Sídney, Australia, y Kuala Lumpur, Malasia. El planeta ya está 1.1 grados centígrados (ºC) más caliente que en la época preindustrial. Julio de 2021 fue el mes más caluroso jamás registrado en 142 años. A pesar de la ralentización de la actividad mundial por la pandemia, 2020 fue el año más caluroso hasta la fecha, culminando la década más cálida (2011-2020) de la historia.
Resumiendo la opinión generalizada sobre la recién concluida cumbre del clima en la ciudad escocesa de Glasgow, la expresidenta irlandesa Mary Robinson observó: “La gente verá esto como una negligencia históricamente vergonzosa, que no es suficiente para evitar el desastre climático”.
Un centenar de grupos de la sociedad civil arremetieron contra el resultado de Glasgow al afirmar que “en lugar de un acuerdo multilateral que proponga un camino claro para abordar la crisis climática, nos quedamos con un documento que nos lleva por el camino de la injusticia climática”.
Incluso si los países cumplen sus compromisos del Acuerdo de París, se espera que el calentamiento global aumente en 2.7 °C con respecto de los niveles preindustriales a finales de siglo. Las proyecciones autorizadas sugieren que el planeta seguirá calentándose 2.1 °C en 2100, incluso si se cumplen todos los compromisos y objetivos a largo plazo de la 26 Conferencia de las Partes (COP26) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) sugiere que es muy probable que el calentamiento global supere los 1.5 °C en las próximas 2 décadas. Los anteriores objetivos políticos de reducir a la mitad las emisiones globales de carbono para 2030 y alcanzar las emisiones netas cero para 2050 se reconocen ahora como insuficientes.
La COP26, que acogió Glasgow los 13 primeros días de noviembre, se presentó como la última esperanza del mundo para salvar el planeta. Muchos discursos citaron tendencias preocupantes, pero los líderes nacionales más responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) ofrecieron poco.
Así que los países del Sur en desarrollo fueron traicionados una vez más.
A pesar de contribuir en menor medida a la aceleración del calentamiento global, están sufriendo sus peores consecuencias. Se les ha dejado que paguen la mayoría de las facturas por pérdidas y daños, adaptación y mitigación por la crisis climática.
Las dos mayores esperanzas de Glasgow no se hicieron realidad: la renovación de los objetivos para 2030, alineados con la limitación del calentamiento a 1.52 °C, y una estrategia clara para movilizar los insuficientes 100 mil millones de dólares anuales prometidos por los líderes de los países ricos desde la COP15 de Copenhague, en 2009, para ayudar a financiar los esfuerzos de los países en desarrollo.
Un exasperado legislador africano tachó la Declaración de los Líderes de Glasgow sobre los Bosques y el Uso de la Tierra como una promesa vacía, como un ejemplo más de la falta de sinceridad de Occidente al asumir el papel de salvador blanco mientras explota la selva africana.
Mientras tanto, siguen existiendo demasiadas lagunas abiertas a los abusos, lo que socava los esfuerzos por reducir las emisiones. Además, no se ha asumido ningún compromiso para acabar con las subvenciones a los combustibles fósiles a nivel mundial, que ascienden a 11 millones de dólares cada minuto, es decir, unos 6 billones (millones de millones) de dólares anuales.
No deberían desarrollarse nuevos yacimientos de petróleo y gas para que el mundo tenga la oportunidad de llegar a cero emisiones netas en 2050. Sin embargo, los gobiernos siguen aprobando estos proyectos, en los que suelen participar gigantes corporativos transnacionales.
Se han propuesto varias medidas, como la captura y el almacenamiento de carbono y la compensación, como soluciones. Pero las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono siguen siendo controvertidas, no están probadas a escala, son caras y rara vez son competitivas en cuanto a costes.
El resultado de Glasgow no incluyó ningún compromiso de eliminar totalmente el petróleo y el gas. Mientras tanto, el lenguaje sobre el carbón se ha diluido hasta volverse prácticamente inofensivo: las centrales de carbón se reducirán progresivamente, en lugar de eliminarse.
Los defensores del mercado de compensaciones afirman que algunos reducen las emisiones o eliminan los GEI de la atmósfera para compensar las emisiones de otros. Así, la compensación suele significar pagar a alguien pobre para que reduzca las emisiones de GEI u obligarle a pagar a otro para que lo haga. Con más medios, las grandes empresas pueden permitirse más fácilmente el “lavado verde”.
Los mercados de compensación de carbono llevan mucho tiempo prometiendo más de la cuenta, pero sin cumplirlo.
