Desde los primeros meses de vida, la mayoría de los menores de edad que nacen en contextos urbanos inician el consumo prolongado de productos ultraprocesados y lo continúan hasta su vida adulta. Fórmulas y papillas para bebé, leche en polvo, leche de sabores, cereales en caja –incluidos los dirigidos a infantes–, galletas, bocadillos y pan industrial; embutidos, preparados de carne, yogures, margarinas y quesos empacados; jugos, néctares, refrescos y bebidas alcohólicas; chocolates, dulces y mermeladas; papas fritas, frituras, pizzas y sopas en conserva e instantáneas, representan uno de los mayores fraudes de la industria alimentaria trasnacional, pues lejos de aportar nutrientes al cuerpo, lo que hacen es enfermarlo hasta causar, en muchos casos, la muerte.
Así, un refrigerio para que lleven a la escuela, en apariencia sano, en realidad puede estar envenenando a los infantes: un sándwich o una sincronizada elaborados con productos comprados en el súper (pan, jamón, salchicha, mayonesa, mostaza, tortilla de harina, queso), acompañado de un yogur o una leche de sabor o un néctar, y –de postre– un queso petit-suisse, un yogur, un chocolate o un dulce industrial, es equiparable a que el niño o la niña lleve “de comer” unas frituras, un refresco y un pastelillo. No hay diferencia, todos son productos ultraprocesados dañinos a la salud. A ello se suma la dieta que integra en el desayuno algún cereal o galleta industrial, y en la comida y cena algún otro producto de esa naturaleza.
Investigaciones científicas asocian algunos cánceres –colorrectal, de colon distal, de mama, cervicouterino, de estómago–, tumores malignos –en meninges, encéfalo y sistema nervioso, colon, estómago, hígado y vías biliares intrahepáticas–, y enfermedades crónicas –como diabetes, hipertensión y obesidad– con el consumo prolongado de esos productos chatarra disfrazados de comida.
“Los ultraprocesados, además de la gran cantidad de azúcares añadidos, van a contener grasas saturadas, aditivos químicos, exceso de sodio”, entre otros, los cuales alteran a las células en su funcionamiento, explica en entrevista Adriana Garduño Alanís, doctora en ciencias de la salud por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex).
En la población mexicana, el consumo de productos ultraprocesados ha crecido desde la década de 1980 debido a la urbanización y cambios profundos en el sistema alimentario, impulsado por empresas trasnacionales de alimentos, advierte el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP). Éstos “aumentan el riesgo de obesidad y varias enfermedades crónicas”, como diabetes e hipertensión. Al mismo tiempo, incrementó el número de diagnósticos y muertes por cáncer en México, en una muestra inequívoca de la estrecha relación entre estas enfermedades y la ingesta de comida chatarra.
De acuerdo con el Banco de México, de 2006 a 2022 “el consumo calórico total [mexicano] ha aumentado en 12.1 por ciento, con un notable incremento del consumo de alimentos ultraprocesados en 33.8 por ciento”. Del total de calorías ingeridas en 2022, el 28.2 por ciento fue de ultraprocesados y la región centro-norte del país registró la proporción más alta de ingesta calórica de estos productos.
Los ultraprocesados son elaborados “a partir de sustancias derivadas de otros alimentos, ingredientes sintéticos y/o aditivos, que por lo general contienen poco o nada de un alimento natural”, con “un elevado contenido de azúcares, grasas y sodio”, por lo que presentan híper palatabilidad y desplazan “alimentos naturales y dietas tradicionales”, además de no generar saciedad, “provocando un alto consumo”, sintetiza la revista El Poder del Consumidor.
De esta manera, el trabajo que realiza el estómago e intestinos –extraer los nutrientes de los alimentos y pasarlos a la sangre– se hace ahora “en una empresa, en una máquina, y cuando esos alimentos pasan de mi estómago a mi intestino, están totalmente disponibles […] para usarse de inmediato”, pues se consumen moléculas individuales. “Básicamente estamos saltando la masticación en la boca”, lo cual “puede, eventualmente, causar que las células se transformen y crecer de manera descontrolada”, explica Roberto Carlos Lazzarini Lechuga, doctor en Ciencias Biológicas y de la Salud por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Xochimilco.
