos contra la salud.
En la Navidad de 1993, Hodoyán Palacios se enteró, a través de Fabián Martínez González, El Tiburón, de la reunión que sostuvieron los hermanos Arellano Félix con el nuncio apostólico Girolamo Prigioni.
“Está recabrón colores”, le dijo en clave El Tiburón a Hodoyán, refiriéndose a la entrevista de los Arellano con el jerarca del Vaticano en México. A Prigioni le dijeron que eran víctimas de un complot del Guero Palma y el Chapo Guzmán para matarlos por una venganza, ya que uno de ellos se había robado a una de sus hermanas; le recordaron a Prigioni que habían aportado dinero para la construcción del Seminario Menor en Tijuana, para demostrarle que eran católicos”.
Hodoyán dijo que en 1987, siendo obispo de la ciudad de Tijuana, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo bautizó a la primera hija de Benjamín Arellano Félix. Mientras que el padre Gerardo Montaño Rubio siempre estaba presente en los eventos sociales que organizaba el cartel, como la bendición del restaurante Boca del Río y de otros inmuebles recién construidos. El prelado recibió sumas importantes de dinero como limosnas, para la edificación del Seminario Menor de la calle Once y Ocampo, sede de la diócesis de Tijuana.
En septiembre de 1995, Hodoyán Palacios dejó de ver a Ramón Arellano cuando éste se asoció con el grupo de Ismael Higuera Guerrero, El Mayel, y su hermano Gilberto, El Gilillo, quienes se hicieron cargo de la seguridad de los hermanos Arellano Félix y de las operaciones del narcotráfico desde Colombia hasta la unión americana. En gobiernos panistas fortificó su imperio el cártel de Tijuana
Y es que para entonces, cuenta Hodoyán Palacios, el objetivo principal de los hermanos Arellano Félix era “asesinar a Ismael, El Mayo Zambada, Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, Juan José Esparragoza, El Azul, y a otros que estén creciendo en el mundo de las drogas, para poder trabajar, ahora sí, en grande”.
La estructura del cartel en 1997 estaba conformada por el propio Alejandro Hodoyán y Jesús Labra Avilés, El Chuy Labra, cerebros financieros de la organización; Benjamín Arellano, organizador del grupo; Ismael Higuera Guerrero, El Mayel, responsable del control de la droga en Baja California rumbo a Estados Unidos; José Humberto Rodríguez Bañuelos, la Rana, uno de los principales introductores de droga procedente de Michoacán, Jalisco y Sinaloa; Amado Cruz Anguiano, contacto con los cuerpos policiacos y los traficantes colombianos; Ramón Arellano, jefe del grupo de sicarios Los Juniors.
La familia Arellano Félix, declaró Hodoyán, estaba conformada por Francisco; Eduardo, el Gualín, médico cirujano a quien siempre se le veía en compañía de su hermano menor Ramón, ambos asiduos visitantes de la discoteca Oh Laser Club de Tijuana y presentes también en el aeropuerto de Guadalajara, Jalisco, en mayo de 1993 cuando fue muerto el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Carlos Arellano Félix, a la sazón gerente del restaurante de mariscos Boca del Río, en Tijuana, al lado de su administrador Fausto Soto Miller. El mismo restaurante que Jesús, el Chuy Labra Avilés compró en 1989 y que regaló al comandante de la Policía Judicial Federal Guillermo Salazar Ramos, quien le cambió el nombre por Cascada Video Bar.
Una tarde de domingo de toros, Hodoyán Palacios fue testigo de cómo Carlos Arellano -a mediados de 1989- asesinó a un sujeto desconocido en el restaurante cuando se atrevió a insinuar que había sido amante de su esposa, mientras observaban la escena Fausto Soto Miller, Ramón Arellano, Pedro N y Ramiro Valdés Mainero. Fue la última vez que Hodoyán vio a Carlos Arellano, pues tras el crimen, éste abandonó la ciudad de Tijuana.
Ramón Arellano, con 35 años de edad, atlético y mujeriego, se inició en el narcotráfico en 1986, cuando Benjamín Arellano le dio varios kilogramos de droga para su venta, pero fracasó, pues el comprador Julián Fájer, el Marroquín, no le pagó, por lo que fue objeto de burlas entre el resto de los hermanos.
Encolerizado, Ramón acudió a la casa de Julián Fájer con un rifle AK 47 y la roció de balas, en compañía de Emilio Valdés Mainero, pero no estaba su víctima. Regresó en otra ocasión, se introdujo a la casa de Julián, baleó los autos y lo que encontró a su paso, sin encontrar a quien le robó la droga y lo hizo quedar en ridículo.
