La operación militar especial contra Ucrania emprendida por Rusia es un imperativo para garantizar la paz mundial, aunque parezca una incongruencia, y las razones de esa afirmación están muy claramente expuestas en los motivos explicados por Vladimir Putin para tomar esa decisión
Estados Unidos y algunos aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) marcharon demasiado lejos en sus presiones para intentar doblegar a una de las principales potencias militares y económicas que forman parte del equilibrio estratégico internacional, sobre todo en momentos de un deterioro de los mecanismos de diálogo y de factores de negociación dañados por el abandono de la Casa Blanca de tratados internacionales básicos, en particular los relacionados con el balance nuclear.
En circunstancias de una acumulación de capitales feroz y discriminatoria con derivaciones sociales muy agudas y negativas puestas de manifiesto con la pandemia de la Covid-19, y una masificación de la pobreza como provocó el neoliberalismo, la desaparición de los factores de negociación impide el establecimiento de un diálogo mediante el cual se puedan restablecer los equilibrios, únicos garantes de la paz mundial.
Cuando el presidente de Rusia, Vladimir Putin, anuncia su decisión de llevar a cabo una operación militar especial y señala de manera muy explícita que las circunstancias exigen que Moscú actúe con firmeza y de inmediato, y que Rusia no puede existir con una amenaza constante que emana del territorio ucraniano, se está refiriendo a lo que algunas horas después advirtiera el gobierno de China a través de la vocera Hua Chunying.
La situación entre Ucrania y Rusia refleja un trasfondo histórico complejo. La pregunta clave ahora es: ¿qué papel ha desempeñado Estados Unidos en la crisis de Ucrania? Es irresponsable que alguien acuse a los demás de ser ineficaces en la lucha contra un incendio mientras echa leña al fuego. Cuando Washington emprendió cinco oleadas de expansión de la OTAN hacia el este hasta llegar a las puertas de Rusia, ¿pensó alguna vez en las consecuencias de presionar a un gran país contra la pared?, preguntó Chunying.
No es necesario hacer más historia. Es evidente la desesperación de la Casa Blanca ante la pérdida de poder hegemónico y su resistencia a aceptarla. El control del mundo se les va de la mano, los sueños de estadunización del planeta se les escurre y su actual presidente, Joseph Biden, no quiere cargar con esa responsabilidad.
Sus mentiras acerca de la “invasión” no calaron como él esperaba ni siquiera en sus aliados, muchos de los cuales temían este momento en el que estamos, pero no se le opusieron ni lo desmintieron por numerosos temores, aunque ninguno más fuerte de los que se pueden derivar de la situación actual.
El canciller alemán, Olaf Scholz, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se rasgan ahora las vestiduras, pero en la reacción de Putin no hay sorpresas ni sorprendidos porque fueron Biden y ellos, con la abierta complicidad de la mafia que gobierna Ucrania desde el golpe de estado de 2014, quienes la propiciaron y están obligados a atenerse a sus consecuencias. Nadie en el mundo lo quería, excepto ellos.
Tergiversar lo que ocurre y calificarlo de invasión para darle razón a las mentiras de Biden es irracional, pero muy peligroso.
Putin fue muy claro en su exposición al respecto. “Los acontecimientos de hoy no están relacionados con el deseo de atentar contra los intereses de Ucrania y del pueblo ucraniano, sino con la protección de la propia Rusia frente a quienes han tomado a Ucrania como rehén y tratan de utilizarla contra nuestro país y su pueblo. Toda la responsabilidad por el posible derramamiento de sangre recaerá sobre la conciencia del régimen que gobierna el territorio de Ucrania”, recordó el mandatario ruso.
Pero ninguno de sus adversarios admite que el origen del conflicto se remonta a febrero de 2014, cuando el golpe de Estado auspiciado por ellos permitió la llegada al poder en Ucrania de un grupo de empresarios y terratenientes neonazis, como les denomina el Kremlin, quienes provocaron en la población sublevada de las regiones de Donetsk y Lugansk 13 mil muertos y una guerra que lleva 8 años.
Tampoco debe sorprenderles la dureza del discurso de Putin cuando cita su poder nuclear, las ventajas que tiene en una serie de armas de última generación, y les advierte no debe haber ninguna duda de que un ataque directo a Rusia conduciría a la derrota y a consecuencias nefastas para el agresor potencial. No es un blof.
Biden y sus aliados están obligados a interpretar bien esas palabras y no engañar a sus pueblos como sigue haciendo el jefe de la Casa Blanca.
Para Estados Unidos y sus aliados, dijo el líder ruso, ésta es la llamada política de contención de Rusia, de evidentes dividendos geopolíticos. Y para nuestro país esto es, en última instancia, una cuestión de vida o muerte, una cuestión de nuestro futuro histórico como pueblo.
El regreso al ruido de los cañones demuestra, entre otras cosas, que Biden debió estar muy ansioso en adelantar medidas que no estaban concebidas para este nuevo escenario en Ucrania creado por el reconocimiento de Moscú a las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, sino para una invasión militar a Ucrania la cual, al parecer, no se concretaría o en todo caso tardaba demasiado para su gusto o necesidades.
