Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Al cabo de unos 15 años, George Friedman, fundador de la agencia privada de inteligencia Stratfor, convence a los dirigentes occidentales de que los países del grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS) no tendrán un papel importante en el siglo XXI y de que sí lo tendrá Turquía. Friedman es un excolaborador de Andrew Marshall, quien fungió como estratega del Pentágono desde 1973 hasta 2015.
Los círculos patronales islámicos turcos han reforzado la propaganda a favor del islamismo recurriendo para ello a toda una serie de personalidades francesas que se han dejado sobornar (como Anne Lauvergeon, Alexandre Adler, Joachim Bitterlich, Helene Conway-Mouret, Jean-François Copé, Henri de Castries, Augustin de Romanet, Laurence Dumont, Claude Fischer, Stephane Fouks, Bernard Guetta, Elisabeth Guigou, Hubert Haenel, Jean-Pierre Jouyet, Alain Juppé, Pierre Lellouche, Gerard Mestrallet, Thierry de Montbrial, Pierre Moscovici, Philippe Petitcolin, Alain Richard, Michel Rocard, Daniel Rondeau, Bernard Soulage, Catherine Tasca, Denis Verret, Wilfried Verstraete, por citar sólo algunas).
Pero Turquía se halla hoy al borde de la implosión, al extremo que puede decirse en este momento que su supervivencia como Estado está realmente en peligro.
En 2001, los estrategas straussianos del Departamento de Defensa estadunidense planeaban un rediseño del “Oriente Medio ampliado” (o “gran Oriente Medio”) que preveía la división de Turquía para favorecer el surgimiento de un Kurdistán independiente, que reuniría a los kurdos de la actual Turquía, los de Irak y los de Irán. Ese proyecto suponía que Turquía saliera de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que se lograra la reconciliación entre tribus kurdas que no tienen mucho en común –ni siquiera el idioma– y concretar considerables desplazamientos de poblaciones. Ya en 2001, el coronel Ralph Peters mencionaba ese plan en un artículo de Parameters, antes de publicar un mapa al respecto, en 2005. Peters es un discípulo de Robert Strausz-Hupé, exembajador de Estados Unidos y teórico del Novus orbis terranum (el nuevo orden mundial).
Ese loco proyecto volvió a salir a flote, hace 1 mes, junto al acuerdo entre Israel y Arabia Saudita negociado como respuesta a las negociaciones del llamado grupo 5+1 sobre el tema nuclear iraní. Tel Aviv y Riad contaban con Turquía para acabar con la República Árabe Siria. Ankara se había comprometido firmemente en ese sentido cuando la OTAN terminó el traslado del LandCom (el Mando Conjunto de las Fuerzas Terrestres de la alianza atlántica) a la ciudad turca de Esmirna, en julio de 2013.
Decepcionado ante la pasividad de Estados Unidos, el entonces primer ministro turco Erdogan organizó –bajo bandera falsa– el bombardeo químico perpetrado en las afueras de Damasco para justificar una intervención de la OTAN. Pero no obtuvo el resultado deseado. Un año después, Erdogan volvía a la carga, prometiendo utilizar la coalición internacional creada contra el Emirato Islámico para tomar Damasco. En las actuales circunstancias, Israel y Arabia Saudita –que han tenido que correr con los gastos y sufrir las decepciones por las promesas incumplidas– no tendrán ciertamente reparos en provocar una guerra civil en Turquía.
Sin embargo, dos factores parecen oponerse al desmantelamiento de Turquía.
Primeramente, el propio Departamento de Defensa estadunidense. Su nuevo estratega, el coronel James H Baker –quien sustituyó a Andrew Marshall a principios de año– no es un straussiano. El coronel James H Baker razona conforme a los principios de la paz de Westfalia y orienta el Pentágono hacia un enfrentamiento al estilo de la Guerra Fría. La visión de Baker corresponde a la de la nueva National Military Strategy. Además, también comparte esa visión el general Joseph Dunford, nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto. En otras palabras, el Pentágono renuncia a la “estrategia del caos” y ahora desea apoyarse nuevamente en Estados.
Segundo factor. Preocupada por el posible traslado del Emirato Islámico (Daesh) desde el Levante hacia el Cáucaso, Rusia ha negociado –con la aprobación de Washington– un acuerdo entre Siria (que actualmente enfrenta los ataques del Emirato Islámico), Arabia Saudita (que actúa como principal proveedor de fondos de esa organización terrorista) y Turquía (que garantiza la dirección operativa de esos yihadistas).
