Los constantes viajes de su esposo a zonas peligrosas de la sierra de Guerrero mantienen a Nora en una situación permanente de agobio. Ella es esposa de un capitán piloto aviador de la Fuerza Aérea, quien se encarga –junto a otros militares– de realizar sobrevuelos para detectar sembradíos de enervantes. Ambos tienen dos hijos, de 18 y 15 años de edad, pero es Nora quien se ha hecho cargo de ellos, pues el capitán casi siempre está en comisiones.
Como otras familias, la de Nora vive en la base aérea de Santa Lucía, en Zumpango, Estado de México. Y es que el centro de operaciones de diversos escuadrones de vuelo y unidades del Ejército, que alberga la comandancia de la Fuerza Aérea Mexicana, también cuenta con 1 mil 55 departamentos donde habita el personal militar y sus familias.
El lugar –ubicado en el kilómetro 47 de la carretera federal a Pachuca– también cuenta con un cine, deportivo, tienda, escuelas primaria y secundaria, un campo de entrenamiento, pista de aterrizaje, Museo de la Aviación y un Centro del Voluntariado.
Ahí es donde algunas mujeres se reúnen mientras sus parejas están en comisión, para tomar cursos de bordado, pintura, cerámica, fieltro, popotillo, así como a practicar actividades como yoga, karate, danza, defensa personal, música, inglés, valet, zumba, gimnasia reductiva.
Una de ellas es Janeth, quien cría a su bebé de 1 año y a su niña de 3 años de edad. Para ella la incertidumbre que vivió durante varios años en la base militar, por las ausencias de su esposo, ya terminó: la tragedia ahora es la soledad, pues cuenta a Contralínea que su pareja murió en agosto del año pasado, cuando la aeronave militar en la que viajaba se desplomó. Ahora Janeth está pensionada y se dedica al cuidado de los infantes.
El despliegue militar para atender temas de seguridad pública y el llamado combate al narcotráfico genera conflictos en el seno de las familias, debido a la labor de soldados en misiones, maniobras, servicios o cambios de plaza. Ello genera desorientación, inadaptación, estrés, incertidumbre y miedo, que afectan el bienestar de los integrantes de la familia militar, asegura Valeria de Jesús Carro Abdala en su estudio Ellas se quedan, ellos se van: un acercamiento a las familias de militares mexicanos desde las experiencias de las mujeres.
Para la docente de la Facultad de Ciencias para el Desarrollo Humano de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, los sentimientos negativos entre las parejas de militares son tristeza, ansiedad, preocupación y estrés.
La carga emocional que experimentan de manera constante es más intensa cuando los esposos son desplegados a zonas peligrosas, desde que el crimen organizado, la violencia y la guerra contra el narcotráfico han afectado diversos estados del país. Ello, por los enfrentamientos, daños colaterales y muertes, señala la investigadora en su estudio.
Agrega que las familias de militares del Ejército Mexicano enfrentan desafíos que modifican de manera constante sus dinámicas familiares, pues la continua ausencia de los esposos provoca que las mujeres tengan que resolver lo relacionado con el cuidado y la educación de los hijos, así como la administración del hogar, lo cual incide en su bienestar.
En el análisis, publicado por Relacso (la Revista Estudiantil Latinoamericana de Ciencias Sociales, en marzo pasado), Carro Abdala revela testimonios de esposas de sargentos primero y segundo y capitanes de la 23 Zona Militar, ubicada en Tlaxcala.
Al preguntarles sobre su satisfacción con la vida, el trabajo y el matrimonio, así como experiencias de alegría, satisfacción y experiencias desagradables, Carro Abdala encontró similitudes: desagrado, crisis familiar, tristeza, incertidumbre, preocupación, miedo y angustia, sentimientos que –apunta– se agudizan en la soledad.
También descubrió que las esposas de militares no tienen un trabajo remunerado; por el contrario, sin importar el grado del militar, todas se encargan de los asuntos del hogar.
Asimismo, al ser cuestionadas sobre qué piensa del trabajo de su esposo, qué opinión tiene acerca de la vida de una esposa de militar, o si les gustaría que, en el futuro, alguno de sus hijos se casara con un militar, respondieron que las familias experimentan tensiones con el trabajo, la escuela y la sociedad, a los que se suman inconvenientes de vivir separados y que experimentan sentimientos como aislamiento, soledad, cansancio y pérdida de la comunicación con la pareja.
“No me gusta. Se sacrifican muchas cosas”, “estamos bien económicamente, pero nunca nos vemos”, “si me hubieran dicho que así era la vida de una esposa de militar… jamás me hubiera casado con él”, “nunca estuvo presente cuando nacieron mis cinco hijas: me las tuve que arreglar sola”, “cuando me vine para Tlaxcala no conocía a nadie; hubo días que no salía de casa porque no sabía a dónde ir… pues cuando nos venimos para acá al otro día le dieron la orden de un despliegue”, “no quisiera que mis hijas se casaran con un militar, es una situación muy difícil y jamás las vería”.
