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Covid-19, la segunda gran crisis mundial para jóvenes de 15 a 24 años

Publicado por
José Réyez

Los jóvenes experimentan su segunda gran crisis mundial en una década: la pandemia de Covid-19. Quienes se encuentran entre los 15 y 24 años de edad, crecieron con la crisis financiera de 2008, y ahora –con la crisis sanitaria– enfrentan desafíos para su educación, perspectiva laboral y salud mental

Los jóvenes de 15 a 24 años de edad tienen las cicatrices de una crisis financiera de una década, un sistema educativo obsoleto, estragos de salud mental, violencia endémica y una pandemia histórica de la Covid-19. Podría ser una generación perdida, aseguran organismos internacionales; sin embargo, especialistas indican que aunque las perjuicios que han sufrido son muchos, aún no se puede hablar de generación perdida y ni siquiera calcular el daño de la actual crisis sanitaria.

Cierres de escuelas agravan desigualdades juveniles en sociedades y economías avanzadas y en desarrollo. Los jóvenes se ven acosados por amenazas de violencia armada, narcotráfico, terrorismo doméstico y profundas fricciones sociales que podrían escalar a más violencia.

La privación de derechos de los jóvenes se ha visto amplificada por la lenta recuperación económica de la crisis financiera de 2008-2009, la frustración por las élites corruptas e ineficaces y las fallas socioeconómicas que han dejado al descubierto injusticias profundamente arraigadas, refiere el informe Riesgos globales 2021 del Foro Económico Mundial (WEF, en inglés).

Señala que las desigualdades regionales persisten más allá de la economía fundamental y las disparidades son visibles en el acceso a la educación, el trabajo, los sistemas de salud, la seguridad social y la protección contra la violencia y los conflictos armados. “En la pandemia, los jóvenes corren el riesgo de convertirse en la doble generación perdida del Siglo XXI, y la falta de oportunidades para la futura participación económica, social y política podría tener consecuencias duraderas”.

Generaciones perdidas

“No estoy de acuerdo en hablar de generación perdida, porque todas las generaciones han tenido pérdidas, ni podemos hablar de jóvenes post-Covid: no podemos calcular estos daños porque no se le ve fin a esto [la pandemia] que es lo que creo que es más grave”, afirma en entrevista Elena Azaola Garrido, doctora en antropología social y psicoanalista.

Considera que, en materia educativa, laboral y de salud mental, hay o habrá consecuencias muy serias y daños más severos para niños y jóvenes, porque también los adultos se ven afectados, pero en la medida en que éstos han terminado de completar tanto su formación educativa como su madurez emocional, los daños pueden ser menos severos para ellos.

Para la profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), preocupa que niños y jóvenes hayan estado fuera de la posibilidad de interactuar con sus pares, que sobre todo en los jóvenes es la característica fundamental.

“Sabemos que el intercambio es sólo a través de medios electrónicos, pero, desde luego, no es lo mismo y con todas las desventajas o las desigualdades que se manifiestan entre los jóvenes que no tienen esos medios de contacto y de comunicación que se ven todavía más afectados”, afirma la catedrática.

Educación trunca

El abandono escolar en el nivel superior aumentó en la última década. El Censo 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revela que la crisis económica y el impacto de la pandemia en la educación son factores que influyeron en que 7.4 por ciento de los estudiantes desertaran de la universidad durante el ciclo 2019-2020 en comparación de 2010-2011.

Hace una década el porcentaje de abandono escolar a nivel superior se encontraba en 7.1 por ciento; y, para el segundo semestre de 2020 este porcentaje fue de 7.4 por ciento en promedio nacional, explica el Inegi. Señala que en Baja California Sur se registró el mayor porcentaje de deserción del país en educación: superior al 14 por ciento; seguido por Quintana Roo, con 12.5 por ciento; Sinaloa, 12; Campeche, 11.7; y Veracruz, 11.6 por ciento.

Al respecto también la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) alertó del riesgo de que un 20 por ciento de su matrícula de alumnos de bachillerato y universitarios (alrededor de 72 mil estudiantes) podría desertar debido a la crisis económica por la que atraviesa el país, que se agudizó con la pandemia del coronavirus.

La Asociación Nacional de Escuelas Particulares (ANEP) afirmó que hay “1.1 millones de deserciones escolares en todos los niveles, pero con la pandemia se sumaron 2 millones más que se integraron a los 35 millones de mexicanos de 15 o más años que no concluyeron su formación básica”.

