México enfrenta el reto de transitar –en el campo y sus cultivos– de un modelo de muerte –impulsado por la industria trasnacional– al respeto de la vida. Para ello, la mayor dificultad es dejar atrás el uso de plaguicidas tóxicos, causantes de enfermedades como el cáncer y de la extinción de especies tanto vegetales como animales.
Cuando las arvenses –plantas no deseadas en un terreno de cultivo– son atacadas con herbicidas, “se queda la parcela muy desprovista; se vuelve un sistema muy simple, [que] acarrea muchos problemas: se termina la vida en el suelo. Parece cosa menor, pero es una complicación muy grave porque eso hace que los cultivos vivan como si estuvieran en una maceta: hay que ponerles todo de fuera”, describe Josefina Rosas Torres, ingeniera agrícola y quien ha trabajado prácticas de manejo de arvenses sin glifosato en algunas zonas de Chiapas, Jalisco, Nayarit y Guanajuato.
A pesar de los problemas de salud que implica su uso, en México existe registro de 180 productos que contienen glifosato como ingrediente activo, de acuerdo con el Registro Sanitarios de Plaguicidas, Nutrientes Vegetales y LMR de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris). Pero no es el único, el ‘2,4-D’, otro herbicida sintético ampliamente usado, cuenta con 230 registros.
Por tales motivos se ha buscado que las y los agricultores reemplacen la sobreutilización de químicos sintéticos, y redirijan sus prácticas hacia un modelo agroecológico que busque la convivencia con todo tipo de hierbas, que a su vez proporciona “un montón de servicios ecosistémicos a todo el medio ambiente”, continúa la ingeniera.
“Ha sido complejo [por] el arraigo que tienen con los agrotóxicos”, señala Rosa Gloria García Bautista, técnica del Conahcyt que, de igual manera, ha acompañado comunidades –en Veracruz– para difundir técnicas sin glifosato. Cuenta a Contralínea que desde 2022 comenzó a ir a estas zonas para sensibilizar a los productores. “Ha sido un proceso largo, complejo, pero creo que hemos avanzado mucho”.
A pesar de que en dicha región comenzaron a sensibilizar a unos 10 mil productores, ahora quedan poco más de 3 mil; el resto ha desistido. No obstante, afirma que “la gente ya habla más de agroecología, de los daños que causan los agrotóxicos […]; se acercan a sus vecinos porque ven que le está dando resultados las prácticas que van utilizando”, y funciona más a través de voces comunitarias que si fuera por parte de las y los técnicos, se sincera García Bautista.
“Cuando se conserva vegetación además del cultivo […], las raíces de plantas distintas generan que crezca una diversidad muy grande de microorganismos, básicos para la fertilidad del suelo. En ese sentido es que la presencia de arvenses es fundamental” para la vida en la tierra, pues también “generan una capa en el suelo que evita erosión por agua y aire”, o que el suelo se seque; así como conserva la humedad y temperatura, enumera Josefina Rosas, en entrevista con Contralínea. Esta es la importancia de la agroecología.
El manejo de las arvenses se hace de diferentes maneras. “Una de las más eficaces” es la milpa, continúa sin dudar. Este sistema “combina diferentes cultivos en espacios para que todo sirva como alimento y se utilice”. El más común agrupa maíz como el más importante, frijol y calabaza. Otra técnica es la siembra de “cultivos de cobertera”, para evitar el crecimiento de hierbas no deseadas o uso de herramienta para remover las ya germinadas.
Sin embargo, “hay que tener en cuenta que no hay una sola práctica que le vaya a controlar las arvenses el tiempo necesario, porque cualquier cultivo, por lo menos, [necesita] 60-65 días libres de arvenses”, observa la ingeniera agrícola. Y aclara que “no hay ningún químico o práctica que lo logre. Entonces hay que combinar las prácticas”.
Tal situación, advierte, significa un esfuerzo más pesado para las personas campesinas. “Ésa es una de las cuestiones que habría que ver. El control de arvenses no debiera de ser algo que absorba el productor y su familia porque sí es más trabajo”. De tal manera que “el mercado debiera reconocer ese esfuerzo y darle” un diferencial en el precio de garantía. “Si se le diera preferencia al productor que usa prácticas agroecológicas […] no batallaríamos para la adopción” de ese modelo; pero se deben implementar políticas públicas para ello, agrega Rosas Torres.
