“Todo lo que se puede hablar sobre el cambio climático finalmente representa un riesgo y depende de cómo las personas o las comunidades acepten o enfrenten este riesgo”, explica el maestro Javier Urbina Soria, coordinador académico de la maestría en psicología ambiental en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Los estresores ambientales –factores externos que pueden generar presión y afectar el bienestar de las personas– son uno de los elementos acumulativos que llevan al deterioro de la salud mental. Estos abarcan diferentes factores: económicos, sociales, sentimentales, religiosos y también ambientales, detalla el investigador.
El cambio climático puede afectar la salud mental a través de varias vías: los fenómenos meteorológicos extremos pueden causar estrés postraumático, ansiedad o depresión; las altas temperaturas alteran el estado de ánimo, aumentan el riesgo de suicidio y afectan a las personas con problemas de salud mental; y la angustia asociada con los cambios climáticos y ambientales continuos o anticipados causa ansiedad climática, explica el Observatorio Europeo del Clima y la Salud.
Algunos de los fenómenos mentales ocasionados por el cambio climático son la solastalgia –angustia provocada cuando el espacio en que se vive corre el riesgo de ser dañado–, ansiedad ecológica o climática –miedo a desastres naturales o la preocupación asociada al futuro propio y el de las próximas generaciones–, o la llamada eco parálisis –sensación de no tener el poder para tomar medidas eficaces que mitiguen los efectos del cambio climático.
De acuerdo con el Departamento de Psicología Ambiental de la Universidad de Barcelona, el estrés ambiental es una reacción ante una situación concreta en la que se presentan un conjunto de variables ambientales que pueden ser adversas para la persona. En su reacción están implicados componentes fisiológicos, cognitivos, afectivo-emocionales y socioculturales.
El psicólogo ambiental Urbina Soria explica a Contralínea que las personas se han acostumbrado a los riesgos ante el cambio climático: “todos consideran al cambio climático como un riesgo, pero algunos lo ven más grande que otros. […] Es una especie de amortiguamiento quizás para no sufrir tanto”.
Explica que, en lugares como Villahermosa, Tabasco –estado vulnerable a los efectos del cambio climático–, las personas no se sienten amenazadas ante el cambio climático debido a que es común para ellos que su región tenga inundaciones cada dos o tres años. “No es cierto que ellos estén a salvo. Lo que pasa es que ellos ya se adaptaron, normalizaron lo que les va a pasar, ya no es un riesgo para ellos; es una realidad inherente. […] Tomaron medidas de adaptación, pero no es que no estén en riesgo, sino que ya no lo perciben como tal”.
Asimismo, explica que a este fenómeno se le conoce como mito de vulnerabilidad personal, en la que se percibe lo que puede ocurrirle a los demás pero no a sí mismo. “Ocurre que quienes más invulnerables se consideran son más vulnerables porque no toman precauciones”.
El especialista Urbina Soria explica en entrevista que las personas sienten impotencia cuando notan que las acciones que hacen en favor y cuidado del ambiente no tienen un impacto representativo, y esto también las afecta emocionalmente. “Hay una sensación de impotencia: […] por más que yo haga, el ambiente va a seguir estando como está o peor”.
En un artículo para la revista Interdisciplina de la UNAM, Alice Poma –doctora en ciencias sociales aplicadas y medio ambiente por la Universidad Pablo Olavide de Sevilla– comentó que las emociones que los sujetos sienten al pensar en el cambio climático influyen en su respuesta al problema.
Agregó que “compartir emociones, además de experiencias, aunque sean emociones incómodas como la impotencia, la frustración, el miedo o la tristeza, sería otra estrategia para poder enfrentar el problema. Asumir que nos sentimos impotentes frente al cambio climático podría ser un primer paso para empezar a superar esta impotencia, pues al ver que no somos los únicos preocupados e impotentes se podrían crear las condiciones para la acción”.
El maestro Urbina Soria señala que la molestia de no lograr una transformación ambiental puede generar ansiedad o depresión en las personas que son menos resilientes y, en situaciones extremas, estos malestares pueden desencadenar comportamientos violentos o el consumo de sustancias psicoactivas para no preocuparse por el mundo.
Para enfrentar los problemas ambientales ocasionados por el cambio climático es necesario trabajar multidisciplinariamente. “No sólo a las ingenierías, ciencias ambientales, química o física, sino también a las ciencias sociales, por eso me atrevo a decir que aunque la psicología no va a resolver el cambio climático, sin la psicología tampoco se va a resolver”.
El maestro Urbina Soria también explica que la explosión demográfica –crecimiento acelerado y masivo de la población mundial– es uno de los grandes problemas del mundo, ya que implica la sobreexplotación de recursos, mayor consumo de combustibles fósiles y el aumento de producciones masivas.
En la publicación Explosión demográfica y tensión económica, de la Universidad de Pensilvania, se explica que el constante crecimiento demográfico representa una amenaza para la calidad de la vida y la posibilidad de que la especie humana perdure, debido al empleo de los recursos, la creciente contaminación, la desigualdad económica y el conflicto social.
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