Dieciséis países del Continente, de 35, no apoyaron el golpe de Estado. La Organización de Estados Americanos (OEA) dijo no a las peticiones de un “embajador” de la oposición. Caracas retira sus propios diplomáticos de territorio estadunidense.
En este momento, el presidente golpista –ad interim de facto– Juan Guaidó es como lo definió el intelectual chileno Manuel Cabieses: nada menos que un “presidente fantoche”, “un gobernador sin gobierno” que no controla nada, ni el aparato administrativo, ni las Fuerzas Armadas, ni los servicios públicos. Prácticamente un holograma que vive únicamente del reconocimiento de Trump y de sus gobiernos sirvientes: los del grupo de Lima.
Pero hasta los decantados reconocimientos internacionales son para nada creíbles, dado que justo el jueves 24 de enero pasado la petición de Washington de reconocerlo como presidente de Venezuela no obtuvo la mayoría entre los países miembros de la OEA.
Durante una acalorada sesión del Consejo permanente de la OEA, frente a la presencia del secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, sólo 16 de los 35 países que componen el organismo –Argentina, Bahamas, Canadá, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, Colombia, Estados Unidos, Honduras, Guatemala, Haití, Panamá, Paraguay, Perú y República Dominicana– han aceptado firmar una comunicado de apoyo a Guaidó y por nuevas elecciones. Y por ende, el nombramiento por parte del presidente usurpador de su propio embajador ante la OEA, Gustavo Tarre, no se ha concretado.
El departamento de estado estadunidense ha ordenado por razones de seguridad el retiro de Venezuela de sus funcionarios “no esenciales”. El presidente constitucional, Nicolás Maduro, a su vez, ha decretado el cierre de todos los oficios diplomáticos y consulares de Venezuela en Estados Unidos, informando del pronto regreso del personal diplomático en Caracas.
Maduro, sin embargo, ha tomado la decisión de no aumentar las tensiones. Ha declarado estar listo para el dialogo con la oposición –pese a la falta de voluntad de la derecha–, justo como propusieron México y Uruguay, dos países de la región que desde pronto han tomado las distancias de la autoproclamación golpista de Guaidó. Una invitación, lo de México y Uruguay, a bajar las tensiones y evitar así una peligrosa escalada de violencia, a través una nueva negociación incluyente y creíble, en el respeto del derecho internacional y los derechos humanos.
Un llamado hacia el diálogo fue lanzado también por el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, que ha alertado sobre el riesgo de “un conflicto terrible para el pueblo venezolano y toda la región”. Justamente a las Naciones Unidas había hecho un reclamo el ministro de Relaciones Exteriores venezolano, Jorge Arreaza, denunciando la “injerencia permanente” de Estados Unidos y sus países satélites miembros del grupo de Lima para provocar “un cambio de régimen a través vías para nada constitucionales” y que violan el derecho internacional de no injerencia en asuntos internos de otras naciones y de respeto de la autodeterminación de los pueblos. Y en particular, hizo mención del decreto infame con el cual en 2015 el aquel entonces presidente estadunidense Barack Obama declaraba a Venezuela “una amenaza extraordinaria a la seguridad de Estados Unidos”.
Contra la operación del gobierno republicano estadunidense se ha lanzado también Bernie Sanders, quien se ha pronunciado porque Estados Unidos “debería apoyar el derecho internacional y la autodeterminación del pueblo venezolano”. El demócrata señala que su país debería escribir una página nueva contraria a la “larga historia de intervenciones inapropiadas en América Latina”.
Pero esta posición parece aún minoritaria dentro de los grandes lobbies que decretan las políticas exteriores de Estados Unidos: la gran industria tecnológica y militar que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy gobiernan ipso facto y señalan cuándo hacer la guerra contra un pueblo o una nación, como en los casos de la antigua Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Somalia y Siria, en la guerra sin límites que nos hacen y que no importa si se llaman Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o Grupo de Lima. Quien está siempre detrás de estas agresiones es el águila fascista del Norte: Estados Unidos.
Alessandro Pagani*
*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires; doctorante en teoría crítica en el Instituto de Estudios Criticos
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