Moscú, Rusia. La rebelión militar del pasado 24 de junio que llevó a Rusia al borde de la guerra civil terminó tan repentina e inesperadamente como comenzó. Los soldados del grupo Wagner regresaron a los campamentos y su jefe, Evgueni Prigozhin, se trasladó a Belarús.
La noticia del cese del levantamiento armado llegó en menos de 24 horas tras el inicio de la asonada. El presidente de Belarús, Aleksander Lukashenko, informó que Prigozhin aceptó las propuestas de detener el avance de su compañía y tomar medidas adicionales para reducir la tensión.
Las conversaciones se efectuaron con la anuencia del primer mandatario, Vladimir Putin. Ello, con el fin de evitar un derramamiento de sangre entre combatientes de una misma nación. Más allá de la oportuna mediación del líder belaruso –quien conoce al empresario Prigozhin por más de dos décadas–, el factor determinante de la solución a la crisis fue la posición de la sociedad rusa.
Los dirigentes de las regiones, destacados políticos –incluidos los representantes de las dos cámaras del parlamento–, líderes religiosos, figuras públicas, combatientes de primera línea del frente –así como los jefes militares– condenaron la peligrosa aventura de Prigozhin. Hay que destacar la posición firme e inequívoca de la ciudadanía, sobre todo, de Rostov en el Don. De manera pacífica, exigió a los wagneristas –a los cuales siempre les reconocieron sus méritos en los campos de batalla– abandonar las nefastas aspiraciones.
Así, la sociedad expresó su resuelta condena a la rebelión armada. Demostró estar del lado de las autoridades legítimas y de la paz civil sostenible. Los insurrectos quedaron sin apoyo, aislados. Sin embargo, sobresalió la dirección decidida del presidente Putin, quien informó de inmediato al pueblo y llamó a las cosas por su nombre.
Putin prometió responder con dureza a lo que calificó como una puñalada en la espalda y una traición motivada por ambiciones desmesuradas e intereses egoístas. Traición contra el país, el pueblo y la causa común, por la cual soldados y comandantes del grupo Wagner lucharon codo a codo con las unidades regulares.
El conflicto latente entre el jefe de Wagner, Evgueni Prigozhin, y el ministerio de Defensa respecto a los principios de comando y control de tropas y su apoyo se convirtió en una rebelión armada de repente. El 23 de junio en el canal de Telegram vinculado al fundador del grupo Wagner, se publicaron varias grabaciones de audio, en las cuales afirmaban que sus unidades habían sido objeto de ataques. Culpó a la cúpula militar de Rusia de los atentados.
El ministerio desmintió esa información y aseguró que era falsa. Mientras tanto, las unidades del grupo Wagner se dirigieron a la ciudad de Rostov del Don. Ahí, ocuparon la sede del Distrito Militar del Sur y exigieron la destitución de los principales directivos del Ministerio de Defensa. Como consecuencia de estas declaraciones, el Servicio Federal de Seguridad abrió una causa penal por llamamiento a la insurgencia armada.
El presidente Vladimir Putin declaró que estas movilizaciones eran una “traición” en su mensaje a los ciudadanos. Sin embargo, dejó un espacio para que los amotinados recapacitaran. No empleó la fuerza militar. En tanto unos grupos armados en vehículos blindados pesados bloquearon la sede del Distrito Militar del Sur. Otra parte de los “wagneristas” marcharon hacia Moscú.
Poco después llegó la noticia de los acuerdos alcanzados por Lukashenko que pusieron fin al levantamiento de Wagner y su retiro a los cuarteles. Lo más importante fue que se evitó el derramamiento de sangre, la confrontación interna y unos enfrentamientos con resultados impredecibles.
En la noche del 23 de junio, políticos en occidente y en la administración de Ucrania esperaban ya la sucesión del conflicto. Sin embargo, la escalada se detuvo para consternación de éstos. Pronosticaban cómo el frente se derrumbaría por el problema interno y triunfarían las tropas ucranianas. Algunos hasta apostaban por las horas que le quedaban al presidente Putin al frente del país. Según Evgueni Minchenko, presidente del holding de comunicaciones Minchenko Consulting, esperaban un conflicto civil en toda regla en Rusia.
Para el político –en general y a juzgar por los medios digitales–, la sociedad rusa compartió la idea de que “en condiciones en las que nuestros combatientes están frenando la ofensiva del enemigo, es inaceptable iniciar disputas internas”. Por supuesto, la paz se logró a través de negociaciones y acuerdos. “Era necesario un compromiso, entre otras cosas, porque antes de eso se tomaron una serie de decisiones que portaban los gérmenes de problemas potenciales”, opinó Minchenko.
“Hoy surgió una solución a un conflicto situacional, pero es necesario valorar las decisiones respecto a la operación militar especial. Pues criterios diversos condujeron a una crisis que se gestó por largo tiempo, pero que estalló de forma repentina”, destacó. La habilidad política del liderazgo ruso –junto al sentido común– lograron superar la crisis en un día. No comenzó ninguna “guerra civil” profetizada en Ucrania y occidente. El sistema político demostró su estabilidad y la sociedad su madurez. En tanto la operación militar especial continuará, sentenció Minchenko.
Germán Ferrás Álvarez/Prensa Latina
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