Entre el 35 y 70 por ciento de los cánceres están vinculados directamente con la alimentación”, precisa un artículo -de 2015- de la Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública. “Los factores dietéticos se asocian al 35 por ciento de las muertes por cáncer en países desarrollados y 20 por ciento en aquellos considerados en desarrollo”, complementa una publicación de Archivos Venezolanos de Puericultura y Pediatría.
Y es que “actualmente se sostiene que el aumento de cáncer está más asociado a condiciones más complejas como la obesidad y una alimentación habitual desequilibrada y pobre en verduras y frutas, que a la ingesta de potenciales carcinógenos en los alimentos”, afirma un texto en Journal of negative and no positive results, publicado en 2021. Es así la relevancia sobre la “exposición a patrones alimentarios”.
Lo anterior no exime la mala calidad de los ultraprocesados, como su contenido de acrilamidas, sustancia química natural en productos hechos a altas temperaturas, como las frituras, pan, galletas y café, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (AESA); acroleína, generada al quemar grasas; grasas trans, compuestos artificiales que obstruyen las arterias y pueden provocar enfermedades cardiacas; y aditivos; que se relacionan en conjunto a desequilibrios en la microbiota intestinal, inflamación sistemática, diabetes, obesidad y cáncer, señala Globalization and Health en un artículo de este año.
Cifras descontroladas
En 2023, 91 mil 682 personas fallecieron a causa de un tumor maligno en México, equivalente al 12.22 por ciento del total de defunciones el año pasado, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi); con una tasa por 100 mil habitantes de 70.9, que representa un aumento de 1.3 unidades respecto a 2022. No obstante, el crecimiento se agrava al comparar las cifras con el año 2000, cuando la tasa fue de 55.9, y 2010 (64.8), según el Panorama Epidemiológico y Estadístico de la Mortalidad en México 2010, de la Secretaría de Salud. Es decir, en 23 años ha habido un aumento de 15 unidades.
“El cáncer es un término que comprende un conjunto de enfermedades caracterizadas por presentar una masa de células con crecimiento y replicación sin control, las cuales son capaces de invadir otras partes del cuerpo diferentes a las de su origen”, explica la Gaceta Mexicana de Oncología. A este proceso de células anormales que “se extienden más allá de sus límites habituales” se conoce como metástasis, “principal causa de muerte” respecto al cáncer, reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Entre 1990 y 2021, la tasa por 100 mil habitantes respecto a la incidencia y mortalidad de cáncer de mama –en las mujeres– aumentó de 12.4 a 13.8; el colorrectal subió de 7.2 a 7.8; el de ovario de 4.2 a 5.5; el cervicouterino, por el contrario, bajó de 25 a 8. Todos en el mismo periodo de tiempo, analiza la Gaceta Médica de México. En cuanto a los hombres, la tasa de cáncer colorrectal subió de 6.1 en 1990 a 10.34 en 2021; aquellos que disminuyeron fueron el de estómago, de 18 a 11, y de páncreas (5.6 a 5.35), continúa el texto con base en la observación de tendencias del Globan Burden of Disease.
En 2022, los hombres mexicanos de 20 a 59 años sufrieron mayormente de tumores en meninges, encéfalo y sistema nervioso, así como en el colon, recto, ano, estómago, hígado y vías biliares intrahepáticas. Por su parte, las mujeres de este rango de edad padecieron más de cánceres en el cuello del útero, ovarios, mama, colon, recto y ano, según las Estadísticas de Defunciones Registradas de Inegi de ese año.
