Power, la cara oculta de la administración Obama

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Red Voltaire

La administración estadunidense está profundamente dividida. Después de haber eliminado el clan Petraeus-Clinton, que saboteaba sus esfuerzos, el presidente descubre que Feltman y Power siguen adelante con sus intrigas

Thierry Meyssan/Red Voltaire

Damasco, Siria. Nombrada en 2013 representante permanente de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la embajadora Samantha Power es la líder de los halcones liberales, especie de alter ego de los neoconservadores en la promoción del intervencionismo del imperio estadunidense. Durante su audición de confirmación ante el Senado, Power proclamó: “Este país es el país más grande de la Tierra. ¡Nunca pediré excusas por Estados Unidos!”.

La juventud de Samantha Power

Nacida en el Reino Unido en 1970 y educada en Irlanda, Samantha Power emigró a Estados Unidos a los 9 años de edad, cuando su madre abandonaba a su padre pianista para volver a casarse con un médico, más adinerado. Después de cursar brillantes estudios de derecho en la Universidad de Yale, Power trabajó como periodista de deportes en la CNN, televisión de información internacional cuya redacción albergaba miembros del Cuarto Grupo de Operaciones Sicológicas de Fort Bragg.

Samantha Power llegó a la Carnegie Endowment for International Peace como asistente de Morton Abramowitz, quien también administraba por entonces la National Endowment for Democracy, la cara legal de la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA, por su sigla en inglés).

Durante la guerra en Bosnia-Herzegovina, Power trabajó como reportera para el Boston Globe, The Economist, New Republic y US News and World Report. Conoció entonces a Richard Holbrooke, quien se convirtió en su mentor. Hoolbroke fue el organizador de la independencia de Bosnia-Herzegovina bajo la Presidencia de Alija Izetbegovic, al término de una guerra organizada por Estados Unidos para desmembrar la entonces República Socialista Federal de Yugoslavia. Samantha Power no podía ignorar que Izetbegovic se había rodeado de tres consejeros: el neoconservador estadunidense Richard Perle para los temas diplomáticos, el cabildero francés Bernard-Henri Levy para la propaganda y, para ocuparse de las cuestiones militares, el islamista saudita Osama bin Laden.

La prensa no fue suficiente para Samantha Power, así que retomó sus estudios en Harvard, en la Escuela Kennedy de Gobierno, donde creó, en 1998, el Centro Carr para la Política de los Derechos Humanos. Samantha Power entiende los “derechos humanos” en el sentido anglosajón de ese término: proteger a los humanos de los posibles abusos del poder estatal. Como hiperpotencia, el imperio debe tener una política de derechos humanos y formar para ello a sus altos funcionarios.

Esta concepción se opone culturalmente a la de los países latinos, donde se habla, por el contrario, de los “derechos del hombre y del ciudadano”. Para estos países la cuestión no es limitar los poderes del Estado, sino cuestionar su legitimidad. Por consiguiente, no puede existir en ellos una “política de derechos humanos” porque los derechos humanos son la irrupción del pueblo en la política.

El Centro Carr es financiado por la fundación del exempresario Gregory C Carr y por la fundación del líbano-saudita Rafic Hariri.

En 2001, la profesora Power participó como consultante en la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados, creada por Canadá. Fue el inicio de la noción de “responsabilidad de proteger” (responsability to protect, R2P). Los expertos ponen sobre la mesa la idea de que para prevenir masacres como las de Srebrenica (Bosnia) o Ruanda, el Consejo de Seguridad de la ONU tendría que poder intervenir cuando ya no hay Estado.

Al año siguiente, Samantha Power publicaba su obra maestra: A problem from hell: America and the age of genocide [En español, Un problema del infierno: Estados Unidos y la era del genocidio]. Particularmente difícil de leer, este libro le valdrá la obtención del Premio Pulitzer. Aunque comienza por el genocidio armenio para terminar por el que supuestamente sufrieron los albaneses en Kosovo, el libro gira esencialmente alrededor de la cuestión del exterminio de los judíos de Europa a manos de la Alemania nazi y de la doctrina jurídica de Raphael Lemkins.

