Se desconoce el momento preciso en el que los primeros seres humanos llegaron al área geográfica que hoy es conocida como el sur de Sonora y el norte de Sinaloa. Al presente, en esta región hay dos grandes valles sumamente fértiles: el del Mayo y el del río Fuerte. La región también goza de una gran diversidad biológica. Como dato de ello, el valle del río Fuerte destaca por ser el hábitat de la mayor variedad de especies de colibrí en el mundo entero. Esta riqueza biodiversa desde miles de años antes de Cristo (AC) convirtió al lugar en un sitio propicio para la vida humana. Hay indicios de presencia de bandas nómadas de la cultura Clovis que hace 14 mil años se dedicaban principalmente a la caza de mega fauna local como mamuts, caballos y –por sorprendente que pudiera leerse– camellos.
Trabajos como el de Elia Villalobos –doctora en Historia y arqueología marítima– nos hablan de hallazgos de restos de paquidermos del pleistoceno tardío en los municipios sinaloenses de Ahome, El Fuerte y Guamuchil. De igual manera, exploraciones dirigidas por el arqueólogo Arturo Guevara encontraron puntas lanceoladas acanaladas parecidas a los tipos Clovis y Folsom en Sinaloa de Leyva, lo cual nos habla de estos lugares tienen, también, un tesoro de bienes culturales valiosísimos para la comprensión de la historia de la humanidad, pues los Clovis son una de las culturas más antiguas de Abya Yala (Continente Americano).
Por su parte, John Carpenter menciona que hay indicios de grupos yuto-aztecas tanto en la región del río Petatlán (hoy Sinaloa) como en la del Valle del río Fuerte desde, al menos, la época del holoceno medio (5500-2500 AC). Entre el 3600 y el 2000 AC, fue la temporalidad en que se cree estas poblaciones reciben el maíz, aprendiendo su cultivo, estando fuertemente implicadas en el desarrollo de la raza Chapalote. Asimismo, se han encontrado indicios de que para 1200 y 1100 AC desarrollaron complejos canales de riego. Esta influencia agrícola en particular venía desde la zona del río Balsas en el estado de Guerrero, encontrándose también en la región ubicada entre Colima y Jalisco, y en la planicie de Nayarit hasta llegar al norte de Sinaloa y sur de Sonora. Esta área geográfica se caracteriza por tener una gran cantidad de ríos y afluentes de agua. De sur a norte están el río Mocorito, río Sinaloa (antes Petatlán), el río Fuerte (antiguamente Cinaro, Carapoa, Sinaloa o Zuaque), río Álamos (Cuchujaqui), río Mayo y río Yaqui.
Para el siglo XVI, ésta era una región con una densidad de población considerable tomando en cuenta la época y el contexto. Se habla que los yoremes-yaquis tenían unas 70 u 80 rancherías semiautónomas con una población, se calcula, de alrededor de 80 mil almas que en tiempos bélicos se organizaban para formar un gran ejército de guerreros que logró aplastar con facilidad a distintas milicias comandadas por Diego Martínez de Hurdaide en tres batallas entre 1606 y 1609 (https://bit.ly/3vw8G4V). Se cree que la densidad poblacional en el lado del norte de Sinaloa era similar. Por su parte, la presencia humana en los territorios correspondientes a tahues (centro del actual estado de Sinaloa), a finales del siglo XVI e inicios del XVII, se estima de entre 60 mil y 70 mil almas, según datos del geógrafo e historiador Carl Sauer.
Hoy en día, los descendientes de los cahitas prehispánicos se asumen cultural y étnicamente como yoreme-mayo, yoreme-yaqui y yoreme-guarijío o varojío. En la época prehispánica sus distintos pueblos fueron autónomos política pero no culturalmente como tal. A nivel lingüístico comparten la rama yuto-azteca como punto de origen. Desde mucho antes del momento del contacto con españoles, los núcleos poblacionales de los yoreme-mayo estaban conformados predominantemente por grupos de agricultores-pescadores, con minorías de cazadores-recolectores, distribuidos a orillas de los principales ríos y afluentes de agua, formaciones que, como se ha mencionado, eran aprovechadas para la construcción de canales de riego. Esa fue una de las razones por las cuales estos grupos cahitas han sido considerados como los mesoamericanos más norteños, utilizando la categoría “Mesoamérica” propuesta por Paul Kirchhoff en 1942. A su vez, la región que habitaban los yoremes se encontraba dentro de otra de nombre Aztatlán que contemplaba el Occidente de México, en lo que hoy son los estados de Nayarit, Colima, Sinaloa y Jalisco durante el periodo Epiclásico (850-1200 después de Cristo).
Precisamente, el aludido Sauer, en su libro The Road to Cibola (El camino a Cíbola), sobre esta cuestión, refiere: “…durante la época colonial los términos Sinaloa y Nayarit tenían otras connotaciones. Es por ello que nos hemos remontado hasta el más antiguo término que se ha empleado para designar a la región, a saber, Aztatlán” (cursivas nuestras). Aztatlán fue un vínculo cultural-ideológico-social entre el septentrión mesoamericano, los pueblos Cahitas y las culturas noroccidentales. Algunos lugares de importancia arqueológica en la zona son el Cerro de la Máscara, muy cercano a la comunidad de La Galera, así como otro espacio aledaño al poblado de Ocolome, ambos en el Fuerte, Sinaloa. Un estudio llevado a cabo por los arqueólogos Julio Vicente, Guadalupe Sánchez y Lizete Mercado sostiene que estos trazos pertenecen a los Yoreme y sus ancestros arqueobiológicos, y que se realizaron en un periodo prolongado que va entre 500 años antes de Cristo hasta el momento de la llegada de los españoles a la región.
