Mariela Castro –doctora experta en sexología, hija de Raúl Castro y Vilma Espín, y sobrina del máximo líder de la Revolución Cubana– repasa el significado del retiro de Fidel de la vida pública cubana y de los retos que enfrenta su padre como presidente. También, cómo se preparan los jóvenes para asumir su responsabilidad política
Mariela Castro Espín habla de la dirigencia y el futuro de su país. Para ella, la afirmación de que en Cuba los dirigentes son viejos es un cliché que provoca la división generacional. Esta mujer –sencilla de palabra y formas, aunque su vida ha transcurrido entre los grandes actores políticos y sociales de América Latina– replica: “¡Como si no fueran revolucionarios por ser viejos! ¡Nos han demostrado que son muy revolucionarios, muy persistentes, muy audaces y con capacidad para tirar hacia adelante con la Revolución!”
“Por otro lado, se ve el esfuerzo de la generación de mi padre para solucionar algunos problemas actuales. Tenemos que tratar de crear las mejores condiciones posibles antes de hacer entrega de la responsabilidad a las generaciones que le siguen; eso lo están haciendo con mucho cuidado y responsabilidad para preservar lo más valioso. Que se modifique lo que no funciona y sacar lo más atravesado que no permite avanzar, y en eso mi padre está trabajando con mucha atención.
“Ha creado muchas comisiones de trabajo que revisan los planteamientos que ha hecho la población en los debates nacionales. Profesionistas de distintas áreas les dan respuesta, algunas no son inmediatas y nos desesperamos, pero no se puede desestructurar un país y estructurarlo de la noche a la mañana. La población observa y opina que se va avanzando, pero todavía tenemos muchas cosas que criticarnos que nos molestan y dan rabia, pero opinamos y proponemos.
“Mi papá no es de esas personas a las que le gusten anunciar los cambios, le gusta hacerlos, y cuando se solidifican, entonces dice: ‘¡Ah bueno!, ahora vamos a comentarlos’. La gente está opinando y sintiendo que las cosas se mueven, despacito pero se mueven. Detrás está la esperanza de lograr una estrategia económica más sólida y de que en ese proceso no se pierda el proceso social de la Revolución. En eso están puestas todas las energías.”
Mariela es hija de Vilma Espín, la química y pianista que luchó en la Sierra Maestra como integrante del Movimiento 26 de Julio, que creó la Federación de Mujeres Cubanas y fue la única esposa de Raúl Castro. Su legado ideológico es notable en la personalidad de la entrevistada: piensa y habla rápido. Esta mujer también se nutrió de los debates y reflexiones de los hombres y mujeres que en la década de 1960 meditaban sobre América Latina y el mundo, y que veían a Cuba como su refugio y esperanza. Esa doctora y pedagoga responde así a la pregunta ¿qué le falta a México?:
“Les falta hacer una revolución. Si no empiezan por ahí, van a perder la otra mitad del territorio que les quedó después de que la primera mitad se las quitaron descaradamente. Ya ustedes han visto quiénes se han apropiado de México: la mafia, el crimen organizado, y los que forman parte de eso están como los tres monos sabios: se tapan los ojos, la boca y los oídos.
“Parece que la política mexicana tiende a eso, pero no me quiero meter en los asuntos internos de México”, explica con una sonrisa jovial.
—¿Es usted privilegiada? ¿Alguien le ha criticado su parentesco con el presidente cubano o que sea una junior con mejores condiciones que otros?
—¡No! ¡junior no! Nadie me ha calificado de esa manera; todo mundo me conoce: la gente sabe de dónde vengo y cómo me he movido desde que era estudiante. El pueblo de Cuba sabe y ve todo como mi trayectoria.
El tema incomoda mucho a Mariela Castro: “Nunca le pedí ayuda material a mi papá. Paso mucho trabajo y dificultades para trabajar porque al Cenesex (Centro Nacional de Educación Sexual) no se le asigna mucho presupuesto. Si se nos rompe la guagüita [autobús] en el camino, tenemos que buscar el agua por la calle; que no tenemos luz ni papel, pero tenemos los recursos humanos. Tenemos la convicción de lo que hacemos, y nadie nos va a parar.
“Hay gente que también va pidiéndome ayuda que no puedo dar. Tengo la delicadeza de recibir a la gente o que mis compañeras lo hagan y encaminar sus casos por las vías que deben de ser. Porque mis cartas no las mando a mi papá, sino adonde todo mundo las lleva. Que alguna vez quiere hablar del tema y lo conversamos, ¡perfecto!
“Que si yo me agarrara a la vía de ser su hija, no aportaría nada, porque es muy fácil decir: ‘¡Ay, voy a hablar con mi papá!’. Pues los hijos del presidente todo lo van a tener resuelto por ahí.
“Él mismo me enseñó a ser así; fue muy recio y a veces me daba rabia que me hablara así; pero se lo agradezco porque me enseñó a inventar, a ser más creativa, a buscar los recursos en mí misma y los recursos en la gente del trabajo.
“¡Claro que a veces me disgustaba que había gente a la que le daba las cosas! Le preguntaba: ‘¿Y por qué no deja que haga los procesos mismos que hago yo? ¿Que haga los caminos que hago yo? ¿Por qué a esa gente se le está facilitando las cosas?’. ¡No!, todo mundo por el mismo caminito. En fin, como soy de las que no me lo facilitan, se lo tengo que reclamar.”
Mariela Castro da su visión sobre la actual generación de cubanos y qué esperan de su gobierno:
“Tenemos que aprender a ligar dialécticamente esos puentes intergeneracionales, porque ya vimos que darles grandes responsabilidades, cuando aún no están preparados, no da buenos resultados. Eso se comprueba cuando demuestran sus conocimientos y capacidad para resolver problemas.”
La especialista en pedagogía y sicología reconoce que en la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, aún hay personas que “sostienen una posición dogmática”, y otros, con una posición más dialéctica. El Cenesex ya imparte cursos de equidad de género con los dirigentes y editores de publicaciones de la Unión.
Al extender su comentario sobre la juventud cubana, la directora del Cenesex considera que, “si siguen portando prejuicios, la Revolución no avanza”. Por su cercanía con los púberes, adolescentes y jóvenes, afirma que una mayoría de ellos está comprometida y se identifica con la Revolución Cubana.
También aprecia en muchos las confusiones y desinformación que los hace “más manipulables desde afuera”. Los que critican desde posiciones revolucionarias le gustan más porque “el que critica es el más comprometido”; quienes no lo hacen se acomodan a las circunstancias para tener ventajas.
Recuerda que el llamado Periodo Especial afectó un gran número de programas sociales centrados en la niñez y la juventud. Esos programas estaban destinados a formar valores y una fuerte espiritualidad dentro de los principios de la Revolución. Cuando se suprimieron, y las dificultades del país aumentaron, los adultos –aunque comprometidos– transmitieron su frustración a sus hijos.
Comenzaron a dudar si lo que habían hecho hasta entonces valía la pena, y ese sentimiento ambivalente y de frustración lo transmitieron a sus hijos. Mariela no olvida la expresión de una joven que le dijo: “Somos el resultado de la frustración de nuestros padres”. En su opinión, esos adultos no supieron interpretar con profundidad el momento que vivían y no se sintieron con fuerza para seguir en un proceso revolucionario sacrificado y difícil. Esa percepción impidió a los hijos ver la historia de las cosas más positivas que sus padres vivieron.
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