El discurso del presidente iraní Mahmud Ahmadinejad en la ONU ha dado lugar a una gran campaña de desinformación en Occidente y a una pronta respuesta del presidente estadunidense Barack Obama, dirigida al pueblo iraní. Más allá de los despachos sesgados de las agencias de prensa y con base en los textos originales, el periodista francés Thierry Meyssan expone el verdadero contenido del debate indirecto entre ambos jefes de Estado
Thierry Meyssan / Red Voltaire
Los presidentes de Irán y de Estados Unidos libraron un desacostumbrado combate verbal que las agencias occidentales de prensa han reflejado sólo de forma fragmentaria y tergiversada. En la tarde del 23 de septiembre de 2010, Mahmud Ahmadinejad hizo uso de la palabra desde la tribuna de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Barack Obama le respondió, en la mañana del día siguiente, ante las cámaras de la televisión de la BBC en lengua persa. Ambas intervenciones conforman un conjunto que ilustra el cambio de estrategia de las dos partes. Ya no se trata de presentarse como líderes de dos bandos opuestos, de dos visiones del mundo, sino de llamar al pueblo del adversario a emprender una revolución.
Hace un año, Washington esperaba derrocar a la administración de Ahmadinejad con la manipulación de las multitudes, en una enésima edición de las llamadas revoluciones de colores. Emprendida en ocasión de la elección presidencial iraní de 2009, la operación fue un fracaso. Permitió, sin embargo, inculcar en la imaginación de los occidentales una representación fantasmagórica de Irán al presentar a ese país como una dictadura. Pero tuvo en Irán un efecto contrario.
Los electores de la oposición quedaron masivamente sorprendidos e indignados al comprobar la mala fe de su propio candidato y su evidente intención de hacerse del poder a través de la calle, a falta de haber logrado obtenerlo en las urnas. Por su parte, el ganador de la elección perdió su tendencia al compromiso y decidió reavivar el radicalismo de la revolución islámica. Se acentuó la separación entre las clases populares y la alta burguesía. La Agencia Central de Inteligencia y la NED (National Endowment for Democracy) planifican ahora nuevas acciones, pero su objetivo inmediato ya no es el derrocamiento del régimen, sino debilitarlo en el plano internacional.
Nunca antes Teherán había parecido interesado en introducir el debate en Estados Unidos, país que consideró durante mucho tiempo como un bloque, una potencia colonial aliada y sucesora del imperio británico, un gran Satán protector de los crímenes israelíes. La administración de Ahmadinejad ha establecido ahora relaciones con intelectuales y artistas disidentes.
Estima que los estadunidenses son gente de buena voluntad que lentamente está tomando conciencia de que está siendo gobernada por tiranos; que es posible incluso que se produzcan revueltas –las cuales pueden tener un carácter revolucionario o secesionista–. La revolución islámica debe aliarse con los actuales disidentes para combatir contra el sistema dominante.
Es aquí donde interviene el discurso de Mahmud Ahmadinejad. El presidente iraní comenzó rechazando la teoría del choque de civilizaciones, enunciada por Bernard Lewis y popularizada por Samuel Huntington. Para esos autores, el choque es inevitable. Los occidentales no tienen más remedio que prepararse militarmente para ello, con el objetivo de matar antes de que los maten. Esto es absurdo para el presidente iraní. En estos tiempos de globalización, el desarrollo de los intercambios comerciales y culturales permite a los pueblos conocerse entre sí y apreciarse mutuamente. En cuanto a judíos, cristianos y musulmanes, su fe común en el dios único debe llevarlos a establecer relaciones armoniosas.
Sin embargo, para el señor Ahmadinejad, si bien el choque de civilizaciones es una ideología artificialmente promovida por el movimiento sionista para dividir el mundo y dominarlo, sí existe un conflicto en el seno de la humanidad: el conflicto que opone los valores materiales del capitalismo y de la sociedad de consumo a los valores espirituales de la evolución, que son la justicia y el heroísmo. Dicho esto, el enemigo no es Occidente, sino el materialismo del que padecen los occidentales y que contamina el resto del mundo.
El actual sistema de dominación se inscribe en la prolongación del esclavismo, del colonialismo y del imperialismo. Está siendo desarrollado por un grupo trasnacional que se apoya principalmente en el Reino Unido, Estados Unidos e Israel para lograr sus fines. Debido a la superioridad militar de esos Estados respecto de todos los demás Estados del mundo en su conjunto, habría que ser iluso para abrigar esperanzas de vencer por las armas (a ese sistema de dominación). Sin embargo, dado que utiliza a los británicos, a los estadunidenses y los israelíes, a menudo en detrimento de ellos mismos, es posible aliarse con esos pueblos en contra de ese sistema de dominación.
