Un hombre embriagado busca transgredir el cuerpo de una mujer. Cree que tiene el derecho; por eso nada le importa. La oscuridad propia de las primeras horas del día reviste su hazaña.
Claudia sale de la discoteca. El bailongo la ha agotado. Acompañada de su amiga y del novio de ésta se encamina hacia la estación del Metro más cercana.
El conflicto se desata en plena vía pública. El hombre insiste en llevar a las amigas a un hotel. La negativa detona su furia. “Putas”, les grita. Indignada, la novia se aleja. Él, en tanto, persigue a Claudia hasta un puente peatonal solitario. Con el miembro expuesto, la acorrala contra el barandal.
Los cuerpos forcejean. Ella se resiste. Él le desgarra las ropas; le encaja con fuerza los toscos dedos. Claudia lucha con todo. Los minutos se vuelven espesos. Ella sólo defiende lo que es suyo: esa masa tibia que enteramente le pertenece.
Una pistola calibre 22: el último recurso. Tras sufrir dos asaltos, la mujer, comerciante de oficio, ya no sale desprotegida. Con esfuerzo, el pulso tembloroso, sustrae el arma de una de las bolsas de la chaqueta; la saca para alejarlo. Él, sin embargo, sonríe vehemente; pasa por alto las insistentes negativas, la contundente resistencia.
¡Bang! El dedo sobre el gatillo desata el estruendo. El pavorreal se hace chiquito; el plumaje se le desploma. Herido, se retuerce en el piso; vocea de dolor.
Los servicios emergentes de salud contravienen su carácter de emergente. La ambulancia demora por casi 2 horas. El hombre no alcanza a llegar al hospital. Muere desangrado por falta de atención oportuna.
La mujer que repelió una violación sexual es encarcelada; condenada a formal prisión. Ella “provocó a su agresor sexual y con su fuerza física lo sometió a golpes aprovechando su estado de ebriedad, para luego matarlo”, así falla la “justicia” mexicana.
Esta historia ocurrió en 1996. El caso unió a feministas de todas las texturas, incluso a quienes no lo eran. Celebridades como María Félix se sumaron a la campaña de firmas por la libertad de Claudia Rodríguez Ferrando.
María Consuelo Mejía Piñeros se enteró por el periódico. Estaba en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, en donde se desempeñó como investigadora por 15 años.
El caso, sin duda, la inquietó. Apenas 2 años antes había asumido la dirección de Católicas por el Derecho a Decidir México, organización civil enfocada a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, entre ellos el acceso de las mujeres al aborto legal y seguro.
¿Qué hubiera hecho ella en el lugar de Claudia? ¿Qué haría si alguien intentara agredirla de esa forma? “Quizá me matarían porque no me voy a dejar”, reflexiona.
Aunque María Consuelo encabeza una organización de corte católico, ella rompe con el cliché de la ferviente devota. Es antropóloga, maestra en estudios latinoamericanos, feminista y divorciada de un matrimonio que jamás se consumó por la iglesia.
Acostumbrada a llevar su labor más allá de las paredes de un cubículo, María Consuelo no tardó en inmiscuirse en el asunto. De la mano de mujeres como María Victoria Llamas (periodista) y Jesusa Rodríguez (actriz), la organización a su cargo participó activamente de la campaña en defensa de Claudia. El colectivo logró, finalmente, la liberación de ésta, más no su absolución.
La pasión de María Consuelo por estos temas es evidente. Del caso de Claudia salta con particular destreza al de Yakiri Rubio, quien a finales de 2013 fue procesada por el homicidio del hombre que intentó violarla. Enseguida alude a los cientos de mujeres que han sido criminalizadas en el país por interrumpir su embarazo; a las miles de vidas consumidas por el feminicidio, un tema “que siempre te golpea”.
María Consuelo transpira indignación. Las pupilas oscuras se pierden con cada remembranza. Todos estos casos, dice, le han permitido dimensionar la saña que, en pleno siglo XXI, caracteriza a la violencia contra mujeres y niñas en México, pero, sobre todo, la revictimización de que son objeto cuando se enfrentan a las instituciones encargadas de procurar la justicia en el país.
