Santa Cruz Itundujia, Tlaxiaco, Oaxaca. La algarabía de una fiesta y el efecto de algunas cervezas lo hicieron disparar al aire libre, en medio de la serranía. Tres balas salieron del viejo revólver .22 que portaba Efraín Cruz López, taxista de oficio.
El joven de 24 años de edad iba acompañado por su amigo Emilio Constantino García, a quien le pidió manejar de regreso. Era 21 de marzo y había terminado el baile popular en la colonia Primavera Morelos (ubicada a unos 11 kilómetros de la agencia Morelos de este municipio, donde él vivía). Ya casi daban las 3 de la madrugada.
Emilio y Efraín recorrieron el camino de regreso sin ningún contratiempo, fueron menos de 30 minutos entre una brecha bordeada de encinos. Al llegar a su comunidad, frente a la escuela primaria Profesor Jacobo Herrera Salazar, 11 policías (cinco municipales y seis estatales) comenzaron a disparar. No hubo aviso de detención, tampoco persecución hasta ese momento. No hubo tregua.
Ráfagas de cuerno de chivo y escopeta entraron por los costados del Tsuru guinda, el parabrisas, techo, faros… Había tirados más de 50 casquillos alrededor del vehículo (según evidencias periciales). Los pobladores hablan de 20 minutos continuos de ataque.
Los tripulantes abandonaron el automóvil para repeler el ataque. Emilio corrió
hacia una brecha que conducía a la entrada de la comunidad, cerca estaba su casa. Efraín intentó esconderse árboles abajo. Los disparos no cesaban.
Los 11 policías bajaron de la patrulla 0049 con lámparas y armas largas en la búsqueda de los jóvenes, comenzó la cacería. Efraín gritaba, el pueblo despertó en espanto, “era la primera vez que escuchábamos algo así”, relata Caritina Cruz López, su hermana.
Los oficiales escudriñaban entre la serranía y Efraín pedía ayuda en un grito desesperado. La situación entró en tensa calma, de pronto: uno, dos, tres disparos marcaron el final de la búsqueda. Efraín yacía entre la vegetación de una ladera. Los perros aullaban.
Caritina veía el movimiento de los policías desde la ventana de su casa, ahí escuchó la ejecución; para entonces ya había reconocido el taxi guinda de su hermano. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de ella. Bajó hacia donde estaba el auto de Efraín, la oscuridad de la madrugada le daban la esperanza de haber visto mal, de equivocarse sobre que algo malo le pasaba al más joven de la familia Cruz López. Emilio, sobrevivía y le daba alcance para avisar lo que ocurría.
“Me dirigí a uno de ellos [de los policías] y le pregunté qué había pasado, le decía que el coche era de mi hermano, pregunté dónde estaba y me dijo: ‘No sabemos si se escapó o dónde está’, aunque ya sabían lo que habían hecho. Luego pregunté por qué lo habían baleado y me dijeron que él había empezado… Pero ellos eran 11”, dice en tono de reclamo.
Acababa de cumplir 24 años y todavía vio nacer a su segunda hija. Efraín era un joven que buscaba salir de la miseria en la que él y su familia vivían. Tenía pensando viajar a Estados Unidos en este mes de junio, a buscar más.
Esther Cruz Núñez, pareja sentimental de Efraín, dormía cuando el taxi guinda entraba al pueblo. La emboscada se escuchó desde la casa de madera en la que vive. Los disparos la despertaron, estaba inquieta, tenía miedo. Ella cuidaba a las niñas (Abril, de 2 años, y la de 3 meses de edad, a quien todavía no registraban) y no sabía qué hacer, qué estaba pasando.
La joven viuda relata que había decidido no acompañarlo al baile, “porque ya con dos [hijas] es más difícil y ésta todavía está chiquita. Todavía lo vimos en la tarde, después de que regresó de jugar básquet. Subió a cambiarse y a ver a las niñas”.
Ahora Esther va y viene entre abogados y autoridades oaxaqueñas en busca de justicia. No sabe cuál será su futuro. Conoció a Efraín después de que él regresó al pueblo, de haber intentado suerte en la milicia. “Él decía que eso no era para él, por eso iría al Norte, al campo, a ganar dinero, para sacar adelante a sus hijas”, comenta la mujer mixteca.