Estrecha relación
Diversas investigaciones científicas demuestran la relación que hay entre el consumo de productos ultraprocesados, o comida chatarra, y el incremento del riesgo de adquirir algunos tipos de cáncer. La revista médica BMJ, con base en un análisis de estudios en Estados Unidos, sostiene: los hombres que más consumieron ultraprocesados, “tuvieron un 29 por ciento de mayor riesgo a desarrollar cáncer colorrectal” y 72 por ciento de cáncer de colon distal en comparación con quienes menos comieron. Su texto -de 2022- no muestra una asociación significativa en mujeres.
Por su parte, un artículo de 2021 de la revista Clinical Nutrition, centrado en población de España, menciona que el alto consumo de productos ultraprocesados estuvo asociado con un 44 por ciento de mayor riesgo a cáncer colorrectal y 24 por ciento respecto a cáncer de mama, comparado con personas que tuvieron un consumo bajo; asimismo, un incremento del 10 por ciento en el consumo de ultraprocesados estuvo ligado a un 11 por ciento de mayor riesgo a padecer cáncer colorrectal.
Esto ocurre debido a que “las células cancerosas tienen un metabolismo acelerado: come mucho, tiene mucha hambre porque se divide más rápido que las demás células que no son cancerosas”, explica a Contralínea el doctor Lazzarini Lechuga. “Entonces, si tú a un organismo le estás administrando un aditivo […], le estás dando combustible a estas células -que se les conoce como células transformadas- y ahora su metabolismo es súper acelerado”.
Cáncer de mama: letalidad hacia mujeres
De las 91 mil 682 muertes por tumores malignos en 2023, el 8.76 por ciento correspondieron a cáncer de mama –el más frecuente en México–, es decir, 8 mil 36 casos. Este tipo, a su vez, afecta casi en su totalidad a solo una parte de la población. El 99.5 por ciento de las víctimas en México el año pasado fueron mujeres (el porcentaje restante equivale a 42 hombres), y de ese número, el 86.1 por ciento tenía 45 o más años, destacan los datos del Inegi.
“El consumo de una o más porciones al día de refrescos –240 mililitros, que viene siendo un vasito– incrementó casi al doble el riesgo de desarrollar cáncer de mama en mujeres premenopáusicas. Estos resultados sugieren que el consumo de refrescos podría ser un factor de riesgo particularmente en mujeres más jóvenes para desarrollar cáncer de mama”, explica la doctora Adriana Garduño, de acuerdo con un estudio de casos y controles previamente realizado en hospitales de Ciudad de México, Monterrey y Veracruz, del que es coautora.
“Los refrescos contienen grandes cantidades de azúcares añadidos”. El exceso de azúcar tiene “efectos en la multiplicación de las células buenas tanto como las malas. También dañan la estructura de la célula, es decir, el ADN, y generan inflamación”. Además, su alto índice glucémico puede “contribuir a la resistencia a la insulina […] se produce mucha insulina para poder metabolizar o procesar estos azúcares. Tener estos niveles de insulina constantemente elevados, incrementa el riesgo de desarrollar cáncer de mama”, continúa la también investigadora del INSP en entrevista para Contralínea.
La inflamación crónica es otra consecuencia de una elevada cantidad de azúcares añadidos: “no solamente va a alterar el funcionamiento normal de las células, sino que puede facilitar que se dañen y que se formen células cancerígenas”, detalla la doctora Garduño Alanís, quien añade que los colorantes, como el llamado caramelo, presente en refrescos sabor cola, puede tener compuestos carcinogénicos. Por lo cual, estas bebidas endulzadas también se relacionan con un mayor riesgo de otros cánceres como el de colon y páncreas.
Lo anterior es alarmante ya que, el 30 por ciento de las calorías que consume diariamente la población mexicana promedio, proviene de alimentos y bebidas ultraprocesados, de acuerdo con un artículo del INSP. Estas bebidas industrializadas “son una fuente importante de exceso de calorías de rápida digestión y se ha asociado con la etiología de la obesidad”, agrega la revista Salud Pública de México.