En algún momento de su vida, María Consuelo quiso especializarse en el tema indígena. Tanto en México como en Colombia, su país natal, trabajó de cerca con comunidades originarias. En 1987, en equipo con Sergio Sarmiento Silva, publicó el libro La lucha indígena: un reto a la ortodoxia. No obstante, al no ser indígena, declinó. Concluyó que son los pueblos originarios, poseedores de una mayor sabiduría, quienes deben desarrollar su propia defensa. María Consuelo, en cambio, sí es mujer; por eso eligió esta causa.
La especialista en teología feminista equipara su labor como directora de Católicas por el Derecho a Decidir con una especie de premio: “Yo digo que este trabajo mío es como la militancia de la tercera edad”. La carcajada es inevitable; también contagiosa.
Indudablemente, el contenido del cartel transgrede la moral católica hegemónica, aquella con sede en el Vaticano. “María fue consultada para ser madre de Dios. Elegir es derecho de todas”, se lee en la parte superior del mismo. Abajo, María y el ángel Gabriel dialogan cara a cara. Ella habla de maternidad voluntaria; él, de maternidad libre.
En 1995, justo 1 año después de su fundación, la organización Católicas por el Derecho a Decidir México (CDD) difundió masivamente este cartel. La maternidad como elección libre, no como imposición divina ni destino obligado.
CDD agrupa, sobre todo, a mujeres. Éstas se asumen como católicas, pero también como feministas, democráticas y laicas. Su defensa se enfoca en los derechos sexuales y reproductivos de mujeres y jóvenes, entre ellos el del acceso al aborto legal y seguro.
—¿Por qué abordar, desde una organización conformada por creyentes, las temáticas que más atentan contra la moral católica? –se le pregunta a María Consuelo.
—Una de nuestras preocupaciones de origen fue el tema de la miseria sexual que viven las mujeres, expresión de dominación, de violencia, de falta de poder en todos los niveles, sobre todo en el más íntimo. ¿Cómo es que la sexualidad siempre se esconde y banaliza cuando es una dimensión esencial de la vida de las personas?
“Consideramos a la miseria sexual como la base de dominación y exclusión de las mujeres en la sociedad: las mujeres que no pueden disfrutar de su sexualidad son mujeres tristes, mujeres no tan satisfechas consigo mismas.
“Para nosotras, la moral sexual limita la autonomía de las mujeres, su libertad y el llamado empoderamiento: el poder de las mujeres para ser ellas mismas y para determinar su propio destino.”
María Consuelo explica que esa moral sexual –“mensaje conservador, castrante, castigador, negativo de la experiencia de la sexualidad”– que los altos mandos de la Iglesia Católica pregonan no es siquiera dogma, es decir, no tiene sustento en la doctrina de Dios. Por eso, dice, “las católicas y los católicos podemos tomar decisiones con relación a estos temas sin temor a ser echados de la Iglesia o perder nuestra relación con Dios”.
Contrario a ello, afirma, la doctrina católica aporta elementos para la defensa de los derechos sexuales y reproductivos o el derecho a la libertad de conciencia, base de la dignidad humana. “Estamos partiendo de sus propios documentos, de sus propios planteamientos. No estamos usando ni teología feminista únicamente, ni interpretaciones nuestras. Sacamos lo que dice el Concilio Vaticano II, lo que dice Jesucristo, lo que dicen los documentos de las reuniones de los obispos en América Latina, y eso lo ponemos presente”.
En el tema del aborto, por ejemplo, CDD lanzó, en 2010, la campaña Otra Mirada Católica del Aborto, para informar de los muchos casos en que la Iglesia no condena el aborto, además de reconocer la autoridad moral de las mujeres para decidir sobre su vida reproductiva conforme a los dictados de su conciencia.
El sustento, detalla María Consuelo, se encuentra en el Código de Derecho Canónico, que establece las siete circunstancias que libran de la pena de excomunión (máximo castigo que aplica la Iglesia) a la mujer que aborta. Ser menor de 16 años, ignorar que se infringe una ley, actuar por necesidad o en legítima defensa, por citar algunas.
En 2007, los esfuerzos de Católicas por el Derecho a Decidir contribuyeron a la despenalización del aborto en el Distrito Federal. En septiembre de 2003, en vísperas del Día por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe, quienes integran esta organización salieron a la calle portando un estandarte; impreso en éste la imagen de la virgen de Guadalupe y la insignia: “El amor de Dios y de María Guadalupe es más grande. Por la vida de las mujeres, aborto legal y seguro”.
