Semana

Invasión del Anáhuac

Publicado por
Pablo Moctezuma Barragán

El 28 de febrero de 1525, Cuauhtémoc fue asesinado; en la actualidad, estamos a 500 años del magnicidio. Aquellos, quienes quieren disimular el crimen de los invasores españoles, hablan de la “muerte” del ueyi tlatoani, como si hubiese fallecido viejo en la cama y por causa natural.

No. Primero, fue preso y secuestrado, luego torturado, y finalmente ahorcado en una ceiba. Para esto, se le condujo lejos de México-Tenochtitlan, con el pretexto de una expedición para capturar a Cristóbal de Olid, quien se había rebelado. Sin embargo, este hombre ya había sido muerto a traición por Francisco de las Casas en las Hibueras, bajo las órdenes de Hérnan Cortés.

No sólo asesinaron a Cuauhtémoc, tlahtoani de Tenochtitlan, también a Tetlepanquetzal, tlahtoani de Tacuba, y a Coaonacoch, tlatoani de Texcoco, pues encabezaban la Triple Alianza. Ésta, por cierto, nunca fue un Imperio como dicen los hispanistas. Así, acabaron con la vida de los grandes defensores, no sólo de sus pueblos, sino del Anáhuac.

Hace 533 años, había comenzado la invasión. Los españoles que llegaron aquí, a nuestra tierra, masacraron a los pueblos originarios de las islas del Caribe. En estos territorios, exterminaron a la población indígena, y comenzó la explotación de personas que traían secuestrada de África.

Eran despiadados y salvajes. Salieron de las cárceles de España por un decreto de la reina Isabel, la cual les dio amnistía a cambio de que se embarcaran en las expediciones, ya que los marineros se negaban a zarpar.

En el siglo XV, la ignorancia era grande en Europa. En aquel entonces, muchos creían que la Tierra era plana. Pensaba que, conforme se alejaban los barcos de las costas, el agua se iría calentando al acercarse al sol hasta hervir. Luego, en un punto dado, se precipitarían en el vacío en una enorme cascada que los perdería para siempre y los llevaría a una muerte segura.

De modo que ningún marinero tenía el atrevimiento de embarcarse en las expediciones a lo que ellos consideraron el Nuevo Mundo, al cual llamarían más tarde América.

Ante este problema, la reina de España decretó, el 21 de mayo de 1499, que los condenados a pena de muerte, cadena perpetua o con largas condenas por delitos de asesinato, robo, violación… serían libres siempre y cuando se embarcaran a estas tierras. Así, llegaron legiones de criminales ávidos de riqueza y de saciar sus bajos instintos.

En España, había mucha gente de trabajo y de bien; gente sana y buena. Sin embargo, acá arribó la gentuza bárbara y salvaje. Decían que traían la civilización y la religión, pero en realidad llegaron a robar, violar y matar a quienes, durante siglos, vivían en sus propias tierras, mientras desarrollaban una admirable cultura. La colonización fue un crimen.

Fue tal la barbarie de esta gente que, en las islas del Caribe, Cuba, Quisqueya –que nombraron La Española, donde hoy están Haití y República Dominicana, Trinidad y Tobago, Puerto Rico–, arrasaron con la población indigena; un genocidio.

Actualmente, en esos países hay afrodescendientes, mulatos y blancos. Y, a pesar de que la población originaria fue exterminada casi por completo, su legado permanece. Por ejemplo, muchos vocablos que utilizamos vienen del taíno: maíz, cacique, canoa, huracán, hamaca; entre otros.

El 10 de febrero de 1519, Cortés huyó de Cuba con 11 naves, 110 marineros, 518 infantes, 16 jinetes, 13 arcabuceros, 32 ballesteros, 200 indios y negros, 32 caballos, 10 cañones de bronce y cuatro falconetes, antiguas piezas de artillería de gran longitud.

FOTO: 123RF

El virrey de Cuba, Diego Velázquez, habría revocado la licencia que la otorgó para explorar –no invadir o “conquistar”, como decían–, al darse cuenta de las intenciones de Cortés, quien había hecho gran acopio de soldados y recursos para preparar una “conquista”.

El fugitivo llegó a Cozumel y partió el 4 de marzo. A los pocos días, el 12 de marzo, llegó al río Grijalva. Cortés había traicionado a Velázquez. Entonces, emprendió la invasión del Anáhuac, al violar la Ley de las Siete Partidas de Alfonso X.

El rey de Castilla, conocido como el Sabio y fallecido en 1284, es reconocido por su obra literaria, científica, histórica y jurídica. Sus leyes todavía regían en 1519, cuando Cortés huyó de Cuba sin autorización para “conquistar”. La pena por ese delito era la muerte.

