Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Como toda guerra implica la formación de una coalición, es muy natural que persiga múltiples objetivos, ya que debe satisfacer los intereses particulares de cada miembro de la coalición.
Desde ese punto de vista, los combates que actualmente sacuden Palestina, Siria e Irak tienen como común denominador el hecho que los dirige un bloque que Estados Unidos ha organizado en contra de los pueblos que se le resisten, y también que trata de concretar su plan de rediseño del “Oriente Medio ampliado” (Great Middle East) y de modificar el mercado mundial de la energía.
Sobre este último punto, dos cosas pueden cambiar: el trazado de los gasoductos y oleoductos y la explotación de nuevos yacimientos.
Un paso decisivo se concretó con la ofensiva emprendida en Irak por el Emirato Islámico, que dividió el territorio iraquí casi de arriba abajo dejando a Irán de un lado y del otro a Siria, Líbano y Palestina.
Este visible objetivo determina quién venderá su gas en Europa y, en dependencia del volumen del abastecimiento, a qué precio podrá venderlo. Eso basta para explicar la implicación de los tres principales exportadores de gas (Rusia, Catar e Irán) en esta guerra.
Como reveló en aquel momento el profesor Imad Fawzi Shueibi, una compañía noruega llamada Ansis realizó legalmente en Siria un trabajo de medición del país en cooperación con la compañía petrolera nacional. Ansis trabajó también con otra compañía –igualmente noruega– llamada Sagex. Ambas compañías noruegas sobornaron a un responsable de los servicios secretos, realizaron secretamente una serie de investigaciones tridimensionales y descubrieron la increíble importancia de las reservas sirias de gas, que resultaron ser incluso más grandes que las de Catar.
Posteriormente, Ansis pasó a ser propiedad de Veritas SSGT, una compañía franco-estadunidense con sede en Londres. Los datos que había recogido fueron revelados de inmediato a los gobiernos de Francia, Estados Unidos, Reino Unido e Israel, que rápidamente establecieron una alianza para destruir Siria y robar el gas de ese país.
En 2010, Estados Unidos confió a Francia y al Reino Unido la tarea de recolonizar Siria. París y Londres formaron entonces una coalición que designaron con el nombre de Amigos de Siria. Esta coalición conformó un Grupo de Trabajo para la Reconstrucción Económica y el Desarrollo que se reunió, en mayo de 2013, en los Emiratos Árabes Unidos, bajo la presidencia de Alemania. Unos 60 países se repartieron entonces el pastel que todavía no habían conquistado. Por supuesto, la mayoría de los países participantes en aquel encuentro ignoraban lo que habían descubierto las compañías Ansis y Sagex. El Consejo Nacional Sirio estaba representado en aquel grupo de trabajo por Osama Al-Kadi, exresponsable en British Gas de la aplicación de las estrategias militares al mercado de la energía.
No fue sino hasta el verano de 2013 cuando el gobierno sirio tuvo conocimiento de los descubrimientos de la Ansis y la Sogex, lo cual le permitió comprender cómo había logrado Washington montar la coalición que estaba tratando de acabar con el Estado sirio. A partir de aquel momento, el presidente sirio, Bashar Al-Assad, ha firmado varios contratos con empresas rusas con vistas a la futura explotación del gas sirio.
Por su parte, British Gas exploraba las reservas palestinas. Pero Israel se oponía al inicio de su explotación por temor a que los palestinos utilizaran los ingresos para comprar armas.
En aquella época, el exjefe del estado mayor de las Fuerzas Armadas israelíes, general Moshé Yalón, publicaba en la página de internet del Jerusalem Center for Public Affairs un estruendoso artículo donde observaba que el acuerdo negociado por Tony Blair no resolvía el problema, ya que, en definitiva, Hamas acabaría teniendo acceso a una parte de aquel dinero mientras estuviese en el poder en Gaza. El general Yalón concluía que la única manera de garantizar que los ingresos del gas palestino no financiaran la resistencia sería emprender “una operación militar global para arrancar de raíz a Hamas de Gaza”.
En octubre de 2010 las cosas se complicaron aún más cuando Noble Energy Incorporated descubrió un megayacimiento de gas offshore, el Leviathan, que abarca parte de las aguas territoriales israelíes y libanesas. El Leviathan venía a agregarse al yacimiento Tamar, descubierto en 2001 por British Gas en aguas israelíes.
El Líbano, por iniciativa de Hezbolá, presentó de inmediato el caso a la Organización de las Naciones Unidas e hizo valer sus derechos de explotación. Pero, ignorando las protestas libanesas, Israel comenzó a explotar unilateralmente el gas de los bolsones que abarcaban las aguas de ambos países.
El nuevo presidente de Egipto, general Abdelfatah Al-Sisi, contrató como consejero a Tony Blair, quien sin embargo no ha creído necesario renunciar a sus funciones como representante del cuarteto. Prosiguiendo la defensa de los intereses de British Gas, Blair sugirió entonces una “iniciativa de paz” totalmente inaceptable para los palestinos, misma que fue naturalmente rechazada por los palestinos pero aceptada por Israel. Es evidente que el objetivo de esa maniobra es proporcionar al ejército israelí la oportunidad de “arrancar de raíz a Hamas de Gaza”. Y no es casual que el salario que recibe Tony Blair como consejero del presidente egipcio no proceda del presupuesto egipcio, sino de las arcas de los Emiratos Árabes Unidos.
Como de costumbre, Irán y Siria han aportado su respaldo a la resistencia palestina (la Yihad Islámica y Hamas), demostrando así a Tel Aviv que pueden hacerle pagar en Palestina el daño que Israel les ha hecho en Irak a través del Emirato Islámico y del clan kurdo de los Barzani.
Lo único que permite llegar a una comprensión correcta de los acontecimientos es su lectura bajo el ángulo de los intereses en materia de control de las fuentes de energía ya que –desde el punto de vista político– no es de interés para Israel destruir a Hamas, movimiento a cuya creación contribuyó para debilitar a Al-Fatah. Tampoco es interés de Siria ayudar a Hamas a resistir, tratándose de un movimiento que se alió con la OTAN y que ha enviado yihadistas a luchar contra el Estado sirio. La fase de la Primavera Árabe, destinada a poner a la Hermandad Musulmana en el poder en todos los países árabes ha quedado atrás, y no debemos olvidar que Hamas no es otra cosa que la rama palestina de esa cofradía.
En definitiva, el imperialismo anglosajón actúa siempre en función de las ambiciones económicas que él mismo impone sin importarle las lógicas políticas locales. Lo que define de forma realmente duradera las fuerzas que conforman la dinámica del mundo árabe no es la diferencia entre partidos religiosos y laicos, sino el hecho de estar en el bando de quienes colaboran con el imperialismo o en el bando de quienes han optado por la resistencia.
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