Trató de atizar la invasión, pues en cuanto se inició un mínimo proceso de distensión en toda la región del Donbass, estimuló a Kiev con todo tipo de promesas antirrusas, y empezaron los ataques de militares ucranianos contra las regiones de mayoría rusa de la orilla derecha del Don para provocarla.
Esas acciones militares del gobierno de Volodymyr Zelensky contra lo que denominan territorios rebeldes y el despliegue de tropas consonante con las afirmaciones de Biden de invasión para justificarse mutuamente, no lograron ciertamente el propósito de estimular la irrupción rusa, pero sí la decisión de Putin de reconocer ambas repúblicas independientes y ordenar a su Estado Mayor preparar en esos territorios un anillo protector preventivo.
De manera que, en los hechos, no se dio la esperada invasión de Rusia a territorio controlado por Kiev pronosticada y deseada por Estados Unidos.
Pero, en cambio, sí hubo una situación de guerra que acaba de desatarse y que, de acrecentarse la hostilidad de Occidente y terminar de complicar o seguir negando la negociación –sobre todo del avance de la OTAN al Este y el regreso a los acuerdos de Minsk–, indefectiblemente desbordará esos escenarios bélicos y será muy difícil encerrarla en la cuenca del Don.
Sin esperar el desarrollo de una desastrosa situación indeseable, Biden se adelantó para calificar el reconocimiento de esas repúblicas y la orden militar de protección a la población de origen ruso, de inicio de una invasión a Ucrania, una grave mentira con lo cual desató una cadena de sanciones a Moscú, la más importante para el objetivo fundamental: la no certificación del tramo alemán del gasoducto Nord Stream 2 AG.
Ese es el punto clave y más elevado del castigo a Rusia coordinado con Alemania y aplaudido por Kiev, al que se une parte de la Unión Europea.
La afectación para la economía de Rusia es importante, pero no decisiva. Para Estados Unidos tiene una connotación geoestratégica vital que es romper los nexos de Berlín y Moscú. En cambio, para Europa es mucho más duro porque pierde la garantía de recibir de forma estable un gas de calidad y muy barato.
Biden puede pensar –aunque no necesariamente también sus aliados– que avanzó con esa decisión un buen trecho en el objetivo de impedir un estrechamiento de vínculos ruso-germano, doblegar a Moscú primero, y cercar a China por el norte después, así como demostrar, al mismo tiempo, que Estados Unidos mantiene un control hegemónico de Europa Occidental extendible al Este.
La maniobra tiene un doble propósito: uno interno, para intentar remontar su pérdida de aceptación popular que pone nerviosos a líderes de su grupo y darles a los demócratas una victoria en lo que sea, ante el temor de que, de no lograrla, como advierte el catedrático Guillermo Castro, “los arrastre la misma ola nacionalista que han promovido en Europa del Este, y crear todas las condiciones para una victoria de Donald Trump en 2024”.
Más allá de esas consideraciones de política interna, Ucrania pone de manifiesto la debilidad del hegemonismo estadunidense y la pérdida de terreno en sus apetencias de controlar al mundo desde Washington. Se evidencia el cambio de época y la batalla entre lo viejo por desaparecer y lo nuevo por avanzar.
Con la situación creada en Ucrania, la renuncia de Estados Unidos a detener una expansión de la OTAN al Este, y el no acatamiento de los acuerdos de Minsk con cuyo cumplimiento no hubiese estallado esta crisis, el gobierno de Biden puso en crisis todo el sistema de pesos y contrapesos para mantener la paz surgido tras el fin de la Guerra Fría.
La operación militar especial en franca ejecución por parte de Rusia, hace ahora más acuciante el restablecimiento de los factores de equilibrio y negociación rotos por la Casa Blanca para que la solución del problema no sea militar sino diplomática, y la paz mundial, aunque en precario, siga rigiendo los destinos del planeta.
Como también advierte Guillermo Castro, de seguir con una política de sanciones económicas como las aplicadas a Rusia, y anteriormente a otros países, terminarán por desquiciar el propio proceso de globalización ya en crisis con la quiebra del neoliberalismo y, aunque parezca contradictorio, provocar que el proceso de cambios estructurales del sistema socioeconómico capitalista se acelere y surja otro en su lugar imposible de saber si para mejor o para peor.
Lo grave en estos momentos es que Biden le torció el brazo al jefe de gobierno alemán Olaf Scholz para que aceptara acabar con el gasoducto a punto de entrar en funcionamiento y que solo esperaba la certificación de Berlín, aunque puso en riesgo su liderazgo porque la mayoría del pueblo germano lo desea, como constatan numerosas encuestas.
En un artículo publicado en The Unz Review, el analista Michael Hudson escribe que “la única manera que les queda a los diplomáticos estadunidenses de bloquear las compras europeas de gas es incitar a Rusia a una respuesta militar y afirmar después que vengar esta respuesta es mucho más importante que cualquier interés económico puramente nacional”.
