Zofeen Ebrahim/IPS
Karachi, Pakistán. Cuando le preguntaron a un grupo de mujeres de la remota aldea de Sadhuraks, en el desierto de Thar, en Pakistán, si en su próxima vida volverían a ser mujeres, todas respondieron con un “no” rotundo.
“El trabajo de una mujer no termina nunca”, señaló una de ellas al explicar la desigualdad entre hombres y mujeres en el desierto ubicado a 800 kilómetros de esta sureña ciudad portuaria, frontera natural entre India y Pakistán.
La desigualdad se siente especialmente en Tharparkar, uno de los 23 distritos de la provincia de Sindh, enlistado por el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas como la zona más insegura del país.
Unos 500 niños y niñas murieron en 2014, el tercer año seguido de sequía en la zona. La malnutrición y el hambre se generalizaron y miles de familias no logran encontrar agua.
Entre las 1.5 millones de personas distribuidas en 2 mil 300 aldeas y pueblos en un área de 22 mil kilómetros cuadrados, las mujeres soportan la peor parte de un recurrente y gradual desastre.
Tanveer Arif, directora de la Sociedad para la Conservación y la Protección Ambiental (SCOPE, por su sigla en inglés), dice a Inter Press Service (IPS) que las mujeres deben cuidar a los niños, pero también están obligadas a trabajar para cubrir la ausencia de los hombres, quienes emigran a las ciudades en busca de mejores oportunidades.
Además, deben ocuparse de los animales, de buscar agua de fuentes lejanas cuando se secan sus pozos, cuidar a las personas mayores y mantener la tradicional agricultura de subsistencia, una labor casi imposible en una región seca que va camino a convertirse en la más calurosa y árida del país para 2030, según el Departamento de Meteorología de Pakistán.
Las mujeres son conscientes de que tienen que aprender a acopiar alimentos, identificar los cultivos resistentes a la falta de agua y romper el cordón umbilical con la agricultura como único medio de subsistencia, lo que corroboran, además, varios estudios.
La respuesta está en el pequeño árbol espinoso mukul myrrh (Commiphora wightii), también conocido como de mirra de mukul, que produce una resina muy utilizada en cosmetología y medicina y que en Pakistán se conoce como guggal.
Hasta hace poco, este tipo de arbusto estaba en peligro de extinción, lo que motivó esfuerzos de conservación para mantener viva a la especie y salvarla de la brutal extracción: 40 kilogramos de resina alcanzan para generar entre 196 y 392 dólares.
Los esfuerzos se redoblan gracias a las estrategias de adaptación y resiliencia de las mujeres de Tharparkar.
Todo comenzó en 2013, cuando SCOPE lanzó un proyecto, apoyado por el gobierno escocés, con el fin de involucrar a las mujeres en actividades de conservación. En la actualidad son 2 mil mujeres las que cultivan guggal, lo que les permite mejorar los ingresos y garantizar la seguridad alimentaria de todas las familias.
“Por primera vez en muchos años, no tuvimos que emigrar para ganarnos la vida”, relata a IPS por teléfono, desde Sadhuraks, Resham Wirdho, una mujer de 35 años y con siete hijos.
La organización le paga a cada familia unas 100 rupias (equivalente a unos 0.98 dólares) por cada planta. Con 500 en su terreno de 0.4 hectáreas, Wirdho gana unos 49 dólares al mes.
Sumado al salario de peón rural de su esposo, de unos 68 dólares al mes, ya no tienen que preocuparse por su próxima comida.
Con el excedente compran semillas para su huerta. “Este año por primera vez le di a mis hijos verduras frescas en vez de secas”, relató con entusiasmo. El año pasado tampoco tuvieron que comprar a crédito en la tienda local y pudieron mandar a su hijo mayor a la escuela secundaria.
Es un regalo inagotable, subraya Wirdho. En los próximos 3 años, cada árbol generará por lo menos 5 dólares, lo que representa una ganancia neta de 245 dólares al mes, una suma principesca para las familias de la zona, que solían ganar entre 78 y 98 dólares al mes.
Y además, la relación entre su marido y ella también cambia. “Me respeta más y no sólo me ayuda a regar y cuidar las plantas, sino también colabora con las tareas domésticas, algo que no había hecho nunca”, confiesa.
Con 2015 perfilándose como un año clave, con varias conferencias internacionales previstas sobre cambio climático, muchos especialistas creen que es el momento de reducir la vulnerabilidad de las mujeres mediante su inclusión en la planificación y en las políticas.
La región también es propensa a sufrir desastres naturales, y con la estimación de que en 2050 habrá 2 mil 200 millones de habitantes, los especialistas temen a las consecuencias que pueda acarrear aún un incidente menor en los sectores más vulnerables, como las mujeres.
Un informe de la Unidad de Inteligencia de The Economist, Índice de resiliencia de las mujeres en Asia meridional, concluyó: “los países [de esta región] no logran considerar la inclusión de los derechos de las mujeres en los esfuerzos de reducción del riesgo de desastres ni en la construcción de resiliencia”.
Usando la referencia de Japón, con un presupuesto para asistencia 200 veces mayor al de Bangladesh, India o Pakistán, el índice mide la vulnerabilidad de las mujeres a las calamidades naturales, cambios económicos y conflictos.
En una crítica contundente de cómo se ignoran las voces femeninas, el informe coloca a Pakistán en el último lugar del índice, por debajo de Bangladesh, Bután, India, Maldivas, Nepal y Sri Lanka.
En las cuatro categorías consideradas para medir la resiliencia de las mujeres: economía, infraestructura, institucional y social, Pakistán figura en último lugar. En indicadores tales como presupuesto para asistencia y acceso de las mujeres a empleo y recursos económicos, este país queda debajo de sus vecinos.
El editor responsable de la Unidad de Inteligencia de The Economist, David Line, subrayó: “Los países de Asia meridional deben darse cuenta de la tremenda capacidad de liderazgo de las mujeres en la planificación de y en la respuesta a los desastres. Se ubican en el ‘frente de lucha’ y tienen un conocimiento íntimo de sus comunidades. Un mayor reconocimiento de esto podría ayudar mucho a reducir el riesgo de desastres y mejorar la resiliencia de las comunidades”.
*Traducido por Verónica Firme
[Sección: Línea Global]
Zofeen Ebrahim/IPS
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