Los invasores españoles realizaron una siniestra labor para destruir la identidad originaria en nuestras tierras del Anahuak, comenzando por cambiarle su nombre por el de “Nueva España”. Impusieron una sociedad patriarcal, sumamente represiva contra la mujer, trajeron el mercantilismo, la propiedad privada, la esclavitud y el sometimiento al Imperio español.
La situación de la mujer cambió drásticamente con la colonización que comenzó dramáticamente con el brutal genocidio contra mujeres, niñas, niños y población en general; además de la cobarde violación masiva de mujeres y el intento de explotarlas y someterlas al máximo.
Al introducir el racismo, a la población se le clasificó en “castas”, por su origen y color de piel, aunque la inmensa mayoría eran indígenas, se les prohibieron sus creencias ancestrales y sus prácticas habituales. Aun así, en el seno del hogar las mujeres indígenas realizaron toda una labor para preservar su cultura, nunca pudieron someterla totalmente. Fueron muchas las mujeres que resistieron y combatieron su situación opresiva.
La sabiduría ancestral para el manejo energético, el uso de hierbas, así como pócimas medicinales, fue tachada de “brujería”. No pocas mujeres fueron quemadas vivas por la Inquisición acusándolas de “hechicería”.
En la Colonia se impuso la propiedad privada y el sistema de encomiendas en la que la mujer era tratada como un objeto con menos derechos que un esclavo, incluso les marcaban el rostro 21 22 Pablo Moctezuma Barragán como hacían con los animales. Posteriormente prevaleció el sistema de haciendas en el que el amo tenía derecho de usar y abusar de todas las mujeres a su antojo, así como de hacerlas trabajar de sol a sol.
Con la colonización avanza también la prostitución y la degradación de la mujer a un lugar completamente subordinado en la sociedad. Para fomentar la prostitución, durante siglo y medio se promovió este comercio sexual con el silencio tanto de la Iglesia como de la Corona que no lo castigaban. El hecho de que no hayan reglamentado esta práctica durante tanto tiempo, indica que era tolerado, porque así los hombres “canalizaban” su lívido en burdeles fuera de los cristianos hogares.
La virginidad de la mujer soltera era obligatoria, la controlaba su padre, quien la casaba con la persona que a él le interesaba, sin la anuencia y aún con la oposición de la involucrada, buscando con el matrimonio de sus hijas, dinero y una buena posición.
Si la mujer tenía una relación libre se consideraba que “deshonraba a la familia” y que la que no era virgen no tenía valor alguno. Se asumía que la mujer contaba con una “mente débil” y no era dueña de su vida, cuando así lo querían los padres eran confinadas en su casa y hasta en burdeles. Toda mujer de conocimiento o la que ejerciere su voluntad para elegir pareja era recluida en el convento, donde solamente podía participar en talleres de costura, jardinería o artes culinarias. Incluso en la cocina era reprimida, pues según las reglas dietéticas virreinales, no podía comer alimentos tradicionales, no le permitían utilizar ingredientes del Anáhuac, incluso el amaranto o huautli estaba prohibido, al igual que el maíz nixtamalizado, el zapote negro, la guanábana, la papa, entre otros. Se le imponían alimentos europeos como el pan de harina de trigo, vino de olivo, hasta preferían el pan con moho que la tortilla.
El elote podía utilizarse sólo como último recurso y hasta el chocolate era juzgado por la Inquisición, “por despertar los sentidos”, su consumo constituía una violación de los votos Mujeres en lucha 23 para las monjas porque les despertaba “la gula y la lujuria”, además, evitaban no sólo el maíz sino el chile. De modo que las mujeres que no abandonaron su cultura gastronómica tenían que cocinar con ingredientes clandestinos. Como es de suponer, la mayoría de las mujeres no se sujetaba a estas normas.
Si al salir a la calle, la mujer no era acompañada por un hombre era mal visto, pero si era acompañada por varios, tampoco era aceptada. No podía andar sola, siempre tenía que estar custodiada. La mujer no podía ser propietaria y estaba atada a los padres, abuelos o tíos que la tutelaban y administraban sus bienes, si al casarse los tenían, el marido tenía la “patria potestad” y era dueño de los bienes. Al casarse, la esposa ponía sus bienes en comunidad.
El hombre tenía todo el control y la mujer no podía siquiera pagar impuestos. El 86 por ciento de los bienes era administrado por los hombres o las corporaciones. Sólo el 14 por ciento de los hogares lo llevaban mujeres que enviudaban o eran abandonadas por sus maridos, encargándose de la manutención familiar. Había hilanderas, tejedoras, caciques, zapateras, parteras, vendedoras, etcétera. Pero siempre se desconfió de la mujer que trabajaba.
Se les negaba la educación a todos los indígenas y a todas las mujeres y sólo a las niñas ricas las instruían en muchas cosas útiles e inútiles, también aprendían oficios y a participar en la vida pública en una posición subordinada. Las mujeres del pueblo eran contratadas frecuentemente como nodrizas para alimentar con su leche a los niños ricos.
