Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. El resultado de las elecciones legislativas en Turquía no amenaza solamente los proyectos de Recep Tayyip Erdogan, quien ya se veía como un nuevo sultán, sino que pone además en peligro el poder de su partido, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por su sigla en turco). Los otros tres partidos (el conservador Partido de Acción Nacionalista, MHP; el socialista Partido Republicano del Pueblo, CHP; y el partido de izquierda Partido Democrático de los Pueblos, HPD) han anunciado su negativa a formar un gobierno de coalición con el AKP y, por el contrario, su voluntad de crear una coalición de oposición. De no lograrlo en un plazo de 45 días, quedarían dos opciones: confiar a los socialistas la formación de una coalición de gobierno –opción ya descartada por el AKP– o convocar a nuevas elecciones legislativas.
Este último escenario parece aún improbable, tan improbable como parecía –según la mayoría de los comentaristas políticos… y hasta el escrutinio del 7 de junio pasado– el resultado de las recientes elecciones. Sin embargo, al firmar, el 1 de diciembre de 2014, con el presidente ruso Vladimir Putin, un acuerdo económico que permite a Rusia evadir las sanciones de la Unión Europea –el llamado Turkish Stream– el presidente Erdogan desafía las reglas no escritas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y con ello se ha convertido en un grave estorbo, tanto para Washington como para Bruselas. Por debajo de la mesa, Estados Unidos ha hecho por consiguiente todo lo que pudo por hacer ejecutar el derrocamiento del AKP.
El predominio del AKP, desde 2002, era resultado de sus buenos resultados económicos y de la división de la oposición. Pero ahora la economía turca está en caída: el índice de crecimiento, que se acercaba al 10 por ciento, cayó durante 10 años, durante la guerra contra Libia y después a causa de la operación secreta contra Siria. Hoy es de un 3 por ciento, pero podría pasar rápidamente a convertirse en negativo. También se registra un estallido del desempleo, que ya asciende al 11 por ciento. El problema reside en las guerras desatadas contra aliados de Turquía y socios económicos indispensables para ese país. En cuanto a la división de la oposición, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) estadunidense –que había tenido mucho que ver con eso– se apresuró ahora a ponerlos de acuerdo.
Cosa fácil, teniendo en cuenta el grave descontento resultante del autoritarismo del actual presidente Erdogan. La unión de la oposición ya se había producido, fundamentalmente, en junio de 2013, durante las manifestaciones del parque Taksim Gezi. Pero aquel movimiento fracasó, en primer lugar, porque en aquella época el entonces primer ministro Erdogan contaba con el respaldo de Washington y además porque no pasó de ser una revuelta de carácter urbano. Es cierto que los manifestantes se unieron entonces en contra de un proyecto inmobiliario, pero el verdadero blanco de las protestas eran la dictadura de la Hermandad Musulmana y la guerra contra Siria.
Viendo que aquel movimiento no había logrado derrocarlo, el AKP se creyó erróneamente al abrigo de la pérdida del poder y trató de imponer su programa islamista (obligación de cubrirse el cabello para las mujeres, prohibición de la cohabitación entre solteros de sexo opuesto, etcétera). Pero lo hizo en momentos en que la imagen de pureza del sultán Erdogan se veía abruptamente cuestionada por las revelaciones sobre la corrupción de su familia. En febrero de 2014, pudo oírse, en lo que parece ser una intercepción telefónica, al propio Erdogan avisando a su hijo que tenía que esconder 30 millones de euros en efectivo antes de un registro de la policía.
A todo lo anterior hay que agregar la purga emprendida contra los seguidores de su antiguo aliado, Fethullah Gülen, el encarcelamiento masivo de generales, abogados y periodistas, la ruptura de las promesas hechas a los kurdos y la construcción para Erdogan del palacio presidencial más grande del mundo.
El fracaso de Recep Tayyip Erdogan no es resultado de decisiones internas, es consecuencia directa de su política exterior. Los resultados económicos excepcionales de sus primeros años de gobierno no habrían sido posibles sin la contribución encubierta de Estados Unidos, que quería convertirlo en el líder del mundo sunita. Pero se detuvieron, en 2011, con la participación de Ankara en la operación de destrucción contra la Yamahirya Árabe Libia, que había sido hasta entonces su segundo socio económico. Turquía había reactivado sus lazos económicos con la tribu de los misratas, principalmente con los aghdams, judíos turcos convertidos al Islam que se instalaron en Libia entre los siglos XVIII y XIX.
