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Le debemos al embajador en Malasia contar nuestra negra experiencia: hermanos González Villarreal

Publicado por
Carmen Aída Guerra Miguel

Tras 11 años en espera de ir al cadalso en Malasia –acusados de tráfico de drogas, Simón, Luis Alfonso y José Regino González Villarreal al fin están en casa, en su natal Culiacán, Sinaloa. Para defenderlos, el embajador de México en aquel país, Carlos Félix Corona, se relacionó con el Sultán del estado de Johor, Ibrahim Ismail Ibni Almarhun Iskandar Al-Haj, único que puede otorgar el perdón. No habló con los jueces.

El abogado que tomó el caso –aún sabiendo que los hermanos no podían pagarle– fue Kitson Foong, quien en las comparecencias ante la Corte Alta demostró que el proceso estaba viciado.

Ambos, el embajador y el abogado, lograron el perdón para los hermanos González Villarreal, quienes se salvaron de la condena de morir en la horca; hoy están en libertad y de regreso en México, luego de su repatriación ocurrida el 11 de mayo pasado.

Ellos no cuentan los desvelos, la pérdida de esperanza, las fechas fatales en las que irían a la horca… En Malasia, quien incurre en el delito de producción, posesión, tráfico, distribución y venta de drogas es condenado a muerte. El juez soga es implacable, y a los tres hermanos les consta.

Junto con los González Villarreal, fueron consignados un indiano –quien les enseñó a hablar malayo– y un originario de Singapur, con quien trabaron amistad. A ellos los vieron salir para recibir la pena de muerte. Eso, dicen, les dolió enormemente. “Les habíamos tomado aprecio”.

Las cárceles en Malasia (recorrieron cinco) son infames: no hay respeto a los derechos humanos, los espacios son reducidos, sin baños, con mugre, comida magra, pescado sin limpiar y verduras, sin permitir a los condenados por ese delito una salida, todo dentro de la celda, todo en el piso… Ni donde dormir, ni donde sentarse.

Con el cambio de prisión logrado por los trámites del embajador mexicano –“un hombre con el que me quito el sombrero”, dice uno de los hermanos–, consiguieron un mejor trato, y hasta tener un uniforme y poderlo lavar; incluso comunicarse con sus padres telefónicamente cuando podían, ya que compartían con 1 mil 800 presos dos teléfonos al mes.

“Algo que llamó mucho la atención de los jueces y a los reclusos es que un embajador se tomara la molestia de visitarnos, lo que él hizo muchas veces. Estamos, por todo ello y por sus gestiones, agradecidos; no tenemos cómo pagarle tantas bondades: sólo cumplirle la promesa de difundir esta negra experiencia para que nunca más alguien tome ese camino del mal, ese camino equivocado”, narra uno de los hermanos.

“Tal es el corazón del embajador, que con el nuevo gobierno pidió quedarse hasta lograr que el Sultán nos otorgara el perdón. Ese día en el que por fin salimos, dejó de asistir a la graduación de su hija para acompañarnos al aeropuerto. Nos dijo: ‘quiero cerciorarme de que van a abordar el avión rumbo a nuestro país y cerrar este negro capítulo de su historia. Y ahí se quedó mientras nosotros caminamos con alegría y al mismo tiempo con mucha tristeza al despedirnos de este gran señor.”

Su historia

Los hermanos narran que esa historia de la que el embajador fue parte comenzó cuando dos personas los contrataron como auxiliares: “Lleva esto para allá, trae aquello para acá, limpia aquí, todo adentro de ese que es, ok, era un laboratorio”.

Una vez instalados en su nuevo trabajo, a los 13 días los detuvo la policía junto con los otros dos trabajadores. Dejaron ir a unos que acusaban de posesión de polvo blanco (cocaína) que resultó ser sal refinada, y tampoco encontraron a los supuestos dueños del negocio.

