Caracas, Venezuela. La crisis de suministro de petróleo y gas desatada por la invasión rusa en Ucrania representa nuevas oportunidades de negocios para los países del Sur productores de hidrocarburos, tanto los tradicionales como los emergentes, y también para acelerar la transición global hacia formas verdes de energía.
“Los países con los efectos económicos más positivos son los exportadores netos que dependen de los ingresos hidrocarburíferos para una gran porción de su presupuesto, actividad económica y divisas”, señala a IPS Nate Graham, responsable del área de Energía en el centro de pensamiento Diálogo Interamericano, basado en Washington.
En América Latina ese es el caso, dice Graham, de “países como Colombia, Ecuador y Venezuela, mientras que, del otro lado, países del Caribe, América Central y Chile, que importan sus hidrocarburos, sufren el efecto opuesto”.
Las oportunidades surgieron tras la invasión de Ucrania el 24 de febrero, por el brusco retiro, en mercados de frágiles equilibrios, de unos 3 millones de barriles (de 159 litros) diarios de crudo, provenientes de Rusia, y la decisión de buena parte de Europa de desentenderse del gas de ese país e ir en busca de otros proveedores.
Los productores de petróleo y gas en el Sur “gozan con ingresos extraordinarios”, observa a IPS el experto venezolano en geopolítica petrolera Kenneth Ramírez, “pero a los que no lo son se les encarece su factura energética y sufren con los precios más altos de alimentos de los que Rusia y Ucrania son grandes proveedores”.
“Incluso en países productores de petróleo, el aumento en los precios de combustibles para consumidores presiona a los gobiernos para proveer subsidios, que luego pueden ser políticamente difíciles de revertir, cuando los precios bajen nuevamente”, apunta Graham.
Pero parece que aún no es tiempo de atender todas las advertencias, ante la nueva fiebre del oro (negro), desatada en un mundo dependiente de la energía fósil y consciente de que lo seguirá siendo por varias décadas más.
En Sudamérica un primer beneficiado ha sido Guyana, que extrajo bajo aguas del Atlántico –pendientes de delimitar con Caracas, recuerda Ramírez, quien preside el privado Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales– unos 110 mil barriles diarios en 2021 y espera agregar otros 220 mil en el plazo de 1 año.
Para lograrlo, el gigante estadunidense Exxon, con siglo y medio de experiencia a cuestas, aceleró su decisión de invertir en Guyana otros 10 mil millones de dólares.
El vecino Suriname también aspira a que nuevas inversiones lleguen a sus costas y exportadores ya tradicionales, Colombia y Ecuador, pueden frotarse las manos. Pero la nota más llamativa fue un nuevo contacto entre Estados Unidos y Venezuela.
Su relación formal está rota, y se oponen políticamente. Washington ha impuesto sanciones que impiden a Caracas comercializar libremente su petróleo y el país sudamericano se ha exhibido como aliado de Rusia en la región.
Venezuela, a lo largo del Siglo XX un gran exportador de petróleo y con una producción que superó los 3 millones de barriles diarios entre 1997 y2001, produce ahora menos de 700 mil barriles diarios, tras un declive de su industria con el gobierno iniciado en 2013.
Pero el país tiene reservas gigantescas, cercanas a 300 mil millones de barriles, sobre todo de crudos pesados, y el mercado leyó el nuevo contacto desde Washington como señal de que Estados Unidos decidió que el adiós a los suministros rusos perdurará durante mucho tiempo.
La compañía estadunidense Chevron, que mantiene una producción mínima en Venezuela con permiso de Washington, podría invertir para producir otros 200 mil barriles diarios en 1 año, y la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa) estudia alquilar nuevos buques petroleros, según trascendió de fuentes de la industria.
En África, a los más conocidos productores, como Nigeria, Angola, Libia, Argelia y Egipto, se suman las esperanzas de los más pequeños y nuevos, como Guinea Ecuatorial, Sudán del Sur y, sobre todo, Ghana, que de producir unos pocos miles de barriles hace un quinquenio ya casi alcanza los 170 mil por día.
Irán es otro país cuya larga existencia petrolera de nuevo se flexiona con la crisis: mantiene alianzas energéticas con Rusia mientras en torno a su programa nuclear continúa el tira y afloja con Estados Unidos –que le ha sancionado por más de 40 años– y cuya redefinición puede librarle de algunas sanciones.
Teherán, que produce 2.5 millones de bariles diarios, se prepara para aumentar sus exportaciones de crudo, de 1.2 a 1.4 millones de barriles por día, y coloca en sus planes de largo plazo volver a producir 4 millones de unidades.
Entre los grandes beneficiarios de esta crisis están los exportadores árabes del Golfo y en general los socios de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que actúan aliados con otros 10 productores en el grupo OPEP+.
Sólo la empresa Aramco, de Arabia Saudita, ya registró antes de la guerra, en 2021, ganancias por 110 mil millones de dólares (49 mil millones en 2020). Tanto a ese reino como al vecino Emiratos Árabes Unidos pidió Washington un incremento de la producción petrolera para evitar una disparada de precios.
Los valores de los principales crudos de referencia, el estadunidense West Texas Intermediate (WTI) y el Brent del mar del Norte, se cotizaron alrededor de 70 dólares por barril en 2021, pero con la crisis de Ucrania se dispararon: el Brent se mantenía este abril sobre los 100 dólares y el WTI cerca de 95.