Lemkins era fiscal en Varsovia durante el periodo intermedio entre las dos guerras mundiales. Como experto de la Sociedad de Naciones denunció los crímenes de “barbarie” cometidos por el Imperio Otomano contra los cristianos –incluyendo a los armenios– (de 1894 a 1915) y posteriormente por Irak contra los asirios (en 1933). Durante la Segunda Guerra Mundial, Lemkins escapó a la persecución nazi contra los judíos exilándose en Estados Unidos, donde se convirtió en consejero del Departamento de Guerra. Toda su familia, que se había quedado en Europa, fue asesinada. Poco a poco, Lemkins forjó el término “genocidio” para designar una política tendiente a liquidar un grupo étnico en particular. Finalmente se convirtió en consejero del fiscal estadunidense en el Tribunal de Nuremberg, que condenó a varios dirigentes nazis por “genocidio”.

Para Samantha Power, Raphael Lemkins abrió una vía en la que Estados Unidos tendría que haber perseverado. Sólo el senador William Proxmire –pariente de los Rockfeller– continuó su lucha hasta que el Senado ratificó, en 1986, la Convención para la Prevención y la Represión del Crimen de Genocidio. Como única potencial global, Estados Unidos tiene, en lo adelante, el deber de intervenir allí donde lo exijan los “derechos humanos”.

Sin embargo, la profesora Power nunca se interrogó sobre la responsabilidad de Estados Unidos en las masacres contemporáneas, ya sea sobre su responsabilidad directa –como en Corea, Vietnam y Camboya (desde 1969 hasta 1975) y en Irak (desde 1991 hasta 2003)– o sobre su responsabilidad indirecta –como en Indonesia, Papuasia, Timor Oriental, Guatemala, Israel y Sudáfrica. La “responsabilidad de proteger” aporta la justificación teórica, a posteriori, de la “guerra humanitaria” en Kosovo. Algo que el profesor Edward Harriman resume de la siguiente manera: “Para ella [Samantha Power], Estados Unidos no es el problema, sino la solución”.

La “responsabilidad de proteger” se ha convertido en un “deber moral” de intervenir en todo país que Washington acuse de practicar o de planificar un genocidio. Ya ni siquiera hay que esperar a que el Estado se desmorone para iniciar la intervención, basta con un pretexto.

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Para Power, Hillary Clinton es “un monstruo” capaz de ensuciar a cualquiera con mentiras con tal de ganarse un puesto

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También en 2002, Samantha Power dio una entrevista a la serie de video de la Universidad de Berkeley Conversations with history. Al responder a una pregunta sobre cómo debería reaccionar Estados Unidos si el conflicto israelo-palestino se agravara al extremo de hacer posible un genocidio, Power aconseja el envío de una importante Fuerza Militar para separar a los dos bandos. Pero se manipula su respuesta para acusarla de no ponerse del lado de Israel por antisemitismo. Así que Samantha Power se ve obligada a solicitar la ayuda de varias personalidades judías estadunidenses, como Abraham Foxman de la Anti-Defamation League, para que la saquen de esa situación y recuperar su imagen.

Samantha Power se veía entonces en el gobierno. En 2003, participó brevemente en el equipo de campaña del general Wesley Clark, el excomandante supremo de las Fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Kosovo, quien compitió por la investidura demócrata a la elección presidencial.

En 2005-2006, Power fue invitada por un senador que acababa de salir de la nada: Barack Obama. Este joven era un protegido del exconsejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski y de su financista David Rockefeller. Se informó a Samantha Power sobre el proyecto de convertir a este joven negro en el próximo presidente de Estados Unidos y ella decide renunciar a sus funciones en Harvard y unirse al equipo de Obama para convertirse en su secretaria de Estado.

En 2006, Obama emprendía como parlamentario un extraño viaje por África. En realidad se trataba de una misión de la CIA para sentar las bases de un cambio de régimen en Kenya, su país de origen. Samantha Power recibe la misión de preparar el viaje y principalmente la etapa de los campos de refugiados de Darfur.

También participó ampliamente en la redacción de The audacity of hope: thoughts on reclaiming the american dream, libro con el que Barack Obama se dio a conocer al público estadunidense y que le abrirá el camino hacia la Casa Blanca.

