Peter Dale Scott/Red Voltaire
Ottawa, Canadá. Hace ya cierto tiempo que vengo analizando la historia de Estados Unidos a la luz de lo que llamo los “acontecimientos profundos estructurales”, como el asesinato del otrora presidente John F Kennedy, el caso Watergate, el escándalo Irán-Contras (o Irangate) y el 11 de septiembre de 2001. Son hechos que desde el principio parecen rodeados de misterio. Por otro lado, implican sistemáticamente la realización de actos criminales o violentos y forman parte de los procesos clandestinos de los servicios de inteligencia. Por último, la consecuencia de esos hechos es que extienden la parte secreta del Estado y posteriormente dan lugar a todo tipo de disimulaciones sistemáticas en los grandes medios de prensa y en los archivos internos del gobierno.
A medida que profundizaba en el estudio de esos hechos, noté que compartían muchos puntos comunes. Eso refuerza la posibilidad de que esos hechos no sean resultado de intrusiones externas y fortuitas en la historia de Estados Unidos sino más bien fruto de un proceso endémico y que provengan de una fuente común.
Existe, por ejemplo, un factor común entre el asesinato de Kennedy, el Watergate, el escándalo Irangate y el 11 de septiembre. Ese factor común es la implicación, entre bastidores, de individuos que participaron en el plan más secreto e importante de Estados Unidos para el manejo de situaciones de crisis.
Desde la década de 1950, ese plan se conoce como programa de Continuidad del Gobierno (Continuity of Government o COG), más comúnmente designado en el Pentágono como Proyecto Juicio Final. Como supervisores de la planificación altamente confidencial de la COG, un restringido número de sus planificadores lograron alcanzar altas responsabilidades. Ejemplo de ello son Donald Rumsfeld y Dick Cheney. Otros individuos, a quienes también mencionaré en este artículo, operaron en niveles inferiores de la red secreta de comunicaciones de ese programa.
Yo veo ese círculo de planificadores de la COG como uno de los numerosos elementos de lo que he optado por llamar el “Estado profundo estadunidense”. También pertenecen a este Estado profundo agencias como la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y empresas privadas como Booz Allen Hamilton, que absorben –como contratistas– más de la mitad del presupuesto de los servicios de inteligencia estadunidenses. Este “Estado profundo” incluye, finalmente, los poderosos bancos y otras multinacionales, cuyos intereses y opiniones están ampliamente representados dentro de la CIA y la NSA. Más que un elemento entre otros dentro de ese sistema de gobierno oculto, el grupo de planificación de la COG es particularmente específico, puesto que dispone del control exclusivo de un canal de comunicaciones que escapa al control del gobierno. Esa red puede penetrar hasta lo más profundo de la estructura social de Estados Unidos y manipularla o perturbarla de forma duradera. Estos temas aparecen analizados más detalladamente en mi libro, publicado en mayo de 2015, L’État profond américain.
La planificación de la COG fue autorizada inicialmente por los presidentes Truman y Eisenhower como preparación preventiva ante las consecuencias que podía tener un ataque atómico devastador que lograse decapitar el gobierno estadunidense. Por consiguiente, el grupo a cargo del desarrollo de la COG se planteó la adopción de medidas extremas, que incluyen lo que el periodista Alfonso Chardy llamó, en 1987, la “suspensión de la Constitución”. Sin embargo, en el caso del escándalo Irán-Contras (o Irangate), su red secreta de comunicaciones –que debía activarse sólo en caso de una decapitación catastrófica del Estado– en realidad fue utilizada para burlar un embargo oficial sobre las ventas de armas a Irán, embargo que estaba en vigor desde 1979. El objetivo del presente artículo es estudiar la posibilidad de que esa red confidencial haya sido utilizada, no en función de sus objetivos supuestos sino de manera igualmente maliciosa, en noviembre de 1963, en el asesinato contra el entonces presidente Kennedy.
