Guna Laya, Panamá. Mayka Tejada, de 45 años, nació, creció y ahora huye de Gardi Sugdub, la pequeña isla del Caribe panameño que pronto quedará inhabitable por el aumento del nivel del mar.
La mujer forma parte del primer grupo de indígenas guna, a quienes las autoridades panameñas reubicaron hacia tierra firme, en una histórica mudanza denominada Operación Dulup (Langosta en lengua guna).
“Ya estoy lista para irme”, afirma Mayka, mientras dirige a voluntarios del gobierno y del ejército para sacar de su casa de paja y madera las cómodas, hamacas, su mesa, bolsas con ropa y algunos enseres. Las personas maniobran cargando a hombros las pertenencias de Tejada por las estrechas calles de la isla hasta llevarlas al puerto, donde las suben a lanchas para realizar la inusual mudanza.
Según los científicos y el gobierno panameño, Gardi Sugdub quedará sumergida en unos años por el aumento del nivel del mar, consecuencia directa del cambio climático. La isla es la más densamente poblada del archipiélago panameño, mide 300 metros de largo y 120 de ancho, aproximadamente el tamaño de tres campos de fútbol puestos en fila sin graderías.
En ese pequeño espacio rodeado de las aguas turquesas del Caribe, habitan alrededor de 1 mil 300 indígenas gunas, en 160 casas precarias con pisos de tierra, paredes de caña o madera, techos de paja o zinc y sin energía eléctrica, aunque algunos cuentan con generadores y paneles solares que deciden activar por las noches. También, tiene un centro de salud y una pequeña escuela, los cuales atienden a otras comunidades que habitan en islotes vecinos.
Los guna son una de las comunidades ancestrales más autónomas del mundo, con un gobierno independiente del Estado panameño. Gran parte de sus ingresos proviene del turismo y de sus paradisíacas playas, retratadas en Netflix tras ser el escondite de Río y Tokio, la pareja protagonista de la serie La Casa de Papel.
Históricamente, han vivido desplazados. En el siglo XVI, tras la llegada de los conquistadores españoles y las guerras con otras etnias, se trasladaron de la costa caribeña de Colombia a San Blás (hoy Panamá). Luego, alrededor de 1900, se mudaron al mar para escapar de las influencias occidentales. Ahora, vuelven a suelo continental por el cambio climático y el hacinamiento.
“Nos vamos porque no me alcanza para dormir acá ya con mis hijos. Allá voy a tener mi cuarto en la barriada”, expresa Mayka en su limitado español. Ella, al igual que la mayoría de los gunas, no está convencida del cambio climático, aunque sí del hacinamiento.
Las casas están a un metro o medio metro y medio sobre el nivel del mar. Varias ya no son habitables, y otras están en riesgo de colapso por la erosión del suelo.
El país enfrenta un nivel de vulnerabilidad al cambio climático “severo” para 2030, según el gobierno. Éste calcula que uno de cada 10 panameños vive a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.
Mientras Mayka sube a las lanchas rápidas sus pertenencias, en la Casa del Congreso, las autoridades del gobierno guna y los ministros panameños daban una conferencia de prensa anunciando la compleja operación.
En la operación Dulup, que inició el 3 y culminó el 6 de junio de 2024, participaron el Gabinete de Gestión Integral de Riesgo de Desastre (GIRD), el Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc), así como el Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) y el Servicio Nacional Aeronaval (Senan).
Alrededor de 160 unidades interinstitucionales, 30 lanchas, 30 pickups y un helicóptero moverán a los habitantes de Gardi Sugdub.
Las autoridades trazaron un mapa de la isla en seis bloques para trasladar primero a las familias con adultos mayores, personas con discapacidad y las autoridades tradicionales de la isla. La histórica operación es una especie de experimento a gran escala para una reubicación por motivos climáticos, mientras monitorean la situación de dos islas vecinas y deciden si también deberán desalojar a sus habitantes.
“Hoy es un día de fiesta para nuestra comunidad”, dice el shayla o jefe indígena guna, José Deivis, el 3 de junio durante la operación Dulup.
El líder indígena está descalzo, sentado junto a los ministros de gobierno de Panamá y sus guardaespaldas. Es asistido por un traductor en español para comunicarse con los medios de comunicación y explicar cómo la mudanza marca el inicio de una nueva vida para la comunidad.
A su lado, Roger Tejada, el ministro de Gobierno panameño, reitera la importancia histórica de ese día lluvioso. “Gardi Sugdub es la bandera del cambio climático”, sentenció.