El país es de los mayores consumidores de estas bebidas en el mundo. Según el texto, el 6.8 por ciento de las calorías totales diarias que ingieren como media los hombres mexicanos provienen de estas bebidas, es decir, 143.5 calorías (de 2 mil 173 en promedio).
Es, al mismo tiempo, 2.6 veces mayor a la ingesta de las mujeres, quienes consumen 55 calorías –equivalente al 3.3 por ciento de su total de 1 mil 467– sólo por bebidas endulzadas. Las personas que presentan obesidad consumen, en promedio, más del 10 por ciento de su total calórico diario en estas.
También juegan otros factores respecto al estilo de vida. “Las mujeres que trabajan en turnos nocturnos (9pm-7am) fueron casi nueve veces más propensas a desarrollar cáncer de mama con respecto a aquellas que nunca lo hicieron”, señala la Gaceta Mexicana de Oncología.
No obstante, hay mecanismos de protección ante esta neoplasia. La lactancia materna prolongada “proporciona protección anticancerígena en la madre [respecto al cáncer de ovario y mama] y sus hijos [todos los tipos]”, dice la revista Archivos Venezolanos de Puericultura y Pediatría
Obesidad: factor determinante
La obesidad es un factor de riesgo para desarrollar cáncer. De acuerdo con diferentes autores, existe un rango que va del 30 al 70 por ciento respecto al mayor riesgo para adquirir esta enfermedad, menciona Deissy Herrera Covarrubias, doctora en Neuroetología por la Universidad Veracruzana (UV).
Personas que presenten obesidad mórbida (con un índice de masa corporal mayor a 40) tienen una probabilidad siete veces mayor a desarrollar cáncer endometrial en comparación con quienes no presentan esta situación. En el cáncer de hígados la probabilidad se va al doble y en el cáncer de mama hay una probabilidad de, igual manera, siete veces más de adquirir estas enfermedades, continúa la también investigadora por la UV.
La obesidad y el sobrepeso “resultan en mayores niveles de estrés oxidativo que puede producir inflamación crónica subclínica, así como alteraciones en el funcionamiento del sistema inmune”. La obesidad, además, altera niveles de leptina, insulina y prolactina, que “participan en la regulación del apetito, metabolismo, sistema inmune y cumplen una función fundamental en la génesis tumoral”; así como beneficia la “formación de radicales libres que, en conjunto, favorecen el desarrollo de diversos tipos de cáncer” como el de páncreas, vesícula, mama, cérvix, endometrio, ovario, recto y próstata, explica la Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública.
Respecto al cáncer de mama, hay probabilidad de que, en cuerpos de personas con obesidad, los tumores sean más grandes y con más capacidad de hacer metástasis en nódulos linfáticos. Por su parte, en los hombres puede aumentar el riesgo de cáncer colorrectal, expone el texto. “Se estima que un 20 por ciento de los casos de cáncer puede deberse a obesidad”, complementa la revista Archivos Venezolanos de Puericultura y Pediatría en un texto de 2014.
Es preocupante, en consecuencia, que la obesidad haya incrementado 57.9 por ciento de 2000 a 20023, como señala la revista Saludo Pública de México. El 37.1 por ciento de la población nacional tiene obesidad. En mujeres el porcentaje fue de 41 unidades y 33 en los hombres. Respecto a grupos de edad, el de 40 a 59 años tuvo la mayor prevalencia de obesidad con un 44.6 por ciento.
No obstante estas desalentadoras cifras, hay una estadística que esperanza: de 2016 a 2023 “la prevalencia nacional de obesidad no muestra cambios significativos, lo que sugiere una desaceleración de crecimiento”. Aun así, estudios recientes estimaron “que la obesidad en adultos [mexicanos] tendrá una prevalencia de 45 por ciento en 2030”; en el mejor de los casos, puede llegar a 38 por ciento, señaló el texto con base en la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición.