Agregó que, de las 48 mil escuelas particulares en el país, 20 mil están en peligro de cerrar. En consecuencia, 200 mil docentes y personal administrativo que labora para este sector están en riesgo de perder el empleo.

“La pérdida académica siempre podrá suplirse, el no poder estar en el entorno educativo. Un dato muy alarmante es la estimación de que 22 mil niños y jóvenes diarios desertan de la escuela”, destaca la antropóloga Elena Azaola Garrido.

Indica que niños y jóvenes están hartos de estar frente a una pantalla: “les significa muy poco. Van perdiendo el interés, les pesa mucho. Y puede ser que algunos que están en clases más acomodadas puedan volver a la escuela una vez que esto se reestablezca, pero habrá otros que ya no vuelvan”.

El informe del Foro Económico Mundial plantea que las crisis de salud previas a la actual pandemia sugieren que algunos jóvenes podrían verse impedidos de regresar a la escuela. Subraya que en el mundo los estudiantes de hogares de altos ingresos se beneficiaron potencialmente de arreglos de aprendizaje más específicos e individualizados, pero los jóvenes con recursos limitados lucharon por participar en oportunidades educativas en ausencia de conectividad digital, apoyo de adultos o espacio adecuado para estudiar en casa.

La educación en el hogar y el trabajo a domicilio aumentaron el estrés en el hogar y la incidencia de violencia contra los adultos jóvenes. En áreas donde la escuela brinda acceso a alimentos y un espacio seguro, el cierre de escuelas pone a los estudiantes en mayor riesgo de trabajo infantil, reclutamiento por parte del crimen organizado, trata de personas, y violencia armada.

Agrega que los encierros pueden causar una pérdida de educación de, al menos, un semestre, y el ausentismo podría afectar el rendimiento académico futuro, aumentar las tasas de deserción e inducir comportamientos de salud más riesgosos. Y esto podría dificultar que los estudiantes de los niveles secundario y terciario adquieran las habilidades necesarias para continuar su educación o formación profesional, o incluso para obtener trabajos de nivel de entrada.

Otro punto que observa es que los jóvenes de hogares de bajos ingresos corren el riesgo de perder la educación por completo si se les envía a trabajar en lugar de volver a la escuela. Las mujeres jóvenes corren el riesgo de no asistir a la escuela para realizar trabajos domésticos o agrícolas, no poder terminar su educación secundaria, o no poder regresar al trabajo después de irse durante la pandemia por responsabilidades de cuidado.

Fuentes de trabajo limitadas

La economía mundial se desplomó en el segundo trimestre de 2020, afectando de manera desproporcionada los ingresos de los adultos jóvenes. Fueron los primeros en perder sus trabajos debido a los bloqueos en los sectores más afectados por la pandemia, como la industria de servicios y la manufactura, a menudo con contratos a tiempo parcial o temporales con protección laboral limitada, advierte el Consejo Nacional de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

El desempleo juvenil puede aumentar dado que una mayor reestructuración sectorial y un cambio de hábitos de consumo se espera que provoquen más despidos. También se prevé que disminuirán los trabajos de bajos salarios y la pobreza aumente pese programas sociales, señala el WEF.

Debido a la crisis desatada por el nuevo coronavirus, entre 8.9 y 9.8 millones de mexicanos han caído en la pobreza debido a una disminución de sus ingresos, estimaciones que, “muestran pérdidas importantes en los avances que se han logrado en materia de desarrollo social, amenazando la capacidad de recuperación de los ingresos de los hogares”, señala el Coneval.

Asegura que las transferencias monetarias que el Ejecutivo hace como parte de su política social son “medidas temporales” que, aunque necesarias, no han mitigado los estragos causados por la pandemia en las poblaciones más vulnerables. Explica que en 2018 se estimaba que 61 millones de mexicanos vivían con un ingreso inferior a la línea de la pobreza, por la crisis del coronavirus aumentaría a más de 70 millones de pobres, y habría mayores estragos entre grupos vulnerables como mujeres, ancianos, niños y adolescentes

Respecto de los programas insignia del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, el Coneval considera que “aunque las transferencias monetarias son necesarias, dados los cambios que la pandemia ha ocasionado, es indispensable considerarlas como medidas temporales e impulsar otras medidas de carácter estructural”.

Y añade que “los Programas Integrales de Bienestar analizados no atienden en su totalidad los riesgos que enfrentan las personas. Si bien existe una clara intención del gobierno federal para construir un sistema de bienestar universal, los programas que lo conforman han tendido a enfocarse en las transferencias directas de apoyos económicos más que en la prevención, mitigación y atención de los riesgos que limitan el acceso a derechos”.