Ankara se implicó después en la guerra contra Siria. Fue en suelo turco donde la OTAN instaló su puesto de mando para la coordinación de las operaciones contra Siria. Durante la primera parte de esa agresión –la guerra de “cuarta generación”–, que se desarrolló desde febrero de 2011 hasta la primera conferencia de Ginebra, en junio de 2012, la OTAN trasladaba los combatientes de Al Qaeda en Libia hacia Turquía para crear el llamado Ejército Sirio Libre. El papel del entonces primer ministro Erdogan se limitaba en aquel momento a garantizar bases de retaguardia camufladas como “campamentos de refugiados”, mientras que la prensa occidental no veía en Siria otra cosa que una nueva “revolución democrática” (sic) correspondiente a la Primavera Árabe.
En junio de 2012, la victoria electoral de la Hermandad Musulmana en Egipto hacía pensar que un brillante porvenir se abría ante la cofradía. Erdogan se unió entonces al proyecto elaborado por Hillary Clinton, el general David Petraeus y el presidente francés François Hollande, que consistía en reactivar la guerra contra Siria, pero siguiendo el esquema de la guerra sucia de Estados Unidos contra la Nicaragua sandinista. Ya no se trataba para Erdogan de respaldar una operación secreta de la OTAN sino de desempeñar un papel central en una guerra clásica de gran envergadura.
En julio de 2012, cuando el Eje de la Resistencia respondía al asesinato de los miembros del Consejo Nacional de Seguridad sirio con la realización de un atentado contra el príncipe saudita Bandar bin Sultan, Recep Tayyip Erdogan no vaciló en convertir Turquía en sustituto de Arabia Saudita a la cabeza del terrorismo internacional.
En 2 años, más de 200 mil mercenarios provenientes del mundo entero transitaban por Turquía para participar en la yihad contra Siria. La Organización Nacional de Inteligencia turca (MIT, por su sigla en turco) instauró todo un sistema de tráfico de armas y de dinero para alimentar la guerra en Siria, financiada principalmente por Catar y supervisada por la CIA.
La policía y la justicia turcas han demostrado que, al igual que el exvicepresidente estadunidense Dick Cheney, el señor Erdogan es amigo personal de Yasin al-Qadi, conocido como el Banquero de Al Qaeda. Al menos así lo habían identificado la Oficina Federal de Investigación estadunidense (FBI, por su sigla en inglés) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) antes de octubre de 2012, cuando su nombre fue retirado de la lista internacional de terroristas. Mientras la justicia lo buscaba por el mundo, Yasin al-Qadi viajaba secretamente a Ankara en un avión privado. Allí, la escolta personal de Erdogan lo recogía en el aeropuerto… después de haber desactivado las cámaras de seguridad.
El 18 de marzo de 2014, en una grabación divulgada a través de YouTube, se oía a Mehmet Karatas, director de Turkish Airlines, quejándose a un consejero de Erdogan, Mustafa Varank, de que esa línea aérea estaba siendo utilizada en secreto por el gobierno para enviar armas a Boko Haram en Nigeria. Lo que preocupaba a aquel alto funcionario no era haber violado el derecho internacional, sino que esas armas podían ser utilizadas para matar no sólo cristianos sino también musulmanes.
En mayo de 2014, los servicios secretos turcos enviaban a Daesh –por tren especial– grandes cantidades de armamento pesado y camionetas Toyota nuevas, regalo de Arabia Saudita. El Emirato Islámico, que en aquel momento era sólo un grupúsculo de unos cuantos cientos de combatientes, se transformaría en 1 mes en un ejército de decenas de miles de combatientes e invadiría Irak.
Durante los 4 últimos meses de 2014, Turquía impidió a los kurdos del PKK acudir en ayuda de los kurdos de Kobane (Ain al-Arab) cuando el Emirato Islámico atacó esa ciudad siria al borde de la frontera turca. Pero numerosos periodistas pudieron comprobar que los yihadistas sí podían pasar libremente la frontera.
El 19 de enero de 2015, la gendarmería turca interceptó, a solicitud de la fiscalía, un convoy que transportaba armas destinadas al Emirato Islámico. Pero el registro de los vehículos fue interrumpido cuando se descubrió que quienes estaban al mando del convoy eran agentes del MIT (los servicios secretos turcos). Los funcionarios de la justicia turca y el coronel de la gendarmería que habían interceptado el convoy fueron después arrestados por “traición” (sic). Durante la instrucción del caso, un magistrado reveló que el MIT había enviado en total 2 mil camiones repletos de armas al Emirato Islámico.