“Realmente el vínculo que hay de la obesidad con el cáncer se da a través de los procesos inflamatorios. Es decir, la misma obesidad genera esta inflamación y la inflamación está vinculada con alteraciones en las células”, afirma la doctora Deissy Herrera. “El incremento de algunas hormonas producidas a través de la grasa, pueden promover la proliferación anormal de células. Entonces los adipocitos, que son las células grasas, también tienen efectos directos e indirectos sobre otros reguladores metabólicos y también sobre la división celular”, agrega.
El exceso de grasa visceral, añade Journal of negative and no positive results, “provoca alteraciones en la composición celular del tejido adiposo y promueve el aumento de la malignidad de los tumores que se desarrollan en un microambiente rico en adipocitos como los tumores de colon”. Con un alto índice de masa corporal, los hombres corren mayor riesgo que las mujeres, añade el texto.
Daños alternos
Además de los problemas anteriores, los ultraprocesados “también afectan la salud cerebral” por la misma inflamación. Puede “contribuir al deterioro cognitivo y puede aumentar el riesgo de enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer”; así como “reducir la neuroplasticidad, es decir, la capacidad de nuestro cerebro para adaptarse a formar nuevas conexiones neuronales”, que afectan al aprendizaje y la memoria, advierte la doctora Herrera Covarrubias.
Su contenido “puede aumentar los niveles de radicales libres en el cerebro y, por lo tanto, puede conducir a un daño oxidativo en las células cerebrales. Con lo cual, puede deteriorar la función y promover el envejecimiento cerebral”, lo cual está estrechamente relacionado con la microbiota intestinal, pues “una microbiota desequilibrada mediante el consumo continuo de alimentos ultraprocesados, pues puede detener la producción de algunos neurotransmisores como la serotonina”, neurotransmisor producido en el intestino y cerebro, “que tienen que ver con nuestro estado de ánimo”, agrega.
Por otra parte, los empaques plásticos que están en contacto directo con estos productos “contienen muchos químicos, usados tanto intencionalmente como añadidos no intencionalmente, como pegamento, tintas de impresión […], que pueden migrar hacia los productos alimenticios” durante el equipamiento y empaquetado. “Puede incrementar durante altas temperaturas, contenido graso y condiciones ácidas, así como largos almacenamientos y tiempos de transporte, y menores tamaños de empaquetado”, describe la revista Globalization and Health en un artículo del pasado octubre.
Algunos de estos químicos son el bisfenol A, ortoftalatos y sustancias per y polifluoroalquilos “que interfieren con la señalización hormonal. Coca Cola, PepsiCo, Unilever y Nestlé “están entre los principales contaminadores de plástico alrededor del mundo, vendiendo alrededor de 5.5 mil millones de productos cada día”, exhibe el texto, que añade: Más de una tercera parte de los plásticos a nivel mundial “son usados en empaquetados, incluidos productos para comida y bebidas de un solo uso”, mayormente para ultraprocesados.
El valor de mercado de los empaquetados para alimentos es de 456 mil millones de dólares a nivel mundial “y se proyecta que incremente arriba de 60 por ciento en los siguientes seis años”, cuantifica el artículo.
Un enemigo monstruoso
Para que la población consuma tanta comida chatarra, primero la deben encontrar en algún lado, y si bien las tiendas de abarrotes tienen una gran cantidad, sucursales como Oxxo comienzan a ser uno de los grandes problemas respecto a este tema.
Las tiendas Oxxo tienen aproximadamente un 87.6 por ciento de productos “catalogados como dañinos para la salud: procesados y ultraprocesados, bebidas alcohólicas y productos de tabaco”, identifica El Poder del Consumidor en un estudio en sucursales de la Ciudad de México.
Del total de productos, el 70.6 por ciento contiene exceso de calorías; 57.5 por ciento, exceso de azúcares; 37.4 por ciento, exceso de sodio; y 30 por ciento, de grasas saturadas. En general, un 91.1 por ciento “de los productos tenía al menos un sello o leyenda de advertencia” en su envoltura, continúa el informe.
