A lo largo del Siglo XIX el rol de la mujer fue fundamental en diversas fases de la lucha por México. Además de las mujeres que combatieron dirigiendo tropa o elaborando documentos y escritos, son incontables las mujeres patriotas. Fueron muchas las mujeres valientes en la lucha por la independencia que espiaban a favor de los insurgentes. Destacaron: Luisa Martínez de Gertrudis Bocanegra, Altagracia Mercado, Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez, María Ignacia Rodríguez, pero en todo el país la mujer estaba atenta de los movimientos de los realistas y alertaban a los rebeldes. Gabriela Carrasco: se lanzó a la lucha por la independencia desde los inicios del movimiento armado, en compañía de los capitanes sublevados, Agustín Carrasco, quien era su hermano, y con su pareja Cayetano López. Sus acompañantes se indultaron en 1817, pero siguieron en la lucha y dos años más tarde fueron aprehendidos por diversos delitos, entre ellos el continuar adheridos a la causa independiente.
Desde luego hubo legiones de enfermeras, cuidadoras, asistentes, agricultoras que abastecían a los insurrectos. Y apoyaban en diversos aspectos como María Micaela Monroy: natural de Tenancingo, quien junto con su pareja Cristóbal Cruz Manjarrez, recibió y atendió al cura Miguel Hidalgo y comitiva cuando el Ejército Insurgente entró a la ciudad de Toluca, el 28 de octubre de 1810.
Por su parte, María Soto la Marina salvó a Francisco Xavier Mina cuando sitiados sufrían de gran sed, se fue al río con dos cantaros para llevar agua a los insurgentes. Intrépida cruzó el campo de batalla varias veces y siguió combatiendo posteriormente hasta que murió en la acción de Chichicualco. Otra mujer, Ana García, era esposa del coronel Félix Trespalacios. Lo acompañó en una travesía de 160 kilómetros y lo salvó de dos sentencias de muerte.
Hubo quien lo perdió todo como Ángeles María Herrera, huérfana de madre, quien tenía un rancho “del Venadito” que sirvió de alojo para Xavier Mina quien lo quemó cuando fueron descubiertos por el enemigo para que no se lo quedaran los realistas. Perseguida, después robada e insultada, murió en medio de los bosques, viviendo como ermitaña.
También hubo mujeres extranjeras como la señorita La Mar, de quien no sabemos su nombre, que acompañó a Mina a quien conoció en Galveston, y apoyó a los patriotas cuidando enfermos. Fue encarcelada por el gobierno español y trasladada a Veracruz. Logró escaparse, y en lugar de regresar a Cartagena de las Indias, de donde provenía, volvió a las andadas con mucha convicción y se unió a Miguel Fernández, mejor conocido como Guadalupe Victoria. Otra vez capturada en 1819, sólo hasta 1821 tras el triunfo de la Independencia pudo volver a su suelo natal, eso sí, llena de orgullo y satisfacción.
No puedo dejar de mencionar a uno de los peores feminicidas: Agustín de Iturbide, que cuando encabezaba al ejército realista en contra del movimiento de Independencia fusiló a muchísimas mujeres. Y a las que no mataba las maltrataba. Él, por ejemplo, secuestró a más de 100 mujeres del pueblo insurgente de Pénjamo el 29 de noviembre de 1814 y las mandó a casas de recogidas en Guanajuato e Irapuato. Las prisioneras recién cautivas recibieron poca comida, insultos y aun azotes durante la larga marcha a la casa de recogidas.
La lucha por la independencia sigue hasta la actualidad. Y las amenazas e invasiones contra México han sido constantes. En toda la historia de México y del planeta, las mujeres han sido activas, valientes, y factor decisivo en cada uno de los avances que se han logrado. Hoy que estamos en lucha contra la mentalidad patriarcal, nos tenemos que dar a la tarea de recoger su ejemplo y hacer ver su valía.
Dolores García Leal, por ejemplo, vivió en la época posterior a la Independencia. Cuando era bebé de pecho, comenzó la invasión estadunidense. Estando su madre débil y enferma llegaron los oficiales gringos a su casa para decirle que debía dar alojamiento al general Taylor a su estado mayor y a los jefes. Doña Francisca, su madre, se negó pretextando su estado de salud. Entonces el oficial alzando la voz le exigió que recibiera en su casa al general. Ella se puso furiosa y sin poderse contener le respondió. “Dígale a su general en jefe que venga y tome por la fuerza mi casa, de la misma manera que invade a México y nos arranca nuestras libertades, que yo, por mi voluntad, ni le alquilo el hospedaje, ni le sirvo”. Al enterarse el general Taylor, fue en persona a pedirle disculpas a doña Francisca.
En ese clima patriótico creció Dolores, que además tenía un carácter enérgico y decidido. Cuando ella era una adolescente de 16 años, se enfrentó a la invasión en México de Francia y su ejército, el más poderoso del mundo, pensando dominarnos fácil y rápido, contaban con todo el apoyo de los conservadores. Las y los mexicanos encabezados por Benito Juárez resistieron heroicamente y a pesar de que hubo un punto en el que llegaron a dominar las principales ciudades, la guerra de guerrillas que desarrollaban “los chinacos” no daban tregua a los extranjeros.
