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Sin perspectiva de género, el análisis de la violencia armada

Publicado por
José Réyez

El análisis del fenómeno de violencia urbana y de la violencia con armas de fuego tiene un déficit histórico: la perspectiva de género. Aun cuando desde hace décadas nueve de cada 10 víctimas de violencia armada son hombres, el estudio de las causas de la violencia armada carece de una perspectiva de género que documente si ser hombre es un factor de riesgo para ser víctima de la violencia armada y para ejercerla, advierte la maestra Magda Coss

El sistema económico predominante, centrado en la expansión del mercado y el consumo, produce múltiples expresiones de violencia estructural en grupos de población precarias en las que violencia de género suele normalizarse y pasar desapercibida. Ello, pese a que “en la violencia de género son víctimas predominantemente mujeres y niñas, también hombres adolescentes, niños y personas que sufren discriminación, minorías por su estatus de nacionalidad, o población migrante”, afirma Magda Coss maestra en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Magda Coss maestra en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México

Al analizar el vínculo entre uso de armas y violencia de género, señala que las armas se vuelven “un factor masculinizante que exacerba o que aumenta la potencia que buscan los hombres para cumplir con el ideal de masculinidad hegemónica. No solamente hay hombres que ejercen esta masculinidad violenta, sino cada vez hay más mujeres envueltas en crimen organizado, en pandillas tienen la misma dinámica de ejercer ese tipo de masculinidad violenta sobre otros para ser más poderosos y tener a otras poblaciones subordinadas a ellos”.

La académica enfatiza que, aun cuando desde hace décadas nueve de cada 10 víctimas de violencia armada son hombres y que, a nivel global, los hombres poseen un 90 por ciento de las licencias legales de armas, el estudio de las causas de la violencia armada carece de perspectiva de género. Un estudio integral podría determinar si ser hombre es un factor de riesgo para ser víctima de la violencia armada y para ejercerla, apunta.

Otro elemento a considerar en estos análisis es el hecho de que hay mayor presencia de hombres en las milicias, policías, cuerpos de seguridad privada y grupos criminales que utilizan armas en la violencia organizada. Esto “nos hace pensar que se requiere comprender las razones de género que los lleva a pertenecer a estas estructuras”.

Aunado a lo anterior, se asume que la pobreza es una causa subyacente de la delincuencia, cuando en realidad la desigualdad y la exclusión social son los detonadores más graves de violencia, subraya en entrevista.

“No sólo es un enfoque hacia las mujeres porque de los afectados por la violencia armada legal e ilegal, nueve de cada 10 víctimas en el mundo son hombres jóvenes, vinculada también con una perspectiva de género, porque los hombres se involucran en violencia armada”, indica.

Observa cómo instituciones militares y fuerzas policiales tienen una organización jerárquica y masculinizada, que busca resolver conflictos comunitarios a través del uso de la fuerza y de las armas. Los hombres también son en su mayoría los perpetradores de delitos con armas de fuego, pues para ellos es mucho más fácil llegar a actos de letalidad o a situaciones de conflicto armado comunitario y de violencia doméstica.

En ese contexto, considera que la falta de organización institucional, el acceso a la justicia y la ausencia de un estado de derecho contribuyen a la violencia armada letal en zonas urbanas, donde se incrementa también cuando grupos de crimen organizado permean las estructuras legales y políticas.

FOTO: 123RF

Zonas urbanas marginadas, con más violencia

La socióloga Magda Coss indica que violencia urbana o de crecimiento desmedido de zonas urbanas desorganizadas, en ciudades con periferias marginales, sin acceso a los servicios públicos, son más vulnerables para recibir servicios de seguridad o patrullaje. Viven en situación de desigualdad y marginación, abandonadas por las autoridades por lo cual es más fácil que se cometan ilícitos y que la gente viva en una especie de anonimato en el que no detectan violencias y empiezan a volverse una normalidad en el que aumenta la proliferación de mercados negros de armas, hacen que muchos ciudadanos hombres se armen.

Cuando proliferan las armas –aunque sean legales, a través de la militarización, o de enfrentamiento de cárteles–, cuando hay una comunidad altamente armada, esta violencia que es más organizada también fluye hacia las violencias menos organizadas, que son a las que afectan más cotidianamente como violencia familiar, comunitaria, violencia de pareja y en el hogar.

Estas armas de fuego que se utilizan en estos contextos de enfrentamiento o de conflicto armado, ya sea guerra civil o guerras entre Estados o entre crimen organizado, también se transita hacia violencias que afectan directamente a las personas en sus entornos más cercanos.

La maestra Coss observa que el impacto de la violencia permanece muchos años después que el conflicto se haya solucionado y esto lo vemos en muchos casos de guerra civil, por ejemplo, en Centroamérica donde la violencia armada continúa mucho tiempo después. Añade que la proliferación de armas afecta en muchos niveles, por lo que se requiere que haya menos impunidad, más transparencia tanto en las transferencias legales de armas como en decomisos y destrucción de armas, y acuerdos entre países para mejorar los controles de tráfico ilícito.

