En México, el glifosato ya contaminó los organismos de algunas personas, “particularmente en infantes, adolescentes y adultos de comunidades de Campeche, Yucatán y Jalisco”, señala el Conahcyt con base en diferentes investigaciones científicas. Sangre, orina, saliva y hasta leche materna presentan residuos de este herbicida, que además de ser el más usado en el mundo está asociado a los organismos genéticamente modificados (transgénicos), como maíz, soya o algodón.
La presencia de este agroquímico sintético, creado en la década de 1970 por Monsanto –ahora parte de la trasnacional Bayer–, estaba “justificado a partir de las guerras y las posible hambrunas”. Se comenzó a utilizar “para tener una mayor producción” de alimentos transgénicos, pero su uso creció tanto que hoy en día ha permeado hasta en la agricultura tradicional, advierte Mariela Hada Fuentes Ponce, investigadora de la UAM Xochimilco.
Buscar una alternativa a este producto, así como la escalada hacia la agroecología, es una urgencia nacional que ha adoptado el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt) tras las publicaciones de los decretos presidenciales contra glifosato y transgénicos, de Andrés Manuel López Obrador, en 2020 y 2023.
El ciento por ciento de 146 niños, niñas (93) y adolescentes (53) de la comunidad de El Mentidero, en Jalisco, presentaron glifosato en su orina, así como ‘2,4-D’ –otro herbicida de uso agrícola–, de acuerdo con una investigación de la Universidad de Guadalajara y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) Occidente, publicada en 2019.
A unos 190 kilómetros de la capital jalisciense, estudiantes de la escuela Venustiano Carranza comenzaron a presentar desde dolores de cabeza hasta vómitos. La causa: fumigación de hortalizas –en una parcela a pocos metros del centro educativo–, que coincidía con el horario de recreo.
Estos herbicidas “pudieron haber llegado al cuerpo de estos jóvenes: por el aire que respiran, por el agua que beben, por tocarlos, cargarlos o aplicarlos y por el consumo de alimentos contaminados”, se lee en el Proyecto de investigación: causas de insuficiencia renal en niños de preescolar y primaria de la comunidad El Mentidero, que elaboraron las instituciones ese mismo año y que ha sido el último gran conflicto por glifosato en México.
Un probable carcinogénico para humanos. Así clasificó la Organización Mundial de la Salud (OMS) al glifosato el 20 de marzo de 2015 en la monografía volumen 112. “La evidencia en humanos viene de estudios de riesgo, principalmente agrarios, en Estados Unidos, Canadá y Suecia, publicados desde 2001. Además, hay evidencia de que el glifosato también puede causar cáncer en animales de laboratorio”, así como en el ADN y cromosomas celulares de las personas, continuó el organismo a través de su Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC, por su sigla en inglés).
A pesar de las molestias que causó esta categorización a trasnacionales como Bayer AG (que compró a Monsanto en 2018), diferentes sectores apoyan la evidencia del daño que causa este producto. “Todos los herbicidas son moléculas de carbono sintéticas y todos los seres vivos estamos hechos de carbono, entonces tenemos más afinidad con esas moléculas. Por eso tanto el riesgo que hablan de la salud”, explica a Contralínea la investigadora Fuentes Ponce.
El daño hacia la salud se ha reforzado desde las resoluciones judiciales que ha perdido esta trasnacional. En 2020, ya había alrededor de 125 mil personas estadunidenses que demandaban a la empresa, porque su producto Roundup, formulado con glifosato, les había causado linfoma no-Hodgkin (LNH), un tipo de cáncer que afecta los glóbulos blancos, encargados de combatir enfermedades e infecciones en el cuerpo. Bayer accedió a un pago de más de 10 mil millones de dólares, tras ser sentenciado culpable por no advertir que su producto era dañino.
“Los estudios epidemiológicos, animales y mecánicos proporcionan un coherente y convincente patrón de evidencia que el glifosato y las formulaciones a base de glifosato son una causa de LNH en humanos expuestos a estos agentes”, afirma el patólogo Dennis D Weisenburger, con base en un meta análisis. En un artículo publicado en 2021 por la revista especializada en oncología Clinical Lymphoma, Myeloma and Leukemia, añade que, hasta la fecha, este tipo de cáncer es el único asociado a la exposición de glifosato. Los demás han sido negativos.