Agrega que, “como explicó la perteneciente a la línea dura subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland, en una rueda de prensa del Departamento de Estado el 27 de enero: ‘Si de una manera u otra Rusia invade Ucrania, Nord Stream 2 no avanzará” (“America’s Real Adversaries Are Its European and Other Allies”, The Unz Review).
Todo está bien claro: Biden necesitaba crear la sensación de que Rusia supone una amenaza para la seguridad de Europa, mostrar que Putin es un agresor en quien no se puede confiar, y esos fueron clavos sobre los que martillaron los medios de comunicación involucrados en la misión encabezada por el mandatario: “Rusia planea invadir Ucrania”.
Biden personalmente fabricó –o fue la cara visible– la crisis ucraniana para aislar, criminalizar y, en última instancia, tratar de dividir a Rusia, debilitarla y romper su alianza estratégica con China.
Pero detrás de ello, intenta someter a Alemania y no dejar atisbos de los caminos de Angela Merkel en la refundación de una Europa de mejor convivencia con Rusia, más independiente de la OTAN y de Estados Unidos, en crisis con el fracaso del Brexit y la pésima imagen del primer ministro británico Boris Johnson.
Las amenazas de Biden, el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas, el chantaje y colaboración del presidente de Ucrania Volodymir Zelensky –quien, mientras negaba el peligro de una invasión aumentaba su presión militar sobre la región del Donbass– aceleró la decisión de Putin que ya se veía venir, de reconocer a las dos repúblicas autónomas y tomar medidas de defensa correspondientes al nivel de la doble amenaza de la OTAN y Ucrania, para llegar finalmente a esta operación militar especial.
Putin dice que, ante esa situación, no hubo otra alternativa más que esa de defensa propia.
Ese reconocimiento diplomático ponía en peligro los planes de Biden y su eslogan de la invasión rusa, y tuvo la mala idea de proclamarlo como el inicio de la famosa ocupación de Ucrania anunciada y no concretada, que considera un argumento suficiente para poner en marcha su plan de sanciones más severas, aunque lo real, lo que le interesaba, era anular el Nord Stream 2.
Si se compara con las centradas en el comercio desde las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y desde la Unión Europea, en particular, la prohibición de importar bienes desde estas repúblicas, además de restricciones al comercio e inversiones entre otras, estas son apenas un relleno para cubrir el ataque contra el gasoducto y la relación con Alemania, los dos objetivos reales de la sanción.
Después de la reacción de Putin, es de dudosa credibilidad aceptar que la percepción del pueblo estadunidense de la situación en Ucrania es favorable a Biden, quien ni siquiera ha sabido mover el patrioterismo barato que sí lograron de alguna manera Lyndon B Johnson con Vietnam y George W Bush con Irak, a pesar de lo chapuceros que fueron.
Más bien quien está ganando es Donald Trump con sus declaraciones de que con él como presidente, la situación en Ucrania sería diferente.
Recientes encuestas señalan que la mayoría de los estadunidenses rechaza que el país se involucre en una guerra por Ucrania, e incluso critican el papel de la OTAN en Europa y su objetivo de cercar a Rusia y China.
Pero el juego recién comienza y, tanto Biden como Scholz, tendrán que explicar muy bien a los alemanes y otros vecinos porqué les privan de un combustible fundamental, limpio, barato, seguro y en las cantidades requeridas. Pero, sobre todo, por qué correr el riesgo de una guerra catastrófica.
Baste recordar un solo dato. El gasoducto le puede permitir a Rusia multiplicar por dos los volúmenes de gas que suministra a Europa a través de uno en el mar Báltico, sin pasar por Ucrania (el Stream 1), y cuyo punto final es una terminal situada en Alemania, país que depende en un 55 por ciento de los suministros rusos, mientras que el porcentaje de dependencia de Europa se sitúa en un 40 por ciento.
Es decir, el Nord Stream 2 puede suministrar unos 55 mil millones de metros cúbicos de gas a Europa luego de atravesar 2 mil 640 kilómetros.
Pero ahora lo más importante no es ni siquiera el gasoducto y todo lo que de su paralización pueda derivarse, sino la paz del mundo, porque la situación es sumamente compleja. Ya no es una negociación cualquiera por el avance de la OTAN hacia el este o la certificación alemana del gasoducto, o la represión de la mafia ucraniana en el poder contra todo lo que huela a ruso.
Es, en palabras cortas y concretas, negociar la recomposición de los equilibrios del mundo para salvar a la humanidad del holocausto nuclear.
Luis Manuel Arce Isaac/Prensa Latina
Te puede interesar: El poder mediático como poder económico
Ultraprocesados, fraude alimentario causante de cáncer Darren García, diciembre 21, 2024 Casi una tercera parte…
Casi una tercera parte de las calorías ingeridas por la población mexicana es de productos…
El 3 de diciembre, el presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, declaró la ley marcial de…
La Habana, Cuba. El año 2024 concluye para Alemania con muchas oportunidades perdidas: desde la…
Ciudad de Panamá, Panamá. El 5 de mayo de 2024, se realizaron en Panamá comicios…
Puerto Príncipe, Haití. La próxima Cumbre India-Comunidad del Caribe (Caricom) será celebrada en 2025 en…
Esta web usa cookies.