Ya convertida en todo un personaje de la intelectualidad imperialista, Samantha Power se apoderó de la figura de Sergio Vieira de Mello. Este diplomático brasileño había sido Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos antes de morir asesinado en Irak, en 2003, cuando esperaba convertirse en secretario general de la ONU. Power le dedicó una entusiasta biografía titulada Mantener la llama: Sergio Vieira de Mello y la lucha por salvar el mundo (sic). También ejerció su influencia sobre otro oportunista, el francés Bernard Kouchner, quien reemplazó a de Mello como representante especial del secretario general de la ONU en Kosovo (1999-2001) y fue posteriormente designado por Washington como ministro de Relaciones Exteriores de Nicolas Sarkozy (2007-2010).

Samantha Power militó en varias organizaciones intervencionistas, principalmente en el International Crisis Group del multimillonario húngaro-estadunidense George Soros, y el Genocide Intervention Network, que ha pasado a llamarse United to End Genocide.

Samantha Power y Cass Sunstein

Durante sus contactos con Barack Obama, Samantha conoció a uno de sus amigos, el profesor Cass Sunstein, nacido, como ella, el 21 de septiembre pero 16 años antes. Sunstein había trabajado durante mucho tiempo como profesor en Chicago, donde se vinculó con el joven político Obama. Más tarde se fue a Harvard, donde su oficina estaba a sólo una calle de la oficina de Power. Extremadamente ambiciosos, estos dos personajes harían cualquier cosa por darse a conocer. En julio de 2008, la católica Power y el judío cabalista Sunstein se casan en Irlanda. Juntos formarán lo que el periodista populista Glenn Beck llamará “la pareja más peligrosa de Estados Unidos”.

Autor prolijo –escribió varios libros al año y publicó numerosos artículos de opinión en diarios importantes–, Cass Sunstein opinaba sobre cualquier cosa: desde los impuestos hasta los derechos de los animales. Es, ampliamente, el profesor universitario más citado en la prensa estadunidense, lo cual no tiene absolutamente nada de sorprendente ya que se ha pronunciado sistemáticamente a favor del poder del Estado en contra de las personas sometidas a procesos judiciales, tanto respaldando las comisiones militares de George W Bush en Guantánamo, Cuba, como luchando contra la Primera Enmienda (libertad de expresión).

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Power es líder de los halcones liberales, una especie de alter ego de los neoconservadores en la promoción del intervencionismo de EU

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En otras palabras, mientras Samantha Power canta loas a los “derechos humanos” y se convierte en la referencia intelectual en la materia, su esposo Cass Sunstein se opone a ellos con todas sus fuerzas y se convierte en referencia jurídica sobre ese tema. Entre los dos son capaces de defender cualquier cosa y lo contrario con el mismo ardor, siempre y cuando ello sea útil a sus intereses.

Junto al economista comportamentalista Richard Thaler, Sunstein publicó Nudge: improving decisions about health, wealth, and happiness [en español, Contribución: cómo mejorar las decisiones en materia de salud, riqueza y felicidad], donde los autores estudian las influencias sociales que empujan a los consumidores a tomar malas decisiones. Al mismo tiempo, elaboran una teoría sobre cómo podrían utilizarse esas mismas influencias sociales para llevarlos a tomar “decisiones correctas”. Esto es lo que llaman el “paternalismo liberal”, un oxímoron que designa púdicamente un método de manipulación de las masas.

En septiembre de 2015, el presidente Obama adoptará el “paternalismo liberal” como nueva política e impartirá a su administración instrucciones para multiplicar las “contribuciones”.

Durante la campaña electoral de 2007-2008, Sunstein redacta con Adrian Vermeule un trabajo destinado a las universidades de Chicago y Harvard, trabajo que se impondrá como doctrina a la administración Obama para luchar contra las “teorías conspirativas” –es decir, contra el cuestionamiento de la retórica oficial– y que inspirará posteriormente al presidente francés François Hollande y la Fundación Jean-Jaures. En nombre de la “libertad” ante el extremismo, los autores definen en ese trabajo un programa para aniquilar esta oposición:

“Podemos imaginar fácilmente una serie de posibles respuestas.