Detrás de Fomento Económico Mexicana, SA de CV (FEMSA), “hay un oligopolio que ofrece servicios de gasolinera, tiendas de conveniencia OXXO y SIX […] con estrategias regionalizadas” que están “diseñadas para la comercialización específica de los productos que desarrollan los grupos empresariales que se encuentran detrás de las marcas: embotelladoras de bebidas azucaradas, cervecerías y otros comercios de convivencia”, exhibe el texto.
En su propia página web, Oxxo se jacta de que “cada día se abren dos nuevas tiendas”; por lo que, si había más de 21 mil 900 tiendas a 31 de diciembre de 2023 –según su propio informe de sustentabilidad–, a 25 de noviembre de 2024 habría casi 22 mil 620 establecimientos en México. Asimismo, presume estar “a ocho minutos de distancia del 80 por ciento de nuestros consumidores”, así como atender “a más de 13 millones de clientes” diariamente.
“Si Oxxo se ha convertido en parte del estilo de vida de millones de mexicanos es porque ha contribuido a que hoy día la población mexicana sea la mayor consumidora de productos ultraprocesados en la región latinoamericana, con un consumo promedio de 214 kilogramos de estos productos […], forman parte del ambiente alimentario e influyen en los hábitos alimentarios o estilos de vida. Se posicionan en sitios estratégicos, aumentando su demanda y reduciendo el número de tiendas locales”, critica El Poder del Consumidor.
Conforme las personas consumen muchos ultraprocesados, “el pico de glucosa es tan alto que empieza a descender, y entonces ya tienes hambre otra vez”, menciona el doctor en ciencias biológicas y de la salud Carlos Lazzarini, de la UAM Xochimilco. “Mientras más consumes carbohidratos ultraprocesados, más hambre te da; no tienes saciedad, no te llega la saciedad. Entonces estás consume y consume más y más, y es esta bola de nieve que impide que las personas tengan un normopeso”, enfatiza.
De igual manera, otra marca con este tipo de patrones es 7-Eleven, con tiendas semejantes a Oxxo. Ésta cuenta con más de 2 mil sucursales en 13 estados del país, en las cuales atienden alrededor de 1 millón de clientes al día, de acuerdo con su página web.
Con sus propias cifras enuncian la magnitud del problema en que se han convertido para la salud mexicana, pues, de acuerdo con el Banco de México, los productos ultraprocesados representaron el 29.5 por ciento del gasto total alimentario en la población del país en 2022, lo que significa un aumento, pues en 2006 era de 26.5; igual ocurre con los procesados, que pasaron del 9.6 por ciento en 2006 al 11.6 por ciento en 2022.
Contrario a esto, las personas gastaron menos en alimentos no procesados: del 60.2 por ciento en 2006 al 55.8 por ciento en 2022. La gente cada vez destina menos dinero en “alimentos considerados más saludables”, concluye el informe.
Alimentación en su conjunto, la clave
Los productos ultraprocesados juegan un rol relevante en el desarrollo del cáncer debido a su contenido nulo en nutrientes y excesos de grasas, azúcares, sodio, y otros ingredientes que provocan un desbalance en el cuerpo; pero es puntual observar la alimentación en su conjunto, debido a patrones que pueden llevar a situaciones similares como la obesidad, determinante sobre esta enfermedad. Así lo describen diferentes investigaciones científicas alrededor del mundo, que señalan principalmente la dieta occidental como una de las más dañinas.
“El patrón de alimentación occidental [está] caracterizado por grandes cantidades de carnes rojas y procesadas, cereales refinados, alimentos fritos y azúcares”, por lo que se considera “un factor de riesgo importante para el desarrollo de esta patología”, describe la Revista Española de Nutrición Comunitaria. La Secretaría de Salud alertaba en 2016 que estos patrones de alimentación podían aumentar el riesgo de cáncer de colon.
