Ciudad de México, México. Las evidencias señalan que el mundo marcha hacia una desdolarización. Esto preocupa al gobierno mexicano y a los inversionistas, debido al fuerte nexo que su economía tiene con la de Estados Unidos y su moneda.
Más allá de los requisitos del Tratado de Libre Comercio (T-MEC) –los cuales involucran a Canadá y regionalizan las economías de los tres países al separarlas del resto del continente–, México recibe remesas por 60 mil millones de dólares desde Estados Unidos. Representan casi 5.0 por ciento del Producto Interno Bruto nacional, lo cual le dificulta zafarse del dólar.
Aún más grave es el hecho de que la conexión industrial y financiera de México-Estados Unidos no se expresa en pesos mexicanos, sino en el billete verde. Por lo tanto, cada incidencia de esa moneda tiene un efecto sobre la economía mexicana.
Hay una cierta tranquilidad. El proceso de tránsito del dólar como signo internacional hacia otro diferente –o fórmula, pues no tiene que ser un símbolo monetario concreto– no está al doblar de la esquina. Es casi imposible predecir. Además, da cierta holgura para acomodarse a su devenir.
Sin embargo, esa tranquilidad es relativa. Si surgieran nuevas crisis como las del crack bancario de 1929, la energética de 1973 y la inmobiliaria de Estados Unidos en 2007-2008, México –y la cadena de países atados a la economía de ese país– se tambalearía. Ello, ya sucedió en 2008 bajo el gobierno de Felipe Calderón que provocó la recesión más grave, prolongada y angustiosa en más de 70 años.
Lo que sí está claro es que la eliminación del dólar como moneda hegemónica universal ya es considerada como irreversible por la inmensa mayoría de los especialistas y muchos gobiernos. En este último rubro, se incluyen Estados Unidos y los organismos financieros internacionales bajo su influencia, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Interamericano de Desarrollo. Así como aquellos que operan en Asia Pacífico e, incluso, el sistema euromonetario.
El gobierno estadunidense valora la conveniencia de mantener el dólar como moneda universal ante la irrupción del yuan o el renminbi chino. Las transacciones entre monedas nacionales sin intervención de su divisa se vuelven cada vez más frecuentes.
Aunque de futuro incierto todavía, muchos ven al bitcoin como un sol naciente en un nuevo sistema monetario internacional. La gigantesca deuda externa de Estados Unidos incide en una devaluación del dólar. También influye un deterioro relativo de su respaldo en el PIB propio y el de los tenedores del billete verde, como China. Éste es uno de los países con mayores reservas internacionales en la divisa estadunidense, de la cual se aleja lenta, pero sostenidamente.
Lo mismo ocurre con otro gran tenedor del billete verde: India. Este país está poniendo la mayor parte de sus huevos en la canasta de los BRICS y en las relaciones directas con Rusia, China y la Unión Europea. Es otra nación que se ha ido alejando de Estados Unidos y el Reino Unido. Mientras que los nuevos negocios se realizan sin intermediación estadunidense.
El error de sostener la guerra en Ucrania afectó el comercio mundial y el mercado monetario con una persistente inflación. Además, no deja de ser una amenaza para un estancamiento económico. Son factores que hacen dudar a la Reserva Federal (FED) de la conveniencia de mantener al dólar como moneda universal. Y, al mismo tiempo, el conflicto bélico no ha logrado el propósito de mejorar la economía estadunidense.
Estados Unidos se dio un tiro en el pie cuando impuso sanciones a Rusia. Al aislar a sus bancos de la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT) y cortar su acceso al sistema financiero internacional, aceleró la separación del dólar y de sus mecanismos de transacción por Moscú, China, Irán, India e, incluso, Brasil.
Estos países fueron motivados a comenzar sus operaciones en sus monedas –como hace Venezuela también–, mientras aparece un mecanismo probablemente virtual que tenga un efecto monetario de pagos, en lugar de una moneda común como el euro. Esto último no parece estar en juego para no reproducir hegemonías.
El exanalista de Morgan Stanley, Stephen Jen, advertía que, con más países buscando alternativas al dólar, la moneda estadunidense está perdiendo su estatus de reserva a un ritmo más rápido.
El dólar ahora representa alrededor del 58 por ciento de las reservas oficiales globales totales. En 2001, tenía un 73 por ciento. De esta manera, una crisis tendría un impacto grave en los países con reservas internacionales de esa divisa, entre ellos, México.
