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Después del carbón: las cicatrices de la contaminación y la transición injusta en una urbe chilena

Publicado por
IPS

En Tocopilla, Chile, los habitantes padecen por la contaminación acumulada, tras más de 100 años de quema de carbón. Si bien las termoeléctricas han sido cerradas, aún no hay soluciones permanentes para los daños a la salud y el medioambiente

Tocopilla, Chile. Hilda Alfaro camina por la Plaza de Armas de Tocopilla, una ciudad del norte de Chile, como si la edad no le pesara, como si no cargara con ninguno de los horrores que le ha tocado vivir a lo largo de sus 86 años.

“Mire, mi historia es tan larga que no sé por dónde empezar a contar. ¿Cuando era profesora? ¿Cuando llegó la Caravana de la Muerte y se llevó a mi marido? ¿Cuando me tomaron detenida o cuando me fui al exilio a Holanda con mis hijos? Dígame, ¿por dónde empiezo? ¿Usted quiere saber sobre las termoeléctricas? Bueno, Tocopilla está dejada a la mano de Dios, y yo le voy a explicar por qué”, indicó.

En la vida de Alfaro, se condensa la semblanza de Tocopilla, con la dictadura que asesinó a su esposo y exalcalde de la ciudad en septiembre de 1973; el exilio, y el posterior regreso desde la entonces Holanda en 1992. Allá, pudo haberse quedado. Sin embargo, había mucho por hacer en esta tierra de aspecto dunar incrustada al norte de Chile.

Su amplio trabajo en derechos humanos era una experiencia necesaria para que este viejo puerto minero, fundado a mediados del siglo XIX, diera cara a su constante sacrificio; primero por la represión, más tarde por los duraderos estragos del carbón.

Con más de 100 años de quema incesante de este primitivo combustible fósil –las primeras termoeléctricas de Tocopilla empezaron a operar en 1915–, la huella ambiental devino en degradación, deterioro y envilecimiento del ecosistema y la salud de sus habitantes.

Para responder a esta problemática, en 2022, Hilda fue convocada al comité local de Transición Socioecológica Justa de Tocopilla, espacio diseñado por el gobierno chileno, el cual busca reparar parte del daño provocado por las seis unidades termoeléctricas, las cuales han definido a la ciudad de la región de Antofagasta por más de cinco décadas.

“Se trabajó durante dos años para ver qué caminos seguir. Pero, el asunto es que una vez cerradas las termoeléctricas, ¿qué queda? La contaminación sigue. Las maquinarias quedan, los desechos quedan. ¿Qué va a pasar con las cenizas?”, preguntó Alfaro.

Cenizas, esqueletos macizos de infraestructura industrial en desuso, máquinas obsoletas y polvo químico aferrado al pulmón. La suma de los elementos configuran los llamados pasivos ambientales, el daño no compensado de una frenética actividad productiva que configura un complejo desafío para la ciudad.

El comité elaboró 134 acciones divididas en cuatro ejes: energía, medioambiente, desarrollo productivo y desarrollo social. A partir de ellos, se desprenden medidas a implementar en tres periodos predefinidos: corto plazo (2023-2025), mediano plazo (2026-2029) y largo plazo (2030-2033). Del total, 39 fueron priorizadas para ser ejecutadas durante el actual periodo de gobierno.

Superar la polución y, en definitiva, la promesa de trazar un futuro limpio choca de frente con la realidad: no basta con apagar los generadores, este legado es mucho más.

Un estudio realizado en 2021 por la Pontificia Universidad Católica de Chile reveló que Tocopilla, con poco más de 26 mil habitantes, presenta una tasa de mortalidad de 6.6 por cada 1 mil personas. Estos datos están por encima del promedio regional y nacional; 4.6 y 57, respectivamente.

Cuando se trata de mortalidad infantil, las cifras son aún más devastadoras. Alcanzan un 9.6 por ciento por sobre el promedio nacional de 6.5 por ciento. Es el resultado de décadas de exposición a las emisiones derivadas de la quema de carbón combinadas con el material particulado, el cual flota en el aire.

A raíz de esta realidad y por los compromisos asumidos por Chile en el Acuerdo de París sobre el clima y los planes nacionales de descarbonización, se lograron desconectar 11 de las 28 unidades a carbón que operaban en el país.