Este tipo de dietas están más presentes, en México, en ciudades grandes o cercanas a la frontera. Así se evidencia con datos del Inegi, pues la Ciudad de México es la entidad federativa que presenta la mayor tasa de cáncer por 100 mil habitantes en el país, con 95.2; seguido de Colima, con 82.8; y Sonora (82.6). Por su parte, los estados con menores tasas son Quintana Roo (49.4), Guerrero (52) y Tlaxcala (58.8).
“Este tipo de dietas aceleran [en infancias] el crecimiento pondo-estatural y generan pubertad y menarquía precoz, lo cual puede ser un factor de riesgo para cáncer de mama, colon, recto, endometrio, cérvix, ovario, próstata, vesícula biliar, pulmón, riñón y tiroides”, complementa el texto de Archivos Venezolanos de Puericultura y Pediatría.
“A la dieta se le atribuye alrededor de una tercera parte de los casos” de cáncer gástrico, pues “los numerosos nutrientes y compuestos de los alimentos podrían promover o inhibir el desarrollo” de este cáncer. Tan solo el alto consumo de sal se asocia con un aumento de 18 por ciento de riesgo de cáncer gástrico por el daño a la mucosa gástrica y “formación de compuestos N-nitrosos, potencialmente cancerígenos”, explica el INSP. Las carnes procesadas (13 por ciento), alimentos picantes (60 por ciento) o el alcohol (dos a tres veces más), también incrementan el riesgo de esta neoplasia.
Consumir carbohidratos simples en exceso aumenta el riesgo de desarrollar algunos tipos de tumores mamarios, en especial en mujeres con sobrepeso, alerta la Gaceta Mexicana de Oncología. “Por cada porción de papas fritas a la semana en las edades mencionadas [2 a 9 años], aumenta el riesgo de cáncer de mama en un 27 por ciento” con el pasar del tiempo, debido a las acrilamidas, afirma Archivos Venezolanos.
El doctor Lazzarini Lechuga advierte sobre los lípidos: ya sean grasas, aceites o mantecas, “hasta el 30 por ciento de lípidos tenemos que consumir” en la dieta. “Por arriba de ese porcentaje, cualquier cantidad mayor […] puede llegar hasta el cáncer de hígado”. Sin embargo, no los sataniza, pues, agrega, “nos mantienen vivos […], permite construir células nuevas porque la membrana plasmática de las células se construye de lípidos y colesterol”.
Alimentación sana y ejercicio: un escudo
Los alimentos naturales, principalmente, como frutas, verduras, legumbre, leguminosas, entre otros, actúan en favor de la salud de las personas y protegen el cuerpo. Tienen compuestos activos “que pueden evitar la iniciación y progresión de la carcinogénesis por sus propiedades antioxidantes y porque actúan en la proliferación celular, la apoptosis y la metástasis”, explica Archivos Venezolanos. Entre ellos se encuentra el tomate, aceite de oliva, brócoli, ajo, cebolla, bayas, frijol de soya, miel, té, aloe vera, uva, romero, albahaca, chiles, zanahorias, la granada y la cúrcuma.
Los folatos, abundantes en verduras de hojas verde-oscuras, leguminosas, fruta, son “un mecanismo probable en la prevención del cáncer mamario”, así como los fitoestrógenos, mencionaba en 2012 el Centro de investigación en alimentación y desarrollo del entonces Consejo Nacional de Ciencias y Tecnologías (Conacyt).
“Se encontró que los flavonoides presentes en las frutas y en los aceites de semillas de leguminosas ejercen un efecto protector contra el cáncer de mama asociado a carcinógenos como el BB2P, plastificante usado en la fabricación de contenedores de comida y productos de cuidado personal”, concuerda la Gaceta Mexicana de Oncología.
