En los últimos 50 años, el planeta perdió casi el 70 por ciento de las poblaciones de animales salvajes. El mundo se ha visto drásticamente transformado por una explosión del comercio global, el consumo y el crecimiento de la población humana, junto a una poderosa expansión urbanística. Las consecuencias son la destrucción y degradación acelerada de la naturaleza y la sobreexplotación de recursos naturales a un ritmo sin precedentes.
Las últimas áreas realmente vírgenes que aún quedan en el planeta se encuentran en unos pocos países. Como resultado de todo ello, el mundo natural se está transformando más rápido que nunca.
Mientras el mundo se tambalea por la alteración global más profunda de la vida, el más reciente informe Planeta Vivo 2022, publicado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wide Fund for Nature, WWF), con sede en Suiza, dedicado a la investigación y la conservación de la naturaleza, proporciona evidencia inequívoca de que la naturaleza se está desmoronando y que el planeta está mostrando ya claras señales de advertencia.
El informe reconoce que el problema ambiental no afecta a toda la población mundial por igual: su impacto varía entre las diferentes clases sociales. Dichas repercusiones afectan a todas las personas, pero, muy especialmente y de manera desproporcionada, a las más empobrecidas y marginadas.
“Se necesita con urgencia un profundo cambio cultural y sistémico, que hasta ahora nuestra civilización no ha conseguido alcanzar: la transición a una sociedad y un sistema económico que valore la naturaleza. Debemos de equilibrar nuestra relación con el planeta para preservar la asombrosa diversidad de vida en la Tierra y permitir una sociedad justa, saludable y próspera para finalmente asegurar nuestra propia supervivencia”, subraya.
Advierte que la naturaleza está disminuyendo a escala mundial a un ritmo sin precedentes en millones de años. La forma en que los seres humanos producen y consumen alimentos y energía, y el flagrante desprecio por el medio ambiente arraigado en el modelo económico actual, han llevado al mundo natural a sus límites.
En el estudio se asienta que la pandemia de Covid-19 es una clara manifestación de la relación rota de la humanidad con la naturaleza. Destaca la profunda interconexión entre la salud de las personas y el planeta.
El informe señala una doble crisis en los ecosistemas: la alteración climática y la pérdida de biodiversidad, aunque, advierte, son dos caras de una misma moneda: en realidad constituyen un solo fenómeno. “Los cambios en el clima también se han relacionado con la pérdida de poblaciones enteras de más de 1 mil especies vegetales y animales”.
Afirma que “el mensaje está muy claro y las luces rojas ya se han encendido. El estado de las poblaciones silvestres de vertebrados a nivel mundial presenta unas cifras aterradoras: nada menos que un declive de dos tercios en el Índice Planeta Vivo (IPV) en menos de 50 años.
“Es sobrecogedor, el IPV muestra una disminución media del 69 por ciento en las poblaciones de animales salvajes entre 1970 y 2018 (rango: -63 por ciento a 75 por ciento).”
Por región, Latinoamérica registra el mayor declive regional de la abundancia poblacional media (94 por ciento) y, en cuanto a especies, las poblaciones de agua dulce muestran un mayor descenso general a nivel mundial (83 por ciento).
Es decir, en Latinoamérica está ocurriendo el peor desastre ambiental de nuestros tiempos en pérdida de especies de vertebrados; incluye a México, aunque el informe no destaca países por separado, pero resalta casos específicos diferenciados de la tragedia ambiental.
En Australia, en un solo día caluroso en 2014, murieron más de 45 mil zorros voladores. Con base en 6 mil 617 poblaciones analizadas, que representan 1 mil 398 especies de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces, el IPV de agua dulce nos indica la situación de estos hábitats. Desde 1970 sus poblaciones han disminuido una media del 83 por ciento (rango: -74 a -89 por ciento).
Destaca el caso de los peces migratorios: “El IPV de peces migratorios de agua dulce (peces que viven en agua dulce ya sea exclusivamente o durante cierto tiempo) muestra un declive medio del 76 por ciento entre 1970 y 2016, con pérdida y modificaciones de hábitats, en especial obstáculos a las rutas de migración, que representan aproximadamente la mitad de las amenazas a esas poblaciones”.
Refiere la drástica reducción de poblaciones de algunas especies marinas. “La abundancia mundial de 18 de las 31 especies de tiburones y rayas oceánicas se ha reducido un 71 por ciento a lo largo de los últimos cincuenta años. Esta caída en picada de su abundancia refleja un aumento del riesgo de extinción para la mayoría de las especies”.
En 1980, nueve de las 31 especies de tiburones y rayas oceánicas estaban amenazadas. En 2020, las tres cuartas partes de ellas (77 por ciento, 24 especies) estaban amenazadas con riesgo elevado de extinción.