Hubo otras formas de luchar, vivir y morir por México. Angela Peralta, por ejemplo. Angela nació en Tlalpan, cuando era un hermoso y tradicional pueblo, el 6 de julio de 1945. Su padre, Manuel Peralta, se distinguió en la lucha contra el invasor estadnidense en Molino del Rey el 8 de septiembre de 1847, combatiendo a los yanquis con enorme valor. Su enorme fuerza de voluntad le abrió muchas puertas. En México, para la mujer del siglo XIX era muy difícil salir adelante. Los obstáculos eran inmensos. Pero una mujer con la voluntad de Angela Peralta Casteria, supo salir adelante, explotar su talento y llegar a ser una cantante soprano de fama nacional y mundial. En Europa la llamaban “El Censontle Mexicano” y en Italia era conocida como “Angelica di voce e di nome” (una Ángela por su voz y por su nombre). Todavía no llegaba a los 20 años y ya había conquistado los principales escenarios de la vieja Europa.
Comenzó a estudiar solfeo a los 5 años de edad. Luego de triunfar en el mundo cantó I Puritani de Vincenzo en Veracruz, invitada por el presidente Benito Juárez y en beneficio de la guerra contra los invasores. Regresó a triunfar en Europa donde era considerada la mejor cantante de todo el mundo. A pesar del éxito, prestigio, ganancias, halagos y ofertas que le ofrecía Europa, en el punto máximo de su carrera regresó a México en 1877 dándole la espalda a contratos millonarios.
Ella quería cantarle a su pueblo, por lo que emprendió una gira en el interior de México. Viajó por el norte de la República Mexicana. Se presentó en Querétaro, Celaya, Aguascalientes, Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí y Morelia, en el Teatro Progreso de Monterrey, en Saltillo, Durango y La Paz.
Corriendo todos los riesgos, en Mazatlán cantó Il trovatore y Aída, a pesar de que había una epidemia de fiebre amarilla. Le cobró la vida. Uno de los sobrevivientes de su compañía fue Juventino Rosas. Es de tomar muy en cuenta que Angela, en vez de quedarse en Europa a gozar de fama, riqueza y gloria, optó por entregarle a México su arte y su vida.
A su vez, Agustina Ramírez “La Heroína de Mocorito”, también se enfrentó a la invasión francesa. Vivía en Mazatlán que tenía un importante valor estratégico, político y comercial. El puerto era, el principal atracadero del Pacífico Mexicano, por lo que se volvía imprescindible y necesario que los patriotas tuvieran su control absoluto, ya que sólo así afianzarían su presencia en el Noroeste de México. En esa gesta murió su marido, Severiano. El dolor no quebró a Agustina, ella era una mujer fuerte, llena de energía y amor, transformo su pena en coraje contra los enemigos de México. Así quedo viuda y con 13 hijos, a quienes instó tras la invasión francesa a que lucharan por su Patria y los llevó a alistar a todos ellos al ejército republicano que enfrentó al Imperio y así sus vástagos con audacia se integraron a la lucha contra los ejércitos extranjeros que ocuparon casi todo el territorio nacional a partir de 1862.
En las batallas por Mazatlán participaban los hijos de Agustina, quien en todo momento les daba valor. El 2 de marzo de 1864 la Fragata La Cordeliére fue obligada a abandonar la Bahía de Mazatlán. Fue un gran triunfo, pero la invasión francesa continuaría con fuerza, se había ganado una batalla, pero no la guerra.
Durante los años 1865, 1866 y 1867 en diferentes combates murieron sus hijos: Librado, Francisco, José María, Manuel, Victoria, Antonio, Apolonia, Juan José, Juan Bautista, Jesús y su otro hijo Francisco. Cuando en una ocasión llegó a Agustina la noticia de la deserción de alguno de sus hijos, que militaba en las filas de la República, sin perder un minuto se lanzó a encontrarlo y cuando lo ubicó fue por él y le pidió que regresara a filas, acompañándolo con el general en jefe y delante de él le indicó: “Hijo, espero que no volverás a querer matar a tu madre”. Y luego se dirigió al general y le dijo: “Aquí lo tiene usted, no volverá a desertar, porque yo me moriría”. Su hijo volvió a la lucha con ímpetu y también como su padre y sus hermanos mayores murió valientemente combatiendo para desalojar a los invasores.
De modo que Agustina perdió en total a 12 de sus hijos. Estos murieron en Mazatlán, Guadalajara, Colima y Querétaro. En Jalisco murieron tres hijos de la señora Ramírez, quedando el más chico herido, el cual, al aliviarse de sus heridas, la misma madre le dijo: “Ándale mijo, los nuestros nos necesitan”. Partieron a Mazatlán, donde se integró a la lucha con valor y ahí él también dejó ahí su sangre y la vida.
También recordemos a la gran Ignacia Riechy, la Barragana, la heroína tapatía nació en Guadalajara entre los años 1816 a 1818. Se destacó por su lucha durante la Reforma y la Intervención Francesa. Venciendo los prejuicios de su época ayudó a la Revolución de Ayutla y la de Reforma con las armas en la mano. Posteriormente combatió durante la invasión francesa. Todas estas mujeres viven y vivirán siempre en la memoria del pueblo mexicano.
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