Siembre al lado de Emilio Valdés Mainero y Arturo Páez, una tarde Ramón Arellano llegó gustoso a la casa de Hodoyán Palacios. Acababa de “chingarse al Marroquín” por el robo de varios kilogramos de mariguana. Le dio alcance en la Glorieta Britania del fraccionamiento de Agua Caliente, donde lo acribilló cuando iba a bordo de un Ford Mustang del año.
De ahí en adelante la carrera violenta de Ramón estuvo marcada por diversos episodios que dejaban ver su carácter sanguinario con el que enfrentaba a sus enemigos y asesinaba a ciudadanos comunes por el gusto de salir a matar cuando los narcojuniors estaban aburridos.
“Ramón ya tenía fama de matón cuando lo conocí en 1987 en casa de Alfredo Brambila, en la calle de Buenaventura del fraccionamiento Chapultepec”, dice en su declaración Alejandro Hodoyán. Describe cómo en cierta ocasión, al salir de la discoteca Oh Lasser Club, Ramón Arellano dio muerte a Erik Rothenhousler, quien discutía airadamente con el amigo de Ramón, José Contreras.
Ese mismo año, en el hipódromo de Agua Caliente se celebraba un concierto de Rock and Roll, justo frente a la casa de Emilio Valdés, desde donde Ramón Arellano pretendía ver el espectáculo, pero la policía municipal colocó una enorme manta para impedirlo. Enardecido, Ramón bajó del balcón, arrancó la manta y disparó a uno de los gendarmes. En medio de la confusión llegaron refuerzos, pero no pasó a mayores ante la amenaza de los sicarios del junior.
Uno más. En otro domingo de toros, al salir del restaurante Juana Tiblis, de avenida Revolución y Calle Séptima, frente al frontón Jai Alai, Hodoyán presenció cuando vigilantes del lugar impidieron a Ramón salir con un vaso de cerveza en la mano y fue amenazado de muerte por los guardias privados del lugar.
De inmediato, Ramón Arellano sacó su arma y le disparó en la cabeza a uno de los guardias; llamó a Pedro N, lo instruyó para que huyera en una motocicleta, para simular que él había disparado. Fue alcanzado por la policía, la prueba de la parafina dio negativo y quedó en libertad.
Testigos presenciales ratificaron que Pedro no había disparado al guardia. Y Ramón no fue investigado gracias a la intervención de su hermano Benjamín, quien tenía controlados a las autoridades.
Otro hecho relevante ocurrió en 1989, cuando Ramón Arellano encabezó el plan para asesinar a Rigoberto Campos, quien desde 1984 (en la época de Rafael Caro Quintero), era comandante de la Dirección Federal de Seguridad en Baja California. En una demostración del poder que tenía en la esfera del narcotráfico el cartel de Tijuana, Ramón encabezó a un grupo numeroso de sicarios: Héctor el Gûero Palma; Joaquín el Chapo Guzmán, e Ismael el Mayo Zambada, y consumó la trampa para masacrar al comandante Campos.
“El cuatro a Rigoberto Campos para matarlo fue la organización de carreras parejeras con una apuesta de 1 millón de dólares, a celebrarse en el ejido de Matamoros, justo atrás del cerro colorado de la ciudad de Tijuana. En la rampa del fraccionamiento Lago, frente al mercado Calimax, resultó muerto Campos y su escolta, además de siete personas, lo cual fue confirmado por Fausto Soto Miller, el Cocinero, y Raúl Silver Quintana, sobrino de Rigoberto Campos y mi compadre”, dice Hodoyán.
Y es que Rigoberto Campos, desde la Dirección Federal de Seguridad, “había fregado a mucha gente”. No en balde fue amarrado a las vías del tren que a su paso le amputó ambas piernas, “en venganza por lo que hizo anteriormente”. Cuando fue ejecutado por el grupo de sicarios al mando de Ramón Arellano, tampoco contaba con sus brazos.
En 1990, Ramón Arellano encabezó un comando en la ciudad de Guadalajara con Humberto Rodríguez Bañuelos, la Rana, para emboscar a Manuel Salcido Uzeta, el Cochiloco, y “quitarlo del camino del narcotráfico”. Así, se consumó la traición de la Rana, quien trabajaba para el Cochiloco y en alianza con Ramón se apoderó del territorio.
