Una nueva política exterior inicia en la Casa Blanca. Obligado por las circunstancias, Obama diseña una política de relaciones exteriores distinta e, incluso en algunos asuntos, contraria a la que desarrolló durante su primer periodo al frente del gobierno de Estados Unidos. Por verse aún, la profundidad de los cambios, pero ahora tendrá que replantear su papel en Oriente Medio e incluir en sus negociaciones a Rusia y a China. La defenestración del titular de la CIA, el inicio de una purga que llegará hasta las altas esferas de las fuerzas armadas
Thierry Meyssan/Red Voltaire
Ya fortalecido en legitimidad por su reciente reelección, el presidente Barack Obama se prepara para iniciar una nueva política exterior. Después de sacar las conclusiones que le impone el relativo debilitamiento económico de Estados Unidos, Obama renuncia a gobernar el mundo él solo. Las Fuerzas Armadas estadunidenses prosiguen su salida de Europa y su retirada parcial de Oriente Medio para posicionarse alrededor de China. En función de esa perspectiva, el presidente de Estados Unidos quiere al mismo tiempo debilitar la naciente alianza Rusia-China y compartir con Rusia el peso que representa Oriente Medio. Está por lo tanto dispuesto a poner en aplicación el acuerdo sobre Siria, concluido en Ginebra el 30 de junio de 2012, que implica el despliegue de una fuerza de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) conformada principalmente por tropas de los países de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, y aceptar que Bachar al-Assad se mantenga en el poder si su pueblo lo plebiscita.
Esta nueva política exterior enfrenta una fuerte resistencia en Washington. En julio pasado, la filtración organizada de ciertas informaciones a la prensa saboteó el acuerdo de Ginebra y provocó la renuncia de Kofi Annan como enviado especial de la ONU y la Liga Árabe. Aquel sabotaje parece haber sido obra de un grupo de oficiales superiores estadunidenses que no admiten el fin de su sueño de instaurar un imperio global.
Esa problemática nunca se mencionó durante la campaña electoral presidencial, ya que los dos principales candidatos estaban de acuerdo en la implantación del mismo viraje político y se diferenciaban únicamente en la manera de presentarlo.
Barack Obama esperó además hasta la noche de su victoria electoral para emprender una purga discretamente preparada desde hace meses. Ampliamente reflejada por los medios, la renuncia del general David Petraeus a sus funciones como director general de la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadunidense) no pasaba de ser un aperitivo y no tardarán en rodar las cabezas de otros oficiales superiores.
La purga afecta, en primer lugar, al almirante James G Stavridis, comandante supremo de la Organización del Tratado Atlántico Norte y comandante del Eucom [United States European Command], quien llega al fin de sus funciones; y al general John R Allen, quien debía reemplazarlo. Vienen después el general William E Ward, excomandante del Africom [United States Africa Command]; el general Carter F Ham, quien lo reemplazó en ese cargo hace 1 año, así como otros oficiales superiores que ocupan cargos menos importantes.
En cada caso, los oficiales superiores incluidos en la purga son acusados de dudosa moralidad o de malversación de fondos. Actualmente, la prensa estadunidense vive extasiada con los detalles más sórdidos del triángulo amoroso entre Petraeus, Allen y Paula Broadwell. La biógrafa de Petraeus ni siquiera menciona, sin embargo, que esa señora es teniente coronel de la inteligencia militar. Todo parece indicar que en realidad fue infiltrada en el entorno de los dos generales para hacerlos caer en una trampa.
Antes de la purga que actualmente se desarrolla en Washington, ya se había producido en julio pasado la eliminación física de varios responsables extranjeros que se oponían a la nueva política y que habían estado implicados en la batalla de Damasco. Todo sucedió como si Obama hubiera decidido permitir una limpieza de verano. Así se produjeron la muerte prematura del general egipcio Omar Suleiman, mientras se hallaba en Estados Unidos para someterse a una serie de exámenes médicos y, 7 días después, el atentado contra el príncipe Bandar ben Sultán de Arabia Saudita.
Lo que ahora le queda por hacer a Barack Obama es conformar su nuevo gabinete con hombres y mujeres capaces de lograr la aceptación de su nueva política. Para ello cuenta sobre todo con el excandidato demócrata a la elección presidencial (2004) y actual presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, John Kerry. Moscú ya hizo saber que la nominación de Kerry sería bienvenida. El senador es conocido por ser “un admirador de Bachar al-Assad” (The Washington Post), con quien ha sostenido incluso frecuentes conversaciones desde hace años.
Queda por saber si los demócratas pueden darse el lujo de perder un asiento en la Cámara de Senadores y si Kerry estaría a la cabeza del Departamento de Estado o del Departamento de Defensa.
De asumir Kerry la dirección del Departamento de Estado, el Departamento de Defensa quedaría bajo la tutela de Michele Flournoy o de Ashton Carter, cuya misión sería proseguir las restricciones presupuestarias ya emprendidas en ese sector.
Si Kerry tomara la dirección del Departamento de Defensa, el Departamento de Estado quedaría entonces en manos de Susan Rice, lo cual puede plantear ciertos problemas en la medida en que Rice no se ha mostrado precisamente cortés ante los últimos vetos rusos y chinos en el Consejo de Seguridad de la ONU, y parece carecer de la sangre fría que exigiría el puesto. En todo caso, los republicanos ya están movilizándose para cerrarle el camino.
John Brennan, célebre por sus métodos particularmente sucios y brutales, podría convertirse en el próximo director de la CIA. Su misión consistiría en pasar la página de la era de Bush al liquidar a los yihadistas –que anteriormente trabajaron para dicha Agencia y desmantelaron Arabia Saudita– que han perdido toda utilidad. Otro candidato para esa misión pudiera ser Michael Vickers, pero tampoco hay que olvidar a Michael Morell, el hombre de la sombra que estuvo junto a George W Bush un cierto 11 de septiembre para decirle lo que tenía que hacer.
El muy sionista, pero también muy realista, Anthony Blinken podría, por su parte, convertirse en consejero de Seguridad Nacional, lo que permitiría retomar el plan que el propio Blinken había elaborado en 1999, en Shepherdstown, para el entonces presidente Clinton, plan que consistía en llevar la paz a Oriente Medio apoyándose en la familia Assad.
Incluso antes de la nominación del nuevo gabinete, el viraje político ya empezó a concretarse con la reanudación de las negociaciones secretas con Teherán. En efecto, el nuevo contexto impone a Washington el abandono de la política de aislamiento aplicada contra Irán y reconocer finalmente que la República Islámica es una potencia regional. Primera consecuencia: ya se reanudó la construcción del gasoducto que conectará South Pars –el mayor campo gasífero del mundo– con Damasco, y posteriormente con el Mediterráneo, para extenderse finalmente hasta Europa; una inversión de 10 mil millones de dólares cuya rentabilización exige una paz duradera en la región.
La nueva política exterior de Obama en su segundo mandato modificará a Oriente Medio en 2013, pero será en el sentido opuesto a lo que habían anunciado los medios de prensa occidentales y los del Golfo.
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