“María Consuelo es el azote de obispos y sacerdotes, y el gran amor de sacerdotes tan extraordinarios como Alejandro Solalinde, el protector de los migrantes […]. Por lo pronto, los religiosos progresistas de México la apoyan en todas sus iniciativas. Los obispos convencionales le temen, porque María Consuelo critica y da a conocer la falta de congruencia de las enseñanzas y actitudes de nuestros obispos con la tradición católica y los documentos oficiales de la Iglesia, y señala sus fallas en los problemas de derechos humanos y, lo que es más importante para nosotras las mujeres, derechos sexuales y reproductivos”, escribió Elena Poniatowska en su columna del pasado 10 de agosto en La Jornada.
—¿Es cierto que, como dice Elena Poniatowska, usted es el azote de obispos y sacerdotes? –se le pregunta a María Consuelo, quien dice sentirse complacida con la descripción de la escritora.
—Bueno, espero no serlo tanto –una pícara sonrisa ameniza la confesión.
María Consuelo refiere que el objetivo de CDD no es convertirse en el “azote los obispos” ni estar pendientes de cada uno de sus dichos para, entonces, reaccionar. El objetivo es exponer “una visión distinta y una manera distinta de ser católicas”.
—¿Cómo consecuencia de su labor, ha sido reprendida o citada a comparecer por algún alto jerarca de la Iglesia?
—Fíjate que no. Es muy extraño. Los obispos quizá piensan que no tenemos mucha importancia o que no tienen argumentos para contrarrestar los nuestros puesto que provienen de sus propias fuentes–responde.
Hurgando en sus recuerdos, María Consuelo trae a la mente aquel episodio en que, vía desplegados de prensa a nivel internacional, el Vaticano excomulgó al conjunto de organizaciones, incluida CDD, que en el marco de los trabajos de preparación de la Conferencia de Beijing exhibieron la falsedad de las campañas de la Iglesia Católica en torno a los derechos sexuales y reproductivos. “Ésa fue la única vez –dice– que yo recibí, de la manera más indirecta, una amenaza de excomunión”.
Condones por la Vida; Cambio de Estatus del Vaticano en Naciones Unidas; Ama al Prójimo como a Ti Mismo. Usa Condón; No Todas las Familias son Iguales. Donde Hay Amor Hay Familia; Por una Correcta Tipificación del Feminicidio en el País; Otra Mirada Católica del Aborto son algunas de las campañas que CDD ha impulsado en 20 años de existencia.
En 2001 contribuyeron además con el impulso de la campaña Llamado a la Rendición de Cuentas, a través de la cual pidieron justicia por los abusos sexuales y violaciones a religiosas por parte de sacerdotes y obispos de 23 países del mundo.
Cinco años después, el escándalo se desató a nivel nacional. Diversas víctimas de abuso sexual de sacerdotes se animaron a revelar sus historias. Así lo hizo, por ejemplo, Joaquín Aguilar, quien interpuso una demanda en la Corte Superior de Los Ángeles, California, Estados Unidos, en contra del cardenal Norberto Rivera por el encubrimiento del sacerdote Nicolás Aguilar, quien abusó de él cuando tenía 11 años de edad. Entonces, CDD se sumó a la demanda de justicia.
“Multiplicaré tus trabajos y tus miserias en tus preñeces. Con dolor parirás los hijos. Estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará”. De acuerdo con Génesis 3:16, el primer libro del Antiguo Testamento, Dios se dirigió así a Eva. ¿Es posible una teología feminista cuando en La Biblia constan pasajes como este?
“Nosotras no pensamos que Jesús creía que las mujeres tenían que estar dominadas por los hombres. Pensamos que el mensaje de Jesús, por más que los evangelios lo quisieron tapar, es un mensaje absolutamente revolucionario y transgresor con relación a las mujeres”.
—¿La teología feminista se relaciona con la teología de la liberación? –se le pregunta.
—La teología feminista es un análisis de las escrituras desde la perspectiva de las mujeres, es decir, con perspectiva de género. No tiene que ver exactamente con la teología de la liberación en tanto que cada una se ha desarrollado independientemente. Su semejanza recae en que ambas son teologías muy liberadoras que tienen como base la demanda de justicia social.