Regiones donde está aumentando el crecimiento urbano de manera desorganizada fomentando marginación, desigualdad, diferentes tipos de violencia y que ganan terreno mercados ilegales, como el de las armas de fuego, refiere la maestra Magda Coss. Añade que la desigualdad social y la exclusión son algunos de los principales detonadores de violencias.

El 82 por ciento de las muertes violentas suceden en lugares sin conflicto bélico o armado reconocido y principalmente en zonas urbanas en África, América Latina y el Caribe. Ahí, las tasas de homicidios son 300 por ciento por encima del promedio mundial, indica en su informe Control de las armas de fuego en las ciudades: respuestas con perspectiva de género.

Para Magda Coss, integrante de Pathfinders for Peaceful, Just and Inclusive Societies –con sede en el Centro para la Cooperación Internacional de New York University–, hay vínculos entre violencia armada urbana y su impacto en el género, y las formas de promover políticas de control de armas pequeñas sensibles al género en entornos urbanos.

Señala que aun cuando la urbanización es más acelerada y desordenada en países con instituciones débiles, con menos infraestructura o mayores conflictos, es aún más difícil para gobiernos atender enormes desafíos que representa dotar de empleo, transporte, salud, y seguridad a las poblaciones. La percepción que tienen las personas sobre los espacios públicos y la infraestructura promueve comportamientos que presentan niveles de abandono se incrementa la presencia de criminalidad; y tienen menores intervenciones públicas para su recuperación.

Además, se incrementan delitos, transacciones ilegales y con mayor facilidad armas de fuego se desvían al mercado ilegal. La falta de planificación, de institucionalidad, presencia de corrupción y mala gestión en las zonas urbanas permite la creación de entornos criminales.

De acuerdo con ONU-Hábitat casi el 13 por ciento de la población mundial vive en barrios marginales y en 18 de los 20 países con mayor violencia del mundo, México incluido, este tipo de violencia urbana es su principal problema.

La relación entre la juventud, masculinidad y violencia armada es también un vínculo que se presenta de manera constante en hombres jóvenes también tienen mayor propensión a ser víctimas de accidentes con armas de fuego o a cometer suicidio con pistolas.

En resumen, menores niveles de bienestar, que incluyen el acceso a servicios médicos, educativos, sistemas de justicia, factores que causan marginación y desigualdad social, en conjunto con la proliferación y el fácil acceso a las armas de fuego, ya sea de manera legal o ilegal, tienen como resultado mayor violencia urbana, asegura Magda Coss.

El anonimato de áreas urbanas permite que comportamientos violentos pasen desapercibidos, que no se detecten alertas tempranas y que se cometan delitos sin ser denunciados.

El crecimiento rápido y desorganizado también propicia la falta de cohesión, descomposición de estructuras, malas relaciones comunitarias y redes sociales de contención débiles o inexistentes. Este clima favorece la operación de grupos delincuenciales y la proliferación de armas de fuego, apunta la catedrática.

Grupos que ejercen la violencia armada en contextos urbanos se proveen de armas pequeñas a través de transacciones comerciales o de servicios al crimen organizado, ya sea como pago por contrabando, piratería, narcomenudeo, vigilancia, lavado de dinero y otras actividades delictivas.

La cultura de las pandillas, que creció en los Estados Unidos, se exportó a Centroamérica, México y algunos países del Cono Sur, aunado a los flujos de armas, ha aumentado la letalidad, homicidios y el uso de armas pequeñas en comunidades urbanas para solucionar problemas interpersonales y en otros crímenes.

En territorios y comunidades con presencia de pandillas y grupos organizados para la defensa (ya sea por etnicidad o identidad), la violencia armada tiene tanto expresiones complejas como enfrentamientos por el espacio público, como menos complejas tales como la violencia de pareja o dentro del hogar.

Cuando está presente una violencia armada más compleja (como la violencia entre cárteles, grupos terroristas, agentes no estatales, pandillas), aumenta la probabilidad de que problemas comunitarios o interpersonales también se resuelvan con armas de fuego.

FOTO: 123RF

Marginación urbana y violencia de género

La marginación urbana genera presiones sobre las personas como la pobreza y la exclusión, así como la falta de acceso a servicios básicos y otras afectaciones causadas como deforestación, hacinamiento, factores de riesgo para la violencia de género y particularmente para la violencia contra las mujeres.

Por ejemplo, mujeres y niñas en dichas condiciones se ven obligadas a recolectar leña para cocinar, recoger agua o trasladarse en callejones sin iluminación, pavimento ni transporte, lo cual las pone en más riesgo de ser víctimas de delitos. Las armas de fuego amplifican este riesgo y la probabilidad de tener un desenlace letal, señala la investigadora Magda Coss.