Existe una abundante documentación sobre el uso ilícito de ese sistema alternativo de comunicaciones durante el caso Irán-Contras. El teniente coronel Oliver North supervisó las ventas de armas a Irán utilizando sus prerrogativas como oficial del Consejo de Seguridad Nacional a cargo de la planificación de la COG, bajo la cobertura de un Buró de Programación Nacional, supervisado a su vez por el entonces vicepresidente George Bush padre. De esa manera, North y sus superiores podían utilizar la red de crisis de la COG, entonces designada como Flashboard, para organizar las ventas de armas a Irán, ya que era necesario ocultarlas no sólo al público sino también a otros sectores de la burocracia de Washington. Por consiguiente, cuando North enviaba a la Embajada de Estados Unidos en Lisboa, Portugal, instrucciones urgentes sobre aquellas entregas de armas –órdenes que violaban directamente el embargo que prohibía dichas ventas–, lo hacía utilizando el sistema Flashboard para evitar que lo supiesen el embajador y otros funcionarios hostiles.
El hecho es que, en el caso Irán-Contras, un círculo muy restringido de altos responsables tenía acceso a una red secreta de alto nivel no sujeta a la supervisión gubernamental y la utilizó para poner en marcha un programa que contradecía la política oficial del Estado federal. Los miembros de ese círculo cedieron a la tentación de utilizar esa red altamente segura, que había sido concebida con otros fines. En mi libro La route vers le nouveau désordre mondial [El camino hacia el nuevo desorden mundial] explico que ese sistema fue utilizado nuevamente el 11 de septiembre de 2001 en función de la aplicación de las órdenes cruciales sobre las cuales la comisión investigadora de esos acontecimientos no pudo encontrar ningún archivo. No sabemos si ese dispositivo fue utilizado entonces para alcanzar objetivos ilícitos, como efectivamente sucedió en el caso Irán-Contras.
Lo cierto es que el programa de la red de crisis de la COG sobrevivió al despido de Oliver North por parte del expresidente Reagan –en 1986–, como consecuencia del escándalo Irangate. En efecto, el desarrollo secreto de esa red prosiguió durante décadas. Se financió con varios miles de millones de dólares y un equipo, entre cuyos miembros se contaban Dick Cheney y Donald Rumsfeld, la supervisó entre 1982 y 2000.
Es importante subrayar que la participación de Dick Cheney y Donald Rumsfeld en ese comité se prolongó bajo tres mandatos presidenciales –los de Reagan, Bush padre y Bill Clinton– aunque ninguno de los dos ocupó funciones gubernamentales bajo la administración de Clinton.
Esa continuidad fue fundamental para un círculo tan secreto del que existe muy poca documentación de archivo sobre sus actividades. Los planes de la COG fueron aplicados oficialmente por primera vez el 11 de septiembre de 2001, por parte del vicepresidente Cheney y del secretario de Defensa Rumsfeld, precisamente los dos hombres que los habían desarrollado a lo largo de 20 años.
Estuviesen o no al tanto de lo que sucedía en el momento del caso Irán-Contras, lo cierto es que Cheney y Rumsfeld formaban parte del comité de planificación de la COG precisamente mientras North utilizaba esa red para vender armas a Irán. Aunque no existe un vínculo tan evidente como éste entre el desarrollo de ese programa y el Watergate, salta a la vista la implicación de varios elementos de la COG.
En efecto, James McCord, uno de los plomeros del Watergate, era miembro de una pequeña unidad de la reserva de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Washington, unidad que dependía del Buró de Preparación de Urgencia (Office of Emergence Preparedness, OEP). La misión de aquella unidad consistía en “elaborar una lista de extremistas y tomar medidas de crisis […] en periodo de conflicto armado”. La unidad de McCord era parte del Programa de Seguridad de la Información en Tiempo de Guerra (Wartime Information Security Program, WISP). Estaba encargada de activar “los planes de urgencia para imponer la censura de prensa, del correo y de todas las telecomunicaciones (incluyendo las del gobierno), [así como la] detención preventiva de los civiles que representen ‘riesgos en materia de seguridad’ internándolos en ‘campamentos’ militares”. Además, John Dean –quien fue probablemente el personaje central del Watergate– había participado en actividades secretas de la COG cuando fungía como adjunto del secretario de Justicia.