De acuerdo con el testimonio de Hodoyán Palacios, Ramón Arellano era implacable hasta con su propia gente de confianza. En 1991, recuerda Hodoyán, un grupo de policías federales le cerraron el paso a Ramón Arellano en la fuente del fraccionamiento de Agua Caliente, cuando iba acompañado de Arturo Páez, Pedro N y Carlos Piñeiro. Los agentes les dijeron: “cálmense, no disparen, bajen sus armas”. Carlos Piñeiro bajo su arma. Ramón, con el arma de Piñeiro, le apuntó y le dijo: “Esto no se hace cuando andas conmigo; por qué bajas tu arma?, te voy a matar!”. Alguien llamó por teléfono, llegó más gente de Ramón, desarmó a los policías, los regañaron y los dejaron ir con la advertencia de que no se metieran con Ramón y su grupo.
“A Piñeiro se lo llevaron y lo castigaron un año. Le ordenaron vigilar las casas de seguridad, sin poder salir a la calle. Después se reincorporó y fue enviado a San Diego, California, como responsable de la distribución y venta de la droga que le enviaba Arturo Páez Martínez, el kiti Páez”, dice Hodoyán Palacios.
Ramón Arellano era muy dado a la ostentación. En una cangurera de piel negra portaba un rifle corto, un radio y una pistola .38 super. Vestía ropa Verssace, botas y trajes tipo vaquero especiales; cadena de oro al cuello y colgando de ella un medallón de oro con una “R” de esmeraldas al centro, rodeado de diamantes y un escorpión con la cola colmada de rubíes, esmeraldas y diamantes, así como relojes Rolex.
Gustaba de presumir en las fiestas las armas que pertenecieron a Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo y Miguel Ángel Félix Gallardo, lo que significaba para él una señal de importancia, “como si ya tuviera el control de esa banda”.
A Javier Arellano Félix, el Tigrillo, Hodoyán lo recuerda de cuando visitaba a sus hermanos en Tijuana en 1988. Estudiaba la preparatoria en Guadalajara y al terminar la carrera se quedó en la ciudad fronteriza. El cartel le proveía de recursos a manos llenas y con el mundo de la diversión a sus pies, se hizo adicto a la cocaína. Eso motivó que Ramón y Benjamín lo regresaran a la capital jalisciense. Ahí, formó una célula del grupo delictivo para investigar la ubicación de los enemigos de la organización.
A Fernando Arellano lo conoció en la inauguración del restaurante Boca del Río, a la que acudieron el coronel Alfredo Valdez Flores, los licenciados Joaquín Báez Lugo, Titi Ruiz y Carrillo Barragán. Éste último operaba las relaciones del cartel de Tijuana en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
“También se encontraban Emilio Vades Mainero, Pedro N Juvenal e innumerables pistoleros, agentes de la policía judicial, el comandante Guillermo Salazar Ramos y Ernesto Corona, quien lava dinero de Jesús, el Chuy Labra”, dice Alejandro Hodoyán Palacios.
Fernando vendió el hotel Crown Plaza en el municipio de El Rosarito luego del crimen del cardenal Posadas Ocampo. Ahí se hospedaban los agentes del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas que encabezó el general de división Jesús Gutiérrez Rebollo, por cortesía de Ismael Higuera Guerrero, el Mayel.
De las hermanas de la familia, Hodoyán Palacios solo conoció a Enedina Arellano Félix, que hasta el 2015 era considerada por la PGR como la líder del cartel de Tijuana y quien con su esposo, Luis Toledo Carrejo, administraban el restaurante Boca del Río.
A Hodoyán Palacios “lo privaron de su libertad el 5 de marzo del 1997 en un estacionamiento ubicado entre el Bulevar Agua Caliente y Bulevar Cuauhtémoc. Ahí, a bordo de una van, llegaron cuatro sujetos fuertemente armados y lo sometieron, se lo llevaron sin que nunca más se volviera a saber algo de él”, dijo la madre del cerebro financiero del cartel de Tijuana, Cristina Palacios en entrevista para la Agencia Fronteriza de Noticias. http://lamafiamexicana.blogspot.mx/2009.
“Fue Ignacio Weber Rodríguez el que se lo llevó. Era comandante de Inteligencia Militar en la zona Noroeste. Han pasado muchos años, pero todavía tengo su rostro grabado en mi mente”, confiesa la señora que pudo identificarlo a través de retratos hablados en la investigación realizada sobre la desaparición de su hijo.
José Réyez
Contralínea 519 / del 19 al 25 de Diciembre 2016
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