La presencia de pandillas, crimen organizado, militares desplegados en las calles, agentes de seguridad privada (aún en contextos donde no hay guerra o un conflicto armado declarado), hace que espacios públicos se hagan más hostiles para mujeres, niños, o poblaciones con una identidad o expresión sexual y de género no convencional.

En la mayoría de los países el acceso al espacio público en igualdad de condiciones es una conquista de la agenda feminista, y la violencia armada en contextos urbanos, tiene un impacto regresivo para el ejercicio de este derecho.

Abandonar el espacio público es dañino no solo para las mujeres, niños y jóvenes, sino también para la sociedad en su conjunto porque vuelve los territorios más peligrosos y desintegra el tejido social.

Esta es una violencia que además atenta contra otros derechos como el libre tránsito, el desplazamiento seguro al trabajo o la escuela y por tanto, obstaculiza el derecho a la autonomía económica, la igualdad de oportunidades y la educación, principalmente afectando a mujeres y la juventud.

Los hombres enfrentan estas mismas presiones de marginación urbana de manera diferente, lidiando con mayores riesgos de violencia.

La percepción de ser excluido y las peleas por el territorio o en defensa de los barrios, llevan a hombres jóvenes urbanos en situación de pobreza a intentar pertenecer a grupos y pandillas como forma de identidad o de sobrevivencia, e incluso a grupos de rimen organizado o cárteles.

Las formas en las que se organiza la violencia armada en grupos no estatales, como pandillas, cárteles, crimen organizado de una manera jerárquica, con un sentido de pertenencia y de vínculos entre sí, en donde generalmente se llevan a cabo ritos iniciáticos y continuamente se está probando la lealtad y el valor para la corporación” también “atraviesa e interviene el ámbito de los vínculos domésticos de género, introduce el orden violento circundante dentro de la casa”.

Esto sucede de una manera similar con respecto a quienes integran las instituciones de seguridad, las policías, el ejército.

La perspectiva de género nos permite entender la manera diferenciada en que la marginación urbana afecta a hombres y mujeres y cómo estas diferencias se manifiestan en desigualdades de oportunidades y de derechos.

También en diferencias de poder y subordinación de un grupo sobre los demás, pero también poniendo a la población de hombres jóvenes en mayor riesgo de ser víctimas y perpetradores de violencia armada.

El factor socio-económico no es la única explicación para entender las motivaciones de los hombres jóvenes de vincularse con los grupos no estatales que ejercen violencia.

Si bien es un camino para salir de la exclusión, sus motivaciones no se pueden entender sin abordar las dinámicas del patriarcado, las normas culturales profundamente arraigadas y el concepto de masculinidades.

Las masculinidades se construyen socialmente y son valores, definiciones, creencias, actitudes y comportamientos que responden a lo que debe ser y hacer un hombre y lo que no debe de ser de acuerdo con la organización patriarcal.

En el patriarcado predominan las relaciones de dominio masculino y, a su vez, para mantener su poder frente a los otros grupos, estas relaciones promueven las formas de masculinidad hegemónica que dominan a otras que quedan subordinadas a ella.

De esta manera, muchos jóvenes se unen a las estructuras violentas con el fin de cumplir con este mandato de masculinidad que les ofrece ciertos beneficios por el simple hecho de ser hombres, y para establecer relaciones de dominación y subordinación sobre las mujeres, pero también frente a otros grupos de hombres que se consideran débiles.

La dominación de la masculinidad hegemónica se manifiesta no solamente en la violencia física sino a través de la discriminación económica, la violencia cultural y simbólica.

Muchos de los hombres reafirman su posición de poder a través del uso de las armas de fuego, generando así una doble desigualdad sobre otras personas que se encuentran en situaciones más vulnerables en la jerarquía de dominación sexo-genérica, por ejemplo, mujeres, adultos mayores, niños, adolescentes o personas con una identidad u orientación sexual divergente.

La disponibilidad de armas de fuego propicia que estas interacciones de dominación y subordinación se vuelvan más violentas y deriven en mayor número de homicidios.

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Armas y violencia feminicida

También es posible observar no solo un aumento de violencia feminicida que está directamente relacionada con la presencia de armas en zonas urbanas, sino cambios en la manera en la que se ejecutan estos crímenes, aumentando los feminicidios en la vía pública, de personas transgénero y con armas asignadas a policías o militares como se ha documentado en países como Argentina, México y Venezuela.

Sin embargo, hay violencias basadas en género que no son necesariamente contra mujeres. El modelo de dominación masculina occidental es un modelo binario donde el centro está constituido por el sujeto único, hegemónico.

Todos aquellos sujetos que no se identifican con ese sujeto (hombre, blanco, heterosexual) son objeto o potenciales objetos de violencia binaria: mujeres, niños y personas con diversidad sexual. Esto puede llevar a crímenes de odio contra las poblaciones trans, homosexuales, bisexuales, entre otras.

Florence, Loggia della Signoria, the antique marble sculpture The Rape of Polyxena, inspired by Greek mythology, of Pio Fedi,

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