“Yo lo único que quiero es justicia, ellos deben pagar con cárcel lo que hicieron, se supone que los policías vienen a poner seguridad para la comunidad, y al contrario, mataron a una persona. El corrió por su vida y aun así lo buscaron para matarlo como si fuera un animal”, dice Esther, quien al igual que su pareja sólo estudió hasta la secundaria.
La orfandad no sólo llegó para sus dos hijas, también para Edith, su madre diabética (de 67 años de edad), a quien mantenía y de quien cubría los gastos médicos. Ella, su nuera y nietas comparten dos casas construidas de madera, techos de lámina y piso de tierra. En una de ella luce una base de madera, una hamaca y algunos juguetes. En la otra, leños, un gran comal y una pequeña mesa, tarros para café y utensilios de plástico.
Humberto García Cruz, tesorero de la agencia de policía de Morelos, relata: “Ese día, como cada año, se celebraba el Día de la Primavera. Nosotros recibimos de la presidencia municipal de Santa Cruz Itundujia [encabezada por el priísta Alejandro Eric Cruz Juárez] un oficio donde nos daban una orden de resguardo para un baile. El 20 de marzo nos juntamos con todos los auxiliares de la agencia Morelos. Aproximadamente, a las 9:45 de la noche [sic] nos organizamos con los policías municipales y estatales para resguardar el lugar.
“El baile se llevó bien, entrábamos para ver que todo estuviera en orden. Vimos a Efraín, lo saludamos. A la media noche fui a la camioneta, todo estaba tranquilo y vi que los policías se estaban echando sus cervezas, con su limoncito y todo. Consumieron bebidas alcohólicas, ¡me consta! A partir de las 2:30 de la mañana comenzamos a prepararnos para irnos, minutos más tarde salió Efraín. Emilio se subió del lado del chofer, él de copiloto, hizo tres disparos al aire y se fue.”
—¿Es común que hagan eso?
—Sí, y no solamente en esta comunidad.
“Me sorprendió verlo así porque no era una persona escandalosa, fue la borrachera. El carro no salió huyendo, le dio despacio. La policía seguía dentro del baile; luego, salieron atrás de ellos, calculamos que fueron detrás de él después de 10 minutos, aproximadamente. Minutos más tarde, el comandante de la policía municipal, Aquileo Cruz García, decía por radio que había un herido y pedía una ambulancia. Efraín murió de inmediatamente”, recuerda Humberto.
El abogado, a cargo del Centro de Derechos Humanos y Asesoría de los Pueblos Indígenas, comenta que este caso es grave porque implica a los policías estatales y municipales que se encontraban al resguardo de la gente de esa localidad. “Estamos hablando de una ejecución extrajudicial, de un hecho en el que son responsables la policía municipal de Santa Cruz Itundijia y la estatal de Oaxaca. Aquí los autores fueron elementos de cuerpos policiacos; de alguna manera el Estado fue el culpable.
Con respecto a la investigación que se lleva en la Procuraduría de Justicia del Estado de Oaxaca, se observa que “es una investigación que desde sus inicios está llena de irregularidades, o que demuestra la ineficacia del sistema acusatorio adversarial instrumentado ya en Oaxaca y sobre todo en la región mixteca. El especialista en la defensoría de derechos humanos critica que los hechos no han sido investigados con profesionalismo; de principio, el lugar del asesinato no fue resguardado y las pruebas o evidencias no estaban en una cadena de custodia como debía ser. Además, preocupa que los policías sigan activos, la amenaza a las personas y a las autoridades que están exigiendo justicia es latente porque están libres.
El especialista en la defensa de los derechos humanos advierte: “Cuando hay un hecho de abuso de poder y crímenes cometidos por autoridades, muchas veces estamos hablando de situaciones que quedan en la impunidad”.
—¿Los disparos al aire justifican la ejecución?
—No es lo mismo detener a una persona que acribillarla o actuar en legítima defensa. Hacían referencia a los disparos que hizo esta persona; sin embargo, la Policía los alcanzó en el camino. Nunca les marcó el alto, les dejó que llegaran al lugar y ahí los acribillaron. Esta una ejecución extrajudicial.