Únicamente se instruía a las mujeres de la élite en las labores de cocina, costura, etc. para que fuesen buenas “amas de casa”, y se dedicaran a asistir a la iglesia donde podían participar en los coros de las cofradías religiosas; en ocasiones, les enseñaban danza para acompañar al hombre en reuniones sociales, festejos y mitotes. Pero no sólo en la vida familiar o en el trabajo se vivía el control masculino, también los espacios públicos eran controlados por el hombre.
Las mujeres eran calificadas por su origen étnico y nivel social, prevalecía una absoluta inequidad y aún las mujeres de las familias dominantes estaban completamente sujetas. Entre ellas mismas se vivían diferencias abismales, pero de un modo u otro todas eran sometidas por el patriarcado.
La mujer debía ser sumisa, obediente e ingenua, sin voluntad propia, pues se le consideraba el sexo débil e inferior. Además, se les tachaba de objetos diabólicos y tentación del demonio. Incluso se decía que “el diablo penetró en la naturaleza femenina”. Las mujeres con voluntad propia y que trasgredían las normas sociales eran consideradas un gran peligro.
La “pureza” femenina es algo que obsesionó a aquella sociedad debido a la influencia de la iglesia y al deseo de que las riquezas quedaran en la familia y no se dilapidaran por ahí. Debían encerrarse en el núcleo familiar para criar hijos y desempeñar las labores del hogar. Aun así, los españoles y los criollos sentían plena libertad de abusar de las mujeres, sobre todo indígenas, negras y mestizas con el pretexto de que iban a “mejorar la raza”. El racismo justificaba toda barbaridad.
Una vez casadas tenían que someterse al “sexo obligatorio” al capricho del marido del que dependían totalmente. Se consideraba que la mujer estaba obligada a “poblar” campos y urbes. Aun así a las parturientas se les discriminaba, las atendían comadronas; por la idea de que su sangre generaba repulsión y que en el parto había “sucio excremento, orina y sebo” los doctores no se rebajaban a atender la maternidad.
Se tenía la idea de que el parto es doloroso en castigo porque la mujer, según dice la Biblia, tentó a Adán. Veían al sexo como algo impuro y lo ideal en esa sociedad era la “inmaculada concepción”. Las comadronas eran continuamente acusadas frente a la Inquisición, por cualquier nimiedad, por ejemplo, haber “bautizado al recién nacido con agua con sal”. O cualquier otro pretexto. Económicamente estaba sujeta y no podía conseguir empleo sin permiso del marido o del padre. No estaba permitido el Mujeres en lucha divorcio y no podía separarse; cuando la convivencia era insoportable tan solo se permitía la “separación de camas”. La mujer no tenía soberanía personal y le imponían que toda su vida estuviese alrededor de la religión sin libertad de decisión.
En la vida cotidiana, la mujer jugaba un papel importante a pesar de ser maltratada, censurada e ignorada y de que el matrimonio era impuesto y estaba sujeta a su marido o la patria potestad de su padre.
Siempre hubo una obsesión de perseguir la hechicería y todas las “malas artes”. La noche, la luna y la muerte se vincularon a lo femenino y también a lo oscuro y el mal. Muchas mujeres, que fueron acusadas de brujería, eran quienes poseían conocimientos médicos y psicológicos, paranormales y de manejo de energía y estaban ligadas a tradiciones mágicas, en ocasiones intervenían en cuestiones de amor y sexo como curanderas, seductoras y lo que los europeos llamaban “brujería”. Que era tan solo otra forma cultural de enfrentar los problemas.
En el siglo XVI y XVII gran cantidad de mujeres fueron perseguidas como brujas que decían “habían hecho pacto con el demonio”. El Santo Oficio de la Inquisición fue una institución que difundía las ideas represoras y castigaba cruelmente a brujas, curanderas, adivinas, magas y hechiceras, así llamaban a toda la gente con pensamiento y actividad ajena a la Iglesia.
A las condenadas les aplicaban todo tipo de tormentos de extremo sadismo y crueldad: el desgarrador de senos, la cuna de Judas, el potro, la pera, la garrucha, la silla del interrogatorio, método de aplasta cabezas o cráneo, el arañado, el collar de púas punitivo y otros. No hay que entrar en detalles porque le hacían cosas espantosas a la persona torturada. Solo hay que mencionar que desarrollaron todo tipo de instrumento con el objeto de hacer sufrir al máximo a la víctima.
Durante todo este período la mujer era considerada como un mal necesario, un ser inferior y despreciable, que sólo podía estar dedicada al hombre que era digno de gloria e inmortalidad.
Ya al finalizar la colonia, muchas mujeres lucharon activamente por la independencia. A las patriotas las acusaban de seducir a los hombres y convencerlos para que lucharan por la libertad. A pesar de que la mujer no tenía ningún derecho político y acceso a los puestos de poder, los insurgentes se apoyaron en su gran fuerza.
El colonialismo impuso el patriarcado a sangre y fuego, y ahora el neocolonialismo y el neoliberalismo lo mantienen, por eso en el siglo xxi, la mujer se levanta contra la violencia y la opresión.
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