“Pero entre la teología de la liberación y la feminista ha habido bastante distancia; la misma que ha habido entre la izquierda tradicional y el feminismo. Ésta se deriva del planteamiento de que la lucha de las mujeres es para después de que logremos el socialismo, no para antes porque distrae. A pesar de ello, creemos que se han podido tejer importantes puentes y alianzas con sectores de la teología de la liberación.”
—¿Y con los sectores feministas no católicos también han logrado estrechar vínculos?
—Con las feministas ha habido, por un lado, un entendimiento de la importancia que tiene el mensaje católico conservador en la posibilidad de que las mujeres puedan ejercer su derecho a decidir, y en esa medida nos aceptan.
“No obstante, también ha habido un poco de ‘este es un Estado laico y no tenemos por qué estar con gente que se llama católica’. Pero esto no nos detiene. Nosotras seguimos en lo nuestro porque estamos conscientes de que el mensaje liberador, el que abre mentes, debe llegar a todos los sectores de este país.”
En 2011, María Consuelo fue galardonada por la organización internacional Women Deliver como una de las 100 mujeres del mundo más inspiradoras y comprometidas con el mejoramiento de la vida y la defensa de los derechos de las mujeres y las niñas. En 2010, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal le otorgó el Premio Hermila Galindo por su destacada trayectoria en la defensa y promoción de los derechos de las mujeres. A través del X Premio Nacional de Derechos Humanos Don Sergio Méndez Arceo, organizaciones católicas y de inspiración cristiana reconocieron su labor en defensa de los derechos humanos, especialmente de las mujeres. Para María Consuelo cada uno de estos reconocimientos significa un estímulo y un apapacho.
Apenas cumplidos los 15 años de edad, María Consuelo recibió una de las noticias más perturbadoras de su niñez. La confesión provino de su padre, profesor emérito de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. “Soy ateo”, se sinceró el hombre sin imaginar siquiera el efecto de sus palabras.
Los peores pensamientos invadieron a María Consuelo, que a su corta edad conocía ya la obra de Frank Kafka y Jean-Paul Sartre. La idea de que su progenitor podría ir al Infierno la paralizó por completo. La recuperación fue lenta. Poco a poco ella comprendió que una persona tan buena como su padre ateo no tendría por qué ir al Infierno.
María Consuelo fue educada (de la primara a la preparatoria) en El Sagrado Corazón de María, un colegio de monjas ubicado en Bogotá. Este inicio la marcó. De ahí obtuvo la fe católica pero también los cimientos de una vida de lucha.
Las monjas que administraban el colegio coincidían con los sacerdotes de la teología de la liberación, algunos de los cuales militaban en la guerrilla. La solidaridad de las monjas para con los clérigos rebeldes era tal que, en los tiempos de persecución política, El Sagrado Corazón de María les brindó refugio: “Quién se iba a imaginar que se escondían en esa escuela de elite”.
María Consuelo recuerda que en 1967, año en que ella terminó sus estudios de bachillerato, su hermana, con quien compartía colegio, participó en una obra de teatro escolar que denunciaba la falsedad de los obispos que habían castigado a las religiosas por apoyar a los teólogos de la liberación. El escándalo se había desatado. El Sagrado Corazón de María fue clausurado temporalmente.
“Éste fue un principio muy interesante; un despertar. Desde allí se quedó para nosotras, la mayoría de las alumnas, la idea de que la Iglesia Católica podía ser otra: sensible, liberadora, comprometida con la justicia social, con los derechos humanos”, refiere María Consuelo.
—¿Por qué la inscribieron sus padres en esta escuela; eran conscientes del tipo de formación que ahí recibiría?
—Ellos no sabían. Todas mis primas se educaron ahí. Era un colegio sólo para mujeres. Nos educamos en esa escuela porque era totalmente bilingüe. Ésa era la razón principal.
María Consuelo proviene de un núcleo familiar diverso: su papá “rojo, liberal, ateo”; su mamá “de familia muy conservadora y religiosa”. Aun así, dice, entre ellos jamás hubo problema: “Mi papá siempre fue una persona super tolerante y abierta. Y ella era también muy abierta. Nunca intentaron imponernos nada en ese sentido”.
—¿Entonces su papá jamás intentó llevarla por el camino del ateísmo?