En el caso del asesinato del extinto presidente Kennedy, me gustaría concentrarme en dos individuos que trabajaron para la red de comunicaciones del Buró de Planificación de Urgencia (Office of Emergency Planning, OEP), rebautizado en 1968 como Buró de Preparación de Urgencia (la estructura de la que dependía James McCord). En 1982 volvió a cambiar de nombre y se convirtió en el Buró de Programación Nacional (National Program Office, NPO), donde Oliver North actuaba como el oficial especial del Consejo de Seguridad Nacional.
El primero de esos dos individuos es Winston Lawson. El día del asesinato de Kennedy, en Dallas, Winston Lawson era el “explorador” del Servicio Secreto encargado de controlar –desde el auto que encabezaba la caravana presidencial– los canales de radio de su Agencia activados en dicho convoy.
El otro individuo es Jack Crichton, un oficial de la reserva de la Inteligencia Militar. Junto al exsubdirector del Departamento de Policía de Dallas (DPD), George Lumpkin, este Jack Crichton seleccionó al intérprete de idioma ruso utilizado en el primer interrogatorio de Marina Oswald por la policía de Dallas. Marina Oswald era la esposa rusa de Lee Harvey Oswald, designado como presunto asesino de Kennedy. Como veremos, las declaraciones de Marina Oswald en ese interrogatorio conducido por la policía de Dallas fueron falsificadas.
Lawson se ganó las críticas de los investigadores sobre el asesinato de Kennedy tanto por su extraña manera de actuar, antes y después de ese hecho, como por sus falsas declaraciones posteriores, realizadas algunas bajo juramento. Por ejemplo, después del asesinato, Lawson informó que varias motoci cletas de la policía debían ser inicialmente desplegadas “a los lados derecho e izquierdo del automóvil del presidente”. Sin embargo, en la mañana del 22 de noviembre, las órdenes iniciales fueron modificadas de tal manera que las motocicletas rodaban “sólo detrás del vehículo presidencial”, como el propio Lawson afirmó ante la Comisión Warren. El capitán Lawrence, funcionario de la policía de Dallas, declaró como testigo que las escoltas motorizadas que debían posicionarse a los lados del automóvil de Kennedy fueron redesplegadas detrás del vehículo por orden de Lawson. Aquel cambio en el emplazamiento de la escolta motorizada dejó al presidente más expuesto a un posible fuego cruzado.
En la madrugada del 22 de noviembre, hallándose en el aeropuerto Love Field de Dallas, Lawson instaló en el vehículo que encabezaría la caravana presidencial la base del dispositivo de radio, cuyas frecuencias utilizaron todos los agentes del Servicio Secreto que operaban en el cortejo presidencial. Manejado por la Agencia de Comunicaciones de la Casa Blanca (White House Communications Agency, WHCA), ese canal de radio fue utilizado para tomar decisiones clave antes y después del asesinato de Kennedy. Sin embargo, contrariamente a los canales 1 y 2 del Departamento de Policía de Dallas, sus archivos nunca fueron entregados a la Comisión Warren ni a ninguna otra investigación posterior. Si la WHCA mantuvo en secreto esa grabación no fue porque careciese de importancia, sino porque contenía informaciones extremadamente importantes.
Esta Agencia de Comunicaciones de la Casa Blanca se jacta en su sitio web de haber sido “un actor fundamental en la documentación del asesinato de Kennedy”. Pero resulta difícil entender para quién se hizo esa compilación de archivos y por qué la Comisión Warren, el House Select Committee on Assassinations (HSCA) y el Assassinations Records Review Board (ARRB) no pudieron tener acceso a ella, lo cual es injustificable.
Como han escrito varios autores, la grabación de la WHCA contiene la “clave” del misterio nunca resuelto sobre quién fue el desconocido que, después de los disparos que abatieron al presidente Kennedy, redirigió el cortejo presidencial hacia el hospital Parkland. La importancia de esa orden aparentemente simple –sobre la cual existen muchos testimonios contradictorios– salta a la vista cuando leemos en la retranscripción de la comunicación radial de la policía de Dallas las insistentes órdenes de “cortar toda la circulación para la ambulancia que se dirige a Parkland código 3”. Pero aquel vehículo no tenía nada que ver con el asesinato del expresidente, que todavía no había sido anunciado en la radio del Departamento de Policía de Dallas. En realidad, aquella ambulancia había sido movilizada 10 minutos antes de los disparos contra Kennedy, para socorrer a alguien que supuestamente se hallaba frente al Depósito de Libros Escolares de Texas (TSBD) y de quien se creía que había sufrido un ataque de epilepsia.
