Andrew Korybko/Red Voltaire/Oriental Review
Cien años después del internamiento en campos de concentración de las poblaciones rusoparlantes (los rutenos) que entonces vivían dentro de las fronteras de la actual Ucrania, la historia parece estar a punto de repetirse.
Unos días después, el primer ministro, Arseni Yatseniuk calificó de “subhombres” a los defensores del federalismo de las regiones orientales de Ucrania.
Los padrinos estadunidenses del régimen de Kiev no sólo se han abstenido de condenar las intolerables declaraciones de Yatseniuk, sino que además lo han defendido abiertamente al declarar, por boca de la portavoz del Departamento de Estado, Jen Psaki, que Yatseniuk “ha abogado constantemente por la búsqueda de una solución pacífica”, lo cual es mentira.
Desde la Agencia de Bienes Inmobiliarios del Estado ucraniano se han filtrado declaraciones más inquietantes aún que hacen pensar en la preparación de una profunda limpieza étnica. Se anunció que extensiones de tierra serán asignadas gratuitamente a los miembros de los servicios especiales del ministerio del Interior y del Ejército que están luchando contra los federalistas. Ante la perspectiva de una limpieza étnica de gran envergadura en Ucrania, no es necesario ser particularmente inteligente para adivinar a expensas de quiénes se organizará esa entrega de “tierras gratuitas”, que recuerda la necesidad de “espacio vital” (Lebensraum) que fue reclamada en otra época.
Fue en 1914 cuando se aplicó por vez primera una política de internamiento en campos de concentraciones contra las poblaciones a las que se condenaba por su empatía con Rusia. Los austriacos internaron a los rutenos y los lemkos (subgrupo étnico estrechamente emparentado con los rutenos o rusinos) afirmando que la obstinación con la que ambos grupos reivindicaban su propia identidad olía a traición. De la misma manera, la negativa de los pueblos del Donbás a renunciar a su propia identidad les vale ahora las actuales acusaciones de traición, lanzadas específicamente por el ministro de Defensa ucraniano, Mijaíl Koval. Este último llegó a ese cargo cuando su predecesor fue destituido por no haber logrado impedir la reunificación de Crimea con la Federación Rusa.
El destino que Korval reserva a los habitantes del Donbás contradice gravemente las normas del derecho internacional y constituye un crimen contra la humanidad. La deportación forzosa y el desplazamiento de poblaciones, su internamiento motivado por el hecho de residir en determinada región, así como la adopción de medidas discriminatorias contra un grupo étnico y cultural están formalmente prohibidas, a la luz del artículo 7 del Estatuto de Roma, instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional.
Para Yatseniuk y sus acólitos del régimen de Kiev, los habitantes de las regiones orientales de Ucrania que se oponen a su política no son otra cosa que “subhombres”. Así que los derechos humanos no se aplican a esas poblaciones. Por consiguiente, esos “subhombres” ya no tendrán derecho a que se les reconozcan sus propiedades, de las que se verán desposeídos durante las “reubicaciones” a las que han de verse sometidos. Sus casas, sus tierras y sus empresas serán el tributo (“las tierras gratuitas”) que el régimen de Kiev ha prometido a sus jenízaros desplegados en las provincias del Este.
Los dirigentes occidentales han optado por ignorar esas violaciones flagrantes de los derechos humanos, aunque siempre se apresuran a emitir denuncias ante supuestas violaciones y en amenazar con intervenciones militares a los culpables que ellos mismos designan. Así se demuestra que la retórica del “deber de intervención humanitaria” y los eslóganes que la acompañan no han sido nunca otra cosa que mentiras al servicio de ambiciones estratégicas hábilmente disimuladas.
Los 6 millones de habitantes del Donbás se ven hoy ante la amenaza de un desastre humanitario similar al que fue impuesto a sus mayores hace 70 años. Muchos creyeron, erróneamente, que las fuerzas criminales causantes de aquellos horrores habían sido definitivamente barridas del Continente Europeo y que aquellos tiempos de barbarie, que el régimen de Kiev reinstaura hoy en día con la complicidad y el activo apoyo de sus padrinos occidentales, se habían terminado para siempre.
Andrew Korybko/Red Voltaire/Oriental Review
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