En Tocopilla, las centrales 12, 13, 14 y 15, apagadas entre 2019 y 2022, se encuentran abandonadas, como vestigio que transformó a esa ciudad costera en zona de sacrificio socioambiental, donde las ganancias económicas se han priorizado sobre las personas. Esto causó abusos o violaciones de los derechos humanos, acorde a la legislación chilena.

A la fecha, no hay señales sobre remediación de los impactos, pese a los anuncios de reconversión de infraestructura a un complejo de almacenamiento de energía con capacidad de 660 megavarios hora (MWh).

Desde la empresa AES Chile, señalaron que están “evaluando diversas opciones para el uso de la infraestructura existente”. En cuanto a los trabajadores, “un 80 por ciento de ellos participó en cursos de capacitación en energías renovables como eólica, solar, hidrógeno y baterías”; entre otras medidas.

Sin embargo, se trata de un proceso con contradicciones: en abril de este año, se cerraron las dos unidades de Norgener (AES Andes), Nueva Tocopilla 1 y 2. Al mismo tiempo, se consumieron las últimas 94 mil toneladas de carbón de su historia en la zona.

“La contaminación está aquí, enterrada en la tierra, en los pulmones de la gente. Esto no se va a ir porque apagaron las chimeneas”, señaló Hilda Alfaro.

Entre cenizas y basurales

Cuatro kilómetros al norte del centro de Tocopilla existen dos poblaciones: las Tres Marías y Pacífico Norte. Están tan cercanas entre sí que, para quien viene de afuera, los límites se desdibujan; parecen una sola.

Sus habitantes provienen de un origen similar: el Estado entregó una vivienda después de años asentados en campamentos precarios y hacinados. Fue uno de los hechos más complicados en una de las comunas más pobres del país.

“Aquí está su llave. Eso nos dijeron y nos vinimos”, señala Karen Valencia, actual presidenta de la Junta de Vecinos Pacífico Norte. “Nos vinimos por la necesidad, pero si nos hubiéramos dado cuenta de lo que significaba vivir en este territorio, lo hubiera pensado dos veces”.

Las poblaciones fueron construidas a 700 metros de uno de los depósitos de cenizas más grandes de Tocopilla, prácticamente el doble de ambas juntas; por el otro lado, a 600 metros, la comunidad limita con un vertedero que, desde 1955 a 2015, recibió residuos domiciliarios, municipales, industriales y comerciales.

Desde las casas, uno puede llegar caminando. No hay mayor restricción que unas cuantas panderetas rotas. El depósito está sobre un gran acantilado, a metros del mar. Un pie sobre las cenizas, y el polvo se levanta.

“La población Pacífico Norte se inauguró el 2012 por la necesidad de construir más viviendas, el problema es que las construyeron en un lugar sumamente delicado, rodeada de quebradas que provocan aluviones cada cierto tiempo, un vertedero municipal, y varias tortas de cenizas de las empresas Engie y Norgener”, señala Jean Vilches, residente del sector y expresidente de la Junta de Vecinos.

Estos depósitos, popularmente conocidos como tortas, no sólo son una amenaza ambiental, sino también representan un volumen alto de contaminación química y metales pesados.

“El impacto ambiental es constante. La mayoría de las tortas están hacia el sur, justo por donde sopla el viento. Eso levanta polvo y las cenizas se esparcen por las casas. Incluso los autos de aquí siempre están cubiertos con una capa de polvo negro”, comenta Vilches.

Las cenizas contienen elementos tóxicos como arsénico, mercurio y plomo. Al entrar en contacto con el agua, estos metales pesados pueden filtrarse, ser transportados y acumulados en el ecosistema.

En el estudio realizado por la Universidad Católica de Chile en 2021, mencionado con anterioridad, se concluyó que las partículas de carbón pueden provocar daños en el sistema respiratorio. Afectan el epitelio pulmonar, las células sanguíneas y el sistema inmunológico, lo cual aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades cardiopulmonares.

También, el peligro viene de otro tipo de desastres: el 25 de agosto de 2013, un alud estuvo a punto de arrasar con la población.

La lluvia, aunque no había sido intensa, solo una llovizna, generó deslizamientos que bloquearon la carretera que conecta Tocopilla con la ciudad de Iquique en cuatro puntos diferentes. Montículos de barro y rocas de más de dos metros y medio de altura cubrían el camino, mientras toneladas de ceniza eran arrastradas hasta el mar.