“Reportamos que la exposición a formulaciones a base de glifosato está asociada con el incremento de riesgo de LNH en humanos”, compartía ya en 2019 la revista Mutation Research. Por su parte, la Escuela de Ciencias Agrícolas, Pecuarias y del Medio Ambiente de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, de Colombia, publicaba en 2018 que el glifosato, en su estado puro, tiene un menor nivel toxicológico que el presentado por sus formulaciones comerciales.
Además, la investigación advertía que la toxicidad de esas formulaciones a base de glifosato, como el Roundup, era mayor a la que decían sus productores y comercializadores, “poniendo en riesgo el estado de salud y de desarrollo de las personas que manipulan o entran en contacto con esta formulación”.
Las marcas de herbicidas con glifosato que se venden en México son Faena, Cacique 480, Nobel 62%, Lafam, Eurosato y Agroma; y se vende también como: mochilero, látigo, Secafín, Herbifox, Trinchera, Tiron, Machete, Rival, Bombazo, entre otros, exhibe la Revista latinoamericana de difusión científica.
“Los linfomas representan el quinto cáncer más común y la quinta causa de muerte por cáncer a nivel mundial, afectando de tres a seis personas por cada 100 mil habitantes cada año”, explica la revista Archivos venezolanos de farmacología y terapéutica, la cual agrega que el 90 por ciento de éstos son LNH, y el otro 10 por ciento, linfoma Hodgkin (LH). Y, si bien ambos son un tipo de cáncer, la identificación de uno u otro se basa en el linfocito específico al que afecta. Si se observa la célula de Reed-Sternberg maligna, es LH; si no se ve, es LNH, añade el texto.
“El modelo actual de producción agrícola se basa en el uso de agroquímicos” como fertilizantes, insecticidas, herbicidas, fungicidas y nematicidas “que justifican el aumento de la productividad, pero su uso desmedido ha repercutido en el ambiente y la salud”, analiza un artículo de la Revista internacional de contaminación ambiental.
Creado como Roundup por Monsanto en 1974, el herbicida glifosato ha crecido su producción y uso en 1 mil 500 por ciento “a partir de 1996, con la comercialización y siembra de maíz, algodón y soya genéticamente modificados”, de los cuales el 63 por ciento toleran este producto, explica Conahcyt en un documento. Lo anterior no se puede entender sin la revolución verde, llevada a cabo a partir de la década de 1940, para incrementar la productividad “mediante desarrollo tecnológico en la industria agrícola”, narra la revista Veredas, de la UNAM.
Hubo dos olas de la revolución verde: en la primera se innovaron fertilizantes químicos, formas de riego y maquinaria; en la segunda se elaboraron los transgénicos para ser resistentes a plagas y herbicidas, principalmente glifosato.
“El campo mexicano ha sido empujado hacia un modelo neoliberal, industrial, de dependencia económica y también química […] que pretendió, y que ha logrado hasta cierto nivel –pero no totalmente, gracias a la fuerza de nuestro campesinado–, hacer del campo otro de sus modos de producción capitalista para la acumulación de grandes, grandísimas ganancias a costa de la justicia en la distribución de alimentos, de la salud, no solamente del planeta [en acuíferos, atmósfera o suelos], además nuestros cuerpos”, critica Elena Álvarez-Buylla, directora del Conahcyt, en entrevista para Contralínea.
“En México están autorizados 183 ingredientes activos de plaguicidas catalogados como altamente peligrosos, los cuales representan el 33 por ciento de los ingredientes activos del Catálogo Oficial de Plaguicidas de México”; y el glifosato es el más usado por su bajo costo “respecto a otros herbicidas”, añade la Revista Internacional de Contaminación Ambiental.
Los herbicidas fueron hechos “para eliminar a lo que se le denomina malezas: plantas que compiten con el cultivo. Los que no consideramos malezas les llamamos arvenses”, comenta Mariela Hada Fuentes Ponce, doctora en ciencias biológicas por la Universidad de Salamanca.