El experto trabajador de grandes multinacionales hispánicas, Casilda Béjar, argumenta que los bancos centrales occidentales –prisioneros de las sanciones impuestas por sus propios gobiernos– no podrán prestar apoyo como la liquidez de emergencia necesaria para cerrar las brechas del mercado.
Sin embargo, advierte que el Banco Popular de China no se enfrenta a tales restricciones. Por ende, se encuentra en una posición privilegiada. Ésto podría allanar el camino hacia la desdolarización de la economía global.
Y lo más importante: “El Banco Mundial reconoce que la economía basada en el dólar estadunidense ha fracasado, al punto de caer en un período en el que se dispare la pobreza y disminuyan los recursos para enfrentar desafíos futuros. Su conclusión es lacónica: Se podría estar gestando una década perdida para la economía global”.
Todo eso lo valora también México que comparte esa encrucijada con sus socios del T-MEC por estar tan atados al dólar. La estrategia es fortalecer al peso y lo han logrado como nunca antes, hasta convertirlo en una divisa internacional y ocupar el primer lugar entre los signos nacionales que más se han apreciado en esta crisis múltiple económica, financiera y sanitaria.
Sin embargo, es un hecho muy positivo, pues se deriva de un fortalecimiento económico-productivo global favorable. Las consecuencias sociales permitieron la rebaja en un 10 por ciento de los niveles de pobreza y desigualdad.
Tiene en contra que 10 millones de familias reciban menos pesos que hace uno o dos años. Viven de las remesas y están perdido capacidad de compra que es lo que más les interesa.
De todas formas, fortalecer el peso es curarse en salud ante previsibles cambios futuros en la divisa verde y en las relaciones comerciales –e incluso productivas– con sus socios canadienses y estadunidenses en el T-MEC.
México no va a ceder a presiones de que su moneda se estanque. Su apreciación es como un tipo de garantía para enfrentar un entorno geopolítico caracterizado por una rivalidad entre Estados Unidos, China y Rusia. En la actualidad, las tres superpotencias están reconfigurando el escenario macroeconómico mundial.
Precisamente esas tensiones han impulsado acciones colectivas en Rusia, China y en otros países como Irán e India. Buscan crear acuerdos comerciales como los BRICS –el cual no deja de crecer para preocupación de Washington– para reemplazar al dólar como medio de cambio en sus transacciones internacionales. Buscan llegar al momento irreversible de un nuevo sistema financiero y monetario internacional.
En teoría, México –que sería de enorme utilidad–no lo pueden integrar por sus ataduras al T-MEC y la integración complementaria de su industria y agricultura a sus socios comerciales. Además, la moneda común del mecanismo es el dólar.
Sin embargo, Brasil –incluso bajo el gobierno de Jair Bolsonaro, quien estaba sometido a Estados Unidos– no se salió de los BRICS. Ésto por estar fuera de las ataduras de un tratado trilateral que separa al Norte del Sur.
Es el reflejo de un cambio de época que se está proyectando en el mundo de manera rápida. Es más visible de lo que deseaba Estados Unidos. Sea del signo que sea, para bien o para mal, originará de forma espontánea un nuevo orden económico internacional sin un liderazgo del tipo actual.
La destrucción del mascarón de proa del neoliberalismo –ese viejo sistema que enterró al acuerdo de Bretton Woods de 1944– es la prueba más elocuente de lo que sucede hoy en día. Asimismo, persiste la evidencia de que sus líderes –Estados Unidos y Europa– no estaban preparados para este momento. Por ello, recurren al viejo expediente de las guerras calientes como la de Ucrania, aunque con límites prudentes para que no se salga de los carriles convencionales.
Con la desdolarización, se abren caminos de independencia monetaria. En un plazo más corto, pueden impedir las dictaduras financieras como las impuestas por Estados Unidos mediante el Fondo Monetario, el Banco Mundial y el dominio de organizaciones internacionales. Éstas se encuentran bajo la sombra y amparo de una Organización de las Naciones Unidas (ONU) controlada por ellos. De esta manera, pueden imponer políticas desfasadas en el tiempo como bloqueos y guerras monetarias y comerciales.
Organizaciones nacientes como los BRICS e iniciativas aglutinadoras como la Nueva Ruta de la Seda –infraestructura sin hegemonismo creada por China para los cinco continentes– impedirán acciones y leyes extraterritoriales violadoras del derecho internacional. Un ejemplo de ésto es el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba por Washington.