Al igual que Marx, cuando imaginaba que es posible unir a los proletarios de todos los países en contra de la explotación capitalista, Ahmadinejad piensa que es posible unir a los oprimidos en contra del sionismo. De acuerdo con ese enfoque, es necesario demostrarles a los estadunidenses que ellos también son víctimas de un sistema que erróneamente creen benéfico para ellos. Dirigiéndose a la Asamblea General de la ONU, el presidente Ahmadinejad reclamó la creación de una comisión investigadora internacional sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Para los Estados miembros de la ONU, desarrolló el argumento de la competencia. La respuesta que Estados Unidos aportó unilateralmente a aquellos atentados fue arremeter a sangre y fuego contra el Medio Oriente sin resolver el problema del terrorismo. Para ser eficaz, habría sido necesario, hace nueve años, crear una comisión investigadora, analizar sus resultados en el seno de la ONU y adoptar en el plano internacional una estrategia antiterrorista. Como nunca es demasiado tarde para hacer bien las cosas, la ONU debe recuperar sus prerrogativas para vencer el terrorismo y alcanzar la paz.
Para el público estadunidense, el señor Ahmadinejad mencionó, basándose en un reciente sondeo, las tres hipótesis más frecuentemente citadas: 1. Los atentados fueron cometidos por un poderoso grupo extranjero; 2. Los atentados fueron preparados por elementos internos; 3. Los atentados fueron realizados por un grupo extranjero que contó con la pasiva complicidad de elementos internos.
Contrariamente al discurso de moda, no se refirió a que Osama Bin Laden se haya presentado como islamista, sino que él y su familia tienen negocios comunes con los Bush –informaciones que yo mismo había revelado en octubre de 2001 en el principal semanario político de América del Norte, Proceso, y que fueron retomadas en el Congreso [estadunidense] por la representante Cynthia McKiney.
El objetivo de esa presentación es reubicar el debate: el problema no reside en el choque entre el Islam y Occidente, sino en la dominación del mundo por parte de una pandilla que incluye a los Bush y a Osama Bin Laden.
Durante el transcurso de esa exposición, el embajador de Estados Unidos se levantó y abandonó la Asamblea General. Obedeciendo a su solicitud, o a su orden, los embajadores de varios Estados aliados hicieron lo mismo. La acostumbrada maquinaria de propaganda se dio a la tarea de deformar las palabras de Ahmadinejad y de restarles importancia.
Los medios atlantistas se esforzaron por hacer creer que el presidente iraní insultó a las víctimas del 11 de septiembre, en el mismo Nueva York, al afirmar que los estadunidenses no son víctimas, sino culpables. Basta con consultar el texto de su discurso para comprobar la manipulación. Lo cierto es que, en ese documento, el señor Ahmadinejad expresa su tristeza por las víctimas. Inmediatamente, las pone en un plano de igualdad con los cientos de miles de muertos, heridos y desplazados de la guerra contra el terrorismo.
Señala que los sufrimientos de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre son similares a los de las víctimas de la guerra contra el terrorismo. Lo cual equivale a afirmar nuevamente que el choque de civilizaciones es un engaño y todos estamos siendo víctimas del mismo sistema.
El Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos se reunió de urgencia y se decidió que Barack Obama tenía que dirigirse lo más pronto posible a los iraníes y que los exhortara a la insurrección para disuadir a Teherán de continuar su ofensiva.
Se organizó una entrevista con el canal de televisión de la BBC en lengua persa, que tiene más audiencia en Irán que los propios canales estadunidenses en esa lengua. Técnicamente, esa tarea compete al consejero adjunto de Seguridad Nacional a cargo de las comunicaciones estratégicas, Ben Rhodes.
Resulta que el señor Rhodes es precisamente la persona que redactó el informe de la Comisión Presidencial Kean-Hamilton sobre el 11 de septiembre. Así que fue él quien dio su forma definitiva a la teoría del complot islamista con sus 19 kamikazes y su malévolo Bin Laden escondido en una cueva afgana.
El presidente Obama respondió a las preguntas de Bahman Kalbasi, un periodista iraní que pretende haber huido de su país en 2001 para escapar de la dictadura, a pesar de que ha regresado después a Irán para realizar allí varios documentales.
El señor Kalbasi pidió, de entrada, al presidente Obama que comentara las palabras de su homólogo iraní sobre el 11 de septiembre. El presidente Obama respondió: “Fue chocante, lleno de odio. Y que haya hecho esas declaraciones aquí en Manhattan, precisamente al Norte de Ground Zero, donde familias perdieron a sus seres queridos… gente de todas las religiones, de todos los orígenes ven esos atentados como la principal tragedia de esta generación. Que él haya hecho tales declaraciones fue inexcusable”.
Por mucho que lean y relean el discurso del señor Ahmadinejad, nada podrán encontrar los iraníes que pueda resultar chocante. No contiene ninguna provocación, sólo preguntas legítimas. Pero no importa, el señor Obama sigue estableciendo una diferencia entre la reacción de conmoción de los iraníes al día siguiente del 11 de septiembre y la del “régimen”.