La académica añade que los herbicidas “lo que hacen es matar la planta, inhibir [tanto] la producción de una encima que hace que la planta sintetice proteínas para ir creciendo sus tejidos” como “la absorción de nutrientes por parte de la planta […] Finalmente responde a un modelo económico: hay que vender y producir más”, instrumentado por las empresas, pero adoptado por el Estado. Es un modelo hegemónico.
El sistema agroindustrial ha desvirtuado, considera –por su parte– la directora del Conahcyt, lo que se supone nos tiene que fortalecer, y “han generado una tecnología que desertifica los campos de cultivos transgénicos y se muere todo”, incluso cuando las arvenses son muy importantes “para mantener la humedad en el suelo”, así como para incorporar materia orgánica y nutrientes a la superficie cuando mueren después de las cosechas.
La Revista latinoamericana de difusión científica señala que, en 2012, el mercado de “herbicidas a base de glifosato fue valorado” en 5.4 billones de dólares, con un crecimiento anual de 7.2 por ciento de 2013 a 2019, año en el que se proyectaba un valor de 8.7 billones de dólares. El documento hace una estimación: que para 2025 se compren entre 740 mil y 920 mil toneladas de glifosato. Además, señalan que la industria utiliza de 1.5 a 4.3 kilogramos por hectárea, “cifra verdaderamente alta y alarmante”.
En México, los principales cultivos en los que más se utiliza glifosato son: maíz con un 35 por ciento, cítricos con 14 por ciento, 11 por ciento para sorgo, algodón 5 por ciento, caña 4 por ciento, café y aguacate con 3 por ciento cada uno, añade el texto. “Actualmente, la gente en el campo se volvió adicta a” echar herbicidas a sus tierras. “Es impresionante la forma tan poco controlada. Ahorita cada quien hace lo que quiere, como quiere, cuando quiere porque casi no tiene tiempo”, por lo que se ha perdido la tradición de manejo de cultivos, advierte a Contralínea Beatriz Rendón Aguilar, doctora en ecología por la UNAM.
Sergio Ramírez aún guarda la semilla de maíz que le dio su cosecha hace ya dos años. La usó en 2023, pero no hubo producción. Espera las lluvias para que este 2024 crezca el maíz y frijol, cultivos presentes en su parcela, además de calabazas, quelites, hasta los hongos que brotan y que todo utilizan para consumo propio.
Oriundo de Dolores Hidalgo, Guanajuato, se dedica a la siembra desde hace 22 años, aunque antes ayudaba a su papá, quien le enseñó la actividad. En entrevista, cuenta que el campo “este año está despacio”, principalmente porque su parcela se riega con agua de las presas; pero “por lo pronto no hay agua en la presa, por esa razón ahorita está medio difícil para saber cómo viene el año. Ojalá y llueva para que le podamos echar un riego o algo para que se pueda producir algo mejor; pero a veces se apoya más en el riego porque la lluvia se tarda”.
Hace referencia a la Presa de Peñuelitas, de donde tienen ese beneficio por ser parte de un ejido, en el cual se encuentra la hectárea que le heredó su papá. No obstante, como Sergio, ha habido disminución en la producción del maíz a nivel nacional. De acuerdo con el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), al 31 de mayo de 2023 se produjeron 2.2 millones de toneladas (Mt) de maíz, lo que significó una reducción de casi el 40 por ciento para este año, cuando la producción llegó a 1.3 Mt.
Ha habido una baja en el campo en comparación a cuando era pequeño, recuerda el campesino guanajuatense. “Cuando yo era niño había ojos de agua de donde se regaban esas plantas, y ha mermado principalmente por los pozos que se han perforado, entonces esa agua hace muchos años que se acabó. Ahora nada más con la pura agua que cae del cielo, de las presas, pues nada más”. Acusa la explotación de pozos de agua por parte de parcelas y ranchos aledaños, por ejemplo, el llamado San José II.