Contralínea aplicó un cuestionario similar al de la investigadora Carro Abdala a algunas mujeres en la base de Santa Lucía. Las mujeres entrevistadas indican que omiten referir que son esposas de militares por el peligro que significa frente a la delincuencia organizada.
Algunas incluso señalan que han recibido llamadas telefónicas de extorsión, en las que las amenazan con secuestrar a sus hijos. E incluso indican que, a pesar de ser una zona de acceso restringido, se han dado casos de robo a casa habitación, autos y autopartes.
Cristina también acude al Centro del Voluntariado de la base de Santa Lucía a distraerse, mientras su esposo está en alguna misión militar. Él es capitán segundo y está por retirare. A ella, las ausencias –por periodos de 3 o 4 meses– le generan sentimientos de soledad.
La pareja tiene tres hijos, de 18, 16 y 14 años de edad, quienes han vivido en la base militar entre la escuela y la convivencia con sus pares. Sin embargo, Cristina comenta que no ha sido fácil para ellos acostumbrarse a la ausencia de su progenitor. “A veces es como si no lo tuvieran”, dice con tristeza.
Para otras mujeres ya la situación ha cambiado, como el caso de Ana, quien también visita el centro comunitario. Ella describe que cuando vivía en la base aérea siempre estaba deprimida por las ausencias prolongadas de su esposo, de hasta 6 meses. Pero en 2017 se retiró, y la familia se trasladó a vivir al municipio de Actopan, Hidalgo.
Pero la mayoría vive en la angustia. Lizet y Margarita coinciden en que, cuando sus esposos acuden a operativos en el puerto de Acapulco o en la sierra guerrerense, o incluso a realizar trabajos comunitarios en Chiapas y otros estados, padecen de severas crisis pues piensan constantemente que los militares ya no regresarán a sus hogares.
Cuando regresan sus maridos, las mujeres entrevistadas “desaparecen” del Centro de Voluntariado para dedicarse enteramente a la familia. La rutina, sin embargo, se vuelve a romper sobre todo en los meses de junio y julio, cuando generalmente los militares son movilizados hacia otras plazas del país, provocándoles una constante inestabilidad familiar.
En su estudio, la investigadora Carro Abdala comprueba la situación compleja que viven las esposas de militares. A ellas les toca enfrentarse solas con sentimientos negativos, en los que la fe resulta ser un recurso que ayuda a paliarlos.
Ante la impotencia de no poder contar con una familia estable, la académica explica que las entrevistadas expresaron de manera recurrente frases que denotan la importancia de la fe: “primero Dios volverá y no le pasará nada”, “Dios cuida de nosotros” o “yo confío en Dios y sé que todo está bien”, lo cual les ayuda a reducir el malestar que les provoca la inestabilidad en el seno familiar.
Al describir las situaciones de movilidad y despliegue y retorno, así como cambios ocasionados en este tipo de familias, Carro Abdalá señala que quienes presentan más movilidad son los oficiales, jefes y generales. “La familia no tiene elección ni opinión para poder decidir ante esas circunstancias, puesto que el ejército dispone en todo momento del personal activo e influye en la trayectoria vital de las familias de los militares”, apunta.
“El cambio de plaza involucra cambio de residencia, traslado y mudanza, así como la pérdida de redes de apoyo establecidas; los hijos cambian de escuela, dejan amistades o familiares e incluso relaciones sentimentales, por lo que se observa que los militares y sus familias viven con la incertidumbre de su futuro.”
Esta incertidumbre, subraya la catedrática, es consecuencia de la total disponibilidad que los militares hacia su trabajo y que se experimenta de la misma manera en el despliegue, el cual comprende la frecuente participación en maniobras, misiones y operativos militares en el combate al crimen organizado y la inseguridad pública en el país. A diferencia del cambio de plaza, aquí sólo implica el movimiento del militar ausentándose de su familia por tiempo indefinido. “Ante esta situación se genera una separación en la pareja, conflictos por el cuidado de los niños, dificultades en el mantenimiento de la relación y la negociación de límites”.
Añade que durante la separación los límites pueden resultar ambiguos; en otras palabras ocurre una situación en la que la familia no tiene claro qué papel desempeña cada miembro. Los hijos son los que se ven más afectados por el estrés, cuando el padre es desplazado con frecuencia, porque la ausencia implica un gran cambio en el entorno y su vida diaria.
Sostiene que los niños de padres desplegados han demostrado que cuando uno de los miembros de la familia está emocional o físicamente ausente, los niños y adolescentes llegan sufrir ansiedad y depresión o conductas desadaptativas.
Agrega que el despliegue acentúa las relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, debido a que los hombres suelen ausentarse del hogar de manera frecuente y, por lo tanto, las mujeres se encargan de labores domésticas y cuidado de los hijos, lo que provoca que a menudo ellas sacrifiquen sus carreras académicas o laborales.
Esta situación genera separación de la pareja, conflictos por el cuidado de los niños, dificultades en el mantenimiento de la relación. Por ejemplo, dice la investigadora, si la madre presenta depresión, los niños pueden reflejar los síntomas depresivos de ella, especialmente si hay inatención e insensibilidad de los padres.
