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Mónica Araya: la esperanza, el dolor y el combate

Publicado por
Prensa Latina

Santiago de Chile, Chile. Chile quedó fracturado por el golpe de Estado de 1973, pero no derrotado ni inerte. Supo transitar del dolor a la resistencia y luego al combate contra la dictadura por la justicia.

El pasado reciente de este pueblo está impreso en sus protagonistas. Empinados sobre su propio sufrimiento, trabajan medio siglo después para recuperar la memoria personal y colectiva, conocer la verdad y garantizar la no repetición.

Mónica Araya atravesó todas las etapas en esta historia desde los días luminosos de la Unidad Popular con Salvador Allende; el descenso a los abismos durante el régimen de Augusto Pinochet; la recuperación de la esperanza en 1990 y el duelo interminable por sus padres desaparecidos y la muerte de su hijo mayor.

De figura menuda, rostro poblado de arrugas que anuncian añejos sufrimientos, mirada profunda, evocadora, y con una voz suave, pero cortante como metal afilado cuando hace falta, accedió a compartir sus vivencias y las de su país con Prensa Latina.

El tiempo de las alamedas

En Chile, trabajamos y nos ilusionamos de tener un gobierno popular con Salvador Allende, con un programa que dignificaba al país y al pueblo en general, a la gente, los trabajadores, obreros y campesinos, explicó la hoy abogada especializada en derechos humanos.

Se trató de un proyecto que iba más allá. Impulsado por vías democráticas, daba pasos sólidos hacia el socialismo. Ésto resultó un golpe importante para Estados Unidos, preocupado por perder el control sobre la región y sus recursos naturales.

Un objetivo de la administración de Allende fue cortar la dependencia de Chile al capital transnacional. Para ello, nacionalizó el cobre y pasó al sector público las mayores compañías mineras, al igual que 68 grandes empresas locales, las cuales –hasta entonces– habían tenido carácter privado.

Además, culminó la reforma agraria iniciada por los expresidentes Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva; creó un sistema de salarios mínimos con igual pago para los mismos trabajos; impulsó un plan de viviendas populares de bajo costo y modernizó la educación, entre otros logros.

Descenso al infierno

Temeroso de que se repitiera la experiencia de Cuba, Estados Unidos –con Henry Kissinger como principal operador y en confabulación con la obediencia del ejército chileno– ocasionó el sangriento cuartelazo del 11 de septiembre de 1973, recordó Mónica.

“Yo hablo por Chile donde el golpe militar fue muy duro desde los primeros momentos”. Dirigentes de juntas de vecinos, organizaciones comunales, de trabajadores y partidos políticos fueron sacados de sus casas y llevados a campos de concentración y exterminio.

La activista precisó que no se perdonó ni siquiera a niños, niñas y adolescentes, tal y como aparece en el libro Rompiendo el silencio, el cual fue editado por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. En sus páginas, se documentan casi 200 casos entre 1973 y 1989.

Se reportan los casos de tres bebés de uno, tres y cinco meses muertos en acciones de agentes de la dictadura, así como de varios niños de entre dos y nueve años. También se registran los casos conocidos de mujeres que perdieron su embarazo como resultado de las torturas sufridas en los centros de detención.

“Además del inmenso dolor por los asesinados, los desaparecidos y los presos políticos, de las familias separadas por el exilio, en la dictadura perdimos todo lo que se había conseguido durante el gobierno de la Unidad Popular”, señaló Mónica.

FOTO: 123RF

La tragedia personal

Durante la noche del 2 de abril de 1976, fuerzas del régimen militar penetraron en la vivienda –localizada Quintero, Valparaíso– del exdiputado del Partido Comunista, Bernardo Araya. Lo secuestraron junto con su esposa, María Olga Flores, un familiar y tres niños.

Bernardo y María Olga son los padres de Mónica; dos de los menores, Wladimir, de 13 años, y Ninoska, de ocho, sus hijos; el otro infante, Juan, un sobrino. El grupo familiar fue subido a un vehículo. De acuerdo con el testimonio de Ninoska –la única a quien no le vendaron los ojos–, fueron trasladados a la ciudad de Santiago y los encerraron en una casa que funcionaba como prisión clandestina en la calle Venecia de la comuna Independencia.

