El 31 de agosto de 1923, el gobierno de Álvaro Obregón es reconocido por el presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, tras la firma del Tratado de Bucareli. Fue una negociación lamentable. El primer mandatario mexicano se sometió a las exigencias de Washington que quería dominar nuestra vida económica al imponer sus intereses. Desde el siglo XIX con la doctrina del “Destino Manifiesto”, el país imperialista impulsó su expansionismo.
El 5 de septiembre de 1920, fueron las elecciones presidenciales. Álvaro Obregón gobernó de 1920 a 1924. Durante este período, buscó congraciarse y obtener el reconocimiento estadunidense que imponía condiciones severas. Además, quería pedir grandes préstamos al extranjero sin importar lo que significaba para nuestra soberanía.
En Estados Unidos, el republicano Warren Harding llegó al poder el 4 de marzo de 1921. Era defensor del “libre mercado”, así como de las corporaciones financieras y económicas estadunidenses. Estas últimas buscaban seguir saqueando a México, mientras realizaban grandes negocios.
Harding encontró un gran aliado en Obregón, ya que el segundo tenía el afán de revertir los logros de la revolución mexicana. Sin duda alguna, fue el “Porfirio Díaz de la revolución”. Así como Díaz luchó contra la invasión francesa con la ambición de derrotar a Juárez y luego Lerdo de Tejada por medio de un golpe militar, Obregón luchó en la revolución mexicana con el fin de derrocar a Carranza y a Villa. Pretendió trepar en el poder con un complot armado.
Tal como Díaz, quien levantó la bandera de la “No reelección” para reelegirse cuatro años después, Obregón siguió la consigna “Sufragio efectivo, no reelección” para asaltar el poder y reelegirse cuatro años después. Y fue asesinado como presidente reelecto.
Del 13 al 23 de agosto de 1923, el Tratado de Bucareli se celebró en la Ciudad de México. Se realizó en completo secreto. Más tarde, se publicó una parte de los acuerdos, sin embargo, varias cláusulas se mantuvieron ocultas.
Las negociaciones iniciaron con el presidente Warring Harding, quien murió el 2 de agosto de ese año de manera repentina. Cuando Coolidge llegó al poder, aumentó las exigencias. El gobierno de Obregón cedió tanto que incluso Adolfo de la Huerta –miembro del “Triunvirato Sonorense” (Obregón-Calles-Huerta)– renunció, indignado. Ello, a pesar de haber sido una de las personas que había iniciado los acuerdos.
Posteriormente, cuando el senado tenía que ratificar el Tratado, hubo una fuerte resistencia ante lo que consideraban una traición a la patria. Incluso, se organizó un movimiento encabezado por el senador de Campeche, Francisco Field Jurado, quien pidió no asistir a la sesión. De esa manera, no hubiese cuórum y se retrasara la firma.
Ante ello, el presidente Obregón encargó a Luis N. Morones –líder de la oficialista CROM– asesinar a Field Jurado. El 23 de enero de 1924, el campechano murió al recibir ocho balazos en la calle de Córdoba y Álvaro Obregón de la colonia Roma.
Otros tres senadores, quienes se oponían a la Convención General de Reclamaciones –como también se conoció al Tratado de Bucareli–, fueron secuestrados y conducidos a la hacienda “Ojo de Agua” sobre el camino a Pachuca. Enrique del Castillo, Ildelfonso Vázquez y Francisco Trejo fueron amenazados de muerte durante dos días. Sobre este hecho, no se dejó publicar una sola palabra en la prensa. De esta manera, Obregón doblegó al senado. Actuó como lo hizo el mismísimo Victoriano Huerta contra Belisario Domínguez.
Para firmar ese Tratado o Acuerdo, se necesitaba abandonar las normas aprobadas seis años antes en la Constitución de 1917. Ésto fue lo más grave. Estados Unidos exigió que no se aplicase el artículo 27 en materia petrolera y agraria. Quería atentar contra nuestra soberanía económica y tecnológica, pues el Tratado les daba preferencia a los estadunidenses sobre los ciudadanos mexicanos.
A Obregón le interesaba pedir dinero al extranjero y a Estados Unidos. Obligó a México a reconocer una enorme deuda y reanudar los pagos. Los mismos habían sido suspendidos desde 1914 en pleno combate de los revolucionarios contra el viejo régimen. Al triunfo de la revolución mexicana contra las dictaduras de Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta, Venustiano Carranza –quien tuvo una política nacionalista hacia el exterior– continuó la suspensión durante su gobierno. Sin embargo, el 21 de mayo de 1920, fue asesinado luego del llamado “Plan de Agua Prieta”, encabezado por Obregón y Plutarco Elías Calles.
Washington apoyó el complot. Por un lado, quería que se reconociese la deuda. Por el otro, las compañías petroleras extranjeras estaban furiosas a causa del impuesto de 1918 a sus enormes terrenos. Una vez que Carranza murió, el grupo Sonora tomó el poder. Años después, fundaría el PNR, hoy PRI.
