Primera parte. Alrededor de los principales corredores industriales en México sólo hay muerte. Por primera vez, científicos de varias disciplinas aportan evidencias sólidas que demuestran que los tóxicos de las fábricas envenenan a las personas que trabajan o viven en los alrededores, así como a las especies de animales vertebrados e invertebrados, y especies de vegetales.
Con estudios científicos revelan que en la sangre, orina, tejidos y otros fluidos de las personas hay niveles no permitidos de plomo, arsénico, cromo, varios plaguicidas, cadmio, bifenilos policlorados (BPCs), metales pesados, compuestos orgánico-sintéticos, entre otros contaminantes vinculados directamente a la actividad industrial. A su vez, descubren que esos elementos altamente tóxicos son causantes –sobre todo en niñas, niños y adolescentes– de enfermedad renal crónica, enfermedades cardiovasculares, leucemias agudas y otros cánceres, malformaciones, tumoraciones, retraso en el desarrollo mental, entre otros padecimientos.
El problema de los infiernos industriales en México es muy grave: son 30 regiones de emergencia sanitaria y ambiental (RESA) con índices alarmantes de muerte, cánceres, tumoraciones, casos de insuficiencia renal y abortos espontáneos que requieren atención inmediata. Éstas se ubican en los estados del norte, norpacífico, bajío, centro y sureste del país, revelan los estudios del doctor Andrés Barreda Marín. Además, se identifican otras 30 zonas con características similares, pero de menor exposición tóxica que deberían atenderse en el mediano plazo.
Integrante del grupo multidisciplinario del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (Conahcyt) que investiga la relación de la actividad industrial altamente contaminante con las enfermedades terminales y muertes por toxicidad, el doctor Barreda Marín dice a Contralínea: “¿cuántas RESAS estimamos que existen en México? Alrededor de 60. Esto no quiere decir que todas estén en el mismo nivel: unas más [tóxicas], unas menos. Todavía no tenemos un criterio homólogo, porque es muy complejo el problema, como para comparar unas con otras y decir qué grado de gravedad tiene cada una frente a las demás”.
Licenciado en economía, maestro en sociología y doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, el investigador del Conahcyt explica que lo que se define como región de emergencia sanitaria y ambiental es a las áreas donde convergen distintas fuentes contaminantes altamente tóxicas al mismo tiempo. Son zonas “donde la desregulación laboral y ambiental que se fue sedimentando a lo largo del neoliberalismo permitieron que no hubiera un proceso de contaminación, sino una convergencia de procesos diversos de diferentes orígenes”.
El doctor Barreda Marín expone que en los estudios científicos que se desarrollan actualmente se han agrupado cuatro tipos de procesos altamente contaminantes, que se toman en cuenta para definir cuáles son las RESAS:
Al respecto, indica que la superposición de los cuatro tipos de procesos altamente contaminantes genera “verdaderos infiernos ambientales”, nombre que popularizó el doctor Víctor Manuel Toledo cuando era secretario federal del Medio Ambiente.
Y añade: “¿cuáles son zonas que tienen contaminación pero que no es tan grave? Pues cualquier zona. Por ejemplo, una mina en donde se esté contaminando con una afluencia de tóxicos de metales pesados en los ríos, pero ése es el único proceso de contaminación. Es muy diferente, por ejemplo, si se trata del río Sonora, primero porque el río Sonora no recibe aguas contaminadas de una mina, sino recibe aguas contaminadas de muchísimas minas”.
En entrevista con Contralínea, el doctor advierte que “la contaminación es grave en todo el país. Nosotros pensamos, por estrategia, que lo mejor era comenzar por las RESAS porque ahí se ven situaciones de emergencia humanitaria. Cuando recién comenzamos en Conahcyt [a investigarlas] les llamábamos regiones de emergencia ambiental. Íbamos ingenuamente y cómo comenzamos a explicar y no nos hacían caso, porque hablamos de ambiental, y decían: ‘ay, van hablar de osos panda y de palmeras y de áreas naturales’; entonces les llamamos regiones de emergencia ambiental y sanitaria (REAS), pero después que veíamos que no nos hacían caso porque lo de ambiental no nos ayudaba, más bien nos obstruía, invertimos la ‘s’ y la pusimos en primer lugar, y empezamos a poner la información de salud de la población en primer lugar”.
Lamentablemente, los científicos tampoco han sido escuchados. Las razones para esta incomprensión generalizada son muchas. Por ejemplo, una percepción social equivocada –que el propio neoliberalismo, como modelo de desarrollo económico basado en el lucro y la desigualdad– inventó para no cargar con los costos reales de sus sobreexplotación– del tema ambiental que privilegia la llamada agenda verde –donde se promueven áreas naturales protegidas, reservas de biodiversidad y energías limpias– y no la “agenda gris” –que se refiere a las indiscriminadas contaminaciones altamente tóxicas y peligrosas que provoca la actividad industrial y las megaciudades.
También, un falso discurso de las trasnacionales y empresas locales que afirman ser “socialmente responsables y amigas del planeta”, pero que en naciones como México se aprovechan de la laxitud de las leyes y de las prácticas de corrupción sobre todo en autoridades municipales para hacer lo que en sus países de origen tienen prohibido; incluida la práctica de ocultar de forma deliberada la información acerca de sus procesos industriales, sus desechos altamente tóxicos y los daños que causan a la salud humana y medioambiental. Así como la captura de un sector científico que justifica las prácticas industriales o miente sobre sus efectos nocivos”.