  1. El gobierno puede prohibir las teorías conspirativas.
  2. El gobierno podría imponer una especie de impuesto, financiero o de otro tipo, a quienes difundan tales teorías.
  3. El gobierno podría implicarse en un contradiscurso para desacreditar las teorías conspirativas.
  4. El gobierno podría contratar partes privadas creíbles para que se impliquen en un contradiscurso.
  5. El gobierno podría implicarse en la comunicación informal con las terceras partes y estimularlas.”

La dictadura con guantes de terciopelo inicia su marcha

El presidente Obama nombraría a Cass Sunstein a la cabeza de la Office of Information and Regulatory Affairs, una oficina de la Casa Blanca encargada de simplificar los trámites administrativos.

Pero Sunstein pasaría el primer año haciendo otra cosa: buscando argumentos económicos para justificar la necesidad de luchar contra las emisiones de carbono que pueden provocar un calentamiento climático. Buena noticia para el presidente Obama, quien redactó –cuando trabajaba para el exvicepresidente Al Gore y su socio financiero David Blood– los estatutos de la Climate Exchange, Ltd, y los de la Bolsa de Derechos de Emisiones de Carbono en Chicago. El presidente francés François Hollande y su ministro de Relaciones Exteriores Laurent Fabius utilizarían esos argumentos para preparar la Cop 21 (la 21 Conferencia de las Partes) y enriquecer a sus amigos.

De universitaria de moda a mujer del poder

Volvamos a la campaña electoral. En una entrevista, Samantha Power describe a Hillary Clinton, la entonces rival de Obama en la carrera por la investidura demócrata, como “un monstruo” capaz de ensuciar a cualquiera con mentiras con tal de ganarse un puesto (alusión a la polémica electoral sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte), incidente que la obligó a dimitir. Su mentor Richard Holbrooke –quien encubrió el genocidio en Timor Oriental– servirá posteriormente de intermediario entre Clinton y Power para resolver el diferendo entre ambas.

Durante la transición presidencial, Samantha Power trabajó con quien sería el futuro consejero de seguridad nacional Thomas Donilon y con Wendy Sherman en la preparación de la sucesión en el Departamento de Estado. Pero al final no será la joven señora Power-Sunstein sino Hillary Clinton –de 64 años, exprimera dama y exsenadora– quien se convertiría en secretaria de Estado del presidente Obama.

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Para EU, la “responsabilidad de proteger” es un “deber moral” de intervenir en todo país que “practique” o “planifique” un genocidio

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Samantha Power pasó entonces a ser asistente especial del presidente y directora del Buró de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Casa Blanca. Desde esas posiciones obtiene para David Pressman, un exasistente de Madeleine Albright, el puesto de director de Crímenes de Guerra y Atrocidades en el Consejo de Seguridad Nacional. Pressman había creado, con John Prendergast, Not on Our Watch, una organización para difundir la idea de que existía un genocidio en Darfur, y había enrolado en esa tarea a una serie de figuras de Hollywood, como George Clooney y Matt Damon.

Power también logró convencer a Obama de crear un Consejo de Prevención de Atrocidades que reúne en su seno varias agencias estadunidenses. Extrañamente ese organismo no ha publicado absolutamente ningún informe y se ha limitado a un sólo encuentro en el Congreso. Lo único que se sabe de ese Consejo es que se felicitó por el éxito de la operación en Kenia, lo cual remite al viaje a África que la CIA y Samantha Power organizaron para el otrora senador Obama. Pero la mencionada operación fue un cambio de régimen que, lejos de evitar un genocidio, se concretó al precio de masacres tribales cuidadosamente provocadas. Finalmente, ese Consejo parece haberse desvanecido cuando el Emirato Islámico inició la limpieza étnica en el Sunistán iraquí.

En octubre de 2009, Samantha Power escribió la parte esencial del discurso de Obama para la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz. Power desarrollaba en ese texto la idea de una ética de geometría variable: un presidente tiene que utilizar la fuerza y por desgracia no puede actuar como un Mahatma Gandhi o un Martin Luther King júnior.