Lawson dijo después al Servicio Secreto que había oído a través de la radio “que [el cortejo] tenía que ir al hospital más próximo”. También escribió que había “pedido al oficial Curry que se asegurara de que se avisara al hospital” y de que el “vehículo que encabezaba [el cortejo] ayudara a las motos a escoltar al presidente hasta […] Parkland”. Dicho de otra manera, después de haber oído algo en la transmisión de la WHCA, Lawson hizo que la limusina del presidente siguiera el itinerario ya abierto para el supuesto epiléptico. En su testimonio, muy preciso, ante la Comisión Warren, Lawson no da ninguna información sobre el hecho que aquel itinerario se había abierto con anterioridad. Por el contrario, declaró que el cortejo tenía que “detener autos [que sus miembros] sacaban [las] manos por las ventanillas y hacían sonar sirenas y cláxones para abrirse paso”.
El canal de radio de la WHCA que utilizaron Lawson y sus colegas estaba en contacto directo con la base de esa misma Agencia en Mount Weather, Virginia. Se trataba de la instalación militar de la red de la COG. Desde ese lugar, las comunicaciones del Servicio Secreto se retransmitían a la Casa Blanca a través de los “numerosos sistemas de comunicaciones que conectan Mount Weather con la Casa Blanca y con Raven Rock –el “Pentágono subterráneo” situado 100 kilómetros al Norte de Washington– al igual que con prácticamente cada unidad de las Fuerzas Armadas estadunidenses desplegada a través del mundo”.
Jack Crichton, exjefe de la 488 Unidad de Reserva de la Inteligencia Militar en Dallas, también era parte de esa red de la COG dirigida desde la base de Mount Weather. Crichton estaba en aquel entonces a cargo de la inteligencia en el seno de la Protección Civil de Dallas, que tenía su base en un Centro de Operaciones de Crisis subterráneo (Operating Emergency Center, OEC). Como informó Russ Baker, “dado que debía permitir garantizar la Continuidad del Gobierno [COG] en caso de ataque, [el OEC] había sido completamente equipado con material de comunicaciones”. Hoy en día, todos recuerdan con hilaridad aquel programa, que aconsejaba a los niños meter la cabeza debajo de sus mesas en caso de ataque nuclear. Pero en 1963, la protección civil era una de las responsabilidades de crisis confiadas al Buró de Planificación de Urgencia (OEP). Y es por esa razón que Jack Crichton y el agente Lawson del Servicio Secreto podían estar en contacto directo con la red de comunicaciones de urgencia del OEP, con sede en Mount Weather.
Jack Crichton resulta muy interesante ya que, junto al entonces subdirector del Departamento de Policía de Dallas, George Lumpkin, fue quien designó al intérprete –proveniente de la comunidad de rusos de derecha– para interrogar a Marina Oswald (Lumpkin era también oficial miembro de la 488 Unidad de Reserva de la Inteligencia Militar). El intérprete designado fue Ilya Mamantov, quien tradujo las declaraciones de Marina Oswald durante su primer interrogatorio –el 22 de noviembre– en el Departamento de Policía de Dallas. Las declaraciones atribuidas a Marina Oswald en aquel primer interrogatorio fueron utilizadas rápidamente para respaldar lo que yo llamo “el relato primario”, donde se afirmaba que Rusia y/o Cuba estaban detrás del asesinato de Kennedy. Aún hoy, ciertas fuentes de la CIA todavía sostienen esas acusaciones.
Como resumió la Oficina Federal de Investigación (FBI, por su sigla en inglés), la versión que dio Mamantov del testimonio de Marina Oswald vinculó a Lee Harvey Oswald con un arma que había adquirido en la URSS:
“Marina Oswald indicó que Lee Harvey Oswald poseía un fusil que había utilizado en Rusia alrededor de 1 año antes. En el garaje [de la casa de Ruth Paine] ella vio lo que presumió fuera la misma arma en una sábana […]. Marina Oswald declaró que, el 22 de noviembre, le mostraron un fusil en el Departamento de Policía de Dallas […]. Afirmó que era de color oscuro como el que ella había visto, pero que no recordaba su tamaño.”
