FOTO: WHITE HOUSE
Como ha quedado claro en los últimos días, Donald Trump llegó al gobierno de Estados Unidos de América en pleno contexto de competencia con China por la conducción hegemónica del mundo. En su desesperación, el nuevo presidente está intentando reeditar el nacionalismo de antaño, con la esperanza de que, a través de medidas proteccionistas y de una mayor intervención del Estado en la economía, la crisis se pueda revertir.
Las nuevas iniciativas han dado pie a que en múltiples mesas de análisis se baraje la posibilidad de que Trump esté dándole fin al neoliberalismo, pues las políticas públicas que se habían identificado con ese modelo estaban muy ligadas a que el Estado permitiera la “libre circulación” de capitales sin restricciones arancelarias, con el fin de que sus empresas pudieran expandirse a todos los países del planeta de la manera más ambiciosa posible. Por todo ello, es sumamente pertinente preguntarse si, efectivamente, tal y como se ha mencionado, el neoliberalismo está llegando a su fin, o si está sucediendo otra cosa nueva y distinta.
Para responder a la pregunta hay que contemplar que el neoliberalismo surgió a partir de la crisis del modelo keynesiano de bienestar en la década de 1970, pues, las grandes empresas dejaron de acumular suficiente ganancia. Para resolver la crisis, EU utilizó su dominio imperialista, obligando a los países subordinados a que aceptaran cambios en sus constituciones y reglamentos jurídicos para que redujeran los aranceles, privatizaran las empresas paraestatales, redujeran la protección social a las clases trabajadoras y congelaran los salarios mínimos. En el fondo lo que se buscaba con todo eso era generar las condiciones para que las grandes empresas estadunidenses pudieran expandir sus negocios a lugares con mano de obra barata y disponibilidad de materia prima.
Estados Unidos obligó a los países subordinados a que desarrollaran una gran reducción de los aranceles y una flexibilización aguda de barreras arancelarias, inaugurando con ello la fiesta de la trasnacionalización de sus empresas y el auge del neoliberalismo. Así, las grandes industrias prefirieron mudarse a países pobres para pagar salarios más bajos de manera precarizada, a diferencia de lo que tendrían que pagar a trabajadores estadunidenses.
Sin embargo, a raíz de la crisis de 2008, EU ha tenido conflictos para mantener su estabilidad económica, y, con la pandemia de Covid-19, esa situación se fragilizó todavía más, de tal manera que, para Trump, lo urgente es obligar a sus empresas a que retornen a su lugar de origen para que puedan sostener a la mano de obra estadunidense y a su mercado interno. El problema para las empresas es que, luego de haberse ahorrado tanto dinero pagando mano de obra barata de las periferias y de los países pobres, regresar a pagar en dólares por hora y con derechos laborales, podría restringir su margen de ganancia.
Además, hay que contemplar que, con la emergencia de nuevas potencias económicas, entre las que sobresale China, el imperialismo estadunidense se ha puesto en entredicho, pues cada vez hay más países que prefieren exportar sus productos y fortalecer sus alianzas comerciales con Asia que con EU, al punto de que economías latinoamericanas como las de Argentina, Brasil o Chile tienen un gran destino en el comercio con China. Nuevamente eso se ha convertido en otra razón frente a la cual, Trump ha optado por hacer que la gran industria estadunidense retorne a su territorio original y retenga ahí sus inversiones.
Si bien, la nueva orientación trumpista evidencia que el neoliberalismo ya no le resulta tan redituable a EU, no significa que ese modelo esté ya en la sepultura. Desde mi punto de vista, asistimos a una crisis que no necesariamente es terminal, pues lo que nos ha enseñado el capitalismo es que muchas veces el orden económico encuentra formas de adaptarse y continuar vigorosamente. Si ahora el neoliberalismo no le resulta tan redituable al capitalismo, buscará otro camino, sin embargo, aquel será de igual manera una ruta dentro del mismo capitalismo.
Lo que sí es más claro es que, el papel de líder hegemónico de Estados Unidos está en entredicho, y, aunque Trump se esfuerza por recuperarlo a través de su visión nacionalista y reindustrializadora, una posibilidad latente es que, ante el aumento de los aranceles y el maltrato estadunidense, el resto de los países prefieran entonces virar sus relaciones comerciales hacia China, India y otras potencias emergentes. De ser así, no necesariamente se acabará el neoliberalismo, puede que solo se reconfigure ahora bajo la conducción de China como nueva potencia imperialista que desplace a EU. En ese posible escenario quedaría todavía en el aire la supervivencia o no del neoliberalismo… ahora con un enfoque asiático.
En ese escenario es importante ponernos a pensar ¿qué queremos en medio del torbellino? ¿Queremos continuar atando nuestro destino a un país en declive o preferiremos crear un nuevo camino con autonomía de las potencias imperialistas? Las crisis no siempre se resuelven por el lado más oscuro, a veces también abren oportunidades para cambiar cosas y modificar el rumbo. Quizá sea momento de correr el riesgo y romper el lastre que nos amarra a un destino de subordinación que se remonta a años atrás. Quizá sea momento de cambiar de paradigma y crear nuevos horizontes con perspectivas emancipatorias.
Pablo Carlos Rojas Gómez*
* Investigador del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS-UNAM), doctor en estudios latinoamericanos y profesor de la UNAM y la UNRC.
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