“No, no me van a callar, soy la madre de Fátima [Varinia Quintana Gutiérrez] y de Daniel. Váyanse los que no me quieran escuchar, váyanse, porque es una falta de respeto que me quieran callar”, gritó con rabia Lorena Gutiérrez Rangel a un costado del Palacio de Bellas Artes y frente a la Antimonumenta. En un santiamén, la mujer fue acorazada, cubierta y consolada por cuatro jóvenes encapuchadas del contingente Bloque Negro.
A lo lejos se extiende, crece y resuena el clamor del género femenino: “Las madres luchando, al país están cambiando”, “No fue suicidio, fue feminicidio”, “Justicia, justicia, justicia”, “Mujer, escucha, ésta es tu lucha”, “Señor, señora, no sea indiferente, se matan a mujeres en la cara de la gente”. Es la tarde del 8 de marzo y miles de mujeres han salido a las calles del primer cuadro de la Ciudad de México para protestar por sus derechos. Entre una multitud violeta, rosácea, verdina, la exigencia es la misma: terminar con la violencia machista que día con día asesina, vulnera, acosa, discrimina e invisibiliza a las ancianas, adultas, adolescentes y niñas mexicanas.
“Soy una mujer de 50 años […] y soy parte de este movimiento que es una lucha histórica que aún no termina”, señala la señora Guadalupe a Contralínea. “Seguimos en lucha, porque aún no se alcanzan los objetivos de lo que queremos, de ser libres, de ser escuchadas”. Enfatiza que no se busca la venganza, pero sí la justicia. “Nuestras hijas nos han enseñado a gritar lo que nosotras callamos”.
En paralelo, expresa Laura Castellanos: “para mí es muy importante encontrarme con otras mujeres de distintas edades y orígenes que están compartiendo la crisis humanitaria que estamos viviendo en este país con las violencias machistas”. Señala que para ella, el motivo de la marcha es gritar y exigir que las mujeres vivan sin miedo y seguras, en un país en donde hay una indolencia institucional hacia las exigencias de las mujeres. “Llegar al Zócalo y exigir al gobierno del presidente López Obrador que haya políticas públicas que prevengan, que atiendan a las víctimas; y al mismo tiempo también al aparato de Estado y al sistema judicial que cese la impunidad en tantos casos a nivel nacional, de violencias contra las mujeres”.
Este 8 de marzo de 2023, 90 mil mujeres caminaron para exigir justicia e igualdad. Mujeres morenas con cabellos negros y también pigmentados; mujeres trigueñas con cabellos castaños y ondulados, sueltos y amarrados; mujeres blancas con cabello corto, largo y delgado. Mujeres con cabello grisáceo y blanco. Luego del mediodía, diversos contingentes, familias y organizaciones civiles partieron del Monumento a la Revolución, de la Glorieta de las Mujeres que Luchan y de la Torre del Caballito para llegar al Zócalo capitalino. Convergieron horas más tarde en Paseo de la Reforma y avenida Juárez.
Entre algarabía, cantos y bullas, las mujeres hacen suyas las calles capitalinas. “Pedimos justicia”, “Si tocan a una, respondemos todas”, “Nos queremos vivas”. A los costados, decenas de mujeres policías siguen la marcha. Las más jóvenes gritan fuerte: “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”, “Esa mujer no me representa”. La tierra cruje, truena, resuena; y el aire con pólvora se pinta verduzco y violáceo. Las banderas ondean y las pancartas revelan verdades…
“Quien ama, no mata, ni humilla, ni maltrata”, “Mi violador sigue libre”, “Estado corrupto, por tu culpa estoy de luto”, “Queremos vivir, no sobrevivir”, “La verdadera revolución es salir a luchar”, “No es no, cabrón”.
La avenida 5 de Mayo ya ha sido tomada. Tiendas departamentales, de conveniencia; bancos, y establecimientos gastronómicos ya fueron vandalizados. Algunas anarcofeministas vestidas de negro y con el rostro cubierto aún golpean las paredes, las estructuras metálicas son abolladas; con martillos, mazos y tubos se rompen vidrios. “Esa mujer, sí me representa”, se escucha.
Son las cinco de la tarde, y continúa la protesta. Enardecidas caminan, no alentan el paso. ¿Su motor?, los años de sometimiento, el encubrimiento feminicida, el sistema opresor patriarcal y la perpetuidad de la desigualdad. Las mujeres caminantes celebran el baile de los palos, mazos, cadenas y aerosoles danzantes. “Esa mujer, sí me representa”, “Fuimos todas, fuimos todas”.
“Fuimos todas, fuimos todas”, gritan en una sola voz, alzan el puño, entonan: “Somos malas, podemos ser peores”. Llegan al Zócalo de la Ciudad de México… Destrucción y regeneración. Las grandes vallas de metal resguardan el Palacio Nacional, el Antiguo Palacio del Ayuntamiento y la Catedral. Patadas, puñetazos, martillazos, golpes con barras de acero. De nuevo. Golpes con barras de acero, martillazos, puñetazos, patadas, mazazos; humo verde, morado, aparece uno nuevo: marrón.
De nuevo. Humo marrón, verde, morado; patadas, martillazos, golpes con barras de acero. De nuevo. “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”. Y se extienden las columnas de humo café detrás de los muros; mientras las mujeres intentan subir. Se apoyan, escalando en otras. No lo logran. “Esa mujer, sí me representa”. De nuevo.
A los alrededores, el resto de mujeres están desagregadas. Divididas en pequeños grupos, unas descansan, otras comen; otras bailan, gritan, cantan, lloran. El cielo sigue violáceo. Cae la noche, el cielo ahora es malva, y con él, los edificios amurallados.
El venir a marchar y conmemorar el Día Internacional de la Mujer, expresa Itzia con su hija en brazos, les enseña a sus niñas “que deben siempre defender sus derechos, que no están solas y que las mujeres todo lo podemos”.
Son las siete y media de la noche, ahora hay fuego, cenizas y flores en la plancha del Zócalo capitalino. Cenizas y flores… A casa.
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