Esos detalles tan específicos –según los cuales Marina había declarado haber visto un fusil oscuro y sin mira telescópica– fueron confirmados en una declaración bajo juramento, firmada por la interesada y por Mamantov y recogida por el oficial del Departamento de Policía de Dallas B L Senkel. Fueron nuevamente corroborados por Ruth Paine, quien había asistido a la entrevista con Mamantov. Fueron igualmente confirmados la noche siguiente al término de un nuevo interrogatorio a Marina Oswald, realizado por el Servicio Secreto y traducido por Peter Gregory, muy amigo de Mamantov. Pero una transcripción de esa entrevista revela que la fuente de aquellos detalles no fue Marina Oswald, sino el propio Gregory:
“—¿Qué arma era? ¿Un fusil o una pistola? Simplemente, ¿qué tipo de arma era? ¿Puede ella responder a esta pregunta?
“—Era un arma.”
El señor Gregory le preguntó:
“—¿Puede usted describirla?”
Marina Oswald respondió en ruso: “No puedo describirla porque para mí todos los fusiles se parecen”; sin embargo, la traducción de Gregory fue: “Dice que no puede describirla. Era una especie de fusil oscuro, como cualquier otro fusil corriente…”
Marina dijo: “Tenía una prominencia (o un abultamiento) pero nunca vi la mira a través [de la sábana]”. Y la traducción de Gregory fue: “Dice que había un abultamiento pero que no había mira, no tenía mira para apuntar”.
No sólo debemos concluir de esto que Gregory falsificó el testimonio de Marina (“todos los fusiles se parecen”), sino que su amigo Mamantov hizo lo mismo. Ante la Comisión Warren, Mamantov afirmó después, no menos de siete veces, que Marina había utilizado la palabra “oscuro” para describir aquel fusil.
En Dallas, otros testigos declararon que el arma de Oswald no tenía mira telescópica hasta que el mismo Oswald encargó a Dial Ryder, un armero de esa ciudad, que le instalara una. El Informe Warren refutó de manera elaborada esa afirmación, a pesar de que había sido corroborada, y sus autores concluyeron que “la autenticidad de la factura de reparación” utilizada para probar esto “suscitaba serias dudas”.
Todo ello me hace pensar que, en los actos de Crichton y Lawson –de quienes ya sabemos que eran parte de la red de comunicaciones de crisis de la COG en Dallas–, podemos notar un conjunto de comportamientos sospechosos que implican a Lumpkin y a otros sectores, o lo que podríamos calificar como comportamientos de conspiradores. Esos repetidos intentos de implicar a Oswald en un “relato primario” que acusaba a la entonces Unión Soviética de estar detrás del asesinato de Kennedy me llevan a proponer una hipótesis sobre la cual no dispongo de prueba ni de explicación alternativa: es posible que alguien, a través de la red de la Agencia de Comunicaciones de la Casa Blanca, haya sido la fuente que describía un sospechoso exactamente con las mismas características físicas erróneas (178 centímetros de estatura y 75 kilogramos de peso) que aparecían en los expedientes del FBI y de la CIA sobre Lee Harvey Oswald. Esta descripción física errónea constituye un elemento importante pero no se ha explicado nunca.
Hay que subrayar que no se conoce ninguna otra fuente que haya atribuido a Oswald tales características físicas, muy precisas, después del asesinato de Kennedy. Por ejemplo, cuando fue arrestado e inculpado en Dallas –el mismo día del asesinato– la policía lo fichó como un individuo de 1 metro 75 centímetros y 59 kilogramos de peso en el registro que acompaña sus huellas digitales. La primera referencia a 1 metro 78 centímetros de estatura y 75 kilogramos de peso provenía de su madre Marguerite, quien lo describió así al agente del FBI John Fain, en mayo de 1960, cuando su hijo residía en Rusia.
