La amplia sala se encuentra vacía. La luz entra por algunas ventanas que dan a la calle y el patio del edificio, e ilumina la duela rechinante a cada paso de las y los presentes. Sus miradas sólo apuntan a una dirección: el techo y las paredes superiores de la habitación, donde las figuras desnudas de seis mujeres se han detenido en el tiempo.
Si los muros hablaran, darían testimonio de los 95 años que llevan inmortalizados esos cuerpos femeninos con los sutiles trazos del ya fallecido pintor Diego Rivera, uno de los principales exponentes del muralismo mexicano.
Realizado en 1929, este mural casi desconocido se ubica en el que fuera el Departamento de Salubridad e Higiene (Lieja 7, Cuauhtémoc, Ciudad de México), primer inmueble para la administración pública construido tras la Revolución Mexicana –de 1925 a 1929–, por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia.
Las mujeres en las altas paredes pocas veces vieron tanta ciudadanía reunida para apreciarlas. Y a partir del próximo 29 de septiembre, cuando el recinto será abierto al público bajo el nombre de Kalan, esperarán oleadas de personas que podrán apreciar “una de las obras más importantes o mejor logradas, estéticamente hablando, de Diego Rivera”, y una de las más cuidadas y limpias “compositivamente hablando”, en palabras de Laura González, doctora en historia y teoría crítica del arte por la Universidad Iberoamericana.
Kalan, vocablo maya que significa “cuidar”, acompañará el nombre del Centro Nacional de Culturas de Salud y Bienestar, que busca ser “un centro vivo, abierto al pueblo de México […] para promover la salud, prevenir enfermedades, el uso de drogas; promover una alimentación saludable [y] actividades físicas”, proyecta María Elena Álvarez-Buylla, directora del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), quien guió el recorrido por algunos de los 66 espacios del lugar de más de 19 mil metros cuadrados.
“Es increíble como Kalan está resignificándose para hablar de salud y bienestar” -continúa la doctora González en entrevista para Contralínea-, justamente elementos que están presentes en el mural de Diego Rivera, su primero con temática de salud, pero que se mantuvo oculto en la bóveda que significó un espacio únicamente para servidores públicos a lo largo de las décadas, hogar, de igual manera, de la Secretaría de Salud federal en los anteriores sexenios.
Una mujer sentada casi a 90 grados en el suelo rocoso extiende sus brazos en direcciones opuestas, pero con los codos casi pegados al descubierto torso que resalta sus senos y marcadas costillas. El color beige de su cuerpo casi empareja con el de sus ojos, blanqueados, que ocultan el iris. Es uno de los seis desnudos que conjunta el mural y que evocan, explica la también investigadora Laura González, una cuestión de belleza, pureza y fertilidad con base en la tradición grecolatina, estudiada ampliamente por Diego Rivera a través del bagaje que extrae de Europa, principalmente de frescos bizantinos en Ravena, Italia.
De manera iconológica e iconográfica, el artista plasma “los preceptos que en ese momento la Secretaría estaba buscando: salud como fin del bienestar”, afirma la doctora, quien describe la obra como una “alegoría de la salud”; concepto que se comprende tan solo con un recorrido visual alrededor de la que será “sala de murales”. Arriba de la entrada, otra de las mujeres, ésta recostada, convive con una serpiente verde que le muestra su bífida lengua. Es sujetada con ambas manos, una en cada extremo.
La serpiente “tiene que ver con el caduceo médico” y el báculo de Esculapio (o Asclepio), dios romano y griego de la medicina, a quien se le atribuye este símbolo por una historia mitológica. En el mural, este reptil “tiene esta condición de transmutar la piel […], tiene este proceso regenerativo” y, junto con su veneno, que actualmente es utilizado para hacer vacunas, tiene una connotación médica, de salud, analiza Laura González.
Nariz prominente y labios gruesos están presentes en un sol que forma parte de la obra. Sus ojos también son marcados. Está a los pies de una de las mujeres, que pareciera flotar por el fondo azulado que asemeja al cielo. Es otro elemento de regeneración, como la estrella de cinco picos de otra pared, con tonos rojizos similares a los del sol, añade la investigadora; su contraparte, la luna, que casi es alcanzada con la mano derecha de la misma, está asociada con la cuestión femenina de la vida, que está en transición, como lo expresa la aparición de la estrella y el satélite.
Un conjunto de símbolos, cierto, como es común en el muralismo mexicano, “arte hijo de la Revolución” en palabras del museógrafo Karlo Joseph Ruelas Reyes, y comprometido con movimientos sociales a través de su lenguaje visual en favor del México de la época sumido en analfabetismo; pero que no puede negar su complejidad iconográfica “que solo permiten a unos cuantos comprender qué es lo que ocultan a través de sus trazos, formas y colores”, añade en forma de crítica en un artículo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Naranja y amarillo se ven pasar de un lado a otro. Las y los trabajadores –parte de los 1 mil 328 que laboraron en este periodo– portan sus chalecos mientras apuran sus actividades para dejar a punto el edificio que, a pesar de casi tener una centena de años, se nota intacto gracias a la restauración recibida a lo largo de casi 12 meses.
Sus pisos y paredes, grisáceos y lisos por su cantera Xaltocan, solo contrastan con los puentes con apariencia maderada o cobriza, que ambos brindan frescura al inmueble, apoyados de la arboleda y las más de 40 mil plantas endémicas sembradas en el lugar, declarado monumento artístico desde 1991 por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).
Hay tranquilidad, la misma que se respira, junto con el barniz, en la sala donde impone el mural de Rivera. Sus fondos azules y la paleta cromática en ocre acompañan las palabras salud, vida, ciencia, fortaleza, pureza y continencia que, junto con la iconografía referida a la fertilidad y germinación, advierten por el artista ver la salud desde la prevención, interpreta la doctora. Justo como se busca en Kalan, en palabras de la doctora Mariana del Carmen Cárdenas, integrante del Programa Nacional Estratégico de Salud del Conahcyt: la salud debe ser vista como un “estado de tranquilidad”, sugiere.
“En el muralismo está la historia del país, su pasión y desgracias, pero también está el camino al futuro”, ha descrito Rina Lazo Wasem, difunta muralista guatemalteca aprendiz de Diego Rivera y compañera por 10 años. De tal manera que los trazos del mexicano, en su casi centésimo aniversario, no pudieron precisar mejor lo que ahora, futuro en esos años, pretende reflejar el lugar.
Y aunque no sea igual de conocido o aplaudido como La Creación, su primer mural en 1922; Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947), quizás su más icónico; o El pueblo en Demanda de Salud (1954) realizado en el Hospital de La Raza del IMSS y ampliamente estudiado por sus elementos que mezclan la medicina colonial con la, en su momento, moderna; el mural en Kalan, vecino de la Puerta de los Leones de Chapultepec, contiene “un repertorio iconológico muy grande”, que refleja el amplio conocimiento del artista “en temas filosóficos e iconográficos, así como su habilidad de incorporarlos a los contenidos médicos”, resalta Laura González.
Reflejo de un edificio completo, así puede considerarse cada elemento de la obra de uno de los más grandes artistas mexicanos, con la salud como eje rector del bienestar en la sociedad. Ahora podrá ser observado y, se espera, estudiado pincelada a pincelada como se merece.
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