Roma, Italia. Se va 2018 y ya sólo restan 12 años para avanzar en los esfuerzos hacia la meta de hambre cero fijada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su Agenda 2030.
Se acorta la distancia y el objetivo se vislumbra cada vez más distante, ante un número creciente de hambrientos comparable con el existente 1 década atrás.
El segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU –por el cual suman voluntades la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), entre otros organismos– plantea poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible.
Ello supone una adecuada gestión de la agricultura, la silvicultura y la acuicultura, capaz de suministrar comida nutritiva, generar ingresos decentes y promover el desarrollo desde y para las personas del medio rural, sin daños al medioambiente.
Igualmente está condicionado por las afectaciones en aumento provocadas por el cambio climático y el consecuente flujo migratorio motivado, entre otras causas, por guerras intestinas e impuestas, que igualmente despueblan los campos.
Toda una sucesión de hechos y realidades recogidas en cada uno de los 17 los Objetivos de Desarrollo Sostenible, acompañados de 169 metas, que conforman la Agenda 2030 de la ONU aprobada en septiembre de 2015 por sus Estados miembros, comprometidos con erradicar la pobreza y la desigualdad, garantizar derechos humanos y sociales, fomentar el crecimiento económico sostenible y la protección del medio ambiente, entre otros.
Cuán lejos están de esas aspiraciones los 821 millones de personas, uno de cada nueve de los habitantes del planeta, víctimas del hambre en el mundo en 2017.
Son al menos 15 millones de personas más incorporados al ejército de los hambrientos del planeta comparado con 2016 y un retorno a la cifra de estómagos vacíos en 2010; de hecho, ellos son la “avanzada” más vergonzosa de una batalla donde se juegan la vida más de 2 mil 100 millones de pobres, con esa y otras formas de malnutrición.
A los conflictos y la violencia en muchas partes del mundo, la variabilidad del clima y la exposición a eventos climáticos extremos cada vez más complejos, frecuentes e intensos, se atribuye esa regresión en el informe La seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018.
En ese documento, la FAO, el Fondo para la Infancia (Unicef), el PMA, el FIDA y la Organización Mundial de la Salud (OMS) llamaron a acelerar la aplicación de medidas para fortalecer la resiliencia y capacidad de adaptación de los sistemas alimentarios y los medios de vida de las personas.
Según ese informe, “el riesgo de padecer inseguridad alimentaria y malnutrición es mayor hoy en día porque los medios de vida y los bienes de subsistencia –en especial, los de las personas pobres– están más expuestos y son más vulnerables a la variabilidad y las condiciones extremas del clima”.
Del total de hambrientos en el mundo, 486 millones están concentrados en Asia y el Pacífico, según el Panorama regional de la seguridad alimentaria y nutricional 2018. En éste se reconoce que el progreso en la reducción de la desnutrición se ralentizó enormemente y se “hace cada vez más difícil alcanzar la meta de Hambre Cero del segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible”.
Esa región acumula más de la mitad de los niños malnutridos del mundo: 79 millones de infantes –uno de cada cuatro menores de 5 años– sufren retraso en el crecimiento y otros 34 millones padecen de emaciación (peso bajo para la estatura), 12 millones de ellos con malnutrición severa aguda y un riesgo de muerte mucho mayor.
Al otro lado del mundo, en América Latina y el Caribe, por tercer año consecutivo aumentó a 39.3 millones el número de personas que sufre escasez de alimentos. Cifra que sólo en 1 año (2016-2017) creció en 400 mil personas y el índice de inseguridad alimentaria grave pasó de 7.6 a 9.8 por ciento en igual lapso.
El hambre azotó con especial fuerza a África donde casi el 21 por ciento de la población fue reportada por la FAO como subalimentada, equivalente a 256 millones de seres humanos, de las cuales 236 millones correspondían a la región subsahariana que, de igual modo, contabilizó un 30.4 por ciento más de los 181 millones de hambrientos de esa zona en 2010.
Una evaluación de la propia FAO indica que las crisis alimentarias asociadas al clima involucran a 20 de los 34 países afectados por ese flagelo, los cuales viven en un contexto de paz; pero los 14 restantes sufren también conflictos, por lo que la situación es aún más complicada.
Ejemplo de ello es Yemen: “la prueba viviente de una ecuación apocalíptica”, como la definiera el director general de la FAO, José Graziano da Silva, durante una sesión informativa de alto nivel sobre la inseguridad alimentaria a los Estados miembros, en la sede la ONU en Nueva York, en noviembre de 2018.