La firma del Tratado de Bucareli culminó en 1923. El esfuerzo de Estados Unidos por revertir los efectos de la revolución mexicana sobre sus intereses fue un éxito. La primera exigencia era reconocer la deuda externa tras nueve años de suspensión.
La segunda demanda fue quitar del camino a Pancho Villa, quien había atacado Columbus. El centauro del norte mantenía su presencia, aun cuando Washington había enviado al famoso general Pershing a capturarlo en 1916. Él era el orgullo de Estados Unidos y dirigió ejércitos en Europa durante la Primera Guerra Mundial, sin embargo, fracasó su misión en México. La última condición era la firma de un tratado secreto que garantizara los intereses de los capitales estadunidenses.
El 14 de septiembre de 1922, se firmó el convenio Lamont-De la Huerta como un preparativo. Se econoció la deuda externa y se aceptó una cifra mayor a la real. Asimismo, se comprometió a indemnizar a los estadunidenses afectados en la revolución. La deuda heredada de la dictadura de Porfirio Díaz fue de 442 millones de pesos. De igual manera, Obregón asumió las deudas León de la Barra y de Madero por 40 millones de pesos y 16 millones de libras esterlinas. Estas últimas fueron entregadas por Europa debido al usurpador Victoriano Huerta.
La última exigencia se cumplió el 20 de julio de 1923. Pancho Villa fue asesinado en Parral, Chihuahua. Le dispararon 150 balas, 13 tocaron puntos vitales. La venganza estaba cumplida.
Finalmente, el 23 de agosto de 1923, fue firmado el Tratado de Bucareli entre Estados Unidos y México. Comprometiéndose a no aplicar el artículo 27 de la Constitución, Obregón dejó intactas las concesiones petroleras y los latifundios de los estadounidenses en nuestro territorio. Mientras el límite para los mexicanos era la posesión de 100 hectáreas de riego y 200 de temporal, los estadunidenses exigían la repartición de 1 mil 750 hectáreas. Si las excedían, debían de ser indemnizados en oro.
Durante cinco días –comenta el historiador José Manuel Villalpando–, se realizaron acuerdos en reuniones secretas, de las cuales se dejó constancia en actas. Según unas versiones, los convenios deberían respetarse durante 50 años. Otras más aumentan la temporalidad hasta un siglo.
Violaron el principio de que las negociaciones con el extranjero se deben realizar de cara al pueblo. Asimismo, el gobierno de Obregón obligó a México a no fabricar motores de combustión interna ni trabajar en la industria mecánica. En otras palabras, todos los bienes de capital sólo podían ser adquiridos de Estados Unidos. Además, se prohibió el desarrollo de las industrias petrolera, bélica, marítima y aérea en nuestro país.
Recordemos que el 8 de enero de 1910 había iniciado el desarrollo de la aviación mexicana con el vuelo pilotado por Alberto Braniff. Fue un recorrido de un kilómetro y medio a 25 metros de altura en los llanos de Balbuena. Según José Manuel Villalpando, ya se producía aviones marca Aztatl en la Ciudad de México. También se elaboraban motores y automóviles en las Industrias Ramírez en Monterrey.
A raíz de estos acuerdos confidenciales –los cuales no han sido divulgados–, en lugar de producir nuestros propios automóviles, vinieron Ford, General Motors y American Motors a instalar sus armadoras.
El Tratado de Bucareli afectó la soberanía industrial y tecnológica. Nos convertimos en importadores y maquiladores. El 13 de agosto de 1521, comenzó el colonialismo español. En esa misma fecha –y no por casualidad–, se dio un paso primordial para imponernos el neocolonialismo estadunidense.
Resulta curioso que también fue un 13 de agosto, pero de 1915, cuando Álvaro Obregón llegó a la Ciudad de México. Victoriano Huerta firmó los Tratados de Teoloyucan con él a espaldas de Villa y los zapatistas. Estos últimos se encontraban en la capital, así como en Tláhuac, Milpa Alta y Cuajimalpa. Sin embargo, el dictador esperó para entregarle el poder a los carrancistas a través de Obregón.
En el rubro de tratados que han tenido consecuencias nefastas y afectado la soberanía de México, el de Bucareli se sumó a la larga lista. Junto con el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848); el Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1994; el Tratado de Límites y Aguas México-Estados Unidos del 2000; la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (2005); el Acuerdo para la Exploración y Explotación de Yacimientos de Hidrocarburos Transfronterizos (2012); y el T-MEC del 2020.
Han pasado 100 años. Es tiempo de que sean dadas a conocer las cláusulas secretas. Es tiempo de cancelar las concesiones de las empresas extranjeras que violan la Constitución. Los bienes del subsuelo son de la nación, sin embargo, los concesionarios actúan como propietarios y los son de facto.
Es hora de recuperar la soberanía y desarrollar nosotros mismos la industria del litio y la fabricación de automóviles, sin esperar a que venga Elon Musk y su empresa Tesla a producir vehículos eléctricos. Los daños que causó ese Tratado deben ser revertidos en aras de la soberanía.
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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