Como suelen exagerar las declaraciones de reducción de las emisiones de los GEI, la compensación es un mal sustituto de la reducción real del uso de combustibles fósiles.
Mientras tanto, los desacuerdos sobre las normas de compensación han estancado durante mucho tiempo las negociaciones internacionales sobre el cambio climático.
La compra de compensaciones permite a los emisores de GEI seguir contaminando, aunque sea a cambio de una pago. De este modo, las actividades altamente emisoras de GEI de los individuos, empresas y naciones más ricas pueden continuar, después de transferir la carga de la acción y el sacrificio a otros, normalmente a los de las naciones más pobres, a través del mercado.
Para Tariq Fancy, gestor de inversiones sostenibles en BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, el mercado de las compensaciones es una distracción mortal, que lleva al mundo a un peligroso espejismo y que hace perder un tiempo muy valioso.
Mientras tanto, la mayoría de las iniciativas de compensación establecidas, como el Programa REDD+ (Reducción de Emisiones de la Deforestación y la Degradación de los bosques en los países en desarrollo), de las Naciones Unidas, o el Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto, han fracasado claramente en la reducción significativa de las emisiones de los GEI.
Más de 130 países se han comprometido a alcanzar el objetivo de cero emisiones para 2050. Sin embargo, el objetivo de cero emisiones ha permitido al mundo seguir pateando la lata en lugar de actuar con decisión y urgencia para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
De ahí que se considere una cínica estafa, nada más que una costosa tapadera para seguir con las emisiones tóxicas. El comercio de compensaciones no verificables, supuestamente para lograr el cero neto, permite continuar con las emisiones de gases de efecto invernadero casi como siempre.
Las naciones vulnerables y pobres llevan décadas argumentando que los países ricos les deben una compensación por los daños irreversibles del calentamiento global. De hecho, ninguna de las conferencias de las Naciones Unidas sobre el clima ha aportado fondos para las pérdidas y los daños a los países afectados.
Los países ricos acordaron iniciar un diálogo para discutir los acuerdos de financiación de las actividades para evitar, minimizar y abordar las pérdidas y los daños.
En representación de las naciones en desarrollo, Guinea expresó su extrema decepción por esta treta para retrasar los avances en la financiación de la recuperación y reconstrucción tras los desastres climáticos.
Las naciones desarrolladas aportan dos tercios de las emisiones acumuladas, frente a solo el 3 por ciento de las que es responsable África. Las emisiones de carbono del 1 por ciento más rico de la población mundial fueron más del doble de las de la mitad inferior entre 1990 y 2015.
Las pequeñas naciones insulares de baja altitud, desde las Islas Marshall hasta Fiyi y Antigua, temen perder gran parte de sus tierras debido a la subida del nivel del mar. Pero su antigua petición de crear un fondo para pérdidas y daños fue desoída una vez más.
Los representantes de las islas del Pacífico Sur han expresado su decepción por la falta de fondos para pérdidas y daños, y por el lenguaje diluido sobre el carbón. Para ellos, la COP26 ha sido un fracaso monumental que les ha dejado en peligro de extinción.
Aunque la responsabilidad histórica de las emisiones de gases de efecto invernadero recae principalmente en los países ricos, especialmente en Estados Unidos y la Unión Europea, una vez más, han conseguido eludir los compromisos serios para abordar estos problemas de larga duración debidos al calentamiento global.
Para el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres,, “en los últimos 25 años, el 10 por ciento más rico de la población mundial ha sido responsable de más de 50 por ciento de las emisiones de carbono, y el 50 por ciento más pobre fue responsable de sólo 7 por ciento de las emisiones”.
El Banco Mundial estima que, si no se controla, el cambio climático condenará a la pobreza a 132 millones de personas más en la próxima década, al tiempo que desplazará a más de 216 millones de personas de sus hogares y tierras para 2050.
Mientras, los países más pobres, que son los que menos han contribuido a las emisiones acumuladas de gases de efecto invernadero, siguen siendo los más perjudicados. Para hacer frente a la injusticia climática, los países ricos más responsables de las emisiones de GEI y del calentamiento global deben hacer mucho más.
Su financiación para los países en desarrollo debería ser mucho más ambiciosa que los 100 mil millones de dólares anuales. Las condiciones de financiación deberían ser mucho más generosas que las actuales. Además, la financiación debería dar prioridad a la adaptación, especialmente para los países más pobres y más vulnerables.
Anis Chowdhury y Jomo Kwame Sundaram/Inter Press Service (IPS)*
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