Después de los disparos contra Kennedy, el oficial del Departamento de Policía de Dallas que dio aquella descripción errónea a través del canal de radio de la policía fue el inspector Herbert Sawyer, quien supuestamente oyó esa descripción frente al Depósito de Libros Escolares de Texas pero fue incapaz de identificar ni describir al testigo fuente de tal descripción. Los autores del Informe Warren afirmaron categóricamente que esa fuente era Howard Brennan. Según ellos, en la tarde del 22 de noviembre, Brennan “identificó a Oswald durante la sesión de identificación como la persona que más se parecía [al tirador] de la ventana. Pero declaró que no podía identificarlo formalmente”. Existen, sin embargo, muchas razones para dudar de esas acusaciones, empezando por las contradicciones que aparecen en los testimonios del propio Brennan, como cuenta Anthony Summers en su libro Conspiracy (páginas 109-110). Por otro lado, el experto Ian Griggs afirmó con argumentos sólidos que Brennan nunca vio a Oswald aquella noche en la sala de identificación del Departamento de Policía de Dallas (archivos de la policía sitúan a Oswald en tres sesiones de identificación el 22 de noviembre, lo cual corroboran varios testimonios. Pero no podemos encontrar pruebas de que Brennan haya participado en ninguna de ellas).
Existe otra razón concreta para dudar que Brennan fuese realmente la fuente de aquella identificación. En efecto, el propio Brennan declaró después, ante la Comisión Warren, que él mismo había visto al sospechoso en el Depósito de Libros Escolares de Texas “de pie y apoyándose en el reborde de la ventana de la izquierda [en el quinto piso del edificio]”. Al pedírsele que describiera lo que había visto de aquel individuo, Brennan respondió: “Probablemente pude observarlo de cuerpo entero, desde las caderas. Pero mientras estaba disparando [me parece haberlo visto] por encima de la cintura”.
Este descuido en las palabras de Brennan llama la atención sobre el problema fundamental que plantea esta descripción: es difícil concebir que alguien pueda estimar la talla y peso de un hombre que sólo estaba parcialmente visible en una ventana del quinto piso. Por consiguiente, tenemos razones objetivas para pensar que esa descripción pudo venir de otra fuente y no de Brennan. Sabiendo que esos detalles corporales sólo corresponden con los que aparecen en los expedientes del FBI y de la CIA sobre Oswald, parece justificado pensar que esa fuente desconocida se basó en expedientes secretos del gobierno.
El 22 de noviembre, como pudimos comprobar, se produjo una interacción entre los canales [de radio] de la Agencia de Comunicaciones de la Casa Blanca y del Departamento de Policía de Dallas gracias al dispositivo portátil de la WHCA que Lawson había instalado en el vehículo que encabezaba el cortejo presidencial. A través de la radio de la policía, ese vehículo estaba en contacto con el vehículo-piloto, que iba delante y donde viajaba el subdirector del Departamento de Policía de Dallas Lumpkin, oficial de la 488 Unidad de Reserva de la Inteligencia Militar. Paralelamente, como ya hemos visto, aquel dispositivo de la WHCA estaba en contacto con el centro neurálgico de la COG, en Mount Weather, Virginia. Y esta base disponía de los sistemas de comunicación confidenciales capaces de transmitir información proveniente de los expedientes secretos de inteligencia sin que ningún otro sector del gobierno fuese alertado de ello.
Abramos ahora un instructivo paréntesis sobre el contexto del asesinato del expresidente Kennedy. Hoy está claramente comprobado que, en 1963, Kennedy estaba tan inquieto ante “la amenaza de una traición de la extrema derecha” que convenció al realizador hollywoodense John Frankenheimer “de adaptar al cine [la novela] Siete días de mayo. En Siete días de mayo, “un carismático oficial superior, el general de la Fuerza Aérea de Estados Unidos James Mattoon Scott, tiene intenciones de organizar un golpe de Estado […]. Según su plan, una unidad combatiente secreta de las Fuerzas Armadas llamada Ecomcon (Emergency Comunications Control) toma[ría] el control de las redes de telefonía, radio y televisión, mientras que los elementos sediciosos [dirigirían] el Ejército, los medios [de prensa] y sus estaciones en el Congreso desde Mount Thunder (una base de la COG inspirada en la de Mount Weather)”.