La Revista Nutrición Hospitalaria detalla que “para reducir el riesgo de padecer cáncer [colorrectal y aerodigestivo particularmente] se recomienda consumir al menos 30 gramos al día de fibra procedente de los alimentos” como cereales integrales, frutas, verduras no almidonadas y legumbres. También es recomendable “un consumo de al menos cinco raciones de frutas y de verduras al día”, es decir, alrededor de 400 gramos”. Su bajo consumo reduce vitaminas y minerales, “lo que favorece la proliferación de células cancerosas”.
Comer frutas y verduras se asocia con una disminución del riesgo de desarrollar cáncer gástrico, enuncia el INSP. Las verduras verde-amarillas tienen una relación del 36 por ciento y las de hoja verde de entre el 10 y 60 por ciento de disminuir la probabilidad de adquirir esta neoplasia.
Al mismo tiempo, “la actividad física es uno de los principales factores que influyen para disminuir este riesgo [de cáncer] o, en caso de no realizarla, está relacionado con un incremento del mismo”, detalla la doctora en Ciencias de la Salud Adriana Garduño. Se estima que la actividad física lleva a “una reducción del 10 al 25 por ciento [de cáncer de mama] en comparación con la población de mujeres inactivas”, especifica Journal of negative and no positive results.
“Hay una fuerte relación entre la masa muscular y la prevención de algunos tipos de cáncer”, agrega la doctora en Neuroetología Deissy Herrera. Además, “la cantidad de masa muscular que tengamos en la vejez, nos va ayudar muchísimo para prevenir alguna osteoporosis y fracturas de hueso”, así como protege de muchas enfermedades.
Urgencia de cambio
En 2020, 10 millones de personas alrededor del mundo murieron por algún tipo de cáncer; sin embargo, las proyecciones son que para 2030 pierdan la vida 13.2 millones y 29.5 millones en 2040, según la OMS. La situación es inexplicable si se toma en cuenta que “en la actualidad se pueden evitar entre el 30 por ciento y el 50 por ciento de los casos de cáncer reduciendo los factores de riesgo y aplicando estrategias preventivas basadas en la evidencia”, como señala el mismo organismo internacional.
Por tal motivo, es urgente un cambio estructural en la manera que viven diariamente las personas. “Lo ideal es continuar con estrategias integrales que incluyan la educación nutricional desde edades muy tempranas”, opina la doctora Garduño Alanís.
De igual manera piensa la doctora Deissy Herrera, quien agrega que “debemos mejorar el entorno alimentario y, a veces, creo también que se tiene que promover un tipo de apoyo psicológico, porque a veces nuestro estado de ánimo también repercute en lo que consumimos […], enseñar sobre el control de las porciones, promover dietas balanceadas, aumentar la actividad física”, que “más allá de la pérdida de peso, nos va a ayudar a tener una vejez saludable”.
A nivel gubernamental, se ha instrumentado, por ejemplo, el etiquetado frontal de alimentos, para advertir, de manera clara y rápida, a la población sobre los productos que contienen excesos de sodio, calorías y algunas grasas. Estas políticas públicas deben mantenerse, afirma la doctora Adriana Garduño. Además, las campañas de promoción de agua simple, el plato del buen comer o la actividad física “son una excelente manera de complementar estas políticas, ya que tienen como objetivo mejorar la salud de la población”, añade.
Pero no por sí solas van a funcionar, se requiere la participación de muchos actores involucrados en el tema, como la industria alimentaria, de la que “se requiere la colaboración […] para que puedan reformular sus productos y ofrezcan opciones más saludables a la población”, evidencia.
Y, en este sentido, es preciso dejar de culpar a las personas de manera individual, considera la también investigadora el INSP. “Si bien, por muchos años se manejó que es un enfoque individual el tema de la alimentación, es decir, que lo que comemos o no es culpa de la propia persona […] pues en realidad no es así, las investigaciones más recientes han mostrado el papel que juega el entorno en el que vive la persona, desde que pueda realizar actividad física o no donde vive, que pueda tener acceso a alimentos saludables”, concluye.
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