Baradan Kuppusamy/IPS
Kuala Lumpur, Malasia. Casi 9 mil kilómetros separan a Malasia de África, pero eso no impidió a la nación del Sureste asiático convertirse en una escala clave del contrabando de marfil hacia China.
“Entre junio de 2011 y marzo de este año [2013] nos las arreglamos para confiscar más de 10 maletas de marfil ilegal”, dice a Inter Press Service (IPS) el director general del Departamento de Aduanas de Malasia, Jazali Ahmad.
Cerca de 50 toneladas de colmillos de elefantes (para obtenerlas hubo que matar a 1 mil 500 de estos animales en África) se recuperaron en el país desde junio de 2011.
En enero de este año, otras dos confiscaciones en los puertos del norteño estado de Penang y el sureño de Johore, recolectaron 1.4 toneladas y 492 kilogramos de marfil, respectivamente.
Los colmillos van ocultos bajo una variedad de otros productos, sean contenedores de pescado salado, madera cortada o incluso maníes.
Con el etiquetado de “Exportación a Malasia”, los agentes locales, a sabiendas o no, declaran que la carga sigue camino hacia China, lo cual dificulta que las autoridades rastreen al receptor final allí. La carga también va acompañada por múltiples documentos, algo que confunde aún más.
“Todo el marfil viene de África y se dirige hacia China”, dice Ahmad.
Tradicionalmente, el marfil se usa para fabricar productos como palitos para comer arroz, marcadores de libros (separadores), estatuillas chinas y otros adornos.
Estos objetos son particularmente consumidos por los “nuevos ricos” de China, así como por las significativas minorías de personas adineradas de origen chino en países como Vietnam, Tailandia y Filipinas. A cambio, ellos están dispuestos a pagar un precio considerable.
A consecuencia, el marfil se vende a más de 10 mil dólares por tonelada en algunos mercados. Las enormes ganancias derivadas del comercio se destinan al mantenimiento de varias guerras libradas por militares o rebeldes en África central, como el Ejército de Resistencia del Señor (LRA), integrado por cazadores furtivos y contrabandistas independientes, así como por organizaciones criminales de todo el continente.
“Es muy desalentador”, dice a IPS el director ejecutivo del capítulo malasio del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), Dionysius SK Sharma.
“El precio del marfil está volviendo la situación descabellada”, agrega.
La codicia por el marfil está cobrando víctimas entre los elefantes africanos, cuya población se reduce tanto que los científicos temen que la especie esté por situarse en peligro de extinción.
La preocupación por el rol de Malasia como escala para el marfil ilegal fue subrayada por primera vez en una reunión celebrada en julio por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites). Este documento prohíbe el comercio de marfil.
A Malasia, que es parte del Cites desde 1975, se le pidió que reportara las medidas que tomó para abordar el problema.
Dentro del país hay cada vez más conciencia de que las confiscaciones registradas podrían ser apenas la punta del iceberg. “¿Cuánto marfil africano más se desliza por nuestros puertos?”, pregunta Kulasegaran Murugesan, legislador malasio y firme activista por la protección de la naturaleza.
El asunto es: “¿Dejamos que esto ocurra y culpamos a otros por el comercio ilegal o actuamos proactiva y decisivamente para detener el comercio de marfil?”, plantea.
Murugesan está determinado a llevar el asunto al parlamento y también busca presionar a los operadores portuarios, a funcionarios aduaneros y dedicados a la biodiversidad para que les nieguen a los traficantes internacionales el uso de los puertos malasios.
Los funcionarios dicen que es poco lo que pueden hacer, además de tomar medidas severas en puertos y aeropuertos, como el uso de equipos de rayos X. Las porosas fronteras de Malasia permiten que personas y mercaderías vayan y vengan como les dé la gana, convirtiendo al país en un punto de preferencia para los traficantes.
William Schaedla, director para Asia Suroriental de la red de control del comercio de biodiversidad TRAFFIC, elogia al departamento aduanero por su vigilancia y dice esperar que logre encaminar todos sus esfuerzos para hallar a “los delincuentes que están usando a Malasia como punto de tránsito para el marfil.
“También urgimos a las autoridades a asegurar que se lleven a cabo sistemas adecuados para catalogar y almacenar el marfil confiscado”, declara a IPS.
El marfil confiscado debe destruirse públicamente, pero los activistas dicen que esto no se hizo. El problema es que se pudo hallar la manera de volver a introducirlo en el mercado.
“Estamos en medio de hacer un inventario del marfil confiscado”, dice el ministro de Ambiente, Palanivel Govindasamy. Sin embargo, agrega que esto es nuevo para ellos.
“Tenemos que desarrollar protocolos aceptados internacionalmente. Llevará algún tiempo, pero estamos trabajando en ello”, añade.
Malasia no realizó ni una sola confiscación de marfil en casi 1 década hasta mediados de 2011. Esto no quiere decir que los colmillos de elefante no pasaran por sus puertos y aeropuertos, pero éstos no tenían la demanda que sí tienen en la actualidad.
En la propia Malasia, por ejemplo, no hay demanda de marfil. “Nuestra población no está dispuesta a pagar tanto dinero por él y el país está absolutamente en contra del comercio ilegal”, dice Ahmad.
Así que, aunque Malasia también tiene elefantes en sus junglas y en sus zoológicos, no hay comercio de colmillos de esos animales.
Si la población de elefantes está menguando en el país es por la pérdida de hábitat, debida a la expansión de la palma aceitera, la deforestación y la creciente sed de tierras para cultivos alimentarios.
Ahmad reclama una iniciativa internacional, tal vez liderada por la Asociación de Naciones del Sureste Asiático para combatir el tráfico de marfil. “También necesitamos los mejores esfuerzos de otros países”, apunta.
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