Una muchedumbre se arremolina entorno a Andrés Manuel López Obrador, jefe del Estado mexicano. La multitud se agita en el cruce de la avenida Juárez con el Eje Central Lázaro Cárdenas, en la capital de la República. Una docena de jóvenes lucha por mantenerlo a salvo y evitar que, en las muestras de cariño, solidaridad o apoyo, la población termine por arrastrar al presidente de México. Los jóvenes ponen el cuerpo, lucen rostros y brazos rasguñados, sudan, piden a gritos que se abra paso al titular del Poder Ejecutivo federal.
“¡Ahí está mi cabecita de algodón!”, grita una abuela desde las escaleras del edificio del Banco de México. Rompe en llanto al alcanzar a ver a lo lejos, entre tumultos, al hombre de 69 años de edad caminar, sonreír, saludar, dialogar con un pueblo que hoy le refrendó su entrega. El de Tepetitán, Macuspana, Tabasco, guayabera blanca, también suda. Luce cansado pero feliz. Pasan de las 14:00 horas. Suma cinco caminando, toda vez que la marcha inició a las nueve de la mañana en el monumento conocido como el Ángel de la Independencia.
El huéhuetl, o tambor conchero, retumba entre consignas como: “¡honesto y valiente, así es mi presidente!”, “¡es un honor estar con Obrador!”, “¡no estás solo, no estás solo!”, “¡señor presidente, tu pueblo está presente!”
La marea humana se constriñe aún más cuando López Obrador, con pequeños pasos, se enfila hacia la angosta calle de Madero. Se detiene porque la multitud se agolpa a su alrededor. Nada separa al presidente de la población y, por momentos, personas se trompican a centímetros de él, lo tocan, le piden selfies, lo toman del brazo. Surgen gritos de preocupación: “¡cuídenlo, no lo vayan a tirar”!, “¡ya déjenlo pasar!”
Andrés Manuel confió en la población y, consciente de que podría ser su última marcha, rechazó subirse a algún vehículo que lo llevara al Zócalo. Como en sus tiempos en la oposición, caminó todo el trazo.
Delante y detrás de él, desfilan orgullosos contingentes de pueblos originarios de, prácticamente, todos los estados de la República: yaquis, purépechas, tzotziles, cuicatecos, mazahuas, nahuas, triquis, mixes, me’phaa, nu’saavi, nahuas… Una pancarta hoy responde a los insultos racistas y clasistas de la marcha derechista del 13 pasado: “los indios patas rajadas ya salimos a defender al presidente y a la patria”. El dibujo de un tigre que ruge ilustra la consigna.
Por más de seis horas, la muchedumbre –que el gobierno de la Ciudad de México cifró en 1.2 millones de personas– se desparramó, con rumbo al Zócalo, por las calles de Madero, 5 de Mayo, Venustiano Carranza y Donceles. La Plaza de la Constitución ya estaba casi llena cuando el presidente avanzaba todavía por el cruce de Reforma e Insurgentes.
La marcha fue un festejo, como quería López Obrador, con música de todos los rincones del país: bandas de viento, mariachis, conjuntos norteños, jarochos, pirecuas, tamborichocos, concheros… Pero fue también un reclamo claro al Instituto Nacional Electoral y a Lencho, Lorenzo Córdova, presidente del organismo. “El INE sí se toca”, se leía en decenas de mantas y cartulinas, en las que se le condenaba por oneroso, corrupto e ineficiente.
En otras, se criticaba también a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y a los jueces por estar a favor del poder económico y en contra de los intereses de la nación. Abundantes fueron también las consignas, escritas y gritadas con enjundia, contra el senador Ricardo Monreal, coordinador de la bancada del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en el Senado de la República, por “traidor”.
Se pudo observar a un pueblo, mayoritariamente, sin más banderas que la del país. Y escuchar todos los acentos del español mexicano que se habla desde Yucatán hasta Baja California. Pero también a organizaciones sociales que, enfrentadas históricamente, hoy participaron en la movilización.
Maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), en la lucha social por décadas, marcharon en pequeños grupos integrados a los contingentes de sus estados. Mientras, el oficialista y charro Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) ocupó el Hemiciclo a Juárez y lanzó vítores al actual gobierno como lo hizo antes a los del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN).
Todas las corrientes del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) participaron en la movilización, cada una con su contingente y liderazgos separados. También se pudo observar exguerrilleros, sobrevivientes de la Guerra Sucia que, “ante el fascismo de la derecha”, cierran filas con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Ahí estuvieron también migrantes mexicanos residentes en Estados Unidos que vinieron a apoyar a quien también reconocen como “su” presidente. Con banderas estadunidenses y mexicanas anunciaban en pancartas que venían de ciudades como Oregón, Nueva York, Los Ángeles, Houston, Filadelfia o Chicago. También vinieron desde Canadá y Alaska.
Tampoco faltaron los políticos profesionales que buscaron capitalizar la movilización. Sobre todo aquellos que tienen elecciones internas o constitucionales en puerta. Y entre quienes aspiran a la Presidencia de la República en 2024, la más vitoreada fue Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de gobierno de la capital de la República. Incluso, se logró colocar en un sector de la marcha la consigna a coro: “¡AMLO presidente, Claudia la siguiente!”
Ya en el Zócalo, el presidente ofreció un apretado informe, de 110 acciones. Cada una fue aclamada y hubo quienes comenzaban a corear “reelección”, que fue atajada con dureza por el presidente: “¡no, no; por convicción: sufragio efectivo, no reelección!”
El tigre hoy se sacudió la salea. Rugió y, al parecer, volverá a echarse hasta que sea, otra vez, convocado.
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