El 29 de junio de 2015, el presidente ruso, Vladimir Putin, presentó personalmente ese plan al ministro sirio de Relaciones Exteriores, Walid Muallem, y a Buthaina Shaaban, la consejera especial del presidente sirio Bashar al-Asad. Y las partes procedieron de inmediato a una serie de intercambios.
• El 5 de julio pasado, una delegación de los servicios secretos sirios fue recibida por el príncipe heredero saudita Mohamad ben Salman.
• Turquía recibió a un emisario oficioso de Damasco y posteriormente envió su propio emisario a la capital siria. Después de la firma del acuerdo 5+1, Turquía cesó su respaldo al Emirato Islámico y procedió a la detención de 29 individuos que facilitaban las entradas y salidas ilegales a través de la frontera turco-siria.
Ambas variantes son posibles actualmente: un desplazamiento de la guerra de Siria hacia Turquía o el surgimiento de una coordinación regional contra el Emirato Islámico.
Es muy importante no perder de vista la transformación que ha sufrido Turquía en estos últimos 4 años.
En primer lugar se ha producido un derrumbe de la economía turca. Al implicarse en la guerra contra Libia, Turquía perdió uno de sus principales clientes –la propia Libia–, sacrificio que además resultó totalmente inútil en la medida en que ese cliente se volvió completamente insolvente. Su implicación en la guerra contra Siria fue menos dramática, ya que el mercado común siro-irano-turco aún se hallaba en estado embrionario. Pero las consecuencias conjugadas de ambas guerras interrumpieron el crecimiento de Turquía, que ahora está a punto de registrar cifras negativas. Además, parte de la economía turca se basa actualmente en la venta de productos fabricados por grandes marcas europeas y desviados de los circuitos comerciales legales. Este contrabando masivo incluso está afectando ahora la economía de la Unión Europea.
En segundo lugar, para lograr conquistar el poder, Recep Tayyip Erdogan se protegió de un golpe de Estado militar recurriendo al arresto de oficiales superiores a quienes acusó de conspirar contra el Estado. Al principio, Erdogan arremetió contra las redes Gladio de la OTAN (cuya versión turca se conoce como Ergenekon). Después, Erdogan hizo arrestar a los oficiales que –con el fin de la Guerra Fría– sopesaban un cambio de alianza y se habían puesto en contacto con el Ejército Popular Chino. Para sacarlos de circulación, Erdogan acusó a esos oficiales de ser miembros de Ergenekon, lo cual no tenía ningún sentido. Como resultado de estas purgas, la mayoría de la oficialidad superior turca ha sido arrestada y encarcelada. Como consecuencia de ello, las Fuerzas Armadas están actualmente debilitadas y la OTAN ha perdido el interés que antes tenía en ellas.
Tercero: la política islamista de la administración Erdogan ha dividido profundamente el país y sembrado el odio entre laicos y religiosos, al igual que entre las comunidades sunitas, kurdas y alevíes de Turquía. Esto hace posible, en este momento, el paralelo que yo establecía con el escenario egipcio hace más de 1 año. Turquía se ha convertido en un barril de pólvora, y una chispa bastaría para hacerlo estallar en una guerra civil que ya nadie podrá detener y que asolará el país por largo tiempo.
Cuarto: la rivalidad entre el clan islamista de Erdogan, Milli Gorus (creado en la década de 1970 por el exministro Necmettin Erbakan) y el Hizmet de Fethullah Gulen ha destruido el partido en el poder, es decir, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Milli Gorus e Hizmet comparten la misma visión oscurantista del Islam. Pero Fethullah Gulen (quien hoy vive en Estados Unidos) fue reclutado para la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA, por su sigla en inglés) por Graham E Fuller, y predica una alianza entre creyentes alrededor de la OTAN cristiana y de Israel, mientras que Milli Gorus defiende la supremacía musulmana. También resulta difícil imaginar de qué manera podrían los partidarios del expresidente Turgut Ozal (también islamistas y, por lo tanto, miembros del AKP, pero favorables al reconocimiento del genocidio contra los armenios, a la igualdad de derechos de los kurdos y a una federación de Estados turcoparlantes del Asia Central) seguir vinculando su futuro político al de Erdogan.
Quinto: al aceptar la proposición del presidente, Vladimir Putin, para la construcción del gasoducto Turkish Stream, el presidente Erdogan rompe con la estrategia global de Estados Unidos. En efecto, si ese gasoducto llega a construirse será una vía de comunicación de envergadura continental y será una amenaza para la doctrina de “control de los espacios comunes”, que permite a Estados Unidos mantener la supremacía sobre el resto del mundo. Ese gasoducto permitirá a Rusia bordear el caos ucraniano y burlar el embargo europeo.