En esta ciudad, vecinos de lo que es hoy una colonia más –Loma de Rodriguera–, su oficio ha sido de fabricantes de ladrillos; a eso se dedica su padre, Héctor Villarreal. Los tres fueron a la escuela, hasta la preparatoria. La dejaron trunca por el trabajo, la familia.

“¿Pedirle perdón a mis padres?, siento un nudo aquí. Cuando me fui le dije a mi madre: ‘estaremos de vuelta para el Día de las Madres’, en ese entonces, febrero de 2008. La promesa empeñada la cumplimos hoy, 2019, 11 años después. El nudo se me hace más grande porque tenía sus dos piernas, hoy no. Ese sufrimiento que ella pasó lo tengo aquí, como una daga en el pecho. El estar aquí, de vuelta en mi país con el que soñaba, pensaba mi México querido… No, no, no, han sido muchas las personas a quienes tenemos que agradecer, pero el embajador don Carlos Félix Corona fue nuestro salvador. Antes de su llegada [2014] a Malasia, además de traernos para allá y para acá siempre con la amenaza de la horca, la pasamos muy mal.

Los hermanos cuentan su relación con el diplomático: “A todo mundo le extrañó porque nunca un embajador, alguien tan importante, se había tomado la molestia no sólo de apoyarnos, sino de ir a la cárcel. Junto con el abogado que además nunca nos cobró, no teníamos cómo pagarle, Kitson Foong. Él dijo que si se tenía que meter al fondillo del diablo para sacarnos, lo iba hacer. Nos daba ánimo, pero nosotros la veíamos muy difícil.”

La participación del abogado fue fundamental: “Él interpuso varios alegatos, uno fue con el juez soga cuando ya veíamos todas [las posibilidades] perdidas. Cuando un policía presentó un saco con polvo blanco, el abogado le dijo: ‘ése no es, recuerde que el que tomé en video era amarillo”; todo en presencia nuestra. Nos temblaban las corvas. Nos sentíamos perdidos”.

Hace 11 años, en Contralínea escribí: “tras ser condenados a muerte por el Alto Tribunal de Malasia por el delito de narcotráfico, los tres hermanos González Villarreal, originarios de Culiacán, esperan que se resuelva su juicio de apelación. Interpuesto por su abogado Kitson Foong, el proceso judicial al que tienen derecho fue pospuesto –porque el fiscal del caso enfermó– para el 14 de agosto de 2013, en la Corte de Kuala Lumpur.

“El juez Mohamed Zawawi, quien revisará la apelación, solamente tiene dos posibilidades: otorgarles la libertad –puesto que no existen pruebas contundentes en su contra, según testimonios recogidos de los tres sinaloenses involucrados en la red de tráfico de anfetaminas– o ratificar la sentencia. Los hermanos fueron detenidos el 4 de marzo de 2008 en los patios de la fábrica de anfetaminas y condenados a la horca el 17 de mayo de 2012, después de pasar 4 años en la infame cárcel de Johor Bahru. Su abogado, el malasio Kitson Foong, sostiene que éste es un ‘proceso viciado’.

“De ratificar la condena el juez soga, como es conocido Zawawi, quedaría una última instancia: elevar una súplica al Sultán, quien, hasta ahora, no ha concedido una sola vez el perdón. En este caso, de no darse la absolución o el indulto real, se cometería un crimen de lesa humanidad, con independencia de que la pena de muerte corresponde a leyes arcaicas, contra la que luchan grupos humanistas en el mundo, y en Malasia, grupos musulmanes.

“La investigación, realizada por la policía antidrogas de Malasia, persiguió a una supuesta célula de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, fabricante de anfetaminas en Johor Bahru. Entonces fueron detenidas 13 personas. De todas ellas, sólo quedan presas cinco: tres mexicanos, originarios de Sinaloa, procedentes de una ranchería hoy colonia suburbana de Culiacán, conocida como Loma de Rodriguera y dos más, uno de Malasia y otro de Singapur (a otros dos, los supuestos contratantes, los dejaron libres).