“Cualquiera de los vecinos te dirá lo mismo: estas viviendas jamás debieron haberse construido aquí, las tortas de ceniza ya estaban cuando decidieron levantar estas poblaciones. Ahora vivimos las consecuencias”, asegura Vilches.

En Estados Unidos y Europa, la reutilización de cenizas volantes ha demostrado ser una solución eficaz para reducir el impacto ambiental de las termoeléctricas. En lugar de desechar estos residuos peligrosos, se llevan a la producción de cemento y ladrillos. De esta manera, se disminuye la huella de carbono. Estos avances han sido posibles gracias a regulaciones estrictas que aseguran el manejo adecuado de los desechos.

En Chile, la ausencia de fiscalización rigurosa sigue siendo un obstáculo para implementar prácticas similares. A pesar de que el Código Sanitario (DFL 725) y el Decreto 594 otorgan al Ministerio de Salud la facultad de regular la disposición de desechos industriales, no hay certeza en las comunidades sobre el cumplimiento.

El artículo 80° del Código Sanitario exige que el Servicio Nacional de Salud autorice y supervise la gestión de residuos. Sin embargo, en Tocopilla desconectaron los generadores sin planes claros. Dejaron a las comunidades vulnerables ante los efectos continuos de la contaminación.

Pese a múltiples intentos por obtener una declaración de la Oficina de Transición Justa del Ministerio de Medio Ambiente sobre estas carencias en la planificación, no se obtuvo respuesta.

“Ahí están los armatostes gigantes, fierros en pleno borde costero tapando la vista hacia el mar y recordándonos que durante años fuimos víctimas de la contaminación, recordándonos que mucha gente se enfermó y murió de cáncer. Y otros que se van a enfermar en el futuro por ir incubando algún tóxico en su organismo. Ahí están las moles, estas chimeneas en plena ciudad”, indica Fernando San Román, exalcalde de Tocopilla. Nacido en 1985, creció observando las termoeléctricas que marcaron la vida de su ciudad como fuente de trabajo y enfermedad.

Al igual que muchos tocopillanos, critica la inacción del proceso de transición energética, donde la reparación ha sido insuficiente.

“El Estado permitió que estas termoeléctricas funcionaran sin control, con una fiscalización débil que no resguardó ni la salud, ni el medio ambiente. Ahora nos enfrentamos a una reconversión que, si no se hace de manera adecuada, sólo perpetúa los daños, señala San Román.

Las cicatrices en la infraestructura de la ciudad no son sólo visibles en las chimeneas abandonadas, sino también en la salud de quienes respiraron el aire contaminado durante años.

Vicente Donoso, autor de una tesis sobre la rehabilitación de las infraestructuras termoeléctricas en Tocopilla, presenta una perspectiva de regeneración. Su proyecto propone reutilizar y resignificar las construcciones industriales, como ha ocurrido en otros lugares del mundo.

“El mayor desafío es enfrentar estas edificaciones pensadas para fines muy específicos. Algunas deberían preservarse tal cual, como piezas de museo, mientras que otras pueden transformarse en espacios públicos y culturales. La idea no es destruir lo que queda, sino darle un nuevo propósito que combine la historia industrial de Tocopilla con un futuro más sostenible”, señala el arquitecto de la Universidad Católica.

Para los residuos, Donoso propone que en lugar de quemar estos residuos, se moldeen y cubran con una membrana. De esta forma, se puede crear una nueva topografía, donde podrían desarrollarse nuevas actividades, e incluso vida vegetal. Este tipo de restauración ecológica es clave para la recuperación de zonas afectadas por la industria.

“Transformar estos cerros de carbón en espacios utilizables es una forma de resignificar el daño y convertirlo en algo útil para la comunidad”, destaca.

El caso de Tocopilla es un ejemplo de cómo las infraestructuras industriales pueden encontrar una segunda vida. Sin embargo, el proceso debe ir acompañado de un compromiso real por parte de las autoridades.

Mientras las moles de las termoeléctricas sigan en pie, serán un recordatorio de la negligencia y la contaminación, pero también una oportunidad para repensar el futuro de la ciudad de mano de la transición energética si se construye de manera justa.

Esteban Contardo/Inter Press Service (IPS)*

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