El sector médico también ha contribuido a ocultar la problemática, pues cuando se diagnostica una enfermedad de esta naturaleza le pide al paciente –o a sus padres o tutores cuando es menor de edad– no buscar culpables sino concentrarse en el tratamiento médico; en algunas ocasiones también se argumentan temas de genética, en lugar de investigar si la afección terminal se relaciona con la toxicidad industrial.
Otro motivo por el cual este tema no trasciende tiene que ver con el silencio de la prensa, cuyos principales accionistas o anunciantes son precisamente fuente de contaminación altamente tóxica.
En los gobiernos pasados de México, las grandes corporaciones llegaron incluso a capturar al Conahcyt para privilegiar su actividad industrial. Empresas como Kimberly Clark no sólo obtenían millones de pesos de esa institución para desarrollar sus pañales desechables o “tecnologías” –como los frenos de automóviles o sistemas de refrigeradores–, sino que imponían a las autoridades para evitar que los científicos comprometidos con el pueblo de México investigaran y aportaran evidencias incontrovertibles al respecto.
“El neoliberalismo tuvo como uno de sus modos de proceder muy importantes separar el problema de la salud del problema ambiental; es decir, la salud tiene que ver contigo, con como vives, con tu código genético, pero no tiene que ver con lo que respiras, con el agua que tomas. Los trabajadores son los más expuestos de todos, porque están dentro de las fábricas. El descuido de la salud laboral es brutal”, acusa el doctor Barreda Marín.
Ahora, por primera vez, se presentó un reporte que documenta con bases científicas que las enfermedades y muertes de una buena parte de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos en una de estas RESAS se debe a la actividad industrial. Se trata del Primer informe estratégico para la comprensión de la problemática socioambiental de la región de emergencia sanitaria y ambiental de la cuenca del Alto Atoyac que revela que la alta incidencia de enfermedades terminales y muerte en la cuenca del Alto Atoyac –RESA ubicada entre Tlaxcala y Puebla– se relaciona con la contaminación del corredor industrial que descarga sus residuos altamente tóxicos en el río, además de expulsar sus partículas contaminantes en el aire.
Las evidencias científicas y humanísticas que presenta dan cuenta de que la presencia de enfermedad renal crónica y leucemias agudas sobre todo en niñas, niños y adolescentes se debe a la exposición a agentes altamente tóxicos: metales pesados, compuestos orgánico-sintéticos, arsénico y varios plaguicidas.
Con los resultados de tres distintos biomonitoreos [técnica para medir los químicos en el cuerpo en sangre, orina y otros fluidos corporales o tejidos], el reporte científico identificó que un gran porcentaje de la población de varias regiones de la cuenta presenta tóxicos como plomo, arsénico, cromo, varios plaguicidas, cadmio, y bifenilos policlorados (BPCs).
El informe también reveló riesgos laborales entre la población alfarera, por presentar cerca de 90 por ciento de niveles por arriba de lo recomendado de plomo en sangre y efectos adversos en salud asociados a enfermedades cardiovasculares y renales, posiblemente relacionados con la exposición crónica a plomo y el resto de los contaminantes en la cuenca del Alto Atoyac.
Otros hallazgos corresponden al análisis geoestadíticos de bases de datos oficiales de mortalidad e indicadores de contaminación en el río Atoyac, mismos que encontraron que las tasas de mortalidad por enfermedad renal crónica y leucemias agudas son elevadas en la cuenca; sin embargo, las tasas más altas se reparten zonas distintas: enfermedad renal crónica al oriente de la cuenca, en Tlaxcala, y leucemias al sur, en Puebla.
De cuerdo con el doctor Barreda Marín, la de la cuenca del Alto Atoyac es una de las 30 RESAS de urgente atención. De hecho, el investigador del Conahcyt comparte con Contralínea la lista completa de los 30 infiernos industriales a los que se les debe dar atención prioritaria:
Zona norte industrial y megaurbana
Zona norpacífico (agroindustrial)
Bajío industrial, agroindustrial y megaurbano
Centro industrial, agroindustrial y megaurbano
Sureste industrial, extractivo y agroindustrial
El doctor Barreda Marín señala que el modelo neoliberal está detrás del desastre, y que hay un descuido brutal en la salud de los trabajadores. “El desamparo sanitario en que se encuentran los trabajadores por contraer enfermedades de orden ambiental, de orden tóxico, es enorme. El descuido de los médicos, la falta de preparación de los médicos que viven en las RESAS, en las regiones de emergencia sanitaria, para entender que los enfermos de cáncer, las leucemias infantiles, linfoides y mieloides de ninguna manera son genéticas, ocurren y se concentran en la zonas de altísima contaminación”.
Acerca del primer informe estratégico que evidencia el tamaño del problema, el investigador indica: “éste es el escándalo que se presentó en Puebla, Tlaxcala; es una demostración muy dura, muy consistente, de cómo es que está ocurriendo una clusterización de casos de leucemia en niños muy pequeños, muy muy pequeños, que no tiene otra causa más que la contaminación justamente en áreas de alta industria”.
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