“De fabricar ladrillos a la pesadilla de Malasia

“Estos sinaloenses son parte de una familia que se dedica a la fabricación de ladrillo, una industria diezmada por los altos costos de la leña, del agua y de la tierra, insumos que de 15 años para acá han subido mínimo en un 40 por ciento. En contraparte, los precios del ladrillo han bajado considerablemente y hasta se vende crudo ante la dura crisis, además de estar a merced de que las compañías constructoras de vivienda utilizan preferentemente bloques de cemento.

“José Regino, de 34 años de edad; Simón, de 37 (con dos discos de la columna vertebral desgastados y ahora con problemas renales y de tuberculosis, este último padecimiento creen que lo contrajo en la cárcel de Johor Bahru en donde prevalecen condiciones infrahumanas de hacinamiento e insalubridad); y Luis Alfonso, de 45 años, son hijos de Héctor González (con asiento familiar de los González, en Durango, y de los Ojeda, en Los Cortijos, Badiraguato) y María del Carmen Villarreal. Los tres cuentan con estudios de bachillerato cursado en la Preparatoria Central de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

“Héctor, de 72 años, y Carmen, de 70, declaran que en un principio sus hijos no contaron con el apoyo de la Embajada de México instalada en Kuala Lumpur, capital de Malasia, ni tuvieron traductor: no entienden el idioma inglés y menos el malayo, que se habla en ese país del lejano Oriente, idiomas utilizados durante su detención en el patio de fábrica de anfetaminas.

“Los otros dos detenidos son el singapurense Lim Hung Wah, y el malasio Lee Boon Siah. Ambos correrían la misma suerte que los tres mexicanos. Los comentarios de los grupos humanitarios no gubernamentales, uno de ellos musulmán, está demandando que se abrogue la pena de muerte no sólo en Malasia, sino en el resto del mundo.

“Sus hermanas Alejandrina y Leticia, y Consuelo, esposa de Luis Alfonso, han viajado a Malasia (24 horas de vuelo desde la Ciudad de México-Ámsterdam-Kuala Lumpur). De ellos traen noticias que mantienen viva la esperanza de que regresen a su tierra; que quieren estudiar, les interesa leer. Sus estudios y la lectura de revistas y artículos se reflejan en las cartas que enviaron a través de la Embajada desde diciembre y recibieron en México en mayo pasado.

“Tuvieron oportunidad de escribirle a toda la familia (por supuesto a sus padres), pero en dichas cartas, seguramente para ahorrarles mortificaciones, no mencionan nada respecto a su situación actual. Solamente hablan de valores, de su fe y de la esperanza que cifran en un futuro al lado de la familia.

“En Malasia priva una legislación arcaica en la que el robo se castiga con la mutilación de los dedos e, incluso, de toda la mano. La horca es lo dispuesto a quienes infringen la ley en materia de drogas.

“No se sabe si, en caso de declararlos culpables, los cinco acusados serían colgados uno por uno o a todos en un mismo momento. Tampoco se sabe qué fue de los otros seis coacusados.

“Se sabe de dos que fueron detenidos y que salieron por falta de evidencias, ya que los acusaban de posesión de cocaína para elaboración de otras drogas sintéticas, cuya prueba se convirtió en sal de cocina y salieron libres. Ellos son Jorge Enrique y Jesús Alfonso, precisamente quienes tuvieron el encargo de contratar a los hermanos González Villarreal.

“Lo que hasta ahora se sabe es que los cinco condenados –que ahora esperan que se les declare inocentes o se ratifique la sentencia de mandarlos a la horca– ni siquiera tenían acceso a la habitación (cerrada con candado) donde supuestamente se procesaban las anfetaminas. Además, según consta, fueron detenidos en los patios de la fábrica.

“Así, de los 13 que formaban parte de esta supuesta “célula” que operaba en Johor Bahru, solamente cinco están detenidos: tres de ellos sinaloenses, uno originario de Singapur y otro malasio; mientras que un tercio de las evidencias desapareció.”

Carmen Aída Guerra Miguel

[OPINIÓN CONTRALINEA] [SEMANA]

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