Roberto Salomón/Prensa Latina
El diagnóstico de los científicos es casi unánime: la degradación de los suelos como consecuencia de la actividad del ser humano se acentúa sin cesar en el mundo.
Según un informe de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla en inglés), de aquí a 2050 más de 2 millones y medio de kilómetros de tierra podrían tornarse improductivos, al menos.
No es fortuito que ante esta situación y para promover el uso más sostenible de ese recurso, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) haya declarado 2015 el Año Internacional de los Suelos.
Es muy claro: si no protegemos el fundamento de la producción de alimentos, la base de nuestros ecosistemas, es decir el agua y principalmente el suelo, tendremos un gran problema en el futuro, sostienen expertos de ese organismo.
En efecto, se estima que si continúan los actuales niveles de degradación toda la superficie cultivable del planeta podría desaparecer en 60 años.
A juicio del director general de la FAO, José Graciano da Silva, aunque se trata de un recurso de enorme importancia, no se le presta la suficiente atención.
¿Qué es el suelo? De acuerdo con los especialistas, el suelo es la epidermis, la capa superficial de la tierra, cuyo espesor va de algunos milímetros a varias decenas de metros.
Cubre los dos tercios de las tierras emergidas, pero sólo una quinta parte es cultivable, es decir, el 5.5 por ciento de la superficie del planeta.
Según expertos, ese recurso se constituye a partir de una roca matriz que se altera y transforma por el efecto conjugado de la vida animal y vegetal, del agua y el aire.
Inicialmente no hay más que roca, luego un liquen se instala encima de ésta, llegan animales a comerlo y las partículas de polvo se acumulan.
Entonces puede aparecer una gramínea, que va a atacar un poco la superficie de la roca con sus raíces.
Muchos afirman que el suelo es el más desconocido de los grandes recursos del planeta, y aunque es fuente de vida, con frecuencia se le identifica con la muerte, puesto que en él se sepultan cadáveres.
Sin embargo, es muy valioso y lo necesitamos para producir alimentos, vestimenta, refugio, forraje y energía.
También almacena y filtra agua, recicla nutrientes, constituye un amortiguador contra las inundaciones, secuestra carbono y ayuda en la lucha por la adaptación al cambio climático y hospeda la cuarta parte de la biodiversidad del planeta.
Los suelos están hoy en peligro y basta señalar que 2 hectáreas de estos son selladas por crecimiento urbano cada minuto a nivel mundial.
Hay que subrayar en ese sentido que el fenómeno de la urbanización y la industria se han extendido en perjuicio de varios cientos de miles de kilómetros de terrenos cultivables de buena calidad.
Se afirma, por ejemplo, que en Estados Unidos se perdieron por esa causa más de 100 mil kilómetros en menos de 10 años.
Uno de los mayores causantes de la degradación de los suelos lo constituye la erosión, que arrastra materia hacia los ríos u océanos a una velocidad mayor que la de su reconstitución natural. Ese recurso además se agota desde el momento en que sus propiedades no tienen la posibilidad de regenerarse.
Según estadísticas internacionales, anualmente se erosiona una superficie equivalente a la del Reino Unido, es decir, más de 200 mil kilómetros cuadrados.
No menos grave es el fenómeno de compactación, que modifica la actividad biológica y la circulación del agua en las tierras cultivadas.
Según la FAO, en medio siglo se han degradado como mínimo 12 millones de kilómetros cuadrados de suelo.
Otro agente devastador es el pastoreo excesivo, que también ha dañado grandes superficies, mayormente en África y Asia.
Asimismo, se inscriben entre los enemigos de los suelos la utilización de técnicas agrícolas con químicos y la deforestación, que aumentan la erosión y el calentamiento global.
La degradación de los terrenos fértiles en la isla conspira contra la seguridad alimentaria, de ahí el trabajo conjunto para revertir ese proceso.
En conversación con Prensa Latina, el presidente de la Sociedad Cubana de la Ciencia del Suelo, Olegario Muñiz, menciona como elemento clave para revertir esa situación la existencia de 17 polígonos (áreas demostrativas) sobre el manejo sostenible de las tierras cultivables.
Éstos incluyen un conjunto de medidas para propiciar su conservación, como el uso de abonos orgánicos, la creación de barreras de contención y siembra en contorno para evitar la erosión de los terrenos. Se aspira a que todos los municipios del país dispongan de tales polígonos.
Por su parte, el representante de la FAO en Cuba, Theodor Friedrich, defendió la función del suelo como la llave para la agroecología.
Se refirió con ello a un nuevo paradigma: la intensificación sostenible de la producción vegetal, la cual se basa en el concepto de ahorrar para crecer y permite alcanzar los más altos niveles productivos sin deteriorar el medio ambiente.
Recordó que si bien la llamada revolución verde representó el incremento de la producción mundial de alimentos, trajo como consecuencia la pérdida de suelo, y de agua e insumos y afectaciones a la ecología.
Se mostró partidario de la agricultura de conservación –un sistema agrícola sin labranza del suelo–, la cual aumenta la producción con menor uso de fertilizantes y plaguicidas, reduce en el 70 por ciento el empleo de maquinaria y aporta rendimientos más estables, sostuvo.
Ésta experimenta una creciente tendencia en el mundo, es aplicable a todas las escalas, cultivos y sistemas agrícolas.
Roberto Salomón/Prensa Latina
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