Como es común, Sergio Ramírez usa químicos sintéticos para el trabajo de sus cultivos. “Hay que regar el Esterón cuando está el maíz a 15-20 centímetros aproximadamente; es cuando la maleza se puede frenar, cuando el maíz va agarrando fuerza, y si dejas la maleza pues ya no deja crecer el maíz. Sí hay mucha maleza en ese tiempo de lluvias”.
El Esterón es uno de los nombres comerciales del herbicida ‘2,4-D’ (diclorofenoxi), distribuido por Dow AgroScience de México, SA de CV, filial de la trasnacional estadunidense Dow Chemical Company. Desde su etiqueta advierte lo tóxico que puede ser si se ingiere o inhala. Además, señala que no se contamine cuerpos de agua, ya que “este producto es extremadamente tóxico para plantas acuáticas (algas y plantas vasculares) y altamente tóxico para animales (peces, invertebrados acuáticos)”.
El agricultor cuenta que a la mano tiene un producto llamado Nivela, herbicida a base de glifosato. Distribuido por FMC Agroquímica de México, S de RL de CV, filial de FMC Corporation, la que adquirió “una porción del negocio de DuPont” en 2017. Así como el Esterón, este producto advierte en su etiqueta que puede contaminar el agua. “Ese acaba con todo, si le echas a la planta no te deja nada”, comenta Sergio Ramírez.
“Ese es nada más para tirarlo en el tiempo en el que no tienes siembra, para que no haya tanta maleza y que no haya tantos gusanos, la plaga. Esa es otra técnica que se usa para que esté limpia la parcela”.
Cada parte de la biodiversidad juega un papel importante. Los microorganismos que están en el suelo, por ejemplo, “sirven para la disponibilidad de nutrientes […], la materia orgánica que está en el suelo se tiene que degradar para liberar nutrientes de materia soluble para que las plantas lo puedan absorber de manera mineral”. También liberan “sustancias que aceleran el crecimiento de las plantas. Si no hay microorganismos, ese proceso no existe”, explica la doctora Fuentes Ponce.
Sin embargo, como el glifosato es carbono, “muchos hongos proliferan más porque le estás dando un sustrato para que crezcan e inhiben el crecimiento de las bacterias, y las bacterias están ligadas con todos los ciclos biogeoquímicos (Nitrógeno, Fósforo, Potasio, micronutrientes). Al matar esa microbiota, lo que estás haciendo es reducir la cantidad de nutrientes para las plantas. Lo que estás haciendo es desequilibrar el sistema”, agrega la investigadora.
Por tanto, estas prácticas de control de arvenses afectan al suelo. La Revista Internacional de Contaminación Ambiental señaló en 2022 que el glifosato disminuye hasta el 40 por ciento de micorrizas. Los hongos micorrízicos arbusculares hacen simbiosis “hasta con el 80 por ciento de las especies vegetales”, por lo que “son consideradas esenciales en los ecosistemas”, pues nutren a las plantas.
Otro impacto se produjo en el hongo Aspergillus nidulans, “utilizado comúnmente como bioindicador de la salud del suelo”. A dosis muy por debajo de las recomendadas, encontraron “múltiples efectos tóxicos en procesos biológicos”, señala el texto.
Docentes e investigadores de las facultades de Ciencias Exactas y Naturales, y Agronomía de la Universidad de Buenos Aires encontraron que, en una mezcla con glifosato aun en dosis no letales, las larvas de las abejas que consumieron ese alimento “se desarrollan más lentamente [hasta un 40 por ciento]; es decir, muchas de ellas tardaron más en convertirse en adultas y alcanzaron pesos más bajos que las que no ingirieron glifosato”, indica el texto de 2018, publicado en la revista Plos One.
Igual de grave es la asociación del glifosato con la disminución en la capacidad de los espermatozoides para moverse rápido y en línea recta (motilidad). Una investigación en la Universidad Autónoma de Guerrero “evidencia que la motilidad de las muestras seminales es significativamente afectada” en concentraciones media y altas de glifosato de grado comercial.
“Los surfactantes en los que los plaguicidas se disuelven son tóxicos y que esto impacta en la calidad de los espermatozoides y por ende en la capacidad fertilizante de los varones que se dediquen a la actividad agrícola, a la comercialización de agroquímicos o a la producción de estos”, describe el texto.
