El poder más grande que ha visto la humanidad, el del Estado estadunidense, se ceba hoy en un individuo, una persona. Julian Assange es requerido a pagar las consecuencias de haber recibido información clasificada como “secreta” o “confidencial” y haberla publicado por ser, precisamente, de interés público. Tal desafío al poder desató en contra del activista, informático y hacker una operación conjunta que hoy involucra a gobiernos de cuatro países: Estados Unidos, Reino Unido, Suecia y Ecuador.
Las presiones contra el gobierno ecuatoriano de Lenín Moreno finalmente prosperaron. En un acto calificado de “traición” y vasallaje por su predecesor en el Poder Ejecutivo de ese país, Rafael Correa, este 11 de abril retiró el asilo a Assange y permitió que la policía británica ingresara a la embajada de Ecuador en el Reino Unido para arrestarlo. Suecia anunció que reabrirá el proceso contra Assange iniciado hace 7 años. Pero el fin del arresto de este jueves es claro: la extradición a Estados Unidos de quien desnudó los abusos de su poderío militar y económico.
El gobierno estadunidense, antes encabezado por Barack Obama y hoy por Donald Trump, lo acusa de “conspiración”. No le perdona haber sido receptor de los 700 mil documentos clasificados que fueron filtrados entre 2009 y 2010 desde el Departamento de Defensa de Estados Unidos por el entonces militar y analista de inteligencia Bradley Edward Manning, hoy Chelsea Manning. Y, sobre todo, que los haya hecho públicos: que quedaran al descubierto, de manera cruda, las verdaderas razones de las guerras que emprendió Estados Unidos en Oriente Medio y el casi nulo valor que militares de ese país conceden a la vida de los civiles.
Tampoco, de haber fundado en 2006 la organización WikiLeaks, que sigue exponiendo crímenes de guerra, violaciones graves a derechos humanos, fraudes, espionaje ilegal, entre otros abusos de poder.
Con Assange al frente, WikiLeaks reveló el manual de las Fuerzas Armadas estadunidenses para la prisión de Guantánamo (entre otras cosas, quedó al descubierto el uso de perros en sesiones de tortura contra los internos); un video del ataque aéreo a civiles en Bagdad (12 civiles pacíficos asesinados por soldados que comentaban los hechos de manera despreocupada); los documentos clasificados conocidos como “Los diarios de Afganistán” (que revelan masacres contra civiles cometidos por la coalición estadunidense y el encubrimiento de matanzas cometidas por talibanes); los “registros” de la guerra de Irak (en los que Estados Unidos reconoce que el 60 por ciento de los 110 mil asesinados son civiles), y los mensajes enviados entre el Departamento de Estado con sus embajadas (entre otros asuntos, revelan el espionaje contra jefes de Estado y de gobierno de diversos países).
La maquinación contra Assange busca castigar su desafío al poder y advertir a quienes publiquen información “no autorizada”, aunque ésta tenga interés público. Atenta, finalmente, no sólo contra un individuo de nacionalidad australiana y 47 años de edad, sino contra el derecho humano a saber y contra las personas que buscan construir sociedades más democráticas.
Y revela que poco ha cambiado el ejercicio del poder desde antes de la Revolución Francesa de 1789. El oscurantismo de nuestros días es el mismo que llevó a Voltaire a decir: “Es peligroso tener la razón cuando el gobierno está equivocado”. (Con información de EFE, RT, El País y Wikipedia)
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