La columna vertebral del sistema terrorista turco es fácil de identificar: en 2007, la Academia Militar de West Point demostró que los hombres del entonces llamado Emirato Islámico en Irak provenían de Al Qaeda en Libia (GICL). Esos mismos mercenarios fueron utilizados, en 2011, en el derrocamiento de Muamar el Gadafi. Y también fueron utilizados más tarde para formar el Ejército Sirio Libre, es decir, la oposición supuestamente siria y también supuestamente moderada. Los miembros sirios del Emirato Islámico en Irak crearon Al Qaeda en Siria (el Frente al-Nusra). Posteriormente, numerosos combatientes libios y sirios de al-Nusra volvieron al Emirato Islámico en Irak, cuando este último pasó a llamarse Daesh y envió cuadros de mando a Boko Haram, en Nigeria.
El Ejército turco se limitó por largo tiempo al envío de Fuerzas Especiales a Siria, varios soldados turcos incluso han sido hechos prisioneros por el Ejército Árabe Sirio. Pero en septiembre de 2013, el Ejército turco coordinó el ataque contra Malula, una pequeña localidad siria sin interés estratégico pero que es el lugar de culto cristiano más antiguo del mundo. Además, en marzo de 2014, el Ejército turco entró en Siria para escoltar a los yihadistas del Frente al-Nusra (Al Qaeda) y del Ejército del Islam (prosaudita) hasta la localidad siria de Kasab con la misión de masacrar a la población armenia, cuyos abuelos llegaron a Siria huyendo del genocidio armenio perpetrado por los otomanos. Naturalmente, Francia y Estados Unidos se opusieron a la condena de esa agresión en el Consejo de Seguridad de la ONU. Desde entonces, el Ejército turco ha penetrado nuevamente varias veces en territorio sirio, pero sin entrar en combate.
Los crímenes de la administración de Erdogan han sido ampliamente mencionados en la prensa turca, haciendo perder así al presidente turco el respaldo que pudiese haber tenido entre la población aleví (cercana a los alauitas) y la población kurda de Turquía. Los alevíes apoyan masivamente al CHP y los kurdos al HPD. Pero eso no bastaba para provocar la caída del nuevo sultán.
El error más importante es el del 1 de diciembre de 2014. Ese día, el presidente Erdogan firmó un gigantesco acuerdo económico con el presidente ruso Vladimir Putin, a quien ve erróneamente como un zar y, por consiguiente, como un modelo a seguir. También es posible que Erdogan tema que Estados Unidos se vuelva contra él cuando caiga Siria, como le sucedió anteriormente a Sadam Husein cuando cumplió su misión de debilitar a Irán. En todo caso, al tratar de jugar simultáneamente en dos direcciones –Este y Oeste– el presidente turco ha perdido el respaldo que la CIA le había garantizado constantemente desde 1998.
En su adolescencia, Erdogan quería ser futbolista. Carismático, con dotes de líder, vivió en las calles, encabezando una banda de delincuentes. Rápidamente se unió a la formación Milli Gorus (Milli Gorus significa literalmente “Visión Nacional”, pero en el contexto turco de censura ese nombre debe interpretarse como “Islam Político”) de Necmettin Erbakan, cuyo programa era la reislamización de la sociedad. También militó en un grupo anticomunista de extrema derecha y participó en manifestaciones antijudías y antimasónicas.
Electo al Parlamento en 1991, se le prohibió ejercer sus funciones como parlamentario como consecuencia del golpe de Estado y de la represión contra los islamistas. Electo alcalde de Estambul en 1994, ejerció sus funciones sin imponer su visión islamista. Pero, al ser prohibido su partido, fue condenado por haber incluido en un discurso un poema panturquista. Cumplió 4 meses de cárcel y se le prohibió presentarse a las elecciones.
Después de su liberación, dijo haber roto con los errores de su pasado. Abandonó su retórica antioccidental, provocando así la división del movimiento de Necmettin Erbakan. Con ayuda de la Embajada de Estados Unidos, fundó entonces el AKP, partido simultáneamente islamista y atlantista al que integró no sólo a sus amigos de Milli Gorus sino también a los discípulos de Fetullah Güllen y los antiguos partidarios de Turgut Özal, un kurdo sunita que fue presidente de Turquía de 1989 a 1993.