Lo anterior, aunado a que “cada vez hay menos mano de obra en los lugares por la migración; entonces se van los jóvenes del campo, se va la mano de obra y los que quedan son más caro pagarles porque cobran más”, reconoce.
En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al glifosato como un “posible carcinogénico” para humanos. Además, revistas científicas como Clinical Lymphoma, Myeloma and Leukemia han comprobado que puede causar Linfoma no-Hodgkin, un tipo de cáncer que afecta los glóbulos blancos, encargados de combatir enfermedades e infecciones en el cuerpo. Asimismo, disminuye las poblaciones de especies de hongos, abejas, e incluso la motilidad de espermatozoides.
Si bien este producto es el más utilizado en el campo, hay otros aun más dañinos. Son los plaguicidas altamente peligrosos (PAP) y en México había, para 2023, 204 de ellos, según la Agenda socioambiental 2024. De éstos, registrados ante la Cofepris, 151 estaban prohibidos o no autorizados en otros países. Sin embargo, “no hay información oficial de qué tipo de plaguicidas se usan, dónde, en qué cantidad y con qué frecuencia”, continúa el documento.
“Pueden provocar daños a la salud y el medio ambiente, a corto o largo plazo, por lo que algunos forman parte de convenios ambientales internacionales y un gran número de ellos están prohibidos en otros países, aunque se autorizan en México”, advertía desde 2017 el libro Los plaguicidas altamente peligrosos en México, coordinado por Fernando Bejarano González, doctor en estudios latinoamericanos por la UNAM y director de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas en México (RAPAM), AC.
Los plaguicidas autorizados antes de 2005, explica el texto, “tienen una vigencia indeterminada”. El 80.7 por ciento tenía este estatus en 2016, año en que había 183 PAP; es decir, han aumentado 21 hasta 2023. Por ejemplo, según el catálogo de Cofepris, hay cuatro registros del herbicida DACTHAL, que contiene clortal dimetil, con vigencia indeterminada. Este producto lo ha prohibido incluso la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos –evidencia RAPAM– por “el riesgo de provocar perturbaciones de la hormona tiroidea en los fetos de mujeres” que laboran con él o están en lugares donde se aplica.
Desde la década de 1980, “las políticas regulatorias privilegiaron a las empresas sobre los derechos humanos y debilitaron la acción de los organismos que protegían el interés público. Se simplificaron los trámites administrativos para el registro de plaguicidas buscando con ello armonizar esta regulación con la de los Estados Unidos”, evidencia la Agenda Socioambiental.
Incluso la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) ha alzado la voz sobre los PAP: en diciembre de 2018 emitió la Recomendación 82/2018 “sobre la violación a los derechos humanos a la alimentación, al agua salubre, a un medio ambiente sano y a la salud, por el incumplimiento a la obligación general de debida diligencia para restringir el uso de plaguicidas de alta peligrosidad, en agravio de la población en general”. Con ello, acreditó la responsabilidad de Semarnat, Sader, Cofepris y Senasica en el caso.
Es evidente, en consecuencia, que las personas trabajadoras del campo corren riesgos de salud al usar este tipo de agroquímicos sintéticos. La ingeniera Rosa García lo ha explicado en sus reuniones con comunidades. “Se habla no solamente del valor económico, sino también del costo en la salud […], al medio ambiente, y estos daños que muchas veces son irreversibles”. Josefina Rosas agrega: “eso sí lo van valorando más y saben que es un esfuerzo mayor el que tienen que hacer; pero cuando lo relacionan con la salud de ellos y su familia, se les hace que es aceptable” realizar prácticas agroecológicas.
Asimismo, el uso abundante de glifosato y demás herbicidas ha ocasionado que las arvenses, o “malezas” según la mentalidad agroindustrial, se vuelvan muy agresivas con los cultivos: crecen, ganan espacio y nutrientes, por lo que las semillas predilectas no producen como se esperaría. A estas se les ha denominado “súper malezas”, hierbas que se han vuelto muy resistentes a los productos tóxicos.
La crisis causada por los agroquímicos sintéticos ha puesto en marcha a empresas y Gobierno (por parte del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías, Conahcyt) a elaborar herbicidas biológicos, formulados con microorganismos y diferentes plantas, y con fabricación 100 por ciento mexicana. El objetivo se centra en poder tener una producción a gran escala y cubrir la demanda campesina.