En ese país, dijo, “los conflictos y la seguridad alimentaria van de la mano, y cuando hay una superposición de cambio climático y conflicto, la hambruna ya está en el horizonte.
“Estamos viendo ante nuestros ojos una tragedia humana sin precedentes”, afirmó, en referencia al conflicto en Yemen, con un saldo de hasta 14 millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria grave, incluyendo niños.
Antes, el director adjunto de la FAO, Kostas Stamoulis, advirtió también que existen países donde no hay conflicto, tampoco atraviesan una crisis económica ni enfrentan eventos climáticos extremos y “tienen elevadas tasas de hambre”.
Además, “la marginación, la desigualdad y la pobreza provocan que la gente no pueda acceder a una alimentación suficiente y nutritiva”, apuntó Stamoulis y alertó que “si no hacemos más, los 3 años de ascenso serán 4. Reducir el hambre no es una cuestión de fe, sino que depende de nuestras acciones”.
Según la Unicef, en países afectados por conflictos o desastres son analfabetos casi tres de cada 10 jóvenes entre 15 y 24 años, cifra que triplica la media mundial; en tanto, sólo el 3.6 por ciento de la financiación humanitaria se dedica a la educación de los niños y niñas que viven en situaciones de emergencia.
También la Unesco señala la existencia de 758 millones de personas que no saben leer ni escribir en este planeta, dos tercios de ellos mujeres.
En su informe Reducir la pobreza en el mundo gracias a la enseñanza primaria y secundaria universal, de junio 2017, apunta que los niños, adolescentes y jóvenes no escolarizados en el mundo disminuyó de manera constante en el decenio siguiente al año 2000.
Pero, más adelante señala que los datos muestran que varios años después ese avance prácticamente quedó interrumpido y que permaneció “casi invariable en alrededor de 264 millones en los 3 años últimos” (2015-2017), regresión que en igual periodo tuvieron también los indicadores del hambre.
Al intervenir ante los ministros de Salud del G7 (Milán, 2017), el director general de la OMS, Adhanom Ghebreyesus, destacó que anualmente mueren 5.6 millones de niños antes de los 5 años y 1.2 millones de adolescentes; además ocurren más de 300 mil muertes maternas, la mayoría prevenibles. “No son cifras, son personas”, enfatizó.
La pobreza extrema y el hambre crónica están muy distantes de la salud y el bienestar, la educación de calidad, igualdad de géneros, agua limpia y saneamiento, energía asequible y no contaminante, mayor empleo y crecimiento económico.
Asimismo, muy lejos están esos seres famélicos de otros tantos propósitos en la industrias, innovaciones e infraestructuras; reducción de las desigualdades, ciudades y comunidades sostenibles; producción y consumo responsables, entre tantas otras metas mundiales.
Los hambrientos precisan de todo eso para dejar de ser estadísticas vergonzosas y acceder al elemental derecho a la alimentación reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (artículo 25) y consagrado en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966.
La conferencia global sobre hambre y malnutrición –auspiciada por la FAO y el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (Ifpri)– hizo un llamado urgente para avanzar hacia la meta de Hambre Cero.
Con sede en Bangkok, Tailandia, a finales de noviembre de 2018, el foro fue convocado ante el aumento del hambre en el mundo por 3 años consecutivos, y allí Da Silva describió la situación como “un serio revés”.
Señaló que tanto esa organización como los organismos asociados de la ONU, los gobiernos de los países miembros y otros factores “están muy preocupados”.
Asimismo, el director general del Ifpri, Shenggen Fan, sostuvo que existen las herramientas y conocimientos para eliminar el hambre en los próximos 12 años; en tanto, Da Silva abogó por una voluntad política más fuerte y un mayor compromiso financiero.
Para lograr Hambre Cero sostenible y perdurable, toca a los Estados miembros de la ONU firmantes del acuerdo mostrar resultados tangibles en esos propósitos y, sobre todo, lograr que exista paz, justicia e instituciones sólidas.
La injusticia es la raíz perversa de la pobreza y el grito de los pobres “es más fuerte, pero cada día se escucha menos, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos que son cada vez menos, pero más ricos”, subrayó el papa Francisco en la II Jornada Mundial de los Pobres.
Frank González/Prensa Latina
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