“Vamos a comenzar con este primer traslado oficial con esta familia que tiene las llaves de su nueva residencia, y luego procederemos durante más de tres días a una semana, si el clima lo permite”, dice Tejada.
Otro funcionario oficial del Estado panameño, Rogelio Paredes, jefe del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (Miviot), revela detalles del nuevo complejo habitacional, cuya inversión asciende a los 12 millones de dólares.
La nueva barriada, llamada Isberyala y ubicada cerca de la costa en tierra firme, recibirá a 300 familias de la isla. Según las autoridades panameñas, contará con sistema de acueducto, pozo de agua, energía eléctrica, un parque deportivo, una escuela, así como réplicas de las ancestrales Casa de la Chicha y Casa del Congreso.
Sin embargo, las nuevas viviendas, construidas con materiales como PVC, son muy diferentes a las actuales y no permiten clavar las hamacas tradicionales para dormir. De igual manera, las dimensiones serán un desafío, ya que en la isla las familias numerosas suelen compartir una misma casa y ahora convivirán en espacios más pequeños y separados.
“No se pierde la posibilidad de que ellos puedan acercarse a sus áreas de cultivo, porque están en tierra firme. Además, están lo suficientemente cerca del mar como para poder seguir saliendo a pescar”, argumenta el ministro Paredes. Asimismo, subraya que la construcción se realizó con el objetivo de preservar la cultura.
Para Atilio Martínez, historiador guna, el desafío de la mudanza histórica no es sólo logístico, sino también cultural.
“Las chozas donde vivimos son espacios abiertos donde cualquiera puede hacer visita; aquí en la isla las puertas están siempre abiertas. Hay mucha solidaridad, se comparte, y por las noches siempre hay reuniones. Ahora, este cambio hacia casas más pequeñas con puertas cerradas es como mudarse a una barriada de la ciudad de Panamá”.
“La gastronomía va a cambiar un poco, al igual que nuestra cultura y nuestra identidad. Pero si los comuneros y las autoridades mantienen firmes nuestras tradiciones, no debería afectarnos demasiado, aunque la sociedad siempre es dinámica y está en constante cambio”, advierte el historiador.
“Cada familia tendrá espacio detrás de las casas para construir su propio rancho, siguiendo las costumbres gunas. Ellos van a construir sus ranchos en base a sus especificaciones”, promete el ministro de gobierno, Tejada.
Mayka, al ser consultada sobre el cambio, confirma que en tierra firme será muy diferente. “Veo que es más pequeña; ésta [en la isla] es un poco más amplia. Pero estoy contenta”, relata la mujer.
“Más allá de las viviendas y las infraestructuras, un lugar de reubicación debe garantizar los derechos a un nivel de vida adecuado, medios de subsistencia sostenibles e identidad cultural. La planificación de la reubicación debe incluir viviendas culturalmente apropiadas, salas ceremoniales y centros culturales, entre otros esfuerzos para garantizar que no se pierdan las tradiciones”, recomendó la organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW), dedicada a la investigación, defensa y promoción de los derechos humanos.
En el centro de la isla está ubicada la escuela, con alrededor de siete salones y una plazoleta donde los jóvenes gunas aprenden con tutores mixtos; algunos gunas y otros continentales.
Lilibeth Meléndez es una de las maestras del Centro Educativo Básico Shaila Olonibiginya, donde enseña español a más de 600 alumnos.
“Estamos esperando con ansias el traslado porque, como pueden ver, si llueve toda la isla se inunda. Llueve más adentro que afuera y es complicado dar clases. Esta es una oportunidad para nuestros estudiantes, quienes merecen una educación de calidad, como la tienen en la ciudad”.
Meléndez menciona que antes del traslado prepararon a sus alumnos para el cambio. Impartieron clases de educación cívica donde enseñan prácticas occidentales como el reciclaje de la basura.
Freisa González, subdirectora del colegio, agrega que el impacto en los alumnos será grande. “El traslado a tierra firme es otra nueva costumbre que deberán aprender”.
Recuerda que hasta el momento de la operación Dulup, el nuevo colegio en tierra firme aún no cuenta con agua, personal administrativo ni transporte, esencial para más de 300 alumnos que llegan a la isla a estudiar de comunidades vecinas y a quienes la escuela ofrece lanchas para su traslado hacia y desde Gardi Sugdub.