Es también de público conocimiento que, en 1963, Kennedy había causado gran descontento entre la derecha del tablero político, en gran parte debido a su voluntad cada vez más evidente de acercamiento a la entonces Unión Soviética. El complot que se describe en la novela Siete días de mayo y en su adaptación cinematográfica refleja las inquietudes de los liberales ante generales como Edwin Walker, quien había dimitido en 1961 después de que Kennedy criticara su activismo político en el seno del Ejército de Estados Unidos. Walker había divulgado entre sus soldados documentos de la extremadamente conservadora John Birch Society y les había dado instrucciones para que votaran por determinados candidatos de derecha. Pero podemos suponer que Kennedy no tenía pruebas concretas sobre un golpe de Estado fomentado desde Mount Weather. De haberlas tenido, es poco probable que se hubiese conformado con estimular el rodaje de un largometraje de ficción.
Es importante señalar que, a pesar de que los elementos de la COG como la base de Mount Weather estuviesen vinculados al Pentágono, el correspondiente gobierno de la sombra no estaba en lo más mínimo bajo control del Ejército. Al contrario, el expresidente Eisenhower se había asegurado de que la dirección del Ejército fuera diversa y elitista, de manera que entre sus planificadores se encontraran algunos de los principales jefes de empresas de Estados Unidos –como el presidente de CBS Frank Stanton. Por lo que se sabe sobre la conducción de la COG durante las décadas posteriores a la elección de Ronald Reagan, en 1981, ese gobierno de la sombra todavía incluía varios presidentes de trasnacionales, como Donald Rumsfeld y Dick Cheney, así como tres exdirectores de la CIA: Richard Helms, James Schlesinger y George Bush padre.
En 1987, Alfonso Chardy escribió que ese “casi gobierno paralelo”, que permitió a Oliver North dirigir las operaciones clandestinas del caso Irán-Contras, también había desarrollado “un plan de urgencia secreto que proponía la suspensión de la Constitución, transfiriendo el control de Estados Unidos a la Agencia federal del Manejo de Emergencias (FEMA)”. Ese mismo año, North fue interrogado sobre esa acusación durante las audiencias parlamentarias sobre el Irangate; pero Daniel Inouye, el entonces senador que presidía aquella Comisión del Congreso, le impidió responder esa pregunta en sesión pública.
Más tarde, después de haber investigado sobre el poderoso grupo de planificación de la COG, la CNN lo calificó de “gobierno oculto [basado en Estados Unidos y] del que ustedes no saben nada”. El periodista y autor James Mann subrayó su continuidad militarista, que no se modificó en nada durante las alternancias presidenciales en la Casa Blanca:
“Cheney y Rumsfeld eran, en cierta medida, elementos del dispositivo de seguridad nacional permanente pero enmascarado de Estados Unidos, que vive en un mundo donde los presidentes se suceden pero donde su país se mantiene en guerra perpetua.”
Yendo mucho más lejos, el reportero Andrew Cockburn citó una fuente del Pentágono para demostrar que durante la Presidencia de William Clinton un grupo de planificadores de la COG se componía, por primera vez, “casi exclusivamente de halcones republicanos”. Según la fuente de Cockburn, de muy alto nivel, “se podría hablar de un gobierno secreto a la espera de su turno. La administración Clinton se mantuvo extraordinariamente indiferente a eso, [no tenían] idea alguna de lo que allí sucedía”.
La descripción que aquel alto responsable del Pentágono hacía de los planificadores de la COG como “un gobierno secreto que esperaba su turno” durante la presidencia de Clinton –equipo del que todavía formaban parte Cheney y Rumsfeld– está muy cercana a la definición de una “facción” o de una “camarilla” (es decir, un grupo unido por un pacto secreto para provocar un cambio o derrocar un gobierno). Durante la presidencia de Jimmy Carter pudo observarse una situación similar. En aquel momento, varios de los futuros protagonistas del Irangate –como George Bush padre y el exoficial de la CIA Theodore Shackley– se vincularon con jefes de servicios secretos extranjeros en lo que se ha dado en llamar el Safari Club. Su objetivo común era “colaborar fuera de la supervisión del Congreso y de la Agencia con [el embajador de Estados Unidos en Irán y exdirector de la CIA Richard] Helms, así como con sus hombres más leales”.