Si bien la justicia turca ya ha logrado comprobar los vínculos personales del señor Erdogan con Al Qaeda, al mismo tiempo ya no existen dudas de que es el propio Erdogan quien dirige personalmente el Emirato Islámico. En efecto: el Emirato Islámico está encabezado por Abu Bakr el-Baghdadi. Pero este personaje sólo aparece en primer plano por ser miembro de la tribu qurays y, por consiguiente, descendiente del Profeta. El mando, en términos operativos, está realmente en manos de Abu Alaa al-Afri y de Fadel al-Hayali (conocido como Abu Muslim al-Turkmani), dos turkmenos agentes de la Organización Nacional de Inteligencia turca (MIT, por su sigla en turco). Los demás miembros del Estado Mayor del Emirato Islámico son originarios de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Las exportaciones de crudo, recientemente reiniciadas en violación de la resolución 2701 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, ya no pasan a través de Palmali Shipping & Agency JSC, la compañía del multimillonario turco-azerí Mubariz Gurbanoglu, sino de la empresa de Bilal Erdogan, hijo del presidente turco.
La atención médica realmente importante a los yihadistas heridos del Emirato Islámico está en manos de la MIT y se presta en un hospital clandestino que se halla en territorio turco –en Sanliurfa– bajo la supervisión de Sumeyye Erdogan, hija del presidente turco.
Es por eso que, el 22 de julio de 2015, el presidente Barack Obama se comunicó telefónicamente con su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, y lo amenazó sin contemplaciones. Según nuestras informaciones, el presidente estadunidense dijo simple y llanamente haberse puesto de acuerdo con el primer ministro británico, David Cameron, para excluir a Turquía de la OTAN, lo cual implica la guerra civil y la división de Turquía en dos estados, si ese país:
1. No rompe de inmediato su acuerdo con Rusia sobre el gas.
2. Si no participa, también de inmediato, en la coalición internacional contra el Emirato Islámico.
El presidente Erdogan, cuya formación es islámica pero no política, reaccionó tratando apaciguar a Washington, pero prosiguió, al mismo tiempo, llevando adelante sus propios antojos.
1. Turquía autorizó a la OTAN utilizar sus bases en su territorio para luchar contra el Emirato Islámico, arrestó a los traficantes de personas de esa organización y participó en los simbólicos bombardeos contra posiciones del Emirato Islámico en Siria;
2. Pero el señor Erdogan desplegó, al mismo tiempo, esfuerzos mucho más importantes contra su oposición kurda que contra el Emirato Islámico con intensos bombardeos contra posiciones del Partido de los trabajadores de Kurdistán (PKK, por su sigla en kurdo) en Irak, ordenando el arresto de miembros del PKK en Turquía y bloqueando numerosos sitios en internet kurdos. La respuesta del PKK fue un lacónico comunicado donde ese partido tomaba nota de que el gobierno turco acaba de reiniciar unilateralmente las hostilidades;
3. Se desconoce, por el momento, si Erdogan ha tomado alguna decisión con respecto al gasoducto Turkish Stream.
Llegamos en este momento al término del plazo constitucional de 45 días al cabo del cual el jefe del principal grupo parlamentario turco debe formar gobierno. Dado que los tres principales partidos de oposición, siguiendo los consejos de la embajada de Estados Unidos, se negaron a formar una alianza gubernamental con el AKP, Ahmet Davutoglu no ha podido conformar un nuevo gobierno. Habrá que volver a convocar elecciones legislativas. Teniendo en cuenta, por un lado, la división en el seno del AKP (islamistas) y, por otro lado, el odio existente entre el Partido de Acción Nacionalista (conservadores) y el Partido Democrático de los Pueblos (izquierda y kurdos), es evidente que resultará muy difícil el surgimiento de una mayoría. Si así sucede o si el AKP llega a prevalecer, Turquía entrará en un periodo de guerra civil.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[LÍNEA GLOBAL]
Contralínea 448 / del 03 al 08 de Agosto 2015
Los viajes del Inai al paraíso fiscal de Bermudas Nancy Flores, noviembre 23, 2024 En…
En vísperas de su extinción, el Inai se sigue revelando como un organismo sumido en…
Durante una sesión privada, y por mayoría de votos, el Pleno de la Suprema Corte…
El Índice de Calidad del Aire (ICA) superó los 1 mil 200 puntos en varios…
El 18 de noviembre, el presidente electo Donald Trump confirmó que tiene la intención de…
La madrugada del 19 de noviembre, Ucrania empleó misiles de largo alcance, proporcionados por el…
Esta web usa cookies.