“Los niños y adolescentes de padres desplegados han demostrado que cuando uno de los miembros de la familia está emocional o físicamente ausente, sufren ansiedad, depresión o conductas desadaptativas. Sin embargo, no son los únicos afectados: la esposa y madre experimentan sentimientos de soledad, tristeza, miedo e incertidumbre, al pasar mucho tiempo con sus hijos y lejos de su esposo.”
El despliegue convierte a las parejas de militares en matrimonios a distancia, es decir, como parejas casadas que alternan la vida en común con la vida separada durante determinados días a la semana o largas temporadas, debido a empleos en lugares distintos o trabajos móviles.
En consecuencia, los matrimonios militares establecen relaciones familiares mediadas, diferenciándolas de las relaciones cara a cara, al ser interacciones que utilizan la tecnología para comunicarse, haciendo uso del teléfono celular, a través de video llamadas o mensajes de texto.
Sin embargo, Carro Abdala precisa que no siempre esta comunicación resulta efectiva, pues muchas veces los soldados son desplazados a zonas geográficas en las que el acceso a la red móvil es limitado o inexistente, situación que incrementa en el núcleo familiar la incertidumbre o angustia de saber qué pasará con el militar cuyo retorno resulta ambiguo porque la duración de la ausencia puede variar desde una semana, un mes e incluso seis meses.
“Se puede afirmar entonces que se habla de una reintegración familiar como etapa final del despliegue, que se caracterizaría por la reentrada del miembro del servicio en su vida diaria en los diferentes ámbitos, incluyendo a la familia.”
Tal situación puede ser turbulenta, teniendo en cuenta que una vez que el padre ha partido, la esposa y los hijos se ajustan a una diferente dinámica para seguir realizando actividades correspondientes a la familia, por lo que al regresar a casa el padre y la familia deben nuevamente reajustar la dinámica familiar.
Según la National Council on Family Relations (NCFR, en inglés), en el estudio Al regresar a casa: ¿qué sabemos acerca de la reintegración de los militares apostados en sus familias y comunidades?, en el transcurso del despliegue de militares los niños asumen nuevas responsabilidades, pero con el retorno, las esposas vuelven a ceder la autoridad a su marido, y es ahí donde la confusión de roles genera conflictos de adaptación en los hijos.
La investigadora observó que todas las mujeres se dedican a las labores domésticas y el cuidado de los hijos, sin importar el grado de estudios que tengan. “En el caso particular de Sandra (una de las entrevistadas) quien es la única que tiene licenciatura, conoció a su marido tiempo después de terminar su carrera profesional e incluso estuvo trabajando por algún tiempo”.
“Sandra comenta que por las características del trabajo de su marido y sus largas jornadas de trabajo, decidieron que ella se iba a encargar de las labores del hogar así como lo concerniente al cuidado de sus dos hijos, motivo por el cual renunció a su trabajo.”
Carro Abdala indica que la escolaridad de las mujeres es baja, tal vez una limitante a la hora de buscar un trabajo formal. Aunque durante las entrevistas varias de ellas dijeron que si cambian de plaza a sus esposos, tendrían que abandonar sus actividades.
La académica concluye que en México las familias de militares han sido poco investigadas y la información existente no es de dominio público, lo cual ha ocasiona dificultad para aplicar conceptos y definiciones en la investigación en temas de familia y ejército. Sin embargo, considera que su investigación permite visibilizar las condiciones de las familias de quienes se encargan de la seguridad nacional del país.
“Evidentemente ser militar en estos tiempos de tanta violencia, inseguridad y corrupción resulta muy complejo, y la familia no se encuentra ajena a esta situación. Se han mencionado aspectos perjudiciales para el bienestar de los integrantes de las familias de los militares, pero también se encontró que hay indicadores positivos.
“Por ejemplo, contar con un ingreso económico seguro, prestaciones, servicios de salud, etc. Se llega entonces a la paradójica conclusión que pertenecer al ejército brinda seguridad y certeza económica, pero las familias no reciben orientación y acompañamiento ante los problemas familiares que se desencadenan por pertenecer al Ejército”.
José Réyez
[INVESTIGACIÓN][SOCIEDAD][SEMANA][D]
Contralínea 590 / del 14 al 19 de Mayo 2018
Ultraprocesados, fraude alimentario causante de cáncer Darren García, diciembre 21, 2024 Casi una tercera parte…
Casi una tercera parte de las calorías ingeridas por la población mexicana es de productos…
El 3 de diciembre, el presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, declaró la ley marcial de…
La Habana, Cuba. El año 2024 concluye para Alemania con muchas oportunidades perdidas: desde la…
Ciudad de Panamá, Panamá. El 5 de mayo de 2024, se realizaron en Panamá comicios…
Puerto Príncipe, Haití. La próxima Cumbre India-Comunidad del Caribe (Caricom) será celebrada en 2025 en…
Esta web usa cookies.