En ese momento, se desarrollaba una feroz ofensiva de exterminio contra los miembros del Partido Comunista que incluyó la desaparición de tres directivas completas de esa agrupación política. Los niños fueron interrogados y a Wladimir le administraron drogas para tratar de obtener información. Al final, los tres fueron abandonados en una calle en pijama, tal como los habían secuestrado.

De sus padres, Mónica jamás volvió a tener noticias a pesar de la intensa búsqueda que se prolonga ya por 47 años. Cuando se decidió la salida al exilio de su familia por el riesgo de permanecer en Chile, se negó a viajar para continuar sus indagaciones. A finales de marzo de 1985, fue capturada por los carabineros junto a un grupo de personas. Algunas fueron asesinadas, sin embargo, ella se salvó porque varios compañeros lograron ubicar el lugar donde la tenían retenida y exigieron su liberación.

Dos años más tarde, la vida le deparaba otro golpe demoledor. “Yo no tenía conocimiento de que mi hijo Wladimir había decidido incorporarse al frente en preparación para combatir la dictadura. Yo estaba convencida de que seguía en el extranjero desde su viaje junto a su padre y hermana”.

Desde 1980, el Partido Comunista anunció la rebelión popular por medio de su secretario general, Luis Corvalán, y se sintieron orgullosos de contar con el Frente Patriótico. Mónica estaba en Mendoza, Argentina, visitando a su hija Ninoska, quien estudiaba allí en la universidad. Un día se le pidió que volviera con urgencia a Chile, donde supo que Wladimir fue asesinado durante la llamada Matanza de Corpus Christi.

“Él nunca pudo reponerse de la desaparición de sus abuelos con los que vivía desde los nueve meses. Cuando los detuvieron fue como romperle su corazón, romperle su vida”.

El valiente hijo de Mónica estaba en una vivienda que servía como centro de preparación en la calle Varas Mena en la comuna de San Joaquín, la cual asaltaron 500 agentes con la orden de no dejar a nadie vivo. Wladimir Herrera Araya murió cuando combatía para cubrir la retirada de la mayor parte posible de sus compañeros.

Entre el dolor, el combate

El golpe de Estado fue un acontecimiento traumático para la sociedad chilena, sin embargo, hubo muestras de resistencia desde el primer momento. Fueron sistematizándose hasta lograr el fin del régimen por medio de un plebiscito en 1988 y las elecciones en 1989.

“Se crearon la Vicaría de la Solidaridad que empezó a operar con abogados y otras organizaciones como las Mujeres Democráticas. Muchas de ellas originarias de los barrios pudientes de Santiago, así como grupos en diferentes comunas”, explicó Mónica. “Muchos sectores, incluidas las universidades, también realizaban marchas y preparaban otras formas de protesta y cuando se proclamó la rebelión popular, la lucha armada, creció la conciencia de que era posible poner fin al régimen”.

Un paso importante fue ampliar y coordinar el trabajo hecho por los partidos políticos y la incorporación de una parte de la Democracia Cristiana. “Entonces, cuando se ganó el plebiscito de octubre de 1988 que ponía fin al mandato de Pinochet no fue sólo por un papel y un lápiz, sino por todo el trabajo político y los sacrificios hechos desde 1973 como bien explicó el Partido Comunista”.

El 14 de diciembre de 1989, el 55.17 por ciento de los chilenos eligieron presidente al demócrata cristiano Patricio Aylwin al frente de la Concertación de Partidos por la Democracia. “No era el hombre indicado porque siempre estuvo muy cercano a Augusto Pinochet, pero había que votar por él para salir de la dictadura”.

El trabajo está lejos de terminarse. Pese a la transición, la lucha en los tribunales para castigar a los culpables de las graves violaciones a los derechos humanos es ardua y avanza a cuentagotas. Por ejemplo, la ratificación de la sentencia contra los militares que planificaron y dirigieron la Matanza de Corpus Christi llegó en 2007.

Una comisión nacional para la búsqueda de los desaparecidos apenas está por instalarse, cuando ya pasaron 33 años del final de la dictadura pinochetista. Con su dolor a cuestas, Mónica Araya continúa su larga e indetenible lucha para conocer cuál fue el destino de sus padres.

Edgar Amílcar Morales/Prensa Latina*

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