Río de Janeiro, Brasil. Las mascarillas que sirvieron de protección contra la Covid-19 de 2020 a 2023 volvieron al paisaje de las ciudades de Brasil, ahora invadidas por el humo de los incendios forestales que se convirtieron en epidémicos en el país, un indicador aterrador.
La humareda cubre cerca del 60 por ciento del país desde agosto, cuando el Instituto Nacional de Investigación Espacial (Inpe) registró 68 mil 635 focos de siniestros; 144 por ciento más que el mismo mes del año pasado. Las dos primeras semanas de septiembre se sumaron 55 mil 517 focos al acumulado dentro del total de 182 mil 568 durante el año, hasta el 14 de septiembre.
Hubo años peores en la primera década del siglo. El récord se alcanzó en 2007, con 393 mil 915 focos de incendio. Sin embargo, el contexto actual alarma por apuntar un nuevo estadio del cambio climático, al parecer sin retorno.
Los incendios destruyeron la vegetación de 11.39 millones de hectáreas entre enero y agosto de 2024; un aumento de 116 por ciento sobre el mismo período de 2023, según el MapBiomas, un grupo de organizaciones ambientales, universidades y empresas tecnológicas, los cuales monitorea los incendios y los recursos naturales brasileños.
La lluvia negra, que arrastra el humo suspendido, amenaza la salud en gran parte del país. São Paulo, la metrópoli de 12 millones de habitantes, estuvo con la peor calidad del aire en el mundo del 9 al 13 de septiembre, según la suiza IQAir, que mide la contaminación en centenares de ciudades.
“Vivimos una ‘nueva normalidad’, sin lugar a dudas, y la causa es el calentamiento global provocado por los gases del efecto invernadero. La temperatura del planeta aumentó más de lo previsto y más rápido de lo esperado, y seguirá aumentando”, señaló Marcelo Seluchi, coordinador general de Operación y Modelados del Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden).
La temperatura planetaria está 1.5 grados centígrados por encima del promedio anterior a la revolución industrial desde junio de 2023; el límite del aumento fijado para 2050, en los acuerdos internacionales sobre el clima, y previsto en la peor hipótesis para 2028, destacó el experto climático brasileño Carlos Nobre, en declaraciones a los medios locales el 11 y el 13 de septiembre.
Nobre, miembro de varias instituciones científicas nacionales e internacionales, incluido el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Científico (IPCC) y la academia de ciencias del Reino Unido, la Royal Society, se reconoció “asustado” ante la rapidez inesperada del calentamiento.
Si la temperatura sube 2.5 grados, moriría el Pantanal, el bioma húmedo transfronterizo del centro-oeste brasileño; desaparecerían del 50 por ciento al 70 por ciento de los bosques amazónicos y se liberaría una cantidad gigantesca de gases de efecto invernadero del permafrost. También, el suelo congelado cercano al polo Ártico que se deshelaría. Eso agravaría la tragedia climática, advirtió.
Los incendios generalizados en Brasil reflejan una sequía prolongada en varias partes de este extenso país desde el año pasado, especialmente en la norteña Amazonia, y se suma a los grandes desastres climáticos que se sucedieron en los cinco últimos años, a causa de lluvias torrenciales.
En enero de 2020, cayó “la mayor lluvia” de la historia en el estado central de Minas Gerais, con 58 muertos y más de 50 mil desalojados. Este hecho se repitió en el sur del estado nororiental de Bahia, en diciembre de 2021, con 25 muertos y más 640 mil afectados, recordó Seluchi.
En 2022, Petrópolis, ciudad serrana de 290 mil habitantes, hubo 235 muertos por lluvias repentinas, las cuales inundaron su centro y provocaron muchos derrumbes, y la playera Angra dos Reis perdió 18 de sus 167 mil habitantes, cuando un frente frío hizo llover 900 milímetros en pocos días de abril.
En el año siguiente, cayeron casi 700 milímetros de lluvia en un sólo día de febrero que causaron más de 60 muertos en São Sebastião, en la costa del estado de São Paulo.
En mayo de 2024 el meridional estado de Rio Grande do Sul sufrió el peor desastre climático, “en términos de impacto en la vida de las personas y del país”, con por lo menos 183 muertos y 27 desaparecidos, en un total de 2 millones 400 mil afectados en 478 municipios. La inundación destruyó ciudades y sumergió otras por muchas semanas.
Un factor de esos eventos extremos “casi permanentes, en lo que llamamos nuevo normal” es que los océanos, los cuales absorbían buena parte del calentamiento de la atmósfera, ahora tienen aumentada su propia temperatura, apuntó Seluchi a IPS, en una entrevista desde São José dos Campos, donde Cemaden tiene su sede.
El agua se calienta más lentamente que el suelo, tanto en la piscina como en el mar, sigue fría después de un día de mucho calor. Sin embargo, su temperatura sube después de varios días calientes o al final del verano, explicó el meteorólogo.
Es así que el fenómeno de El Niño, de aguas más calientes en el Pacífico, iniciado en julio de 2023, provocó la fuerte sequía en la Amazonia, “por lo menos en buena parte”, ya debería haber dado paso a su opuesto, La Niña, que ahora se espera para el inicio de 2025.
La Niña será distinta de las anteriores, porque enfriará las aguas del Pacífico central, pero el resto de los océanos seguirá más caliente que el promedio anterior, con alteraciones en las temperaturas del planeta y en el régimen pluviométrico, adelantó Seluchi.
Un ejemplo es el Atlántico cerca de América Central, que “está más caliente que lo normal desde el año pasado, llevando humedad, ya que aguas calientes evaporan más, y lluvias a Centroamérica, mientras hace que llueva menos en Brasil”, acotó.
La sequía que sufre la mayor parte de Brasil no desata los incendios, cuya origen no es natural, pero amplía su propagación. “Los bajísimos índices de humedad, los bajísimos niveles de los ríos, como el Madeira –mayor afluente del Amazonas– y el Paraguay en su mínimo histórico, todo es reflejo de lo que ocurre en el océano Atlántico”.
Ese y otros factores, como la deforestación, están acortando el período de lluvias. De igual manera, alargan la escasa o ninguna precipitación, como está pasando este año. Se trata de una tendencia, igual que olas de calor más frecuentes que las olas de frío, ambas con mayor intensidad, lo que no significa que ocurra todos los años.
La combinación de factores y efectos que realimentan la crisis climática hacen temer un agravamiento irreversible en el futuro próximo.
Ese temor es señalado en relación a la Amazonia, un bioma de frágil equilibrio, porque depende de sus abundantes lluvias y de sus bosques exuberantes, bajo ataques persistentes de la deforestación y los incendios ahora multiplicados por la sequía y, según las autoridades ambientales, por actividades criminales.
“El acercamiento al punto de no retorno amenaza principalmente la parte sur de la Amazonia, donde ocurre la sinergia y los procesos de retroalimentación entre el aumento de la temperatura, la sequía y la degradación de los ecosistemas por diversos cambios en el uso de la tierra”, según Jochen Schongart, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa).
En la parte norte, la tendencia en las últimas décadas es de incremento de las lluvias en la estación lluviosa, matizó el autor de amplios estudios hidrológicos de la Amazonia, en entrevista telefónica con IPS desde Manaus.
Por eso, es clave “conservar la cobertura forestal en el norte amazónico y simultáneamente promover la restauración ecológica de los ecosistemas degradados del sur. Sólo así será posible sostener el ciclo hidrológico y los ríos voladores”, que son los vientos que transportan la humedad amazónica para llover en el centro-sur de Brasil, concluyó.
Mario Osava/Inter Press Service (IPS)*
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