La demanda mundial de crudo es de aproximadamente 100 millones de barriles diarios, de los cuales la OPEP aporta 32 millones, más otros 14 millones que cubren los 10 aliados de OPEP+, entre ellos Rusia, Kazajistán y México.
La OPEP+ desestimó el pedido de los grandes consumidores, considerando que el alza de precios no obedece a fundamentos del mercado sino al conflicto en Ucrania, y acordó agregar apenas 432 mil barriles diarios a la oferta grupal, a partir de mayo.
“Nadie nos escuchó cuando dijimos que se necesitaban más inversiones en petróleo y gas. El aumento de la producción se hará de forma mesurada y mediante un consenso entre los miembros”, dijo el emiratí ministro de Petróleo, Suhail al Mazroui.
El presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, dispuso entonces liberar de las reservas estratégicas de su país –en cavernas se guardan más de 650 barriles diarios– 1 millón de barriles cada día durante 6 meses, para aumentar el crudo disponible para los refinadores y así tratar de contener el alza en los precios del carburante.
Entretanto, un productor como Argelia se dio el lujo de mantener precios constantes del gas que exporta a todos sus clientes pero no a España, como represalia por un cambio de posición de Madrid en relación con el diferendo por la autodeterminación del pueblo saharaui.
Y Moscú ha planteado que recibirá en rublos el pago por sus ventas de hidrocarburos a Europa, una región dependiente en 40 por ciento del gas ruso y en 27 por ciento de su petróleo, y de lo cual no logran zafarse completamente al cabo de 6 semanas de guerra.
El fallecido político estadunidense John McCain (1936-2018) dijo en 2014 que Rusia “es una gasolinera disfrazada de país”, para subrayar la condición de peso pesado del gran país en el campo de la energía fósil.
De los 1.7 billones (millones de millones) de reservas de crudo que hay en el planeta, Rusia tiene 107 mil millones, superada sólo por Venezuela, Arabia Saudita, Canadá, Irán e Irak. El país euroasiático produce 10.8 millones de barriles por día (más de 10 por ciento del total mundial), sólo por detrás de Estados Unidos y casi tanto como los sauditas.
En gas su peso es aún mayor, pues tiene 20 por ciento de las reservas mundiales (38 de 188 billones de metros cúbicos), de lejos el líder, y con su producción anual de 638 mil millones de metros cúbicos cubre más de 18 por ciento de la demanda global.
Entre los ganadores, las compañías petroleras ganarán más, y este año las 25 mayores podrían obtener beneficios entre 100 mil y 120 mil millones de dólares superiores a los de 2021, cuando, según la organización estadunidense Accountable US, obtuvieron ganancias récord, de 237 mil millones de dólares.
Los consumidores pagan. En casi toda América Latina un litro de gasolina cuesta mucho más de 1 dólar (1.75 en Uruguay, 1.40 en Chile, 1.32 en Guatemala, por ejemplo) e incluso en la prometedora Guyana –que tiene crudo pero no refinería, recuerda Graham– se vende a casi 1.10 dólares.
En Estados Unidos, donde se consume uno de cada cinco barriles de petróleo que produce el mundo, 1 litro costaba 75 centavos de dólar hace un año y este abril promediaba 1.10 dólares, con precios más altos en la costa del Pacífico.
En Europa “la mayoría apuesta ahora por una visión pragmática y posibilista, que continúe apostando por las energías renovables y la eficiencia energética, pero se abre un debate sobre el uso de la energía nuclear e incluso el carbón, que haga más equilibrio entre la seguridad energética y el cambio climático”, dice Ramírez.
Graham considera que “la presente crisis subraya los riesgos geopolíticos de la dependencia de petróleo y gas extranjero y la importancia de reducirla por razones de seguridad, lo que puede ser un factor acelerador para la transición a tecnologías renovables y el hidrógeno verde (obtenido de fuentes limpias de energía)”.
Pero “por otro lado, algunos podrían interpretar la presente crisis como una razón para aumentar la producción doméstica y regional de hidrocarburos en el corto plazo, lo que puede extender la dependencia en los combustibles fósiles, mientras las empresas recuperan los costos de nuevas inversiones”, apunta.
Además hay presión sobre los gobiernos para proveer subsidios al combustible para disminuir el impacto de la crisis sobre los consumidores, los que pueden ser políticamente difíciles de revertir y así generar un efecto contrario a lo que se necesita para impulsar la transición energética, expone Graham.
La Agencia Internacional de Energía (AIE), conformada por grandes consumidores industrializados, reconoció en su reunión del 24 de marzo para evaluar las medidas ante la crisis, que “la importancia para la seguridad energética, y las transiciones de energía limpia, de garantizar una infraestructura energética limpia, asequible, confiable, resiliente y segura”.
La seguridad y transición energéticas están “inextricablemente interrelacionadas” para la AIE, y su director ejecutivo, Fatih Birol, sostiene que “la respuesta a esta crisis energética será una aceleración de la transición hacia energías limpias, no necesariamente por razones climáticas, sino de seguridad energética”.
Humberto Márquez/Inter Press Service (IPS) *
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