—No. Nunca hubo problemas por los diferentes caminos que cada quien eligió o por las opciones políticas o ideológicas. Siempre hubo aceptación y respeto. Mi papá defendía la idea de que los hijos tienen un potencial interno que hay que dejar salir, y que un padre lo único que tiene que hacer es mostrar un camino, pero no moldear ni interferir en esa formación.
Al final, dice, su papá sí influyó en ella, aunque de manera muy sutil. Él deseaba que su hija cursara los estudios de antropología en la Universidad Nacional de Colombia; ella, en cambio, pretendía estudiar sicología en la Universidad Iberoamericana. María Consuelo logró sortear los filtros de ingreso a la institución sugerida por su padre, y ahí se quedó. “Eso, sin duda, me marcó un rumbo totalmente distinto que si yo me hubiera metido en la sicología”, reconoce.
Durante su estancia en la Universidad, María Consuelo militó en la juventud comunista y “en varias organizaciones”. Al final, tuvo que salir de Colombia como consecuencia de su actividad política.
—¿Estaba en riesgo su vida? ¿La perseguían?
—Había potencialmente la posibilidad. Me pidieron que saliera –María Consuelo evita los detalles.
Fue así que, en 1979, la egresada de El Sagrado Corazón de María llegó México, el país en el que pretendía hacer la maestría en antropología. No obstante, debido a que ésta se encontraba en formación, María Consuelo optó por la especialización en Estudios Latinoamericanos, misma que cursó en la UNAM. Posteriormente, logró colocarse como investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, en donde trabajó con Pablo González Casanova en proyectos de documentación de movimientos sociales.
En Colombia se rencontró con Jorge Villarreal Mejía, su tío, quien la invitó a trabajar en Oriéntame, un centro de salud enfocado a la atención de mujeres con aborto en evolución que ofrece, entre otras, consejerías en temas de violencia sexual y derechos reproductivos. Ella aceptó. Su estancia en este lugar se prolongaría por casi 3 años.
María Consuelo volvió a México con exquisita lucidez. La experiencia en Oriéntame le proveyó el pegamento que necesitaba para construir y, posteriormente, ejercer su verdadera vocación. Justicia, derechos humanos, sexualidad, catolicismo, mujeres; ninguna de estas causas podía faltar.
Era la década de 1990 cuando María Consuelo buscó contacto con Martha Lamas, ahora su gran amiga y “cómplice” en proyectos como Catolicadas, serie animada que muestra la incongruencia de las enseñanzas y actitudes de los obispos con la justicia social, los derechos humanos y los derechos sexuales y reproductivos. Después de casi 1 año de insistencia, María Consuelo y Martha se reunieron y empezaron a cocinar juntas. En 1992, en conjunto con otras feministas, fundaron Gire.
Un par de años después, María Consuelo se postuló para la dirección de Católicas por el Derecho a Decidir México. Fue electa. Una oficina amplia, iluminada, fresca y llena de detalles, ubicada al Sur de la Ciudad de México, es ahora su centro de operaciones.
María Consuelo accede a compartir este esbozo de su vida. Le parece una buena idea hablar de las “razones históricas” que la llevaron hasta la dirección de CDD, mismas que, según refiere, tienen mayor relación con su vida personal que con su trayectoria profesional.
—¿Cuál es, desde su punto de vista, la mayor problemática que enfrentan las mujeres en este país?
—Creo que, en el fondo, se trata de las limitaciones a su autonomía, en todo sentido. Y eso está cruzado por muchos temas, como la violencia o la desigualdad social. No puedes expresarte, vivir tu sexualidad, decidir cuántos hijos tener, en qué trabajar, porque todavía pesa mucho ese estereotipo del destino manifiesto: tienes que servir, callar, obedecer, cuidar.
—¿Por qué tanto empeño en limitar la autonomía de la mujer? ¿Qué hay de fondo?
—En el caso de la Iglesia Católica hay absoluto pánico a la autonomía de las mujeres porque sería romper totalmente con ese sistema. También en el caso de la sociedad patriarcal y su sistema establecido sobre la dominación de las mujeres. Estamos viviendo una época muy dura del capitalismo, el capitalismo salvaje, muy deshumanizada, en donde las mujeres, niños y niñas llevan las de perder porque no están en posiciones de igualdad con los hombres, sean de la clase que sean.
Flor Goche, @flor_contra
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