Esa red comenzó a apoyar fuerzas de guerrillas en África –como la Unión Nacional para la Total Independencia de Angola, de Jonas Savimbi–, sabiendo que aquellas operaciones no contarían con apoyo de la CIA, encabezada sucesivamente por William Colby y Stansfield Turner bajo la administración Carter.
Algunas figuras clave del Safari Club –como el jefe de la inteligencia exterior de Francia Alexandre de Marenches– colaboraron con el exdirector de la CIA William Cassey, George Bush padre y Theodore Shackley en lo que se ha dado en llamar la “contrasorpresa republicana” de octubre de 1980, cuyo objetivo era impedir la reelección de Jimmy Carter. Aquel plan consistía en hacer fracasar los intentos de la Casa Blanca por repatriar los rehenes de la Embajada de Estados Unidos en Teherán antes de la elección presidencial negociando, entre los republicanos y los iraníes, un acuerdo favorable para ambas partes. Finalmente, los rehenes fueron liberados sólo horas después de la investidura del presidente Reagan, el 20 de enero de 1981.
Aquel golpe bajo de los republicanos fue el tercer acontecimiento profundo estructural en la historia reciente de Estados Unidos, después del asesinato del John F Kennedy y del Watergate, pero antes del Irangate y del 11 de septiembre. Aquellos contactos ilícitos con Irán fueron iniciados en 1980 por lo que podríamos llamar el “grupo de la contrasorpresa de octubre” que acabamos de describir. Para retomar un término utilizado por Alfonso Chardy, aquella fue la “génesis” de las ventas de armas del Irán-Contras, que fueron supervisadas por los planificadores de la COG/Mount Weather entre 1984 y 1986.
En una importante entrevista con el periodista de investigación Robert Parry, el oficial retirado de la CIA Miles Copeland afirmó que una “CIA dentro de la CIA” había inspirado aquel golpe bajo de 1980 porque había “llegado a la conclusión de que Carter tenía que salir de la Presidencia por el bien del país”, según los términos del propio Copeland. Copeland declaró abiertamente a Robert Parry que él mismo compartía la opinión de que Jimmy Carter “representaba un gran peligro para la nación”. Y el exagente del Mossad Ari Ben-Menashe declaró a Parry que el propio Copeland en realidad era el “instigador” del acuerdo “armas por rehenes” adoptado en 1980 y que él había “negociado la cooperación de los republicanos con Israel”. Finalmente, Copeland y su cliente Adnan Khashoggi, de quien era consejero, contribuyeron a iniciar las ventas de armas a Irán de 1984-1985, con ayuda de Theodore Shackley.
Sin embargo, al igual que Fletcher Knebel, quien en su libro Siete días de mayo subestimó la preeminencia militar de la COG en la administración de Mount Weather, Copeland pudo haberse equivocado sobre la exclusividad del papel de la CIA en el grupo de la “contrasorpresa de octubre”. En mi libro La Route vers le nouveau désordre mondial, yo sugerí que esa red de la CIA estaba vinculada al Proyecto Alfa, que trabajaba entonces con David Rockefeller y el Chase Manhattan Bank sobre los temas vinculados a Irán. En aquella época, aquel desconocido círculo estaba bajo la supervisión de John J McCloy, un personaje clave del establishment en Washington.
Concluiré este artículo citando nuevamente a James Mann, según quien la administración de la COG en Mount Weather era para Estados Unidos un “dispositivo de seguridad nacional permanente pero disimulado […] en un mundo donde los presidentes se suceden pero donde su país está en guerra perpetua”. Como hemos analizado, ese liderazgo oculto estaba garantizado por una red de excuadros de la CIA y de dirigentes civiles. Así que invito a mis lectores a plantearse la posibilidad de que ciertos elementos de ese círculo hayan podido constituir un “gobierno secreto a la espera de su turno”, no sólo durante las presidencias de Clinton –en la década de 1990– o de Carter –en la de 1980–, sino también durante la administración Kennedy, en noviembre de 1963
Peter Dale Scott/Red Voltaire
[Sección: Línea Global]
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