El Coneval alerta que el programa, que ahora entrega 4 mil 310 pesos a jóvenes que no estudian ni trabajan y aceptan capacitarse, podría fomentar la deserción escolar, pues reparte más dinero entre quienes no estudian que entre quienes sí lo hacen y, además, no cuenta con mecanismos para evaluar si la capacitación les sirve o no.

Por su parte, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) indica que la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) no demostró si cuenta con la metodología para determinar si el programa Jóvenes Construyendo el Futuro incrementó realmente la empleabilidad de 1 millón 115 mil 690 beneficiados de 2019.

“En relación con los beneficios esperados, la dependencia no acreditó contar con métricas, metodologías, indicadores ni metas para determinar en qué medida se incrementó la empleabilidad y la inclusión en el mercado laboral para los jóvenes entre 18 y 29 años que no estudian ni trabajan, que recibieron las capacitaciones acompañadas de beca.”

La ASF considera necesario que la Secretaría revise y reestructure integralmente el programa “con base en un diagnóstico confiable sobre las necesidades de capacitación y focalización de los jóvenes entre 18 y 29 años que no estudian ni trabajan, a fin de precisar el problema, causas y consecuencias de éste y definir objetivos e indicadores específicos, orientados a diseñar y otorgar capacitación para el trabajo”.

Al respecto, la STPS informó que las observaciones de la ASF serían aclaradas puntualmente, ya que se trata de un programa de “buena fe” que espera que tanto becarios, como empleadores notifiquen a la autoridad cualquier modificación. Y señaló que las observaciones por aclarar en cuestión de becarios representan sólo un 0.37 por ciento del total de los participantes del programa, y un 0.23 por ciento de los recursos del mismo.

Incertidumbre frente a perspectiva económica

“Covid-19 ha agregado una nueva importancia a la desilusión de los jóvenes con su terrible perspectiva económica, oportunidades educativas perdidas y desaprobación a la respuesta de emergencia del gobierno”, indica el documento del Foro Económico Mundial.

De acuerdo con la doctora Elena Azaola, no hay estadísticas en México que estimen el daño a la salud mental de niños y jóvenes, sin embargo, refiere que los jóvenes están en la etapa de la adolescencia, del inicio de la actividad sexual en donde el entorno familiar no posibilita, ni favorece desarrollar sus capacidades, lo que les genera, desde luego, frustración.

“A eso podemos añadir que algunos niños y jóvenes han tenido pérdidas significativas de sus padres, abuelos, y no vemos una política encaminada a contener esos daños. No vemos un gobierno sensible, humano que esté dando respuesta ágil a todas estas situaciones a niños y jóvenes deben de tener prioridad”, subraya Azaola Garrido.

Habría que repensar este cierre de escuelas, a lo mejor se pueden implementar esquemas mixtos en los que los niños puedan ir en algunos horarios. Tendrían que estar estudiando y ver cuáles son las necesidades más urgentes para poder dar una respuesta ágil y diversificada, concluye.

Soledad prolongada en el encierro y estrés por pérdida de empleo, lo que da como resultado tasas más altas de depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático (PTSD), podría hacer que los jóvenes sean más susceptibles a ideas atractivas pero divisivas en las economías desarrolladas, considera el WEF.

Sobre el tema, el reporte El impacto del Covid-19 en la salud mental de los jóvenes de la Unicef muestra que, por la crisis de la Covid-19, de los encuestados –8 mil 444 adolescentes y jóvenes de 13 a 29 años– en nueve países y territorios de la región, el 27 por ciento reportó sentir ansiedad y el 15 por ciento, depresión. Para el 30 por ciento, la principal razón que influye en sus emociones actuales es la situación económica; además, 46 por ciento señaló tener menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba; y 36 por ciento se sintió menos motivado a realizar actividades habituales.

Su percepción sobre el futuro también se ha visto negativamente afectada, particularmente en el caso de las mujeres jóvenes quienes han y están enfrentando dificultades particulares. El 43 por ciento de las mujeres se siente pesimista frente al futuro frente a 31 por ciento de los hombres participantes.

Una situación que genera elevada preocupación y es un llamado a las autoridades de salud nacionales, es que el 73 por ciento ha sentido la necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental. Pese a lo anterior, el 40 por ciento no pidió ayuda.

Este valor aumenta a 43 por ciento en el caso de las mujeres. Los centros de salud y hospitales especializados (50 por ciento) seguido por los centros de culto (26 por ciento) y servicios en línea (23 por ciento) son los principales mecanismos donde buscarían ayuda en caso de necesitarla.

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