Igualmente, serán muy útiles para desarmar el obsoleto tinglado de las guerras frías tratadas de resucitar por Estados Unidos y lo más conservador de Europa con el caso de Ucrania que arrastra sus consecuencias negativas para el estado de bienestar al que aspiran los pueblos.
De cómo será el nuevo sistema monetario internacional será una incógnita por mucho tiempo todavía. La humanidad apenas está en fase de los prolegómenos de un tema tan político como técnico, y sobre todo, práctico. El mundo financiero y comercial nunca se detendrá y los cambios –como todo lo nuevo que surge– tendrán que hacerse desde las mismas entrañas del actual sistema, aunque esté reventado.
El inicio de la quiebra del sistema comenzó en la década de 1970. A raíz de la primera crisis energética de 1973, cuando el expresidente Richard Nixon le quitó al dólar su respaldo en oro y lo dejó a su libre flotación. Ésto devino en el surgimiento del petrodólar, cuyo reinado sube y baja como la pleamar desde entonces, con crisis cíclicas, pero sistémicas.
La desdolarización comenzó desde aquel episodio que dejó boquiabiertos a los más sagaces analistas de la época. Ahora estamos viendo sus efectos de cambio que sólo pocos previeron. La mayoría estaban concentrados en sus efectos inmediatos como el peligro de que los pozos de petróleo de Medio Oriente –y otras regiones del mundo– se convirtieran en objetivos de guerra ante la necesidad de Estados Unidos de dominarlos. Situación que sucedió.
Con Nixon empezó ese largo y gradual proceso de abandono del dólar por quienes tenían la oportunidad de hacerlo. Incluso, se comenzó a pergeñar una moneda única en Europa. Ésto es debido a que Estados Unidos no perdonaría ni a sus aliados en su devastadora estrategia de apoderarse de cada charco de petróleo que hubiera en el globo terráqueo. Y tampoco eximiría a sus imprentas trabajar las 24 horas para imprimir montañas de billetes, los cuales ya no requerían su equivalencia en oro.
Y no es que Nixon, la FED y la cúpula de poder real en Estados Unidos desconocieran qué graves problemas estaban construyendo para el futuro de su estructura monetaria. Como tampoco ignoraban los inconvenientes que creaban para el sistema de producción con la globalización neoliberal que surgiría en contubernio con Londres y la alianza entre Ronald Reagan –y su Reaganomics– y Margaret Tacher, la dama de hierro.
En realidad, los tres gobernantes fueron los aceleradores de que potencias como China, Rusia, Japón, India y Europa Occidental buscaran diversificar sus reservas internacionales y crear una colectiva para reducir su exposición al dólar.
De tal manera que surgió el euro, el yen japonés pasó a ser divisa de reserva al igual que el yuan chino. Y seguirá la creación de sus propias monedas virtuales.
Primero fue el abandono del patrón oro. Después la buena relación de Estados Unidos con los principales productores energéticos de Medio Oriente regresó la hegemonía con el surgimiento del petrodólar. Con ese dinero, recuperaron sus niveles de producción de crudo mediante el costoso, desafiante y peligroso fracking –fracturamiento hidraúlico–. Cuando ya habían tocado su cénit de extracción, estaban a punto de convertirse en importadores de crudo.
Ya esa etapa pasó. Sin embargo, se siguen robando el petróleo de Iraq y de Siria. De lo que no se reponen es de haber perdido su alianza estratégica con Arabia Saudita. Éste era su gran peón pretérito dentro de la OPEP. Hoy, apuesta por China, los BRICS y se alía a Irán, el gran enemigo del Pentágono.
Y, aunque parezca contradictorio, el que la desdolarización sea un proceso largo permite a sauditas y mexicanos trazar su estrategia para salirse de esa moneda. De esta manera, padecer lo menos posible durante la dejación del dólar como moneda internacional.
Otro ámbito que habría que tratar aparte es el de la banca comercial y financiera internacional. Trabajan en el mundo entero sobre la base del dólar. Además, manejan en esa moneda la deuda externa de todos los deudores.
La banca comercial en México opera con el público y las empresas en pesos. Sin embargo, predominan los dólares en las relaciones interbancarias, por ejemplo, las efectuadas por las grandes empresas nacionales y extranjeras, además de las interacciones con sus matrices en el exterior y con Estados Unidos. Una desdolarización abrupta está descontada, pero no así un proceso al respecto. Obligará a la gran banca irse curando en salud.
Luis Manuel Arce Isaac/Prensa Latina*
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