En el Consejo de Seguridad Nacional, Power conoció al asistente de Hillary Clinton enfrascado en la preparación de la Primavera Árabe, el exprocónsul estadounidense en Líbano Jeffrey Feltman. El objetivo era derrocar los regímenes laicos árabes (Túnez, Egipto, Libia, Siria y Argelia), sean o no aliados de Estados Unidos, para poner en el poder a la Hermandad Musulmana.

Cuando Muamar el Gadafi declaraba que su país estaba siendo víctima de un ataque de Al Qaeda y envió su Ejército a Bengasi con órdenes de recuperar las bases militares que los terroristas habían tomado, y anunciaba enfáticamente que si no se rendían haría “correr ríos de sangre”, Samantha Power ya tenía listo un discurso. Las agencias de prensa occidentales hicieron creer que una revolución popular estaba teniendo lugar en Libia y que Gadafi se disponía a masacrar a su propio pueblo. Así que Estados Unidos tenía que evitar el genocidio que se preparaba. Rápidamente se puso en marcha la guerra contra Libia, planificada desde 2001. La operación costaría las vidas de 160 mil personas y dejaría, además, 4 millones de desplazados.

Embajadora en la ONU y líder de los halcones liberales

Durante su segundo mandato presidencial, Barack Obama trata de deshacerse de los belicistas que conspiran a sus espaldas. Arregla el arresto, con esposas y todo, del general David Petraeus, exdirector de la CIA, y saca a Hillary Clinton del Departamento de Estado. La soñada dirección del Departamento de Estado está nuevamente disponible, pero el presidente Obama nombra a John Kerry –de 70 años, con 28 años como senador, y excandidato a la Presidencia de Estados Unidos–. Con 43 años y sin haber ocupado nunca un cargo sometido a la voluntad de los electores, Samantha Power logra obtener el puesto de embajadora en la ONU.

Hasta aquí, Power se había mostrado obediente, respaldando la Primavera Árabe, pero aceptando el acuerdo con Rusia durante la Conferencia de Ginebra, Suiza. En la ONU vuelve a encontrarse con el exasistente de Hillary Clinton, Jeffrey Feltman, ahora convertido en director de Asuntos Políticos de la organización, es decir, el verdadero mandamás de la Organización de las Naciones Unidas. A partir de su nominación, en junio de 2012, Feltman organiza por debajo de la mesa el sabotaje contra el Comunicado de Ginebra por parte de la secretaria de Estado. Feltman es un tipo hábil y no tardará en reclutar a la ambiciosa embajadora Power, sumándola a su bando a espaldas del nuevo secretario de Estado, John Kerry.

El plan es simple: Power tendrá que ganar tiempo frente a los rusos y los iraníes, mientras que Feltman tentará a Arabia Saudita y Turquía con un proyecto de rendición total e incondicional de la República Árabe Siria y los generales Petraeus y Allen organizan la guerra secreta para derrocar a Bachar al-Assad. Si todo funciona bien, Estados Unidos obtendrá la victoria, Rusia será expulsada de Oriente Medio, se mantendrá el embargo contra Irán y el presidente Obama se verá ante los hechos consumados.

Efectivamente, Samantha Power hará fracasar todos los intentos de alcanzar una solución política en Siria.

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Power hará fracasar todos los intentos de alcanzar una solución política en Siria, por ello trabaja con la Syrian Emergency Task Force

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Sobre el tema sirio, Samantha Power comienza rápidamente a trabajar con la Syrian Emergency Task Force, que se presenta como un grupo de sirios revolucionarios que tratan de sensibilizar a los dirigentes estadunidenses. Pero ese grupo está en realidad bajo la dirección de Muaz Mustafa, un palestino miembro de la Hermandad Musulmana, exasistente parlamentario de John McCain y experiodista de Al Jazeera, que trabaja para el Washington Institute for Near East Policy (el tanque pensante del Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos-Israel) y está implicado en los diversos países que han sido blanco de la Primavera Árabe. Este personaje dirigió la televisión Sawatel, creada en Egipto para poner a Mohamed Morsi en el poder y dirigió después el Libyan Council of North America. Fue precisamente Muaz Mustafa quien organizó el viaje de John McCain a Siria, en mayo de 2013, y el encuentro de ese senador estadunidense con el futuro califa del Emirato Islámico.