“Considerando que en los últimos años, distintas investigaciones científicas han alertado que el glifosato tiene efectos nocivos en la salud de los seres humanos, el medioambiente y la diversidad biológica […], el referido decreto prevé acciones para llevar a cabo la sustitución gradual del uso del mismo con alternativas que permitan mantener la producción y resulten seguras”, se lee en el Decreto Presidencial publicado en el Diario Oficial de la Federación el 13 de febrero de 2023, en el cual también se exhorta a dejar de usar e importar el herbicida y se buscarán alternativas ecológicas a cargo del Conahcyt.
Para la doctora Mariela Fuentes Ponce, es crucial cambiar la mentalidad “porque si nosotros tenemos una mentalidad de Revolución Verde, lo que vamos a buscar es otra sustancia que haga lo mismo que el glifosato. O sea, sigue siendo lo mismo”.
La doctora María Elena Álvaréz-Buylla, indica: “no es encontrar un químico por otro”. La directora del Conahcyt afirma que han encontrado “muchísimas alternativas” a este herbicida, centradas en el trabajo con comunidades campesinas, donde, apoyados en programas sociales como Sembrando Vida y Producción para el Bienestar, “se están produciendo ya 60 millones de litros de bio insumos comunitarios”; por tanto, indica que “podemos prescindir del glifosato”.
El siguiente paso, añade, es buscar aquellos bio insumos “que se puedan escalar a nivel industrial y que puedan ser usados por instancias o unidades de producción privada”. A su vez, informa que tienen tres nuevas formulaciones totalmente nacionales “con eficiencias de más del 90 por ciento y que están en proceso de escalamiento industrial”. Aunque dijo no poder compartir los elementos que contienen, sí compartió que “están hechos a partir de principios biológicos que pueden ser tanto aceites esenciales, como productos del metabolismo secundarios de las plantas que son químicos para protegerse [de animales]”; además de ser libres de daños.
Con este bagaje, se vuelve optimista al mencionar que “sí hay alternativas al glifosato. En poquitos meses daremos información actualizada de exactamente cuándo” podrán llegar estas alternativas a la producción industrial para así estar disponibles a personas campesinas a precios “mucho más accesibles” que el glifosato.
Sin embargo, “la prohibición del glifosato no es la solución. Tiene que ser una solución más integral”, critica la doctora Fuentes Ponce, en referencia a los demás herbicidas que hacen daño. La doctora Álvarez-Buylla Roces está de acuerdo una vez más, y resalta que será un reto “para la siguiente administración en general y, en particular, para el Conahcyt, seguir investigando y demostrando que el 2,4-D no es nada bueno para la salud”.
“La cultura mexicana era muy sabia en el sentido que el maíz no estaba solo, siempre estaba con frijol y otras especies, entonces esas asociaciones eran muy productivas”, argumenta la doctora Rendón, quien reflexiona que la tecnología modificó ese modo de cultivar, conocido como milpa.
El sistema agroindustrial, basado en su ideología de ganar dinero, no solo utiliza agroquímicos sintéticos como el glifosato u organismos transgénicos como el caso del maíz; además, siembran a manera de monocultivo. “Si tú tienes monocultivo, la cantidad de arvenses van a aumentar. Si tienes cultivos diversos […], hay plantas que tienen un efecto alelopático, que es, no van a dejar crecer otras plantas”, explica la doctora Fuentes Ponce.
De vuelta al sistema tradicional, se encuentra la milpa, en el cual “muchas especies van complementándose unas a otras”, comenta la doctora Álvarez-Buylla, también especialista en genética y ecología, e ilustra así el modelo: el maíz es el eje principal del sistema milpa. El frijol, “que además de fijar Nitrógeno […], lo fija en forma de nitratos, que es la forma que la pueden absorber las plantas y aprovecha el tallo del maíz -porque es una trepadora- y así tiene acceso a suficiente irradiación lumínica del Sol”. También están las calabazas, “que son una cobertera muy importante para conservar la humedad y que aprovechan de manera más horizontal el nivel del suelo”, y se encuentran “muchos quelites, que son además de muy nutritivos, muy importantes también para complementar a la demás diversidad de la milpa”.