Sin embargo, el audaz extremeño, arriesgándose a todo, había tomado previsiones, aun con el conocimiento del costo por sus acciones. Confiaba en sus mañas; ambicionaba oro, poder, mujeres, fama y gloria.

Además, sabría cómo engañar al rey. Se sentía seguro de sí mismo, porque era un leguleyo que había estudiado en Salamanca. Asimismo, se desempeñó como escribano en La Española (hoy Haití y Dominicana) y podía argumentar con visos de legalidad a su favor.

También, manejó la mentira; por ello, confiaba en su gran elocuencia, dotes de persuasión, sugestión. Y, desde luego, era experto en sobornar con oro y promesas a quien fuese, incluso al propio rey.

El 14 de marzo de 1519, se libró la primera batalla de Centla; la primera de agresión, ya que el dirigente Tabscoob resistió en lo que hoy en su honor se llama Tabasco. Al frente de los mayas chontales, luchó contra los invasores.

Por desgracia, prevalecieron las armas, cañones, arcabuces, caballos, picas y espadas de acero contra sus armas de madera y piedra. Fueron derrotados por los españoles, el 25 de marzo. En esas tierras, fundaron la Villa de Santa María de la Victoria y derribaron la ceiba sagrada del pueblo, con el objetivo de desmoralizar a la población.

Dos años antes, el 25 de marzo de 1517, indígenas mayas habían derrotado por primera vez a los invasores en Champotón, Campeche, en lo que los españoles llamaron la bahía de la Mala Pelea.

En ese momento, 57 murieron; su capitán, Francisco Hernández de Córdoba, murió a los pocos días a causa de las heridas sufridas, y dos más fueron capturados. El resto huyó junto con decenas de heridos. No habían llegado a invadir, sólo estaban “costeando” y reconociendo terreno, pues no tenían autorización del rey para “conquistar”.

El 22 de abril, Cortés llegó a Veracruz, a la isla de San Juan de Ulúa. Ahí, fundó el municipio de la Villa Rica de la Vera Cruz, un Viernes Santo. Más tarde, por medio de sobornos con oro y promesas a sus compinches, además de excluir de la votación a los partidarios del virrey, Diego de Velázquez, Cortés se hizo nombrar capitán general y justicia mayor, en las primeras elecciones compradas y con un “padrón” adulterado.

Nombró regidores a Alonso Hernández Portocarrera y a Francisco Montejo, títulos que le otorgó el cabildo de Veracruz. Con esa posición de “autoridad”, buscaba saltar al virrey y tener interlocución directa con el rey Carlos I (V de Alemania); todo de forma truculenta e ilegal. De esta manera, usurpó el poder.

El 10 de julio, Cortés redactó la Carta del Cabildo al rey. Supuestamente, ese mismo día escribió la primera Carta de Relación, que nunca llegó a España. Ese mismo mes, llegó a sus oídos la noticia de que el virrey Diego Velázquez fue nombrado adelantado de Yucatán y, además, tenía permiso de conquistar. La lucha era encarnizada entre los antiguos amigos por el botín deseado.

Así pues, el 26 de julio, Cortés mandó oro para sobornar al rey. Además, envió la Carta del Cabildo y la primera Carta de Relación, de la que no se conoce el original. También, mandó a Francisco de Montejo, Alonso Hernández Portocarrero y Antón de Alaminos a España, quienes regresaron por una nueva ruta vía Bahamas para evitar los barcos de Velázquez.

En España, se enfrentaron los enviados de ambos en la Corte. El rey ya se había “ablandado” con los jugosos regalos de Cortés, y se haría el ciego ante sus crímenes. Pretendería creer sus mentiras, porque le convenía a su ambición por el oro y las riquezas, los cuales llenaban sus arcas.

Así comenzó el colonialismo en nuestras tierras, hace más de 500 años. Hoy, estamos en pleno neocolonialismo del que Donald Trump hace gala . Debemos poner atención a nuestra experiencia histórica y aprender las lecciones que se desprenden de la lucha de nuestros pueblos para lograr que su resistencia indoblegable construya un futuro de independencia y soberanía.

El ejemplo de Cuauhtémoc sigue vivo a 500 años. En su momento, se levantó con valentía, sabiduría y fuerza contra la invasión del Anáhuac. Llamó a los pueblos a unirse, a oponerse al dominio extranjero.

De esta manera, dio inicio a la resistencia de los pueblos originarios, de los afrodescendientes y del pueblo en generar, al poner la primera piedra en la construcción de México.

Hoy, nos toca a nosotros hacer eco de ese llamado y luchar contra el sometimiento al Imperio estadunidense. Sólo de esta manera se logrará la plena soberanía y el respeto a nuestro pueblo y a nuestra madre Tierra, explotados y devastados por el neocolonialismo, al que hemos de derrotar con la fuerza del espíritu inmortal de nuestro joven abuelo.

Pablo Moctezuma*

*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social

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