Cuando la prensa occidental se entera del ataque químico en las cercanías de Damasco y lo presenta como una acción del “régimen de Bachar” contra su “oposición democrática”, Samantha Power encuentra al fin la oportunidad de defender poblaciones vulnerables. En una conferencia en el Center for American Progress, se pronuncia a favor de “bombardeos limitados para prevenir e impedir el uso futuro de armas químicas”. Pero, ya informada de que todo es una operación bajo bandera falsa de los servicios secretos turcos tendiente a implicar a la OTAN en la guerra, la Casa Blanca le ordena no hacer nada. Atrapada entre su retórica humanitaria, sus compromisos con Feltman y su deber de lealtad al presidente, Power se va con su esposo a un festival de cine en Irlanda mientras que el Consejo de Seguridad de la ONU debate el tema.

La bella retórica de Samantha Power sobre los derechos humanos resulta una carta de triunfo cuando el Emirato Islámico ataca Irak. Con ella, Estados Unidos logra forzar el primer ministro iraquí recién electo, Nuri al-Maliki, a dimitir sin tener que mencionar su violación del embargo estadunidense sobre el armamento iraní ni sus ventas de petróleo a China sin uso del dólar. También permite justificar la creación de la coalición internacional contra el Emirato Islámico que, por supuesto, siguiendo instrucciones impartidas por Feltman a la ONU y del general Petraeus, en vez de bombardear el grupo yihadista, le lanza en paracaídas cargamentos de armas y municiones a lo largo de un año.

Pero Samantha Power acaba viéndose obligada a mostrar sus cartas durante la intervención militar rusa en Siria. En una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, la señora Power reclama una intervención estadounidense y entra en conflicto con Robert Malley, responsable de Oriente Medio en el seno del Consejo.

Robert Malley es el hijo del periodista francófono y fundador de la revista Afrique-Asie, Simon Malley, y de Barbara Malley, excolaboradora del Frente de Liberación Nacional argelino. Robert Malley milita en contra del imperialismo de Estados Unidos, pero es favorable a un liderazgo estadunidense con los estados en vías de desarrollo y desempeñó un papel importante en las negociaciones con Irán. Y conoce bien al presidente sirio Bachar al-Assad, con quien se ha entrevistado en numerosas ocasiones. Resulta por consiguiente imposible hacerle tragar el cuento del tirano-que-asesina-a-su-propia-pueblo. Malley subraya que la República Árabe Siria, con el respaldo de Rusia, ha ganado y que ya es hora de pactar la paz.

Power finge aceptar, pero la CIA ya ha iniciado una nueva guerra, ahora destinada a crear un Kurdistán en el Norte de Siria, en un territorio que incluye un 70 por ciento de tierras no habitadas por kurdos.

Al igual que su esposo, el “paternalista liberal” Cass Sunstein, Samantha Power se define recurriendo a un oxímoron cuando se proclama, con toda la seriedad del mundo, “idealista maquiavélica”.

Elementos fundamentales:

Los profesores Samantha Power y Cass Sunstein forman una pareja de ambiciosos en la que ambos exponen magistralmente discursos diametralmente opuestos. Sin embargo, coinciden en la defensa del imperio estadunidense contra los ciudadanos y los pueblos.

Para Samantha Power, Estados Unidos tiene la potestad de hacer cualquier cosa en nombre de los “derechos humanos”, mientras que para Cass Sunstein es en nombre de la “libertad” que el Estado puede darse el lujo de hacer cualquier cosa. Lo importante es que el discurso esconda la realidad.

La embajadora Samantha Power apoya actualmente al clan Clinton-Feltman-Petraeus-Allen para luchar contra Rusia, Irán y Siria. Mientras tanto, el profesor Cass Sunstein teoriza sobre una forma de dictadura suave. Sunstein ha convencido al presidente Obama para que manipule las opiniones de la gente mediante la censura o desacreditando a la oposición y para que manipule los comportamientos actuando sobre su entorno social.

Thierry Meyssan/Red Voltaire

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