“Hay otros estudiantes que nosotros los trasladamos todos los días para que vengan a clase, ese será el reto. Debemos ver el comportamiento de los estudiantes y la cantidad de lanchas que necesitaremos”, afirma González, quien pese al optimismo, tiene temor por la nueva forma de aprender para sus estudiantes fuera del mar.
“Gardi Sugdub ofrece una visión de lo que puede ser una reubicación planificada dirigida por la comunidad y apoyada por el gobierno como adaptación al clima, pero su experiencia no está exenta de retos”, escribió Erica Bower, investigadora de Medio Ambiente y Derechos Humanos de HRW.
“Panamá debería aprender de este caso y redactar una política nacional para salvaguardar mejor los derechos humanos en futuros reasentamientos planificados relacionados con el clima y dirigidos por la comunidad”.
Algunos pobladores de la isla se resisten a irse. Una de ellas es Daleyka Hernández, quien, sentada en su pequeña venta de insumos y granos, observa cómo sus vecinos empacan maletas. “Yo me quedo porque tengo mi negocio aquí. No todos se irán, el 30 por ciento se quedará. Muchos se quedarán en la escuela porque la nueva escuela no tiene las condiciones”.
Su mamá y otros familiares sí optaron por la mudanza. “Muchos van a estar yendo y viniendo. Como mi mamá se irá, vendrá unos días a dormir aquí y luego se irá. Estará como de visita”.
Otro que decidió quedarse es Valerio Aguilar, quien por temporadas es lanchero, y en otras agricultor. Afirma que su familia se trasladará, pero que prefiere preservar la herencia que dejaron sus padres: la casa en la isla que se hunde. “Yo creo que la gente volverá, no es fácil cambiar las costumbres de un día a otro”.
El último informe del Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC), sobre desplazamiento interno global registró 26 millones 300 mil desplazados por desastres globales en 2023, de los cuales, más 2 millones corresponden a desplazamientos en América Latina.
El centro afirma que Brasil registró la cifra más alta en más de una década en 2023, con 745 mil desplazamientos internos provocados por desastres, principalmente inundaciones e incendios forestales.
Colombia reportó 351 mil desplazamientos debido a inundaciones provocadas por fuertes lluvias. El país impulsa una ley que reconocería el desplazamiento climático. Sería la primera normativa en América Latina.
Los desastres causaron 2 millones 100 mil desplazamientos en América Latina en 2023, una cifra similar a la de 2022, y mayor que la generada por los conflictos y la violencia. Las inundaciones y tormentas provocaron 1 millón 500 mil desplazamientos, la mayoría en Sudamérica.
“Dado el tamaño de sus poblaciones y su alta exposición a las amenazas, la mayoría de los desplazamientos por desastres en las Américas se registraron en Brasil y Colombia, donde las cifras aumentaron en comparación con años anteriores. Perú y Chile también registraron cifras inusualmente altas debido a inundaciones”, puntualizó el informe.
Un reciente estudio del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa por su sigla en inglés), publicado en junio, advierte que la crisis climática amenaza los medios de vida y la atención sanitaria de 41 millones de personas en zonas costeras de baja altitud en Latinoamérica y el Caribe.
Por medio de imágenes satelitales y datos geoespaciales, concluyeron que estas comunidades son vulnerables a sequías, desertificación, huracanes y tormentas.
En Panamá, el gobierno estima que para 2050 el nivel del mar aumentará entre 0.56 y 0.76 metros. Esto resultará en la desaparición de algunas islas en Guna Yala. Las autoridades adelantan que, tras completar esta primera reubicación, seguirán con otras dos islas que enfrentan desafíos similares, aunque no dieron fecha de estos nuevos traslados.
Quienes se quedan en la isla tienen la esperanza de que la mudanza de sus vecinos sea sólo una aventura y decidan regresar al no adaptarse en tierra firme.
Mientras tanto, los que se van piensan en retos logísticos que deben resolver a corto plazo; como un sistema de saneamiento de las aguas en la nueva barriada, el correcto funcionamiento del nuevo colegio en tierra firme, y reorganizar a los comités indígenas que se dividieron con la mudanza y que toman decisiones sobre la cultura, la economía y la salud de los gunas.
Por ahora, los gunas se preparan para iniciar el ciclo de desplazamiento y adaptación antes de que el mar se lleve sus hogares. Abandonan la isla con un propósito en común: que el espíritu y la cultura guna permanezcan tan firmes como hoy.
Jorge Hurtado/Inter Press Service (IPS)*
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