En una mesa de trabajo, a la que tuvo acceso Contralínea, autoridades de la Procuraduría General de Justicia, de la Secretaría de Seguridad Pública y la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca (DDHPO), se acordó que el organismo autónomo investiga los hechos mediante el expediente DDHPO/419/18/OAX/2015, dentro del cual pidió medidas de protección para los familiares y las autoridades de la agencia de policía de Morelos que les acompañaron.
Además, solicitó a la Secretaría de Seguridad Pública estatal ordene a los elementos de la policía estatal se abstengan de realizar actos de molestia a los familiares de Efraín, así como a las autoridades de la agencia de policía de Morelos. Los elementos que participaron en el ataque a Efraín fueron trasladados a otros municipios de la región; en tanto concluyan las investigaciones.
Al respecto, la Procuraduría General de Justicia del Estado de Oaxaca, representada por Eduardo Bautista de la Dirección de Derechos Humanos, se comprometió a girar instrucciones al agente del Ministerio Público del caso para que tome las medidas de protección necesarias para salvaguardar la integridad de los familiares y autoridades.
En este pueblo na’saavi o mixteco los pobres son mayoría; datos oficiales indican que en la escala social más baja vive el 88.1 por ciento de sus habitantes. Con una población total de 10 mil 975 personas.
La carencia por acceso a la seguridad social afectó a 92.4 por ciento de la población mixteca de Santa Cruz Itundujia, el equivalente a 10 mil 131 personas. Además, el 74.5 por ciento de la población (8 mil 164 personas) habita en viviendas con mala calidad de materiales y espacio insuficiente; la mayoría habita en chozas de madera, láminas y piso de tierra.
El acceso a la alimentación es uno de los problemas más severos que enfrentan las personas de este lugar, habitualmente se alimentan de tortillas, frijoles, quelites, café y alimentos que ellos mismos recolectan. El Coneval indica que el 36.7 por ciento de la población, es decir, 4 mil 18 personas no tienen acceso a la alimentación.
Éste es uno de los municipios del país con “muy alto” índice de marginación, según diagnostica la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. En donde la tasa de mortalidad está en un nivel “muy alto”, al igual que el analfabetismo. Los números de este organismo coinciden con el Coneval y muestran que más de 10 mil personas de esta demarcación no cuentan con acceso a los servicios de salud.
Emilio y Efraín eran amigos. Entraron al baile como a las 9 y media de la noche, antes habían ido a jugar basquetbol. “Él me pidió que yo no tomara para que le ayudara a manejar su carro, porque él ya había bebido mucho”.
Salieron de la fiesta y antes de irse de Primavera, Efraín soltó los tres disparos que marcarían el final de su vida. “Le pedí que se calmara y me hizo caso, guardó su pistola y agarramos camino, andaba contento. Le subió el volumen al estéreo, comenzaron los corridos. Todavía traía una cerveza que no se había acabado”, relata el joven de 17 años.
No se percataron de que los seguían. “Eso de que la gente echa disparos al aire muchos lo hacen. Veníamos tranquilos, hasta que llegamos frente a la primaria; iba a pasar los topes y vi que salió la luz de un carro, pasé los topes, la patrulla aceleró, me rebasó y se puso frente a nosotros. Desde ahí comenzaron a disparar, nos agarraron a balazos. Corría mientras escuchaba los gritos de Efraín”.
Emilio llegó a casa de la hermana de Efraín, dio aviso de lo que estaba pasando. Luego fue a resguardarse a su casa, tenía miedo, sabía que su amigo ya estaba muerto cuando dejó de oír sus gritos. Me mandaron llamar las autoridades cuando llegaron para que les dijera lo que había sucedido. Ahora sigue con miedo: “Se escuchan varios comentarios, que los policías municipales van a venir a matarme porque ellos no quiere que declare en contra de ellos”.
Él es jornalero, trabaja con la gente de las comunidades cercanas que le dan trabajo en la cosecha del maíz. A veces no hay, pero cuando lo hay se gana hasta 120 pesos por día. Terminó la secundaria y pretendía seguir sus estudios, pero su madre comentó que era mejor que se fuera con ella a Washington, Estados Unidos, a trabajar en la recolección de manzana. Ahora, le urge salir de su propio pueblo. No hay nada: ni seguridad ni trabajo ni futuro.
Érika Ramírez,@erika_contra/enviada
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