Logarlo “es muy desafiante. Es un reto hacer toda la parte del escalamiento” ya que se necesita colaboración con instituciones como Cofepris y Senasica (Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria), instituciones que emiten, respectivamente, registros sanitarios y dictámenes técnicos, explica a Contralínea Yanett Ivett Gallegos Díaz, directora de Investigación, Desarrollo y Procesos de la empresa Altus Biotech, una de las participantes en la creación de bio insumos. Los suyos, a partir de “sepas de bacterias que producen metabolitos” con acción herbicida, así como extractos de plantas.
“Es una parte tardada porque lleva ciertos procesos y procedimientos donde tenemos que hacer estudios toxicológicos y eco toxicológicos. Justamente para ver el impacto ambiental y humano, donde estos productos son una alternativa al ser amigables con el medio ambiente y para la salud humana”, aclara la empresaria. Sin embargo, el reglamento no contempla a los bio insumos, por tanto, el procedimiento es “igual al que pasa un químico para obtener registro”, continúa.
Lamentablemente, la batalla de precios contra el glifosato no parece haberse ganado, al menos en Altus Biotech. “No sé si realmente se puede lograr [un precio] más barato. Justamente uno de los problemas del glifosato es que es muy barato, entonces estas alternativas no siempre te van a llevar a una cuestión más” económica, advierte Gallegos Díaz; y añade que se debe contemplar “el impacto en otras áreas”.
Estas herramientas son amigables con el medio ambiente y sí son una alternativa a los agrotóxicos. “Hay quienes están conscientes y empiezan a migrar a este tipo de alternativas”, argumenta, y hace énfasis en el apoyo que les significa la prohibición de glifosato en el Decreto presidencial de febrero de 2023.
“La agroecología no es tratar de acabar” con las arvenses, puntualiza la ingeniera Rosa García; “sino es ir trabajando con ellas, ir conviviendo, viendo todos los beneficios que todas ellas nos dan, y esta parte también tratamos de hacerla llegar con el productor: que no debe ser una pelea constante con las arvenses”.
Por esa misma razón, “nosotros no nos hemos enfocado mucho al uso de bio herbicidas […] no creemos tampoco que sea la solución del todo porque, al final”, continúa “la idea de seguir peleando con las hierbas, y en realidad no es eso, sino cómo convivimos con ellas”.
Esto también debe cambiar desde las personas técnicas que apoyan a las campesinas. “Los técnicos de campo, desgraciadamente, muchas generaciones fuimos formados bajo el esquema de la Revolución Verde. Salíamos a campo y el mejor técnico era el que mataba todo. Eso era el buen técnico, y desgraciadamente eso ha durado muchos años. A veces hay más resistencia de los técnicos a hacer estos cambios [agroecológicos] que de los productores”, señala Josefina Rosas, una de las técnicas de Conahcyt.
La Revolución Verde es un movimiento de los años 1940 que pretendía incrementar los alimentos en el mundo a través del uso de tecnologías para la agricultura, primero, con plaguicidas; y, segundo, con organismos genéticamente modificados (transgénicos). Esta mentalidad agroindustrial de cosecha ha llevado a posicionar al glifosato, creado por Monsanto en 1974 como Roundup, a ser el producto agrícola más usado en el mundo.
“Los técnicos pasan por un proceso de capacitación previo a ir a campo con los productores. Esa capacitación sirve para sensibilizar a las personas que vienen de escuelas con estudios basados en la Revolución Verde”, indica García Bautista. En el norte de Veracruz, ella trabaja con 14 grupos de productores orgánicos, quienes trabajan sin herbicidas y no han tenido pérdida de rendimiento, afirma la ingeniera.
“Es importante seguir con este proceso de transición agroecológica en el sentido de que es importante crear faros agroecológicos […], unas parcelas demostrativas, donde se acerquen [las y los campesinos] y que el mismo productor sea quien muestre a los demás que sí se puede lograr, que sí se puede prescindir del glifosato, de los otros herbicidas, y continuar consumando estos esfuerzos: la capacitación técnica” sobre qué es la agroecología, concluye Rosa García Bautista.
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