En el resto de la entrevista, explica que la política de la administración de Ahmadinejad es un callejón sin salida. Según el señor Obama, esa política no puede dar resultados y suscita sanciones que los iraníes están sufriendo y cuyas duras consecuencias sufrirán en su vida diaria. Desarrolla esa lógica en varios aspectos y concluye con el tema palestino. Asegura entonces nuevamente que el radicalismo no lleva a ninguna parte y que la paz en Palestina depende de un compromiso con Israel.
La entrevista constituye una clara advertencia destinada a Teherán: no se les ocurra sembrar la duda en la población estadunidense porque haremos lo mismo con ustedes. Se basa en la idea de que los iraníes rechazarán una política que les está costando caro sin recibir, por el momento, nada a cambio.
Anuncia una nueva operación de desestabilización en ocasión de las reformas económicas. Para evitar la asfixia, Irán –sometido a un embargo por parte de la ONU y a varios unilaterales– se ve obligado a renunciar a sus precios subvencionados y a liberalizar su mercado interno.
Esa brusca adaptación no dejará de provocar descontento. Washington tiene intenciones de unir a los descontentos alrededor de Mir Hosein Musavi para utilizarlos en contra del gobierno.
Pero ese proyecto tendrá que enfrentar varios obstáculos. En primer lugar, los descontentos con la reforma económica pueden albergar dudas sobre la capacidad del señor Musavi para representarlos. Durante su campaña electoral, Musavi defendió, en efecto, el principio de una economía liberal a la estadunidense. Por lo tanto, no parece ser la persona adecuada para oponerse de forma creíble a una liberalización del mercado interno. En segundo lugar, el argumento del precio demasiado caro de una política radical tiene pocas posibilidades de dar resultado en Irán, Estado revolucionario que viene cultivando el heroísmo desde hace 32 años. Muchos pueden, incluso, encontrarlo insultante.
Para terminar, la decisión de conceder esa entrevista a la BBC en lengua persa es una torpeza. Como invitado del señor Talebzadeh en Secretos, el principal programa político de Irán, en ocasión de las conmemoraciones del 11 de septiembre, yo expuse la necesidad de crear una comisión investigadora de las Naciones Unidas y abordé la implicación de la BBC en el complot del 11 de septiembre. Hay que recordar que, aquel día, el edificio siete del World Trade Center, conocido como la Torre Salomón Brothers, se desplomó después del mediodía sin haber sido tocado por ningún avión.
Para evitar que ese hecho llevara a la gente a plantearse mayores interrogantes sobre el derrumbe de las Torres Gemelas, los conspiradores impusieron una explicación inmediata. El derrumbe de las Torres Gemelas supuestamente hizo retemblar el suelo y fragilizó los cimientos del edificio siete. Para garantizar la difusión de esa versión, los conspiradores la hicieron pública a través de la BBC… antes de la caída del edificio siete.
En resumen, el presidente de la República Islámica de Irán declaró, al mundo en general y a los estadunidenses en particular, que los muertos del 11 de septiembre no son víctimas del Islam. Se pronunció por la creación de una comisión investigadora internacional, cuyos resultados pudieran demostrar que tanto los muertos estadunidenses como los muertos en el Medio Oriente son víctimas del sistema de dominación mundial.
Por su parte, el presidente de Estados Unidos se dirigió a los iraníes, a través de un medio de difusión cuyos dirigentes participaron en la organización del 11 de septiembre, para sugerirles que no pregunten sobre los atentados o, de lo contrario, sufrirán nuevas sanciones.
La rápida reacción de Washington revela, en definitiva, la fragilidad de su posición. Si se tomó la decisión de sacar urgentemente a la palestra al presidente Obama es porque se sabía que la coyuntura es peligrosa. El 74 por ciento de los estadunidenses piensa que ciertos elementos de la administración perpetraron el 11 de septiembre o permitieron que se perpetrara. Pero no se rebelan contra las mismas autoridades a las que consideran responsables de la muerte de cerca de 3 mil conciudadanos.
Lo que sucede es que, hasta el momento, están convencidos de que los fanáticos de la seguridad nacional son capaces de cometer crímenes contra la población cuando se imaginan que pueden ser de utilidad para el engrandecimiento del país.
Lo que el presidente Ahmadinejad sugiere es, por el contrario, que los conspiradores actuaron a favor de los intereses de un grupo trasnacional en detrimento de los intereses de los estadunidenses, considerados únicamente como carne de cañón destinada a morir en los campos de batalla del Medio Oriente ampliado.
Esa idea pone en peligro el sistema de dominación mundial, ya que puede llegar a despertar la conciencia del pueblo estadunidense y llevarlo a la rebelión.
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