“En cada región del país hay un tipo de milpa diferente”, señala la doctora. “Cuando hay un campo diverso, el esfuerzo de mano de obra también disminuye”, complementa. Además, considera que “esta transición agroecológica está muy activamente en marcha”.
Los faros agroecológicos quizás apoyan esta idea. El Tianguis Orgánico Chapingo, nacido desde 2003, es prueba de ello. Ese faro agroecológico “marca pauta y tendencia en la producción de alimentos libres de glifosato”, documenta la Revista Latinoamericana de difusión científica. En ese espacio se guía especialmente a campesinos locales “hacia una producción orgánica y más sustentable”.
Dentro de su investigación, realizaron entrevistas a 10 operadores del Tianguis. El ciento por ciento dijo controlar arvenses manualmente. Además, nutren sus tierras a través de compostas o rotación de cultivos, lo cual les ha generado mayor producción.
La agricultura orgánica, según la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica, es un sistema que “mantiene y mejora la salud de los suelos, los ecosistemas y las personas”; no utiliza insumos “que tengan efectos adversos” y combina “tradición, innovación y ciencia para favorecer el medio ambiente que compartimos y promover relaciones justas”.
“En el campo hay veces que se gana y hay veces que se pierde […] por eso a mucha gente no le gusta el campo: no es una seguridad, no es un empleo seguro”, exhibe Sergio Ramírez, quien confirma que no vive directamente de sus tierras. Su trabajo es el de oficial de policía, y “cuando ya puede uno vivir algo de la tierra” es en el periodo de la cosecha, aproximadamente cuatro meses “lo que se trabaja del maíz”: desde el 15 de mayo en adelante, “si empieza a llover pues hay que echarle la siembra”, para lo cual hay que “tener preparada la tierra” anteriormente.
Esto lo señala la doctora Rendón Aguilar como el problema de la agroecología. “La gente no tiene el tiempo para ser campesino de tiempo completo, y no tienen tiempo porque no tienen los recursos económicos. La agroecología también implica toda una serie de técnicas, entonces la gente no puede hacerlas”. Así como se les paga a las y los campesinos en México, es muy difícil.
Si bien Sergio es beneficiario del programa Procampo, el cual entrega 3 mil 500 pesos por hectárea a agricultores, es un apoyo que deja desamparada a la gente. “solamente un barbecho, en cuestión de arar, más o menos vale 1 mil 800 pesos […] y una arada de rastra [una máquina] se lleva unos 800-900 pesos. Pues casi ahí ya se fue el apoyo”, expone con una risa sarcástica. “Lo demás ya uno tiene que comprar herbicidas, trabajar, no dejarle todo a la máquina”.
Él entiende que la situación es complicada. Ni sus hermanos son asiduos de trabajar el campo y se dedican a otras cosas. Su esposa, Olga Rojas Alvarado, le ayuda en todo. Es consciente que sus hijas tampoco aspiran al trabajo que tiene; “quieren estudiar”, menciona.
Monserrat Téllez, integrante de la colectiva Semillas de Vida, ha notado en su acompañamiento con personas agricultoras que “el relevo generacional es otro tema que noto que preocupa mucho”. Debido a que el campo no da para una vida digna, las hijas y los hijos “se dedican a otras cosas, y la gente está vieja. La gente que trabaja el campo en nuestro país es gente mayor”, dice a Contralínea.
Beatriz Rendón comparte la idea de que “cada vez hay menos gente dedicada al campo; cada vez hay más gente que se viene a las ciudades a trabajar de lo que sea menos al campo”.
A pesar de todo, “es muy bonito el campo”, se sincera Sergio Ramírez. “El campo es el que nos da el sustento de muchas cosas”, aunque no niega que “sí se necesita mucho trabajo. Sí es pesado el campo, pero al menos a mí me gusta, me quedo con una satisfacción de que me gusta cosechar la tierra, respirar aire puro”, concluye quien continúa con el legado de su familia.
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