Cuando la primera ministra de Reino Unido, Theresa May, convocó sorpresivamente a elecciones anticipadas el pasado 18 de abril, no podía imaginar la crisis política que enfrentaría meses después.
La decisión de adelantar los comicios previstos para 2020 hasta una fecha tan temprana como el 8 de junio pasado formaba parte de un plan para ampliar la mayoría absoluta que poseía el Partido Conservador en el Parlamento.
Los “tories” –como se les conoce a los miembros de esa agrupación de derecha– mandaban cómodamente con 330 escaños en la Cámara de los Comunes del emblemático Palacio de Westminster.
La mandataria se proponía aumentar esa ventaja para enrumbar su gestión en busca de una salida británica de la Unión Europea (UE), expedita y sin muchas complicaciones.
En definitiva, aún cuando May se sumó a las campañas contra el denominado Brexit previas a la consulta popular, fue el triunfo de esa iniciativa lo que catapultó a la entonces ministra del Interior hasta la residencia ubicada en el número 10 de Downing Street, luego de la renuncia de su anterior inquilino, David Cameron.
“Un liderazgo seguro, fuerte y estable para afrontar el Brexit e ir más allá”, así definió su breve campaña electoral la segunda mujer en la historia en alcanzar la cima del gobierno de ese país.
Pero llegó el octavo día del sexto mes, y con él sucumbió la estrategia de la primera ministra, al igual que perecieron casi 1 año antes, el 23 de junio de 2016, las ilusiones de más de 16 millones de británicos que votaron por la permanencia en la UE.
El desastre electoral se tradujo estadísticamente en la pérdida de 12 asientos parlamentarios para los “tories”, hasta quedarse en 318, siete por debajo de los requeridos para imponer el orden en solitario.
Ese resultado desencadenó una especie de penitencia diaria para el régimen de May. Un castigo que, luego de 50 días, aún no tiene para cuando acabar.
“Los conservadores perdieron escaños, votos, apoyo y confianza. Creo que eso es suficiente para que se vaya Theresa May”. Así, directo al corazón, fueron las primeras declaraciones del líder de la oposición, Jeremy Corbryn, luego de conocerse el resultado de las votaciones.
El político de 68 años de edad encabezó la arremetida del Partido Laborista, dotado de un segundo aire con la obtención de 30 nuevos diputados.
Aunque los 262 escaños en la Cámara Baja no resultaron suficientes para adueñarse del poder, con esta “victoria” la segunda fuerza parlamentaria de Reino Unido volvió a la ofensiva en el tablero político del antiguo imperio.
Ante la pérdida de la mayoría absoluta, May debía aliarse a una formación menor para disponer nuevamente de más de la mitad de las 650 butacas en Westminster. Sin ese pacto, a los conservadores se les dificultaría la aprobación de legislaciones claves, como todas las relacionadas con el Brexit.
La primera ministra negoció entonces el respaldo del Partido Unionista Democrático (PUD) de Irlanda del Norte, una afiliación de conocida ideología ultraderechista.
Con la elección del PUD y sus 10 diputados como socios en el Parlamento, la mandataria enfrentó un rechazo aún mayor de la oposición, pues diversos sectores consideran una especie de “soborno” los 1 mil 900 millones de euros entregados por el gobierno a esa agrupación a cambio de su “apoyo”.
Como si el destino también estuviera en su contra, el 14 de junio un edificio londinense de 30 pisos, donde residían familias de pocos ingresos, resultó víctima de un devastador incendio, en el cual perdieron las vidas 80 personas, según el último reporte policial.
La tragedia de la torre de Grenfell dibujó otra mancha en el expediente de la gobernante, quien sufrió una vez más la aversión mediática por la ineficiencia de su administración en el manejo del desastre.
En medio de los cuestionamientos, la primera ministra presentó ante Lores y Comunes su programa gubernamental para los próximos 2 años, marcado por el Brexit. Poco después, comenzarían las negociaciones con la UE, cuyas dos rondas iniciales concluyeron envueltas en fuertes polémicas.
Los equipos negociadores no concretaron un entendimiento en cuanto al derecho de los ciudadanos de ambas partes tras la ruptura, la frontera entre Irlanda y la región de Irlanda del Norte, así como en el monto económico a abonar por Reino Unido previo a la separación.
Todos los hechos y circunstancias anteriores se encuentran matizados por el temor creciente de la población ante la oleada de atentados terroristas que han azotado al país en los últimos años. Precisamente, los sucesos violentos se incrementaron desde que May fuera nombrada titular del Interior por Cameron, en mayo de 2010.
Al frente de ese ministerio, la dirigente conservadora orquestó el recorte de al menos 20 mil puestos policiales, medida que varios expertos catalogaron como una de las principales causas de las recientes brechas en la seguridad de la nación.
Desde su entrada al equipo de gobierno hace 7 años, informes contabilizan un total de 12 ataques ocurridos en ese territorio, en los cuales perdieron la vida más de 40 personas.
De estos lamentables eventos, sólo los cuatro últimos fueron perpetuados por extremistas islámicos, y analistas consideran significativo que los mismos ocurriesen en fecha posterior a la votación del Brexit y al ascenso de May a la cabeza del Ejecutivo en julio de 2016.
El de mayor envergadura fue el pasado 22 de mayo en la norteña ciudad de Manchester, cuando un terrorista suicida detonó una bomba tras concluir un concierto de la cantante Ariana Grande, que provocó la muerte de 22 personas, el número de víctimas mortales más elevado desde el ataque al metro de Londres en 2005.
¿Al borde del abismo?
Con sólo una mirada hacia atrás, basta para reconocer que el paso de Theresa May por los altos cargos del gobierno británico no ha sido fácil.
Todos los sucesos concatenados desde su arribo al gabinete en 2010, hasta los acontecimientos de los últimos 50 días, sitúan a esta primera ministra de 61 años como la más impopular desde 1997, según las últimas encuestas.
Varios medios de prensa apuntan que esa realidad, sumada a las diferencias cada vez más notorias en el seno de su partido, vislumbra una fuerte oposición interna en la próxima conferencia de los “tories”, programada para octubre.
Cuando aún faltan más de 2 meses para ese momento, algunos de los críticos más acérrimos de la dirigente conservadora ya pronostican que esa formación podría darle la espalda y optar por una renovación del liderazgo.
Sin embargo, la propia May tal vez no considere tan grave esa amenaza para sus aspiraciones de continuar al frente de la quinta economía del planeta. Lo cierto es que mientras su nación vive uno de los momentos políticos más tensos del presente siglo, la señora Theresa decidió irse a finales de julio de vacaciones a una playa italiana.
Quizás, tras 50 días del descalabro sufrido en los últimos comicios, May sólo busque un poco de sol en medio de tantas sombras.
Raúl A del Pino Salfrán/Prensa Latina
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