Estos investigadores hablan sobre el interesante debate que existe en torno a la cuestión de quiénes fueron los autores de los restos arqueológicos en comento: “El mito de que grupos humanos foráneos plasmaron los petrograbados en el Cerro de la Máscara se ha enraizado en la historiografía sinaloense y todavía varios historiadores sinaloenses creen en este mito… originalmente fue propuesto y sembrado por Eustaquio Buelna en 1876… también propuso que los Nahuatls (nahuas) fueron originarios de la Atlántida e identificó a Atlanta, Georgia, Estados Unidos, como un lugar original de los Mexicas, desde donde comenzaron su peregrinación… en su afán de colocar a Sinaloa en la historia oficial mexicana, robó a los Yoremes su larga trayectoria histórica en la región atribuyendo los petrograbados y pinturas rupestres a grupos ajenos, siendo que los grabados fueron elaborados por los grupos ancestrales cahita (en la actualidad Yoremes)” (https://bit.ly/3fD0xGf).
Es difícil elucidar el significado exacto de estos símbolos, con mayor razón si hay poca investigación al respecto, como en el caso de estos restos arqueológicos del norte de Sinaloa; aunque en general la entidad es rica en elementos históricos y culturales de este tipo, la indagación sobre ellos ha sido muy reducida, al igual que los esfuerzos por conservarlos, a pesar de que estos tesoros culturales son bienes que pertenecen no sólo a los connacionales, sino a la totalidad de la humanidad. Recientemente fueron hallados petrograbados no registrados en algunas piedras que emergieron debido al drástico descenso en el nivel del agua de la presa Guillermo Blake Aguilar, también conocida como El Sabinal, en un espacio colindante con la zona rarámuri (tarahumara) del municipio de Sinaloa de Leyva (aunque territorialmente sigue siendo un lugar yoreme-mayo). No obstante, el carácter genuino de ellos sólo puede confirmarse con los estudios pertinentes. Empero, un detalle curioso es la aparición recurrente de espirales en vestigios de este tipo, que asemejan a la vida en el tiempo, es decir la cosmovisión cahita, de cómo se entiende la vida y su medición espacio temporal, que es cíclico o circular, en forma de espiral, característica de los pueblos del Abya Yala, y que está muy presente también con los wirrárikas, nahuas, etcétera, y no lineal como la hace la cultura mestiza o de matriz dominante europea. Es otra forma de entender el cosmos.
Imaginemos por un momento el entorno en que los petrograbados fueron hechos. La mística que transmite la naturaleza del contexto en la ausencia total de iluminación urbana. Ahí es posible observar a simple vista unas pinceladas del “Centro Galáctico” de la Vía Láctea; esa concentración de estrellas que forma una diagonal brillante en el cielo nocturno. Se perciben los astros con una nitidez insospechada para quienes no han tenido la oportunidad de vivir eso. Hace cientos, hasta miles de años, los yoremes que hicieron los petrograbados observaban prácticamente el mismo cielo, pues para los parámetros cronológicos del universo la temporalidad que va desde que estos trazos fueron hechos hasta el día de hoy es apenas un parpadeo.
José Saramago, en su bella novela titulada El Evangelio Según Jesucristo señala que un desierto va emergiendo conforme la presencia humana va desapareciendo; evidentemente Saramago no se refiere al desierto en tanto ecosistema, sino a una experiencia. Si al ocultarse el sol uno se adentra a los cerros del territorio yoreme en soledad o con poca compañía humana, se encontrará con el espíritu del monte y la naturaleza, al cual los yoremes llaman Juyya Annia. Esa aproximación provoca que las ideas del alma dancen con una libertad incontrolable; una voluntad de lo inconsciente que se manifiesta en momentáneos delirios y alucinaciones tanto lingüísticos, como acústicos y visuales. Es una inspiración sublime, no un estado psicótico. Algo semejante al trance de la danza al ritmo del tambor yoreme (https://bit.ly/3z8Oqsn). A nivel psicológico, circulan los eslabones de una cadena significante (en el sentido del psicoanálisis lacaniano) que tienen su punto de origen en los momentos míticos en que inició la capacidad simbólica de la humanidad, es decir, en que comenzó el lenguaje. Por ello algunos pueblos asociaron desde la antigüedad el desierto con cierta forma de locura. Respetaban y temían el enloquecimiento, sabiendo también reconocer lucidez en algunos de sus avatares.
Los petrograbados, de alguna forma, son producto de esa inspiración y esa lucidez que transmite la experiencia del contacto con Juyya Annia. Es sumamente importante su preservación y estudio.
Norberto Soto Sánchez* y Guadalupe Espinoza Sauceda**
*Psicólogo y maestro en Ciencias de la Educación
**Abogado, maesro y doctor en Desarrollo Rural
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