Esta severa alteración ecológica trae consigo consecuencias sociales de gran magnitud. “Las repercusiones de la emergencia climática y de la pérdida de naturaleza mundial ya se están sintiendo: Desplazamientos y muertes provocadas por los fenómenos meteorológicos extremos cada vez más frecuentes, aumento de la inseguridad alimentaria, agotamiento de suelos, falta de acceso al agua dulce o aumento de la expansión de enfermedades zoonóticas”.
Alerta el documento: “Necesitamos actuar urgentemente para restaurar la salud del mundo natural, pero no hay ninguna señal de que en estos momentos se esté deteniendo la pérdida de naturaleza y, mucho menos, de que se esté revirtiendo”.
Señala que continúa la tendencia de disminución de las poblaciones de vertebrados, a pesar de todos los compromisos políticos y del sector privado.
Los datos recopilados, que se refieren a casi 32 mil poblaciones de 5 mil 230 especies de todo el planeta, no dejan lugar a dudas: la Década de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, concebida para llevar a cabo acciones de gran alcance para transformar la relación de la sociedad con la naturaleza, se ha quedado muy corta.
Una parte del mundo sobre la reporta gran cantidad de datos disponibles es Latinoamérica, en particular la Amazonía, de donde expone estudios procedentes de la región de especial trascendencia, dado que las tasas de deforestación están aumentando. “Ya hemos perdido el 17 por ciento de la extensión original de los bosques, y otro 17 por ciento está degradado”.
“Las últimas investigaciones indican que nos estamos aproximando rápidamente al punto de no retorno, traspasado el cual nuestra mayor selva tropical dejará de cumplir su función.”
Considera que las medidas oficiales adoptadas por los organismos internacionales están fracasando; y el problema se agrava, debido sin duda a que las acciones emprendidas por la ONU y otros organismos relacionados con el asunto resultan ineficaces, pues no están llegando a la raíz del fenómeno, a sus causas más profundas: se limitan a combatir efectos y a aplicar políticas de mitigación.
El informe concluye que “los principales factores directos de la degradación de los sistemas terrestres, marinos y de agua dulce son los cambios de uso del suelo, la sobreexplotación de plantas y animales, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras”.
Apunta que el cambio de uso del suelo sigue siendo actualmente la mayor amenaza para la naturaleza, pues se destruyen o fragmentan los hábitats naturales. El ascenso de las temperaturas ya está impulsando las primeras extinciones de especies enteras.
Sobre la extinción de aves, mamíferos, anfibios, reptiles y peces, el documento advierte que “la abundancia de sus poblaciones y su diversidad genética han disminuido y las especies están perdiendo sus hábitats debido a cambios en el clima”.
Especifica que cada año se pierden 10 millones de hectáreas de bosques, una superficie del tamaño de Portugal. La deforestación, especialmente en los trópicos, genera emisiones de carbono lo cual incrementa la cantidad de sequías, incendios y modifica los patrones globales de precipitaciones.
Ante el desastre, la estrategia y las medidas adoptadas a escala global son infructuosas, porque no llegan a la raíz más profunda del fenómeno, considera el documento. “Y, sin embargo, los progresos para conservar y restaurar la biodiversidad han fracasado en todos los países: ninguna de las 20 metas de biodiversidad de Aichi para 2020 se ha cumplido completamente y, en algunos casos, la situación en 2020 era aún peor que en 2010”.
Del mismo modo, establece que países no están siendo capaces de cumplir el objetivo de París de no llegar a los 2 grados centígrados (°C); los compromisos actuales nos ponen en camino hacia un calentamiento de 2-3 °C, o incluso más. Para estar en la senda de los 1.5° C se requiere que las emisiones actuales se reduzcan en un 50 por ciento para 2030 y alcancen las cero emisiones netas para mediados del siglo. Sin embargo, y de manera “lamentable”, el estudio señala que superará los 1.5° C antes de 2040.
Llama a detener la destrucción y a restaurar los ecosistemas dañados, para lograr un “saldo positivo neto de biodiversidad, ya que la naturaleza nos ha demostrado que puede resurgir, y con gran rapidez, si le damos la oportunidad. Tenemos muchos ejemplos a nivel local de cómo la naturaleza y la vida silvestre han resurgido, ya se trate de bosques o humedales, de tigres o de atunes, de abejas o lombrices”.
Necesitamos transformaciones que abarquen todo el sistema. Un futuro positivo para la naturaleza necesita cambios transformadores en la forma en la que producimos, consumimos y en cómo gestionamos los sistemas de gobierno o el sistema financiero, enfatiza.
Sostiene que “mientras que los países industrializados son responsables de la mayor parte de la degradación ambiental, los países y personas empobrecidas son los más vulnerables”.
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