En materia educativa, uno de los grandes pendientes es la marginación de la mujeres y los pueblos indígenas. Ambos sectores son los que presentan mayores rezagos, señala Abigail Huerta Rosas, doctora en ciencias sociales y políticas por la Universidad Iberoamericana.
Entrevistada por Contralínea, indica que los avances se han dado sobre todo en el discurso: “hoy en día ningún funcionario se atrevería a decir públicamente que está bien que alguien perteneciente a un grupo vulnerable no asista a la escuela o no tenga los mismos derechos que otros grupos sociales. Eso nos indica que por lo menos dentro de lo considerado políticamente correcto o incorrecto se ha avanzado, se va cambiando mentalidades, creencias, valores, moral. No obstante, en términos reales, las cifras nos indican que el analfabetismo, por ejemplo, lo viven más las mujeres y los grupos indígenas”.
La académica destaca que para acceder a las instituciones educativas se deben tener condiciones sociales y materiales; muchos de los grupos considerados vulnerables no las tienen. Por ejemplo, el tiempo: las mujeres, incluso cuando son niñas, son las encargadas de los cuidados de los hermanos menores o de las labores de casa, más si en la familia se vive pobreza y los padres deben salir a trabajar, entonces son ellas las encargadas de hacer la comida, limpiar, ver por los demás.
En el caso de los distintos grupos indígenas, detalla, no todos los pueblos cuentan con escuelas cercanas, luz, caminos accesibles para ir a la escuela. Por su puesto todo ello impide que se pueda asistir a clases. “Es decir, la educación como derecho, formalmente hablando está ahí, en el papel, pero en la realidad son muchas las condiciones que impiden que pueda darse para todos y todas, y menos por igual”.
La doctora Abigail Huerta Rosas explica que el sólo hecho de que las mujeres accedan a las instituciones educativas y a más grados académicos fractura el machismo, rompe con su discurso de: “las mujeres a la casa, a obedecer al marido y a atender a los hijos”.
Si una mujer accede a educación formal, se libera, se empodera, tiene la posibilidad de ganar experiencias y tener un trabajo remunerado propio, añade la catedrática de la Universidad Iberoamericana. Además, expone, esto la lleva convivir con más gente, a tener otras experiencias, a escuchar otros discursos y formas de vida más allá de su casa, familia, barrio y cultura inmediata.
Por otro lado, las distintas instituciones tanto educativas como de otro tipo, se han visto obligadas a modificar sus valores y discursos. Por ejemplo, hasta la década de 1970 en México el discurso familiar y de las distintas instituciones educativas reproducía que no era necesario que las mujeres estudiaran si se iban a casar y a depender del marido, comenta.
La socióloga observa que fue en esa década cuando esa mentalidad comenzó a modificarse, tanto en la familia como en las instituciones. Diría que muy a la par del discurso de “pocos hijos para darles mucho”, pues entonces la familia ideal es vista como aquella conformada no sólo por pocos hijos e hijas, sino por una mujer preparada académicamente.
La doctora Huerta Rosas agrega que cuando las madres les empiezan a decir a sus hijas: “estudia, prepárate, por si tu marido te deja tengas con qué defenderte o si te pega lo puedas dejar”, es ahí donde las políticas institucionales ponen el ojo en el tema de las mujeres, su control natal y la violencia intrafamiliar. Y todo esto irremediablemente va muy ligado al tema del mayor acceso educativo.
Añade que esto se reforzó con los movimientos de jóvenes en la década de 1960, pues de éstos surgió el movimiento feminista en México y en el mundo. La investigadora considera que hoy el discurso contra el machismo ha permeado incluso dentro de las propias instituciones educativas. Esto, en tiempos muy recientes, sobre todo con las protestas de las feministas en los últimos 10 años.
Al respecto, recuerda que se hizo visible que muchas mujeres estudiantes eran acosadas y abusadas sobre todo por profesores y personal de las instituciones educativas. En este sentido ha habido una evolución dentro de las instituciones educativas contra el machismo, pues se han tenido que voltear a ver dentro de sí mismas.
La doctora ciencias sociales y políticas por la UIA, Abigail Huerta Rosas, destaca que las mujeres que acceden a la educación básica –donde aprenden a leer y escribir– y luego quizás aprenden una carrera técnica o una profesión a nivel licenciatura y posgrado, se sienten valiosas, dueñas de su vida, su cuerpo, sus decisiones, sus valores, su visión del mundo. Por supuesto, más allá de poder contar con un ingreso propio debido a tener un trabajo remunerado.
“A ese nivel incide la educación en la reducción de la violencia al interior de los hogares; pues, al momento que ves que tú, al igual que un hombre, puedes exponer en una clase, leer, entender, opinar, te permite hacerlo también en casa, con tu pareja, padre, hijos. Vaya, hay un cambio en la subjetividad femenina, tanto en hombres como en mujeres. Y bueno, las cifras nos indican que a mayores niveles educativos mayor es la exigencia de las mujeres a una vida libre de violencia”, sostiene.
Y es que la violencia intrafamiliar se ha basado siempre en la creencia machista de que las mujeres son inferiores, tema que se ha tocado muy poco y muy recientemente en las distintas instituciones educativas. Por ello, es común, por desgracia, conocer a una mujer jefa o gerente, que gana buen salario y sabe mucho de lo suyo, pero que la pareja la controla, la cela, agrede o aguanta a un alcohólico o drogadicto o infiel.
En ese sentido, la socióloga critica que las instituciones educativas por muchos años tuvieron una máxima: “enseñamos ciencia, técnicas, conocimientos formales, pero con la vida privada y los valores familiares no nos metemos”.
En la construcción de la paz y el desarrollo, la educación juega un papel muy importante, advierte la doctora Huerta Rosas. “Si la educación sólo se ve como el hecho de preparar técnicos que desarrollen un tema, que sean especialistas en una técnica o incluso ciencia, poco se logrará a nivel paz y desarrollo humano, entendido este último como parte integral del ser, que tome en cuenta su bienestar físico, afectivo, emocional y espiritual.
La investigadora señala que los temas prioritarios son dos: lograr que la educación realmente sea para todos y todas, y sobre todo para los distintos grupos indígenas. Y dos, una educación que no sólo se centre en rendimientos técnicos y en memorizar datos, también en reflexionar y en ver a los alumnos y alumnas como seres humanos llenos de necesidades, de emociones y de valores.
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