El AKP ganó las elecciones de 2002, pero éstas fueron anuladas. También ganó las elecciones de 2003. Erdogan –cuya prohibición política ya había expirado– se convirtió así en primer ministro.
A su llegada al poder, el señor Erdogan se abstuvo de imponer sus puntos de vista islamistas. Desarrolló la economía –con ayuda de Estados Unidos– y después, a partir de 2009, puso en aplicación la teoría del profesor Ahmet Davutoglu (otro discípulo de Fetullah Güllen) de “cero problemas con nuestros vecinos”. El objetivo era resolver –con 1 siglo de atraso– los conflictos heredados del entonces Imperio Otomano. Entre otras cosas, instauró en 2009 un mercado común, con Siria e Irán, provocando un verdadero salto económico regional.
A pesar de tener una historia diferente, la formación Milli Gorus siempre mostró interés por la Hermandad Musulmana egipcia, llegando incluso a traducir las obras de Hasan al-Banna y Sayyid Qutb.
Desde los primeros días de la llamada Primavera Árabe, el AKP apoyó a Rachid Ghanuchi en Túnez, a Mahmoud Jabril en Libia y a Mohamed Morsi en Egipto. El AKP incluso puso especialistas en comunicación política a la disposición de la Hermandad Musulmana para imponer su visión común del Islam en las sociedades de esos países.
Ilustración de esta alianza, en septiembre de 2011, el primer ministro Erdogan facilitó la creación en Estambul del Consejo Nacional Sirio, llamado a convertirse en gobierno sirio en el exilio, instancia totalmente bajo control de la Hermandad Musulmana.
En 2012, el primer ministro Erdogan acogió en el Congreso del AKP a los líderes de la Hermandad Musulmana que habían logrado llegar al poder: el egipcio Mohamed Morsi y el palestino Khaled Meschal. También organizó, el 10 de julio de 2013, una conferencia de los miembros de la Hermandad Musulmana, con la participación de Youssef Nada, Mohamed Riad al-Shaqfeh (el guía la Hermandad Musulmana en Siria) y de Rachid Ghanuchi. Por precaución, las invitaciones no provienen del AKP sino de los amigos de Erdogan en Milli Gorus.
En septiembre de 2014, cuando Catar evitó una guerra con Arabia Saudita invitando a los miembros de la Hermandad Musulmana a salir del emirato, Erdogan volvió a convertirse en el único padrino de la cofradía en el plano internacional.
Si Recep Tayyip Erdogan ha sido catalogado como neootomano ha sido únicamente por facilidad, porque su proyecto nunca fue reconstruir el Imperio Otomano sino crear uno nuevo, con reglas que él mismo pretendía crear. Y creyó que para ello podía utilizar alternativamente el sueño del Califato (primero con Hizb ut-Tahrir y más tarde con el Emirato Islámico) o el del panturquismo (“el valle de los lobos”).
Y es también erróneamente describir a Erdogan como un político autoritario. En realidad, siempre se ha comportado como un jefe de banda, y la palabra que se utiliza para describir ese tipo de persona no es “autoritario”. Cuando se ha visto sorprendido con las manos en la masa, siempre ha reaccionado negando las pruebas y destituyendo o arrestando a los policías y magistrados que aplicaban la ley.
Aunque Recep Tayyip Erdogan lograse sobornar al MHP, o al menos a 18 de sus diputados para formar una coalición gubernamental, su partido no estará mucho tiempo más en el poder.
Para estar seguro de no tener que seguir enfrentando al AKP, Estados Unidos podría favorecer su división estimulando a los discípulos de Fetullah Güllen y los partidarios del difunto presidente Turgut Özal para que formen su propio partido.
El gobierno sucesor del AKP tendrá que liberar rápidamente a los presos políticos, enviar los líderes islamistas corruptos a los tribunales y abrogar después diversas leyes islamistas para contentar a la opinión pública. También tendrá que poner fin a la implicación de Turquía en la guerra de agresión contra Siria, pero también facilitaría a la CIA el traslado de los yihadistas que hoy operan en Irak y en Siria hacia otro destino. Y gozará del respaldo financiero de Estados Unidos en cuanto cuestione el tratado que el presidente Erdogan firmó con el presidente Putin.
La caída del AKP debería provocar un repliegue de la Hermandad Musulmana hacia Catar, el único que seguiría apadrinándola. También debería aclarar el horizonte en Túnez y Libia y favorecer la paz en Siria y Egipto.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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